MARTÍN FIERRO

I

Aquí me pongo a cantar

al compás de la vigüela,

que el hombre que lo desvela

una pena extraordinaria,

como la ave solitaria

con el cantar se consuela.

Pido a los Santos del Cielo

que ayuden mi pensamiento—

les pido en este momento

que voy a cantar mi historia

me refresquen la memoria

y aclaren mi entendimiento.

Vengan Santos milagrosos

vengan todos en mi ayuda,

que la lengua se me añuda

y se me turba la vista—

pido a mi Dios que me asista

en una ocasión tan ruda.

Yo he visto muchos cantores,

con famas bien otenidas,

y que después de adquiridas

no las quieren sustentar—

parece que sin largar

se cansaron en partidas[1].

Mas ande otro criollo pasa,

Martín Fierro ha de pasar—

nada lo hace recular

ni las fantasmas lo espantan—

y dende que todos cantan

yo también quiero cantar.

Cantando me he de morir,

cantando me han de enterrar,

y cantando he de llegar

al pie del Eterno Padre—

dende el vientre de mi madre

vine a este mundo a cantar.

Que no se trabe mi lengua

ni me falte la palabra;

el cantar mi gloria labra

y poniéndome a cantar,

cantando me han de encontrar,

aunque la tierra se abra.

Me siento en el plan de un bajo[2]

a cantar un argumento—

como si soplara un viento

hago tiritar los pastos—

con oros, copas y bastos[3]

juega allí mi pensamiento.

Yo no soy cantor letrao,

mas si me pongo a cantar,

no tengo cuando acabar

y me envejezco cantando—

las coplas me van brotando

como agua de manantial.

Con la guitarra en la mano

ni las moscas se me arriman—

naides me pone el pie encima,

y cuando el pecho se entona,

hago gemir a la prima

y llorar a la bordona.

Yo soy toro en mi rodeo[4]

y toraso en rodeo ajeno;

siempre me tuve por güeno,

y si me quieren probar,

salgan otros a cantar,

y veremos quién es menos.

No me hago al lao de la güeya[5],

aunque vengan degollando;

con los blandos yo soy blando,

y soy duro con los duros,

y ninguno en un apuro

me ha visto andar tutubiando.

En el peligro ¡qué Cristo!,

el corazón se me enancha,

pues toda la tierra es cancha[6],

y de esto naides se asombre—

el que se tiene por hombre,

donde quiera hace pata ancha[7].

Soy gaucho y entiendanló

como mi lengua lo esplica—

para mí la tierra es chica

y pudiera ser mayor—

ni la víbora me pica

ni quema mi frente el Sol.

Nací como nace el peje

en el fondo de la mar—

naides me puede quitar

aquello que Dios me dio—

lo que al mundo truje yo

del mundo lo he de llevar.

Mi gloria es vivir tan libre

como el pájaro del Cielo;

no hago nido en este suelo

ande hay tanto que sufrir;

y naides me ha de seguir

cuando yo remonto el vuelo.

Yo no tengo en el amor

quien me venga con querellas,

como esas aves tan bellas,

que saltan de rama en rama—

yo hago en el trébol mi cama

y me cubren las estrellas.

Y sepan cuantos escuchan

de mis penas el relato

que nunca peleo ni mato

sinó por necesidá,

y es que a tanta adversidá

sólo me arrojó el mal trato.

Y atiendan la relación

que hace un gaucho perseguido,

que padre y marido ha sido

empeñoso y diligente,

y, sin embargo, la gente

lo tiene por un bandido.