Sin embargo, sólo había pasado una hora cuando oyó la voz del coronel, que gritaba en la habitación contigua:
—¿Qué es esta inundación? Mándame de inmediato alguien que seque todo esto y envíe a alguien arriba a ver qué pasa.
Dos minutos más tarde, los pasillos estaban llenos de suboficiales de ordenanzas e incluso de algunos aspirantes, que corrían en todas direcciones llevando cubos, trapos, escobas… Todos culpaban a unos hipotéticos fontaneros… El propio coronel, enorme con su bata, paseaba por el pasillo con un aire furioso, esperando que acabaran de secarle el suelo.
¿Qué había pasado?
Las habitaciones del coronel estaban situadas debajo de las de los instructores y la cañería del agua del cuarto de baño de la señora Ruggiero se había roto de repente, sin saber como.
—Ha hecho ¡pum! —explicó ella—. Como si fuera una carga de plástico pequeña.
El agua, después de inundar el cuarto de baño de la Ruggiero, encontró una rendija en el suelo. La señora Ruggiero no había visto nunca aquella rendija situada tras la bañera. Luego, atravesando el techo, el agua había caído como una catarata en el cuarto de baño del coronel, situado precisamente debajo ¡y había entrado también en su dormitorio y en el salón que le servía de despacho!
Naturalmente, basto con cerrar la llave de paso para que cesara el desastre. Y una vez los trapos y las esponjas hubieron cumplido su misión, todo quedó en orden.
Eran las once y media.
Bertrand en su rincón, se dijo.
«De buena me he escapado. Hubiera podido venir aquí a ver si no estaba mojado el suelo…».
En aquel momento se encendió bruscamente la luz. La puerta de comunicación con el despacho del coronel se abrió y el propio Moriol apareció en el umbral.