La amenaza turca en tiempos de Felipe II
Durante los primeros años de su reinado Felipe presto poca atención a su gran rival en el Mediterráneo, el Imperio turco. Renunció a una guerra a fondo e incluso a una defensa efectiva de las costas españolas e italianas, dedicando sus esfuerzos preferentemente a la política atlántica y noreuropea. Pero en 1557 la pérdida de Trípoli supuso el punto de arranque de las campañas contra los musulmanes. Las alianzas del Imperio otomano y los moros del norte de África ponían en peligro las costas españolas y las rutas marítimas. La monarquía católica no estaba dispuesta a perder las preciadas conquistas logradas en tiempos de Fernando el Católico y se hacía consciente de la grave amenaza.
Este temor y sus consecuencias era expresado, por ejemplo, en las Cortes de Toledo de 1558, en las que se dijo: «Las tierras marítimas se hallaban incultas y bravas y por labrar y cultivar, porque a cuatro y cinco leguas del agua no osan las gentes estar, y así se han perdido y pierden las heredades que solían labrarse en las dichas tierras y todo el pasto y aprovechamiento de las dichas tierras marítimas, y es grandísima ignominia para estos reinos que una frontera sola como Argel pueda hacer y haga tan gran daño y ofensa a toda España».
El Rey tenía que enfrentarse con el formidable poderío turco, que fomentaba la piratería de los reinecillos del norte de África, lo cual imposibilitaba el comercio en el Mediterráneo y mantenía en constante alarma a todo el extenso litoral. Por otra parte, la persistencia de una población musulmana en la península favorecía la comunicación de los moriscos españoles con los puertos musulmanes y alentaba la esperanza de una nueva invasión, como sucedió tantas veces en la Edad Media, para restaurar el imperio del Islam.
El desastre de los Gelves
La isla de los Gelves a la que hacen referencia muchas crónicas del siglo XVI se encuentra en el norte de África, concretamente en Túnez. Los antiguos la conocían como la isla de los Lotófagos, por creer que en ella estuvo Ulises al regreso de Ítaca. Ya en 1284 los catalanes levantaron una torre y un puente que la unía con tierra; por esto se llamó al brazo de mar o canal que discurría entre el continente y la costa insular Alcántara, palabra árabe que significa puente.
Se convirtieron los Gelves en una especie de obsesión de los españoles desde que en 1510 se hiciera la primera expedición seria para dominar el territorio, la cual acabó desastrosamente por morir de sed muchos soldados y el propio general don García de Toledo. Esto provocó un profundo dolor en la Corte y el poeta Garcilaso de la Vega compuso unos versos alusivos:
¡Ohpatria lagrimosa, y como vuelves los ojos a los Xelves, suspirando!
Carlos V protagonizó la victoriosa jornada de Túnez en 1535, a la que se refiere frecuentemente Cervantes en su obra y que fue puntualmente relatada por Gonzalo Illescas. Después de la conquista, el Emperador liberó a muchos cautivos cristianos, sometió bajo su autoridad a los jefes árabes y fortificó las costas. Todo esto sirvió para magnificar su imagen en España y en toda la Cristiandad, como continuador de la gran obra de la Reconquista, culminada en la península Ibérica por sus abuelos los Reyes Católicos. A partir de ese momento, actuaron los españoles muchas veces en la isla de los Gelves, tanto para castigar a los piratas como para desde allí lanzar operaciones contra Trípoli.
En 1559, muerto ya Carlos V, el rey Felipe II quiso emular en cierto modo la gesta de su padre, para conseguir un efecto propagandístico, al comienzo de su reinado, semejante al de 1535. Algunos estudios dicen que fue el gran maestre de la Orden de los Caballeros de San Juan quien, aprovechando las paces asentadas entre España y Francia, logró interesar a Felipe II para que ordenase que se emprendiese la campaña.
Se designó capitán general de la empresa al duque de Medinaceli, virrey de Nápoles, donjuán de la Cerda; y se confió el mando de la armada del mar al príncipe Andrea Doria. Hubo muchos fallos en la organización, lo cual se desprende de los escritos de la época y de la fiel crónica que el propio don Alvaro de Sande escribió de su puño y letra. Tardaron las tropas en juntarse con la celeridad necesaria y tuvieron que superarse muchas dificultades; motines, enfermedades, tempestades, falta de abastecimiento… El caso es que se perdió la ocasión propicia que hubiera sido el final del verano y el retraso hizo que se perdiera también el secreto; enterándose Dragut, al que le sobró tiempo para organizarse.
