XXII

Anduve como pelota,

y más pobre que una rata—

cuando empecé a ganar plata,

se armó no sé qué barullo—

yo dije: «A tu tierra, grullo,

aunque sea con una pata».

Eran duros y bastantes

los años que allá pasaron—

con lo que ellos me enseñaron

formaba mi capital—

cuando vine me enrolaron

en la Guardia Nacional.

Me había ejercitao al naipe,

el juego era mi carrera—

hice alianza verdadera

y arreglé una trapisonda

con el dueño de una fonda

que entraba en la peladera[91].

Me ocupaba con esmero

en floriar una baraja—

él la guardaba en la caja,

en paquete como nueva;

y la media arroba lleva[92]

quien conoce la ventaja.

Comete un error inmenso

quien de la suerte presuma,

otro más hábil lo fuma,

en un dos por tres lo pela—

y lo larga que no vuela

porque le falta una pluma.

Con un socio que lo entiende

se arman partidas muy buenas;

queda allí la plata agena,

quedan prendas y botones—

siempre cain a esas riuniones

sonzos con las manos llenas.

Hay muchas trampas legales,

recursos del jugador—

no cualquiera es sabedor

a lo que un naipe se presta—

con una cincha bien puesta[93]

se la pega uno al mejor.

Deja a veces ver la boca

haciendo el que se descuida—

juega el otro hasta la vida,

y es seguro que se ensarta,

porque uno muestra una carta

y tiene otra prevenida.

Al monte, las precauciones

no han de olvidarse jamás—

debe afirmarse además

los dedos para el trabajo,

y buscar asiento bajo

que le dé la luz de atrás.

Pa tayar, tome la luz—

dé la sombra al adversario—

acomódese al contrario

en todo juego cartiao—

tener un ojo ejercitao

es siempre muy necesario.

El contrario abre los suyos,

pero nada vé el que es ciego—

dándole soga, muy luego

se deja pescar el tonto—

todo chapetón cree pronto

que sabe mucho en el juego.

Hay hombres muy inocentes

y que a las carpetas van—

cuando asariados están,

les pasa infinitas veces,

pierden en puertas[94] y en treses[95],

y dándolés, mamarán[96].

El que no sabe, no gana,

aunque ruegue a Santa Rita—

en la carpeta a un mulita[97]

se le conoce al sentarse—

y conmigo, era matarse,

no podían ni a la manchita[98].

En el nueve y otros juegos

llevo ventaja y no poca—

y siempre que dar me toca

el mal no tiene remedio,

porque sé sacar del medio

y sentar la de la boca[99].

En el truco, al más pintao

solía ponerlo en apuro—

cuando aventajar procuro,

sé tener, como fajadas,

tiro a tiro el as de espadas,

o flor, o envite, seguro.

Yo sé defender mi plata

y lo hago como el primero—

el que ha de jugar dinero

preciso es que no se atonte—

si se armaba una de monte,

tomaba parte el fondero.

Un pastel[100], como un paquete,

sé llevarlo con limpieza;

dende que a salir empiezan

no hay carta que no recuerde—

sé cual se gana o se pierde

en cuanto cain a la mesa.

También por estas jugadas

suele uno verse en aprietos—

mas yo no me comprometo,

porque sé hacerlo con arte,

y aunque les corra el descarte[101],

no se descubre el secreto.

Si me llamaban al dao[102],

nunca me solía faltar

un cargado[103] que largar,

un cruzao[104] para el más vivo—

y hasta atracarles un chivo[105]

sin dejarlos maliciar.

Cargaba bien una taba

porque la sé manejar—

no era manco en el billar,

y por fin de lo que esplico,

digo que hasta con pichicos[106]

era capaz de jugar.

Es un vicio de mal fin

el de jugar, no lo niego—

todo el que vive del juego

anda a la pesca de un bobo—

y es sabido que es un robo

ponerse a jugarle a un ciego.

Y esto lo digo claramente

porque he dejao de jugar—

y les puedo asigurar,

como que fui del oficio—

más cuesta aprender un vicio

que aprender a trabajar.