X

CRUZ

Amigazo, pa sufrir

han nacido los varones—

estas son las ocasiones

de mostrarse un hombre juerte,

hasta que venga la muerte

y lo agarre a coscorrones.

El andar tan despilchao[175]

ningún mérito me quita.

Sin ser un alma bendita

me duelo del mal ajeno:

soy un pastel con relleno

que parece torta frita.

Tampoco me faltan males

y desgracias, le prevengo;

también mis desdichas tengo,

aunque esto poco me aflige—

yo sé hacerme el chancho rengo[176]

cuando la cosa lo esige.

Y con algunos ardiles[177]

voy viviendo, aunque rotoso—

a veces me hago el sarnoso

y no tengo ni un granito,

pero al chifle[178] voy ganoso

como panzón al maíz frito.

A mí no me matan penas

mientras tenga el cuero sano,

venga el sol en el verano

y la escarcha en el invierno—

Si este mundo es un infierno,

¿por qué afligirse el cristiano?

Hagámosle cara fiera

a los males, compañero,

porque el zorro más matrero

suele cáir como un chorlito—

viene por un corderito

y en la estaca deja el cuero.

Hoy tenemos que sufrir

males que no tienen nombre—

pero esto a naide lo asombre

porque ansina es el pastel—

y tiene que dar el hombre

más vueltas que un carretel.

Yo nunca me he de entregar

a los brazos de la muerte—

arrastro mi triste suerte

paso a paso y como pueda—

que donde el débil se queda

se suele escapar el juerte.

Y ricuerde de cada cual

lo que cada cual sufrió—

que lo que es, amigo, yo,

hago ansí la cuenta mía;

ya lo pasao pasó,

mañana será otro día.

Yo también tuve una pilcha[179]

que me enllenó el corazón—

y si en aquella ocasión

alguien me hubiera buscao,

siguro que me habría hallao

más prendido que un botón.

En la güella del querer

no hay animal que se pierda—

las mujeres no son lerdas—

y todo gaucho es dotor

si pa cantarle al amor

tiene que templar las cuerdas.

¡Quién es de una alma tan dura

que no quiera a una mujer!

Lo alivia en su padecer:

si no sale calavera

es la mejor compañera

que el hombre puede tener.

Si es güena no lo abandona

cuando lo vé desgraciao—

lo asiste con su cuidao

y con afán cariñoso,

y usté tal vez ni un rebozo[180]

ni una pollera[181] le ha dao.

Grandemente lo pasaba

con aquella prenda mía,

viviendo con alegría

como la mosca en la miel—

¡Amigo, qué tiempo aquel!

¡La pucha que la quería!

Era el águila que a un árbol

desde las nubes bajó,

era más linda que el alba

cuando va rayando el sol—

era la flor deliciosa

que entre el trebolar creció.

Pero, amigo, el Comendante

que mandaba la milicia,

como que no desperdicia

se fue refalando a casa—

yo le conocí en la traza

que el hombre traiba malicia.

Él me daba voz de amigo,

pero no le tenía fé—

Era el Jefe y, ya se vé,

no podía competir yo—

en mi rancho se pegó

lo mismo que saguaipé[182].

A poco andar conocí

que ya me había desbancao—

y él siempre muy entonao,

aunque sin darme ni un cobre,

me tenía de lao a lao

como encomienda de pobre.

A cada rato de chasque[183]

me hacía dir a gran distancia—

ya me mandaba a una estancia,

ya al pueblo, ya a la frontera—

Pero él en la comendancia

no ponía los pies siquiera.

Es triste a no poder más

el hombre en su padecer,

si no tiene una mujer

que lo ampare y lo consuele—

más pa que otro se la pele

lo mejor es no tener.

No me gusta que otro gallo

le cacaree a mi gallina—

Yo andaba ya con la espina,

hasta que en una ocasión

lo pillé junto al jogón[a]

abrazándome a la china.

Tenía el viejito una cara

de ternero mal lamido,

y al verlo tan atrevido

le dije: «Que le aproveche;

que había sido pa el amor

como guacho[184] pa la leche».

Peló la espada y se vino

como a quererme ensartar,

pero yo sin titubiar

le volví al punto a decir:

«Cuidao no te vas a pér[185]…tigo,

poné cuarta pa salir[186]».

Un puntazo me largó

pero el cuerpo le saqué,

y en cuanto se lo quité,

para no matar un viejo,

con cuidao, medio de lejo,

un planazo le asenté.

Y como nunca al que manda

le falta algún adulón,

uno que en esa ocasión

se encontraba allí presente,

vino apretando los dientes

como perrito mamón.

Me hizo un tiro de revuélver

que el hombre creyó siguro—

era confiao y le juro

que cerquita se arrimaba—

pero siempre en un apuro

se desentumen mis tabas.

El me siguió menudiando

más sin poderme acertar,

y yo, dele culebriar,

hasta que al fin le dentré

y ay nomás lo despaché

sin dejarlo resollar.

Dentré a campiar en seguida

al viejito enamorao—

el pobre se había ganao

en un noque[187] de lejía—

¡Quién sabe cómo estaría

del susto que había llevao!

¡Es sonso el cristiano macho

cuando el amor lo domina!—

Él la miraba a la indina,

y una cosa tan jedionda

sentí yo, que ni en la fonda

he visto tal jedentina.

Y le dije: «Pa su agüela

han de ser esas perdices».—

Yo me tapé las narices

y me salí estornudando—

y el viejo quedó olfatiando

como chico con lumbrices.

Cuando la mula recula,

señal que quiere cosiar—

ansí se suele portar

aunque élla lo disimula;

recula como la mula

la mujer, para olvidar.

Alcé mi poncho y mis prendas

y me largué a padecer

por culpa de una mujer

que quiso engañar a dos—

al rancho le dije adiós,

para nunca más volver.

Las mujeres dende entonces,

conocí a todas en una—

ya no he de probar fortuna

con carta tan conocida:

mujer y perra parida,

no se me acerca ninguna.