Llegó la expedición al norte de África a mediados de febrero de 1560, después de detenerse primero en Sicilia y luego en Malta. El 7 de marzo desembarcaron las tropas en los Gelves sin oposición alguna y, tras un par de escaramuzas con los moros de allí, el jeque de los isleños y el rey de Cairovan se reconocieron vasallos del soberano de las Españas. Iniciaron los ejércitos obra de reconstrucción y defensa en el castillo, lo rodearon de un amplio foso y construyeron un fuerte.
Pero el turco había sido ya avisado y se armaba en Constantinopla para venir a dar batalla. Esto se supo a través de los espías del gran maestre, que enseguida comunicó la noticia; lo cual causó gran desconcierto en las tropas de los cristianos, parte de las cuales se apresuraron al embarque. En medio del desorden y de la división de opiniones acerca de lo que debía hacerse, llegó la flota turca y empezó el combate. Muchas naves de la flota cristiana fueron apresadas y un buen número de ellas destruidas. Cundió el pánico. Consiguió escapar el duque de Medinaceli y prometió venir con refuerzos. Los que se quedaron para defender el castillo sufrieron todo tipo de penalidades; calor, sed, hambre, enfermedades y deserciones. Finalmente resolvió Sande salir a la desesperada y fracasó, perdiendo el fuerte y cayendo lo que quedaba del ejército en poder de los turcos. Algunos de aquellos cautivos fueron llevados a Constantinopla (entre ellos el propio don Alvaro de Sande, don Berenguer de Requesens y don Sancho de Leiva). Los vencedores degollaron a la mayoría de los soldados nada más tomarse la fortaleza.
Mandó Piali Bajá construir una torre con los cadáveres a modo de trofeo, recubierta de cal y tierra. Este macabro monumento estuvo en pie hasta finales del siglo XIX, siendo conocido como borj er-Russ, la «fortaleza de los Cráneos» o la «pirámide de los Cráneos». Hablan de esto algunos viajeros que la vieron, describiéndola, y hasta se conservan grabados de la época que la representaban en las proximidades de la fortaleza.
Después de más de tres siglos, en 1870, a instancias del cónsul de Inglaterra, el bey (gobernador) de Túnez ordenó que se demoliera la torre y los restos fueran sepultados. Después de la ocupación francesa, se honró la memoria de aquellos héroes y se levantó un obelisco con las fechas de la expedición y de la inhumación de los huesos.
En España, aquella campaña quedaría ya nombrada tristemente como el «Desastre de los Gelves». Fue una importante derrota de la armada de Felipe II que la «propaganda» oficial se encargó de disimular. Trataron de buscarse responsabilidades y de hallar culpables de la desorganización y la derrota final. Prueba de ello son la Relación que don Alvaro de Sande dio a su Maj. de la Jornada y las Anotaciones hechas por el Duque de Medinaceli al relato de don Alvaro de Sande, dos amplios testimonios en los que ambos militares dan las explicaciones oportunas acerca de los hechos. Estos documentos los conseguí yo a través de un artículo publicado por Miguel Muñoz de San Pedro, conde de Canilleros, en la Revista, de Estudios Extremeños, en 1954.
El original de estos memoriales se conserva en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia. También se describe con mucho detalle la campaña en la biografía de don Alvaro de Sande que escribió el humanista italiano Huberto Fiogletta, con el título Historia de D. Alvaro de Sandi, Marqués de la Piovera. De sus prudentes, cristianos y valientes hechos en armas en las guerras del Emperador Carlos V y el Reí D. Phelipe.
Un testigo presencial, Busbequius, cuyo testimonio recoge Fernández R de Camba (Don Alvaro de Bazán, Madrid, 1943) nos cuenta muchas cosas acerca de la llegada a Constantinopla de los cautivos, hambrientos y cubiertos de heridas, despojados de todos sus adornos, emblemas e insignias.
Posiblemente, la causa de que este gran desastre quedase olvidado y apenas sea conocido, se encuentre en la gran victoria posterior de la armada en la batalla de Lepanto, cuya importancia y renombre fue tan grande en adelante que «sepultó» muchos de los fracasos anteriores contra el turco.
Los cautivos
La intensa actividad comercial y las luchas que protagonizaban los motivos religiosos y políticos en el Mediterráneo, explican que el fenómeno del cautiverio fuera tan frecuente y tan extendido durante siglos. Se trataba de una situación que se producía cada vez que llegaba a término una de las muchas campañas militares que se emprendían, o cuando una nave cristiana era apresada por corsarios. Durante toda la Edad Media y en la Edad Moderna, permaneció la concepción medieval del cautivo como prisionero de guerra que pertenecía al captor, pudiendo conservarlo éste sin más a la espera de que se cornprara su libertad mediante el pago de un rescate.
