II

Ninguno me hable de penas

porque yo penando vivo—

y naide se muestre altivo,

aunque en el estribo esté—

que suele quedarse a pie

el gaucho más advertido.

Junta esperencia en la vida

hasta pa dar y prestar

quien la tiene que pasar

entre sufrimiento y llanto—

porque nada enseña tanto

como el sufrir y el llorar.

Viene el hombre ciego al mundo,

cuartiándoló[8] la esperanza,

y a poco andar ya lo alcanzan

las desgracias a empujones—

¡la pucha que trae liciones

el tiempo con sus mudanzas!

Yo he conocido esta tierra

en que el paisano vivía

y su ranchito tenía

y sus hijos y mujer—

era una delicia ver

cómo pasaba sus días.

Entonces, cuando el lucero

brillaba en el Cielo Santo,

y los gallos con su canto

nos decían que el día llegaba,

a la cocina rumbiaba[9]

el gaucho—que era un encanto.

Y sentao junto al jogón

a esperar que venga el día,

al cimarrón[10] se prendía

hasta ponerse rechoncho;

mientras su china[11] dormía

tapadita con su poncho[12].

Y apenas la madrugada

empezaba a coloriar,

los pájaros a cantar

y las gallinas a apiarse[13],

era cosa de largarse

cada cual a trabajar.

Este se ata las espuelas,

se sale el otro cantando,

uno busca un pellón[14] blando,

este un lazo, otro un rebenque,

y los pingos[15] relinchando

los llaman dende el palenque[16].

El que era pion domador

enderezaba al corral,

ande estaba el animal,

bufidos que se las pela—

y más malo que su agüela

se hacía astillas el bagual[17].

Y allí el gaucho inteligente,

en cuanto el potro enriendó,

los cueros le acomodó[18],

y se le sentó enseguida—

que el hombre muestra en la vida

la astucia que Dios le dio.

Y en las playas[19] corcobiando

pedazos se hacía el sotreta[20],

mientras él por las paletas[21]

le jugaba las lloronas[22]

y al ruido de las caronas[23]

salía haciéndose gambetas

¡Ah tiempos!—Si era un orgullo

ver jinetiar un paisano—

Cuando era gaucho baquiano[24],

aunque el potro se boliase[25],

no había uno que no parase

con el cabresto[26] en la mano.

Y mientras domaban unos,

otros al campo salían

y la hacienda recogían,

las manadas repuntaban[27],

y ansí sin sentir pasaban,

entretenidos el día.

Y verlos al cair la noche

en la cocina riunidos,

con el juego bien prendido

y mil cosas que contar,

platicar muy divertidos

hasta después de cenar.

Y con el buche bien lleno

era cosa superior

irse en brazos del amor

a dormir como la gente,

pa empezar el día siguiente

las faínas del día anterior.

Ricuerdo, ¡qué maravilla!,

cómo andaba la gauchada—

siempre alegre y bien montada

y dispuesta pa el trabajo—

pero hoy en día…, ¡barajo!,

no se la vé de aporriada.

El gaucho más infeliz

tenía tropilla[28] de un pelo[29]

no le faltaba un consuelo

y andaba la gente lista—

Tendiendo al campo la vista,

sólo vía hacienda y cielo.

Cuando llegaban las yerras[30],

¡cosa que daba calor!

tanto gaucho pialador[31]

y tironiador sin yel[32]

¡Ah tiempo—pero si en él

se ha visto tanto primor!

Aquello no era trabajo,

más bien era una junción—

y después de un güen tirón

en que uno se daba maña,

pa darle un trago de caña

solía llamarlo el patrón.

Pues siempre la mamajuana

vivía bajo la carreta—

y aquel que no era chancleta,

en cuanto el goyete vía,

sin miedo se le prendía

como güérfano a la teta.

¡Y qué jugadas se armaban

cuando estábamos riunidos!

Siempre íbamos prevenidos,

pues en tales ocasiones,

a ayudarles a los piones

caoban muchos comedidos.

Eran los días del apuro

y alboroto pa el hembraje,

pa preparar los potajes

y osequiar bien a la gente—

y ansí, pues, muy grandemente

pasaba siempre el gauchaje.

Venía la carne con cuero[33],

la sabrosa carbonada[34],

mazamorra[35] bien pisada,

los pasteles y el güen vino;

pero ha querido el destino

que todo aquello acabara.

Estaba el gaucho en su pago

con toda seguridá—

pero aura…, ¡barbaridá!,

la cosa anda tan fruncida,

que gasta el pobre la vida

en juir de la autoridá…

Pues si usté pisa en su rancho,

y si el alcalde lo sabe,

lo caza lo mesmo que ave,

aunque su mujer aborte—

¡no hay tiempo que no se acabe

ni tiento[36] que no se corte!

Y al punto dése por muerto

si el alcalde lo bolea[37],

pues ay no más se le apea

con una felpa de palos—

y después dicen que es malo

el gaucho si los pelea.

Y el lomo le hinchan a golpes,

y le rompen la cabeza,

y luego con ligereza,

ansí lastimao y todo,

lo amarran codo con codo

y pa el cepo lo enderiesan.

Ay comienzan sus desgracias,

ay principia el pericón[38]

porque ya no hay salvación,

y que usté quiera o no quiera,

lo mandan a la frontera

o lo echan a un batallón.

Ansí empezaron mis males,

lo mesmo que los de tantos—

si gustan—en otros cantos

les diré lo que he sufrido—

después que uno está perdido

no lo salvan ni los santos.