XXIV
Me le escapé con trabajo
en diversas ocasiones—
era de los adulones,
me puso mal con el Juez;
hasta que, al fin, una vez
me agarró en la eleciones.
Recuerdo que esa ocasión
andaban listas diversas—
las opiniones dispersas
no se podían arreglar—
decían que el Juez, por triunfar
hacía cosas muy perversas.
Cuando se riunió la gente,
vino a proclamarla el ñato—
diciendo, con aparato,
«que todo andaría muy mal
si pretendía cada cual
votar por un candilato».
Y quiso al punto quitarme
la lista que yo llevé—
mas yo se la mezquiné,
y ya me gritó: «Anarquista,
has de votar por la lista
que ha mandao el Comiqué[117]».
Me dio vergüenza de verme
tratado de esa manera;
y como si uno se altera
ya no es fácil de que ablande,
le dije: «Mande el que mande
yo he de votar por quien quiera.
»En las carpetas de juego
y en la mesa eletoral,
a todo hombre soy igual—
respeto al que me respeta;
pero el naipe y la boleta[118]
naides me lo ha de tocar».
Ay no más ya me cayó
a sable la Polecía—
aunque era una picardía,
me decidí a soportar—
y no los quise peliar
por no perderme ese día.
Atravesao[119] me agarró
y se aprovechó aquel ñato—
dende que sufrí ese trato
no dentro dende no quepo—
fí a ginetia en el cepo[120]
por cuestión de candilatos.
Injusticia tan notoria
no la soporté de flojo—
una venda de mis ojos
vino el suceso a voltiar—
vi que teníamos que andar
como perro con tramojo[121].
Dende aquellas eleciones
se siguió el batiburrillo—
aquel se volvió un ovillo
del que no había ni noticia—
¡Es señora la Justicia—
y anda en ancas del más pillo!