El cautiverio es un recurso común en la literatura del Siglo de Oro. El propio Miguel de Cervantes fue cautivo en Argel y nos ha dejado interesantes informaciones en algunas de sus obras, como son Los baños de Argel, La gran sultana y El trato de Argel. Pero es el relato del Cautivo que se incluye en el Quijote el testimonio más directo, por ser una conmovedora narración de lo que vivió en propia carne el célebre escritor:
Yo estaba encerrado en una prisión o casa de que los turcos llamaban «baño», donde encierran los cautivos cristianos, así los que son del rey como de algunos particulares, y los que llaman «del almagacén», que es como decir «cautivos del concejo», que sirven a la ciudad en las obras públicas que hace y en otros oficios, y estos tales cautivos tienen muy dificultosa su libertad; que, como son del común y no tienen amo particular, no hay con quien tratar un rescate, aunque lo tengan. En estos baños, como tengo dicho, suelen llevar sus cautivos algunos particulares del pueblo, principalmente cuando son de rescate. También los cautivos del rey que son de rescate no salen al trabajo con la demás chusma, si no es cuando se tarda su rescate; que entonces, por hacerles que escriban por él con más ahínco, los hacen trabajar e ir a por leña con los demás, que es un pequeño trabajo.
Vemos, pues, que de los esclavos llevaban la peor parte aquellos que por su oficio de artesanos, escribientes, armadores, músicos, etc., significaban un beneficio para el turco, y eso mismo les hacía ser considerados valiosos y merecedores por tanto de un trato benigno, al tiempo que les quitaba las esperanzas de ser rescatados.
En la prosa costumbrista española de la época, es de destacar también el caso del madrileño Agustín de Rojas Villandrando, que llevó una existencia muy agitada. Por su afán de fama y aventura se alistó en el ejército a los catorce años y fue hecho cautivo. En su Loa del cautiverio, nos dice: «Sabrás pues que yo fui cuatro años estudiante. Fui paje, fui soldado, fui pícaro, estuve cautivo, tiré de la jábega, anduve al remo, fui mercader, fui ballero, fui escribiente y vine a ser representante…».
Quizás el documento más rico y más elocuente a la hora de retratar la vida de los cautivos cristianos en poder de los turcos sea el libro Viaje de Turquía; de autor anónimo, a no ser que se admita la tesis de que lo fuera el caballero toresano Juan de Ulloa Pereira, como apunta Fernando Salinero en la edición publicada por Cátedra en 1995, que es la que se ha manejado a la hora de obtener curiosas informaciones para esta novela.
Uno de los manuscritos del Viaje de Turquía, concretamente el que es propiedad de doña María de Brey en Madrid, reza así: «Diálogo entre Pedro de Hurdimalas y Juan de Voto a Dios y Mátalas Callando que trata de las miserias de los cautivos de turcos y de las costumbres de los mismos haciendo la descripción de Turquía». Este sugerente título da una idea de lo útil que es este relato, sin duda autobiográfico, para conocer la vida de los cautivos en Constantinopla y muchas de las costumbres de aquella sociedad lejana y diferente.
Por ejemplo, en la página 162 de la citada edición de Fernando Salinero de 1995, se da una detallada relación de los oficios de los cautivos:
… y ansí de todos los oficios, estos que se llaman la maestranza van al ataranazal a trabajar en las obras del Gran Turco, y gana cada uno diez ásperos al día. que es dos reales y medio, una muy grande ganancia para quien tiene esclabos. Tenía mi amo cada día de renta desto más de treinta escudos, y con uno hazía la costa a sirvientes esclabos. Los demás que no saben oficio llaman regatees, los quales van a trabajar en las huertas y jardines, y a cabar y a cortar leña y a traerla a cuentas, y a traer cada día agua a la torre, que no es poco traer la que ha menester tanta gente; y con los muradores o tapiadores y canteros que van a hazer casas, para abrir cimientos y servir, y por ser en Constantinopla las casas de tanta ganancia, no hay quien tenga esclabos que no aprenda hazer todas las que puede…
Con todo esto, los relatos que se conservan nos dan cuenta de que las condiciones del cautiverio no fueron siempre tan extremas. No era infrecuente que los cautivos gozaran de cierta libertad en Constantinopla, pudiendo desplazarse a los cultos cristianos de conventos e iglesias. Podían celebrar también algunas festividades como representaciones de teatro, y sabemos por el propio Cervantes que en Argel se puso en tablas una obra de Lope de Rueda.
Los renegados
Entre los cautivos más apreciados, es decir, aquellos que sabían desempeñar un valioso oficio para sus dueños, era muy frecuente que proliferaran renegados. Eran éstos los que abrazaban la fe del Islam y se volvían turcos de religión y costumbres; a lo cual se referían como «cambio de ley». Algunos de ellos eran voluntarios que huían de las naciones de la Cristiandad y buscaban amparo entre los musulmanes cuando tenían cuentas que saldar con la justicia o por mero afán de lucro, pues pirateando y ejerciendo el corso se convertían en hombres poderosos que podrían llevar una nueva vida como turcos.
