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Haciendo uso del mayor de los disimulos, me las arreglaba de vez en cuando para ir a casa de Ferrat Bey con el fin de ponerle al corriente del progreso de mis tareas como espía. Siguiendo las estrictas recomendaciones de Aurelio de Santa Croce, nuestro jefe, sólo debía tener contacto con los miembros de la conjura que eran tenidos como musulmanes entre los turcos. De manera que mis únicos enlaces eran los renegados.

—Todo está saliendo mucho mejor de lo que podríamos imaginarnos —me dijo Ferrat Bey entusiasmado cuando le conté que había cruzado la Sublime Puerta—. Sólo hay un inconveniente —añadió luego mudando el rostro para reflejar ahora preocupación.

—¿Cuál? —le pregunté.

—Ese estúpido Yusuf. Si llega a enterarse de tus progresos en la casa del nisanji, los celos pueden llevarle a estropearnos los planes.

No lo creo —dije—. Hace tiempo que no sé nada de él. Supongo que, después de lo que pasó en la fiesta de Ashura, ha resuelto olvidarse de mí.

—¡No seas ignorante! —replicó Semseddin—. Las despensas del Topkapi Sarayi son el mayor hervidero de chismes de Estambul. Los eunucos que sirven allí se pasan la vida entretenidos en enterarse de todo lo que pasa en la Sublime Puerta.

—Seré prudente —observé.

Un mes después mis preocupaciones aumentaron. La criada de Kayibay vino otra vez a buscarme para comunicarme que su ama quería verme. Como le dijera yo que no iría a su casa y le rogara que no me molestara más, la propia Kayibay se presentó una mañana delante del palacio del nisanji, vestida con sus ropas de viuda, para esperar a verme salir o entrar. Avisado yo de su presencia por uno de los criados, me puse muy nervioso y mi quietud fue motivo de chanza para toda la servidumbre de la casa.

—¡Le persigue una viuda! —decían—. ¡Te pretende la viuda de tu antiguo amo! ¿Vas a casarte con ella? ¿Tendremos boda?…

Comprobando que la situación amagaba con crearme problemas, decidí salir.

—¡Desagradecido! —gritó Kayibay nada más verme aparecer por la puerta, haciendo que se levantase una risotada general de los curiosos que se congregaron alrededor para regocijarse contemplando el encuentro.

—¡Chist! ¡Calla, insensata! —le rogué a ella—. ¡No demos un espectáculo!

Pero Kayibay estaba fuera de sí y se abalanzó sobre mí para golpearme, gritando y sollozando:

—¿Así pagas todo lo que hicimos por ti? ¡Malnacido! Has de saber que Yusuf está muy enfermo. ¡Se muere! Debes ir a verle, o su espíritu te perseguirá durante toda tu vida. ¡Desagradecido! Le debes la vida y todo lo que ahora eres. ¡Que los djinnis te perjudiquen! ¡Que los demonios no te dejen en paz!…

Trataba yo de sujetarle y taparle la boca, pero era una mujerona fuerte cuya altura casi me rebasaba, y lanzaba patadas y puñetazos a diestro y siniestro. De manera que el espectáculo que tanto temí se produjo finalmente. A nuestro alrededor se iba reuniendo la gente que aplaudía y reía encantada por tener algo a la vista que les sacara de sus rutinarias ocupaciones.

—¡Vamos, Alí! —me gritaban—. ¡Dale su merecido! ¡Ponla en su sitio!…

Cualquier turco le habría propinado una soberana paliza a la mujer que le hubiera puesto en aquel trance. Pero tenía yo tan metido en el alma lo de que un caballero jamás levanta la mano contra una mujer, que era incapaz de defenderme de ella de otra manera que no fuera sujetándola y tratando de calmarla con palabras.

—¡Escúchame! —le suplicaba—. ¡Hablemos lejos de aquí!

Pero ella, dale que te pego, me hincaba las uñas y me mordía en las manos cuando intentaba yo taparle la boca para que no prosiguiera gritándome a la cara cosas que pudieran comprometerme.

Como el jolgorio general y el vocerío fueran ya tan grandes que toda la vecindad se congregó a nuestro alrededor, salió a la puerta el propio nisanji con su secretario Simgam. Mandó mi amo a uno de los guardias para que pusiera orden entre nosotros y mi angustia llegó a su colmo cuando me hice consciente del todo de que aquello me crearía serios problemas.

—¡Es un renegado cristiano! —gritaba Kayibay sin parar—. ¡Un perro cristiano español! ¡Que no os engañe! ¡Preguntadle a Yusuf Agá! ¡Preguntádselo a él!…

Ordenó Mehmet Bajá a sus mayordomos y a la guardia que callasen a aquella mujer de cualquier manera. Horrorizado, vi cómo la azotaban con varas de olivo y la sacaban de allí a rastras. Iba ella ya con el conocimiento casi perdido y me causaba una lástima grandísima. Pero ¿qué podía hacer yo?

Después de asistir al desenlace del espectáculo, dispersóse la gente muy divertida por haber matado su tiempo entretenida con una riña callejera de las que tan frecuentemente se producían en los mercados, y que tenía allí mayor interés por ser el escenario la puerta del guardián de los sellos del Sultán.

