Hecho esto, el coronel fue a sentarse ante su mesa y reflexionó unos instantes.
—París…
Apoyó el dedo sobre el botón del interfono que le comunicaba con la sala de los instructores. No hubo respuesta. Llamó entonces a la habitación de Montferrand.
—Oígame, amigo, son más de las once y la pequeña Levasseur tenía que venir a verme a esta hora. Un asunto urgente. ¿Quiere enviármela?
—Un instante, mi coronel —contestó la voz soñolienta de Montferrand. Y dos minutos más tarde—. Mi coronel, no encontramos a la joven Levasseur. ¿Quiere que dé la alarma?
—¿Se burla usted? Ya aparecerá sola. De todas formas, no se habrá ahogado.
—Mi coronel, es que ha hecho muy mal su prueba. Quizá sea por eso…
—¡Bah! No se preocupará más por eso… —dijo Moriol, y cortó la comunicación.
—Me preguntó qué quería decir —pensó Montferrand, acostándose otra vez.
El coronel Moriol volvió a su dormitorio, abrió un armario, sacó un salvavidas, lo hinchó y lo dejó sobre la cama.
En aquel momento zumbó el interfono.
Moriol volvió al salón y apretó el botón.
—Aquí el coronel Moriol; escucho.
—¡Allo! ¿Moriol? Aquí, Bouvard.
Era el nombre del comandante del barco.
—El servicio de turno asdic me informa de que nos sigue un submarino de nacionalidad desconocida. He hecho acelerar, cambiar de rumbo. Nos persigue como una sombra. Le hemos efectuado llamadas por radio. No responde. En estas condiciones, me propongo ganar la costa y, entre tanto, alertar a Brest. ¿Le parece bien?
—Perfectamente —dijo Moriol—. Es muy amable por su parte al haberme avisado.
Volvió de nuevo a su habitación, sacó del armario un traje de hombre-rana y se lo puso.
Mientras se vestía, tarareaba una cancioncilla extranjera que nadie le había oído cantar en el barco.
Regresó al despacho, dejando abierta la puerta de la habitación.
Marcó la combinación de su caja fuerte y sacó de ella una emisora en miniatura, que se colgó del cuello.
Unos minutos más tarde, el coronel Moriol habría abandonado el Monsieur de Tourville a bordo del cual acababa de llevar a cabo una de las más largas y brillantes misiones de su carrera. En cuanto estuviera en el agua y conectara su emisora automática, el submarino que el asdic de a bordo acababa de detectar, acudiría a hacer su trabajo…
Y una vez lanzado el torpedo, la pequeña Levasseur se reiría de la impresión que pudiera causar a su padre el examen fallado…
Cuando Moriol iba a cerrar la caja, oyó una voz muy joven, muy clara, que pronunciaba tras él.
—No se mueva ni un paso o le vacío mi cargador en el cuerpo. Donde le haga más daño.