La habitación aparecía desnuda y no tenía ventanas. Solamente había en ella un diván, muy cómodo por cierto, una cámara de televisión, un micrófono y un altavoz.
Langelot se sentó: extendió sobre el diván las piernas, que le hacían sufrir cruelmente y, al momento, oyó una voz que decía.
—El jefe del S.N.I.F. le escucha.
Langelot se presentó. Luego, con frases breves y precisas contó su historia. Acabó por exponer las conclusiones a las que había llegado:
—El coronel Moriol fue secuestrado el día en que debía incorporarse a la escuela del S.N.I.F. para hacerse cargo de su dirección. Secuestrado y encerrado después en la cisterna en la que dejó su placa con la esperanza de que alguien la encontrara algún día. Luego, probablemente, le asesinaron, después de interrogarle. Un agente enemigo ocupó el lugar del coronel Moriol. Era fácil.
»Nadie, le conocía. La única vez, que se le hubiera podido desenmascarar —durante la visita del oficial de la S.D.E.C.E.— se hizo pasar por enfermo. Fíjese también en que nuestro espía disparaba mejor que el verdadero coronel Moriol: un día el capitán Montferrand se dio cuenta de ello.
»En ningún momento operó directamente para dar sus informes a sus jefes. Por lo general, utilizaba a la señora Ruggiero, a quien confiaba misiones en secreto. No obstante, una vez, para confundir las pistas, por medio del capitán Montferrand me impartió la orden de fotocopiar el programa de radio… Después, volvió a la señora Ruggiero, porque me imagino que desconfiaba del capitán.
»La misión del falso Moriol debía de ser la destrucción de la escuela. Pero, debido a todas las precauciones que se tomaron, ninguno de los informes que podía pasar a sus jefes, por medio de las boyas emisoras, era suficiente para localizar el Monsieur de Tourville que se desplazaba continuamente… Por tanto, el falso Moriol inventó la historia de hacerme robar el programa de radio y de que se lo llevara a sus radiogoniómetros. Evidentemente, hubiera podido echarlo al agua sin mí. Creo que quería recuperarme para tratar de hacerme cambiar de bando. Me apreciaba. En cierto sentido, le apreciaba también: era un espía de gran clase…
Hubo un silencio. Luego, la voz metálica:
—Y, ahora, según usted, ¿qué va a ocurrir?
—Si los enemigos han decidido no atacar antes de mañana, aún no se ha perdido nada. Pero es posible también que den a su agente tiempo para abandonar el barco y lo torpedeen a continuación. Incluso puede ocurrir que ya lo hayan hecho. En resumen, hay que ir a verlo.
Una pausa.
—¿Cómo se llama la chica a quien encargó usted que avisara al falso coronel Moriol y que, por consiguiente, corre el máximo peligro?
—Corinne Levasseur.
Otro silencio.
—Habrá que dirigirse a los grupos de acción de la Sdecé —suspiró el jefe del S.N.I.F.— Todos mis agentes están en misión actualmente…
—Deme un helicóptero y yo iré —propuso Langelot. No hace falta ser cincuenta para arreglar este asunto. Al contrario, cuanta menos gente arriesgue en un barco que será torpedeado de un momento a otro, si es que no lo ha sido ya, mejor que mejor. ¡Y así podemos prescindir de la Sdecé!
—¿Va a darme consejos ahora? —preguntó la voz metálica.
Langelot no contestó nada. Siguiendo los consejos de Montferrand, había enseñado a sus ojos a no dejar traslucir su alegría, y esperó la respuesta de «Snif» con una calma aparente.