El carmelita fray Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, que fue amigo de santa Teresa, sufrió cautiverio en Túnez en el siglo XVI y puso de manifiesto algo que debió de resultar alarmante en su época: «Es cosa muy averiguada…, más de la mitad, y aún las tres partes, reniegan de la fe».
El benedictino español Diego de Haedo, al cual debemos el texto más importante escrito sobre Argel a finales del siglo XVI, sostiene en su escrito que la mitad o más de las casas de aquel lugar de la costa africana estaban habitadas por «turcos de profesión», es decir, por los renegados. Afirma por otra parte que los corsarios «son casi todos renegados de todas las naciones».
La magnitud del fenómeno de los renegados llega a comprenderse mejor cuando se tiene en cuenta el duro género de vida que llevaban los cristianos en cautiverio. El propio Haedo nos describe los malos tratos a que estaba sometida la chusma de cautivos:
… palos, puños, coces, azotes, hambre, sed, con una infinidad de crueldades inhumanas y continuas de que usan con los pobres cristianos que bogan, y como sin los dejar reposar medie hora, les abren cruelmente las espaldas, sacan la sangre, arrancan los ojos, rompen los brazos, muelen los huesos, tajan las orejas, cortan las narices y aún los degüellan fieramente, y les cortan las cabezas, y los echan a la mar, porque arranquen la boga y caminen más que volando…
Muchos de los cristianos capturados vivieron en condiciones muy difíciles durante años y las soportaron mucho tiempo antes de acceder a la apostasía.
En el intenso trabajo de investigación hecho por Bartolofly Lucile Bennassar, prestigioso hispanista, acerca los cautivos cristianos entre los siglos XVI y XVII, publicado bajo el titulo Los cristianos de Alá, la fascinante avenrenegados, se recogen innumerables casos de que, voluntariamente o no, se pasaron al Islam. Muchos de los que fueron capturados en su niñez, otros en tierra. Otros, en cambio, dejaron el mundo cristiano por la mera curiosidad por un Islam donde estaba permitido amar a más de una mujer, y donde la riqueza y nobleza eran más accesibles a las clases humildes.
Me sorprendió entre los múltiples casos recogidos por Bennassar el de Pedro Sánchez, de Plasencia, un músico precoz y robusto que remaba desde sus trece años en una fragata malagueña cuando fue capturado por una galera berberisca, donde se mantuvo firme durante cinco años antes de renegar de la fe.
Entre las muchas lecturas hechas para documentar esta novela, está la del denso ensayo del profesor de Maniter Colín Imber, bajo el título El Imperio Otomano en el cual se ofrece una detallada descripción del Imperio turco, su organización, gobierno y leyes. En la exhaustiva recopilación de datos que sirve de base a este trabajo, aparece el de un muchacho genovés Espione Cícala, de una importante familia de marineros, al que el almirante Piali Bajá hizo prisionero a la edad de 14 años en la batalla de los Gelves de 1560 Dado al Sultán, este joven llegó a ser nada menos que gran visir en 1596 con el nombre de Cigalazader Bajá. Esto demuestra el verdadero alcance de las posibilidades que tenían aquellos hombres
El imperio Otomano en el siglo XVI
Al Sultán otomano que conocemos como Solimán el Magnífico, los turcos le dieron el nombre de Legislador. Fue sin duda alguna el mayor soberano que conoció aquel Imperio. En Asia, venció a Irán, se apoderó de Bagdad y de la mayor parte de Iraq. En el mar logró que sus corsarios dominaran Túnez y Argel. Mandó expediciones a la India y casi todo el mundo árabe, excepto Marruecos, pasó a estar bajo su poder. En Europa, organizó un extraño sistema de alianzas que le asoció al rey francés Francisco I contra Carlos V y Luis II de Hungría. Estas amistosas relaciones entre el turco y Francia, que provocaron un gran escándalo en la época, permitieron a Solimán disfrutar de una posición inmejorable en el Mediterráneo que causó no pocos quebraderos de cabeza a los monarcas españoles. Los franceses, a su vez, se beneficiaron de este raro pacto obteniendo una especial protección en los Santos Lugares y extendiendo su comercio hacia Oriente.
Solimán fue de triunfo en triunfo: conquistó Belgrado en 1521, Rodas en 1522 y Buda en 1526. Durante un siglo y medio, Hungría permaneció bajo la dominación otomana.