Muy enfadado, mi amo me echó una reprimenda delante de todo el mundo:

—No pensaba yo que andabas enredado en asuntos de locas mujerzuelas. ¿Es que no te has olvidado de la gente de tu antiguo amo? ¡Apártate de esa mujer que quiere comprometer tu buena fama y la de esta casa! Dromux Bajá perdió su cabeza porque era un bruto que no sabía gobernar sus asuntos, y esa viuda, como toda su gente, no te aportarán nada más que problemas. ¡Creí que eras más inteligente!

Me arrojé de hinojos a sus pies y le supliqué perdón, asegurándole muy compungido que no tenía culpa alguna en todo aquello, sino que era ella la única causante del escándalo, por haber perdido el juicio llevada por celos propios de mujer. El nisanji me escuchó muy serio y luego me ordenó con tajantes palabras:

—Tomarás esposa. Eso es lo que harás. Un joven apuesto como tú no debe andar por ahí, de flor en flor. Tienes la edad adecuada para concertar un buen matrimonio. Simgam —le ordenó al secretario—, búscale una mujer apropiada y arregla todo lo necesario para que se case cuanto antes. ¡Eso es lo que deseo! Así se le solucionarán estos problemas que no pueden hacer sino estropear sus progresos.

Durante los días siguientes fui presa de mis temores. Se me pintaban los más funestos presagios y llegué a temer seriamente que todo se echaría a perder. Por la noche dormía agitado a causa de las peores pesadillas. Recuerdo haber soñado por entonces que los cuervos me comían los ojos y la piel de la cara, como tantas veces había visto espantado que les sucedía a las cabezas de los ajusticiados que se exhibían al aire libre en las puertas de la muralla. Se me hacía que en cualquier momento se volverían para mí las tornas y vendrían a buscarme los jueces para ponerme en manos del verdugo. Me despertaba agitado por la ansiedad y envuelto en sudor. Entonces daba vueltas y vueltas en el lecho buscando en mi mente una solución para mis preocupaciones.

Resolví durante una de aquellas noches que me enfrentaría directamente al problema. Me pareció que lo más adecuado era sincerarme con Simgam y contarle lo que sucedía para tenerlo de mi parte en el caso de que Yusuf Agá iniciase cualquier maniobra contra mi persona.

—Es un eunuco muy celoso —le dije haciéndome la víctima—. Él malmetió a esa mujer en mi contra y temo que entre los dos puedan llegar a perjudicarme.

—¿De qué manera? —me preguntó el secretario extrañado.

—Yusuf Agá trabaja en las despensas del sublime Sultán. Conoce a mucha gente dentro de la Puerta y puede hablar mal de mí a alguien.

—¿Qué temes que diga ese eunuco?

—Cualquier cosa. Ya sabes que soy musulmán convencido, temeroso de Alá y seguidor de su Profeta. Pero mi pasado es cristiano y…

—¡Medio Estambul es cristiano de origen! —exclamó encogiéndose de hombros—. No debes temer nada. Sirves nada menos que al nisanji de nuestro altísimo Sultán. Ya no eres esclavo de un visir secundario caído en desgracia. Ese tal Yusuf Agá no le resulta precisamente simpático a nuestro amo Mehmet Bajá. No se atreverá a perjudicarte.

—¿Estás seguro de eso?

—¡Claro!

—¡Uf! ¡No sabes qué gran peso me quitas de encima! —exclamé aliviado.

—Querido Alí —me dijo con paternal afecto—, eres demasiado valioso a los ojos del nisanji como para que un estúpido eunuco pueda causarte algún mal. Y con respecto a esa mujer, admite un consejo: ve a su casa y convéncela de alguna manera para que no venga a molestarte.

—Nuestro amo me prohibió volver a verla.

—Precisamente por eso. Anticípate a ella. Antes de que regrese por aquí, ve a persuadirla. Amenázala, cornpra su silencio con dinero, conténtala de alguna manera… Todo antes de que se repita algo tan desagradable como lo de aquel día. ¿Me comprendes?

—Sí, Simgam, perfectamente. Hoy mismo iré a verla.

Mientras iba de camino hacia el barrio de Kayibay, me asaltaban los hermosos recuerdos que guardaba en mi corazón de mis encuentros con ella en la casa de Dromux. Me resultaba muy doloroso todo lo que estaba sucediendo, porque en el fondo yo la amaba. Pero no hasta el punto de perder la cabeza por ella y poner en peligro mi delicado oficio de espía. Estaba suficientemente advertido de que nada me perjudicaría más que mantener los lazos de mis antiguas relaciones. Los miembros de la conjura debían vivir como si no tuviesen pasado y su máxima preocupación era demostrar a todo el mundo que estaban libres de pleitos y complicaciones.

La criada me recibió en la puerta con ojos llorosos. Cuando le pregunté por Kayibay, me respondió gimiendo:

—Mi señora no vive. Se arrojó al pozo cuando supo que Yusuf Agá había muerto en el Topkapi Sarayi. Nadie pudo hacer nada por ella. Llegué a casa después de ir a comprar alimentos y no la encontré en ninguna parte. Cuando vi sus babuchas junto al brocal del pozo me temí lo peor… Debió de tirarse durante la noche y se ahogó… La enterramos ayer. Su tumba está en el cementerio de Eyüp, en el mausoleo de su esposo Dromux Bajá.