Cinco minutos más tarde, los alumnos estaban reunidos en un aula como cualquier otra, excepto en que las mesas eran individuales y estaban equipadas con teclado electrónico y auriculares. Los puestos se habían distribuido a voluntad. Como por casualidad. Langelot y Corinne eran vecinos, una vez más.
—Amigos míos —dijo el capitán Montferrand, subiendo al estrado—, dentro de unos instantes les presentaré al coronel Moriol, director de la escuela.
—He oído hablar de él —susurró el muchacho moreno a Langelot—. No convendrá hacer el tonto cuando esté cerca.
—No le convendrá hacer el tonto en absoluto, señor Valdés —contestó con la mayor calma Montferrand—. Les prevengo de una particularidad de esta escuela: está plagada de micrófonos y cámaras que les grabarán y filmarán en todo momento, día y noche. No solamente en esta sala, sino también en el refectorio, incluso en sus habitaciones y en los cuartos de baño. Están ustedes bajo una vigilancia constante. Como no hay personal que hubiera podido satisfacer las exigencias de atención que una vigilancia de esa clase supone, ésta se ha confiado a una computadora. Esta máquina ha sido programada para controlarles. Sus treinta personalidades, con toda la información que poseemos sobre ellas, le son ya conocidas. Todas estas informaciones han sido codificadas por ella y todo lo que puedan ustedes decir o hacer que no esté conforme con dichos informes, será recogido inmediatamente. Además, como registra todo lo que dicen sobre ustedes mismos, si alguna vez llegan a denunciarse, lo señalará también. El procedimiento es el siguiente: el error señalado es enviado en forma de una tarjeta impresa al coronel o a su ayudante, que en este caso soy yo. Comprenderán muy bien que, en tales condiciones, no les interesa hacer confidencias demasiado íntimas a los amigos que quizás tengan la debilidad de concederse, aunque cuento con hacer todo lo posible para que no dispongan de tiempo. Gracias, señor Valdés, por haberme dado tan pronto te oportunidad de exponer la situación a sus camaradas.
»Y puesto que el coronel no está aún aquí, voy a decirles, en dos palabras, dónde se encuentran. Están a bordo del Monsieur de Tourville, antiguo acorazado convertido en barco-escuela. Descubrirán sin dificultad el interés de una escuela móvil. Por el momento, el jefe de S.N.I.F., el ministro de Marina y el ministro de Defensa son los únicos que conocen su existencia, con la excepción, por descontado, del Presidente de la República y de aquellos de nuestros agentes que han hecho aquí su entrenamiento. Pero un día, los Servicios de Información extranjeros se enterarán y, como es lógico, les interesará destruirla. Pero lo que no sabrán nunca es su emplazamiento exacto. Porque el Monsieur de Tourville se desplaza constantemente; se le abastece de combustible en alta mar; el rumbo que toma depende, durante seis horas, de la iniciativa de su comandante; durante otras seis horas, de la iniciativa del coronel-comandante de la escuela; durante, seis horas, de los servicios del Primer Ministro y durante las otras seis horas lo marca una computadora que establece una cierta equidad entre los diversos desplazamientos. Esta rotación no es tampoco regular y el orden en que intervienen las cuatro partes es fijado, todos los días, por S.N.I.F. En el caso, inverosímil, de que un agente enemigo lograra introducirse a bordo no podría transmitir información alguna a tierra, porque nuestras instalaciones emiten constantemente un poderoso sistema de parásitos, mientras un centro de escucha, dirigido por otra computadora, barre todas las longitudes de onda.
»Por lo que yo conozco, el Monsieur de Tourville es un barco-escuela único en su género. Ni los propios americanos tienen nada semejante.
»Y, por lo que se refiere al empleo de su tiempo…
De repente se interrumpió, se quedó inmóvil y gritó:
—¡En filas! ¡Firmes!
Los aspirantes se levantaron precipitadamente, comprendiendo que el coronel iba a hacer su entrada.