Estambul en tiempos de Solimán
En 1453, el sultán Mehmet II el Conquistador entró en la Constantinopla bizantina y la convirtió en la nueva capital del Imperio otomano que luego recibiría el nombre de Estambul. Un siglo después, bajo el reinado de Solimán el Magnífico, el Imperio consiguió su más alto nivel de poderío y su más brillante civilización. La ciudad alcanza un esplendor singular gracias a una enorme actividad arquitectónica dirigida por el genial arquitecto Mimar Sinam, constructor de fabulosas mezquitas como la de Sehzade, la de Solimán y la de Selim, además de baños públicos y otros edificios.
El Sultán se entregó a repoblar Estambul sistemáticamente haciendo venir pobladores de todas las regiones del Imperio para instalarlos sobre todo al sur del Cuerno de Oro. A mediados del siglo XVI, se estima que la población superaba los 600 000 habitantes. La ciudad tomó entonces el aspecto característico de las ciudades islámicas, con sus redes de callejuelas y laberintos complejos, con vías sin salida, en medio de las cuales resaltaban las soberbias mezquitas. Los barrios fueron invadidos por casas de madera con pisos, parecidas a las viviendas de las zonas rurales extendidas por las regiones pónticas pobladas de árboles. Estambul parecía un inmenso campamento.
La descripción de Constantinopla que hace el manuscrito del Viaje de Turquía nos da una idea de la forma de la ciudad en aquel tiempo:
En la ribera del Hellesponto (que es un canal de la mar la cual corre desde el mar Grande, que es el Euxino, hasta el mar Egeo) está la ciudad de Constantinopla, y podríase aislar, porque la mesma canal haze un seno, que es el puerto de la ciudad, y dura de largo dos grandes leguas […]. La excelencia mayor que este puerto tiene es que a la una parte tiene Constantinopla y a la otra Calata. De ancho, terna un tiro de arcabuz grande. No se puede ir por tierra de la ciudad a la otra si no es rodeando quatro leguas; mas hay una gran multitud de barquillas para pasar por una blanca o maravedí cada y quando que tubieredes a qué.
Puede sorprender en la novela, a la cual sirve de explicación esta nota, que aparezcan en aquella ciudad musulmana cristianos moviéndose con libertad, dedicados a sus negocios e incluso asistiendo a los oficios religiosos católicos. En la descripción del manuscrito citado, se dice lo siguiente al respecto:
… también me acuerdo de haber dicho que será una cibdad de quatro mili casas (se refiere a Calata), en la qual viven todos los mercaderes venecianos y florentines, que serán mili casas; hay tres monasterios de fraires de la Iglesia nuestra latina, Sant Francisco, Sant Pedro y Sant Benito, en éste no hay más de un fraire viejo, pero es la iglesia mejor que del tamaño hay en todo Levante, toda de obra mosaica y las figuras muy perfectas.
La dependencia turca de Tunicia
A principios del siglo XVI, por razones parecidas a las que más tarde causarían la decadencia del Imperio otomano, el reino musulmán del Moghreb estaba en plena descomposición. La dinastía hafsida quedó reducida a Túnez. El amplio territorio próximo al Mediterráneo se fragmentó en infinidad de principados, federaciones tribales y puertos libres. Los puertos eran una especie de repúblicas organizadas para el ejercicio del corso: Túnez, Bizerta, Bugía, Argel, Oran, Susa… Los corsarios, soldados de guerra santa contra los cristianos y a la vez piratas, atacaban las costas, asaltaban navíos y avituallaban a las escuadras turcas.
El mandato de los gobernadores turcos duraba menos de tres años. Por lo general, el gobernador podía esperar un nuevo nombramiento en una provincia distinta o ser llamado a la corte del Sultán para formar parte del Consejo Imperial. Cada destino era de corta duración, si bien los traslados de un distrito a otro les reportaba un aumento de los ingresos en la nueva designación.
La Sublime Puerta
Con este nombre, Bab-i Alí o Sublime Puerta, se nombraba en general al gobierno otomano. La puerta era un símbolo de poder y en ella se tomaban las grandes decisiones del Imperio. El país estaba sometido a una jerarquía que recordaba la de un ejército. El Sultán estaba auxiliado por el gran visir, cuatro ministros o visires y el reis-effendí, encargado de los Negocios Extranjeros. Alrededor de él había agás exteriores o comandantes de las tropas y el kapudan bajá, jefe supremo de la flota y gobernador de las islas. Toda la administración estaba a su servicio: el nisanji o secretario de Estado, los defterdars o tenedor de los libros de impuestos, los cadi-el-asker o jueces de los soldados. Estaban además los ulemas u hombres de leyes, doctos del Corán, los jurisconsultos y profesores de Derecho.
Con las provincias o sandaks, las relaciones se establecían por mediación de los beylerbeis y los bajas.
