Los dos primeros meses del curso habían sido los más penosos. Al cabo de ese tiempo de prueba, la disciplina se había relajado un poco. Los aspirantes habían recibido un radiorreceptor por persona; podían visitarse; el sábado por la noche, ponían discos y bailaban, si querían, hasta la medianoche.
»¡Ah!, si Corinne se equivocara una vez.
El sábado siguiente al día del torneo, Langelot la invitó nueve piezas de cada diez y le tendió las trampas más sutiles.
Para el baile, ella estaba mucho más dotada que él y cuando Langelot le habló del twist como el baile moderno, se le rió en las narices.
—¡Mi pobre «Pichenette», está usted pasado de moda! Ya nadie baila esa cosa ridícula, salvo mi papá, que es agente de policía. Venga, voy a enseñarle algo que ya es un poco antiguo, pero que estará a su alcance: el hully-gully.
Él la dejaba hacer. Corinne bailaba bien. Estaba llena de gracia y de fantasía. Cogiéndola de la cintura para un paso, Langelot casi olvidó dónde se encontraban.
»Si pudiéramos ser dos jóvenes como todos… —se decía luego—. Dos jóvenes que bailan un sábado por la noche al son del gramófono…
Pero ¿a qué engañarse? En el fondo sabía muy bien que la vida no había tenido interés para él hasta el día que firmó su contrato con el S.N.I.F.
Salieron al puente, conscientes de las cámaras de infrarrojos que les espiaban. Estaba oscuro. Entre las nubes se veían algunas estrellas. Un viento cálido enmarañaba el cabello de Corinne. El aire olía a sal.
Los dos jóvenes se apoyaron en la borda y miraron un buen rato el juego de las olas y de la espuma.
—Entonces, ¿su padre es agente de policía? —preguntó al fin Langelot.
—Sí, y a mí me gustan los bailes modernos y me apasiona el arte románico y fui reclutada por la señora Ruggiero —respondió Corinne de un tirón.
—¿Le gusta el Sagrado Corazón de París?
Ella se echó a reír.
—El Sagrado Corazón de París se parece tanto al románico como yo a un rinoceronte, y lo sabe usted muy bien. Si sigue tendiéndome trampas tan groseras, le ordenaré que salte al agua, señor «Pichenette». ¿Me ha comprendido?
Él habló de Vézelay, y de la abadía de Oruscamp… se había pasado la tarde documentándose. Corinne sonrió con tristeza y se puso a hablar de sellos.