NOTA DEL AUTOR

La Antigüedad aparece compleja a los ojos del hombre de hoy. Nuestra manera de entender el mundo está condicionada inevitablemente por muchos factores. Pero siempre será injusto juzgar el pasado con los ojos del presente. Hoy día resulta difícil comprender la mentalidad religiosa de las gentes del siglo XVI. La fuerza de la fe proporcionaba la energía necesaria para acometer las más temerosas empresas. Los soldados con frecuencia soportaban situaciones límite: prisión, esclavitud, tormentos, mutilaciones… Se vivía sometido a una presión física enorme. Lo normal es que aquellos tercios guerreros desenvolvieran sus actividades exhaustos y debilitados por las enfermedades y la mala alimentación.

Muchos de estos intrépidos hombres de armas vivían impulsados por el espíritu caballeresco. Por ejemplo, don Juan de Austria se entregó a la lectura de los libros de caballería que, según frases de su biógrafo Coloma, fueron como «un tizón encendido en un campo de rastrojos secos». El espíritu caballeresco llevó a don Juán a huir de la Corte en 1565 para embarcarse en la flota que acudía en socorro de Malta, atacada por los turcos. Sólo una enfermedad que contrajo antes de embarcarse logró detenerle y se vio obligado a regresar a la Corte sin demora por orden de su hermano el Rey.

Si se quiere hacer hoy literatura sobre tan peculiar periodo de nuestra historia, sólo resultará creíble si se escribe después de observar el mundo con ojos de entonces. Para ello, más que las crónicas o las novelas de la época, serán las cartas de los hombres y mujeres de los siglos XVI y XVII las que nos darán la visión real de aquel mundo. Es en los epistolarios donde se guarda el misterio de ese pasado que se hace presente en las voces de quienes lo vivieron.

JESÚS SÁNCHEZ ADALID