Una vez en el trono, el Sultán gozaba de unos poderes sin parangón posible con los reconocidos a cualquier monarca occidental coetáneo. Gobernaba como señor de pueblos muy diversos, pero aspiraba también al dominio universal. Los miembros de la clase dirigente otomana y lo más granado de su ejército eran considerados esclavos del Sultán y, en su condición de tales, su persona y bienes estaban a la entera disposición de aquél. Por otro lado, todos ellos o bien eran cautivos de guerra que el Sultán reclamaba para sí o bien procedían de la devchirme, institución antigua que consistía en la elección cada tres o siete años de los niños más capacitados de las familias cristianas de los Balcanes y de Anatolia, sobre todo, para la educación como kapikullario servidores del Sultán, previamente convertidos al Islam. De entre ellos salían después los dignatarios del Estado, grandes visires y gobernadores, así como la caballería formada por los spais de la Puerta y los jenízaros, que era la temible infantería del ejército turco.
En relación al gobierno despótico del Sultán otomano, frente a la realidad de los monarcas occidentales, hay un texto del Viaje de Turquía que lo dice todo por sí mismo. Pedro de Urdemalas (el cautivo cristiano) conversa con su amo Zinán Bajá acerca de la manera de gobernar tan diferentes de el rey español y el sultán turco:
Después de haberme rogado que fuese turco, fue quál era mayor señor, el rey de Frangía o el Emperador. Yo respondí a mi gusto, aunque todos los que lo oyeron me lo atribuyeron a necedad y soberbia, si quería que le dixese verdad o mentira. Díxome que no, sino verdad. Yo le dixe: Pues hago saber a Vuestra Alteza que es mayor señor el Emperador que el rey de Frangia y el Gran Turco juntos; porque lo menos que él tiene es España, Alemania, Ytalia y Flandes; y si lo quiere ver al ojo, manda traer un mappa mundi de aquellos que el embaxador del Frangía le empresentó, que yo lo mostraré. Espantado dixo: Pues ¿qué gente trae consigo?; no te digo en campo, que mejor lo sé que tú. Yo le respondí: Señor, ¿cómo puedo yo tener quenta con los mayordomos, camareros, pajes, caballerizos, guardas, azemilleros de los de lustre? Diré que trae más de mil caballeros y de dos mili; y hombres hay destos que trae consigo otros tantos. Díxome, pensando ser nuestra corte como la suya: ¿Qué, el rey da de comer y salarios a todos? ¿Pues qué bolsa le basta para mantener tantos caballeros? Antes, digo, ellos, señor, le mantienen a él sin menester, y son hombres que por su buena gracia le sirven, y no queriendo se estarán en sus casas, y si el Emperador los enoja le dirán, como no sean traidores, que son tan buenos como él, y se saldrán con ello; ni les puede de justicia quitar nada de lo que tienen, si no hazen por qué. Zerró la plática con la más humilde de las palabras que a turco jamás oí, diziendo: bonda bepbiz cular, que quiere decir: acá todos somos esclabos.
Me lleva esto a pensar que las ideas de libertad y democracia de nuestra Europa no son un invento de la Ilustración, como algunos quieren hacer ver; sino el fruto de todo un proceso histórico en el que, salvando las distancias, subyace una visión cristiana del mundo y del poder.
Los espías del Rey católico
Ya hemos visto en el apartado anterior cómo las sucesivas campañas militares, y especialmente el desastre militar español de los Gelves de 1560, llenaron de prisioneros españoles e italianos los puertos turcos. A Estambul llegaron miles de estos cautivos y se convirtieron en una mano de obra esclava muy útil, así como en una fuente de ganancias sustanciosas merced a las operaciones comerciales de rescate.
Esta presencia de cautivos en la capital otomana, así como el ir y venir de comerciantes y emisarios encargados de negociar los rescates, propició la organización de una compleja trama de espionaje que facilitó la llegada de interesante información al Rey de España, la cual sería después de gran utilidad a la hora de programar las principales victorias de la flota cristiana en el Mediterráneo: Oran, Malta y Lepanto.
Es sabido que Felipe II puso siempre un gran interés en obtener información complementaria de cuanto ocurría en sus vastísimos dominios, pues no se fiaba del todo de los documentos oficiales. En este sentido, puede ser considerado como el precursor de los servicios de información españoles, al crear un verdadero cuerpo de agentes en todos los países europeos. También se preocupó de conocer las intenciones de sus enemigos y no dudó en utilizar cuantiosos fondos para sostener verdaderos entramados de informadores secretos en los puertos corsarios, en los presidios turcos y en la mismísima capital otomana.
Para este complejo menester, eligió el Rey a personas de su estricta confianza y les dio el encargo de poner en funcionamiento las sociedades de conjurados o conjuras, que era así como se designaba en los documentos a las redes de espionaje.
Es lamentable que haya sido tan poco reconocida y estudiada esta genial intuición de Felipe II a la hora de solucionar muchos de los graves problemas de su reinado. Sin duda, el trabajo de investigación más arduo, completo e interesante al respecto es el realizado por el profesor Emilio Sola de la Universidad de Alcalá. Ya tenía yo conocimiento de sus pesquisas a través del Archivo de la Frontera, un serio esfuerzo de recuperación de muchas informaciones contenidas sobre todo en los legajos del Archivo General de Simancas.
Entre los descubrimientos hechos por Emilio Sola en los archivos, está la identificación de una serie de personajes que de manera muy organizada componían el cornplejo y secreto cuadro de los espías del rey Católico. En primer lugar, estaba la cúpula directiva, en la que se encontraba el propio monarca y un reducido círculo de colaboradores (secretarios y consejeros de Estado). Luego estaban los virreyes de Nápoles y Sicilia, encargados de entregar las ayudas económicas y recibir la correspondencia y mensajes (avisos) que enviaban los espías. Seguidamente, estaba «el jefe de los espías», o comisario nombrado para coordinar la red. Había un comisario cuya función era ir y venir a Estambul a llevar los dineros e inspeccionar personalmente a la conjura. Este puesto era ocupado por Juan María Renzo de San Remo, enviado por el virrey de Napóles con cuantiosos fondos en 1562 para que pusiese en pie la amplia red de agentes secretos en Estambul. En dicha capital, ocupaba la jefatura Aurelio de Santa Croce, un veneciano que pertenecía al ámbito de los mercaderes y rescatadores de cautivos. Junto a él, ejercían en modo de «secretarios» el napolitano Agostino Gilli y Adán de Franchi, conocido como Franqui. Ellos recibían los juramentos y redactaban las cartas a modo de presentación. También estaban los renegados Simón Masa y Gregorio Bragante de Sturla, llamado en turco Moragata; y el poderoso Ferrat Bey, cuyo nombre cristiano fue Melchor Stefani de ínsula, sobrino del Coronel de ínsula que sirvió al emperador Carlos V. con todo este personal, que trabajaba en distintas direcciones, pero con una buena coordinación, se conseguía recabar información que luego resultaba utilísima al llegar a oídos de los virreyes.
En el Archivo General de Simancas se encuentran numerosas cartas, frecuentemente en clave, en las que se contienen los avisos que el rey Felipe II aguardaba impacientemente para conocer de antemano los propósitos del Gran Turco.
La Inquisición y los renegados
Para el mundo católico, en aquel tiempo, un cristiano pasado al Islam que había pronunciado la fórmula de adhesión a Mahoma era culpable del gravísimo delito de apostasía. Si regresaba a su propio país o a un reino cristiano donde existiese la institución inquisitorial debía comparecer ante un tribunal del Santo Oficio.
Durante los siglos XVI y XVII, la Inquisición extendió su campo de acción contra los musulmanes conversos y contra los protestantes. Junto al delito de herejía, estaba el de apostasía, contra ambos se actuó con todo rigor. En una época en que la política y la religión iban estrechamente unidas, los soberanos españoles concibieron su misión de unificación nacional a base de la unidad religiosa. El sistema fue muy severo frente a quienes se consideraba que abandonaban la fe cristiana para aprovechar las maravillosas ocasiones de enriquecimiento, promoción social y poder que ofrecía el mundo musulmán, asociadas con mucha frecuencia a agradables tentaciones de la carne. A los tránsfugas de la Europa cristiana se les calificó de renegados y se castigaba severamente su traición en el caso de que regresasen al lugar de su origen.
Si la vuelta era voluntaria y el renegado se presentaba espontáneamente ante el Santo Oficio, el procedimiento era sencillo. El tribunal celebraba las tres audiencias reglamentarias y procedía a reconciliar al individuo imponiéndole las obligaciones correspondientes. En cambio, si el renegado era capturado contra su voluntad, descubierto o denunciado, el procedimiento se ampliaba enormemente. Se solicitaban testigos y se buscaba toda la información posible. Entraba en funcionamiento el tormento y los interrogatorios llegaban a ser durísimos.
Al lado del inquisidor general y del Consejo Supremo de la Inquisición funcionaban los tribunales provinciales en las principales ciudades con sus correspondientes inquisidores nombrados por el inquisidor general, oficiales, procurador fiscal, familiares del Santo Oficio (especie de policía), etc. El procedimiento culminaba con la solemnidad de los «autos de fe», en los que se leían las sentencias y se hacían las abjuraciones y reconciliaciones públicas.
En el ya citado ensayo de Bartolomé y Lucile Bennassar, Los cristianos de Alá, se recoge el estudio detallado de una decena de procesos de la Inquisición sobre renegados en diversos lugares del Mediterráneo. Además de esta valiosísima información, me han servido también muchos de los casos que se detallan en los llamados «relatos de cautiverio» que se contienen en los Libros de Milagros del Archivo del Real Monasterio de Guadalupe; narraciones en las que abundan los detalles más curiosos sobre el cautiverio de numerosísimas personas: las causas de la pérdida de libertad, las circunstancias de la vida de los cautivos, la liberación y el regreso a casa.
El gran sitio de Malta
En diciembre de 1564 se tuvo noticia en Madrid, por aviso mandado por los espías de Felipe II, de que los turcos se preparaban para atacar Malta. También el papa Pío IV escribió al Rey de España para advertirle de que Solimán se proponía atacar la isla y otros puertos cristianos del Mediterráneo. En febrero de 1565 llegó a Sicilia el nuevo virrey don García de Toledo, capitán general de la mar, el cual empieza a sostener una larga correspondencia con Felipe II y con el secretario Eraso en la que se pide desde el primer momento que se concentren las naves españolas y se construyan galeras de mayor porte.
En marzo de ese año salía de Constantinopla la armada turca formada por ciento treinta galeras, treinta galeotas y diez naves gruesas, llevando a bordo más de quince mil hombres. Hicieron escala en Navarino (Pylos) y el 12 de mayo fueron vistas las naves desde el cabo Pájaro.
El gran maestre de la Orden de Malta, Juan de La Valette, se dirigió a España y pidió ayuda desesperadamente. Primeramente se le mandó trigo de Sicilia. El 29 de junio desembarcaron en Malta seiscientos hombres al mando de donjuán de Cardona y consiguieron peligrosamente llegar al burgo, pues ya desde el 18 de mayo la escuadra turca había alcanzado la costa y comenzaba el asedio.
Los sitiados se defendían con bravura. Perdieron el castillo de San Telmo, pero impidieron a los turcos lograr sus objetivos. Además, sufrieron éstos muchas disensiones internas, padecieron una grave epidemia de tifus y sus pérdidas se incrementaron a causa de las enfermedades y la carencia de bastimentos.
Mientras tanto, don Alvaro de Bazán acudió a Nápoles con una flota de cuarenta galeras para embarcar a los tercios españoles. El 7 de septiembre desembarcó la flota cristiana en Malta. Iba al frente del ejército don Alvaro de Sande hombre de avanzada edad (75 años, pues nació en 1498), pero muy decidido y capaz para esta gran empresa. Siete días duró el fiero combate desde la llegada del auxilio, y el 14 de septiembre Malta era liberada y la flota turca se retiraba con múltiples bajas, entre ellas la del corsario Dragut.
La victoria llenó de alegría a toda la Cristiandad. Manuel Fernández Álvarez en su obra Felipe II y su tiempo, refleja el interés mostrado por la reina Isabel de Inglaterra al embajador español, Diego Guzmán de Silva, llegando a decirle que hubiera querido ser hombre para haber estado en ella:
Díxome la Reina muchas palabras y muy graciosas en loor de V. M. y del socorro que solo había mandado dar a Malta, y que había mandado que por la feliz victoria se hiziessen processiones y plegarias por el Reino, y se haría aquí una solemne, a la qual ella se pensaba aliar. (Archivo de Simancas, Estado, ley. 818, fol. 78).
Se hicieron solemnes Tedeums en todas partes en acción de gracias. El propio Papa recibió a los héroes de la victoria y les bendijo. Ofreció el pontífice como premio el capelo cardenalicio a Juan de La Valette, pero éste lo rechazó. También el rey Felipe II recibió a don Alvaro de Sande y a sus generales en Málaga, adonde fueron con Ascanio de la Corgna para agradecerle las mercedes concedidas. Según Cabrera de Córdoba fue Sande el que indicó dónde se debía edificar la nueva ciudad de Malta al mismo tiempo que informaba de lo que se debía hacer para mantener a la isla en estado de defensa en lo sucesivo. Recoge este dato el investigador Miguel Ángel Orti Belmente en su edición de la biografía de Huberto Foglietta, Vida de don Alvaro de Sande (Madrid, 1962).
El sitio de Malta influyó mucho en los cronistas de la época que registraron en sus escritos los hechos relativos a la campaña. También lo recogió la literatura. Una de las obras literarias que lo trató es el poema épico español La Maltea, publicado en Valencia en 1582. Su autor, Hipólito Sanz, era un caballero de Játiva que tomó parte del cornbate y tuvo, por tanto, un conocimiento directo de los hechos.
Pero la fuente de información más exhaustiva para conocer los cuatro meses que duró la campaña es la Historia Verdadera, de Balbi di Correggio.
Arnold Cassola publicó El gran sitio de Malta de 1565 (Valencia, 2002), el cual me ha resultado de gran utilidad para obtener estas y otras informaciones necesarias para los capítulos de la novela referentes a este histórico acontecimiento.