VEINTINUEVE

VEINTINUEVE

Se rompe un juramento

Ulrika volvió a mirar fijamente la herida roja e inflamada de la pierna de Stefan. ¿Cómo era que los bordes no se habían ennegrecido y retraído como le había sucedido a ella? No parecía posible. ¿Acaso era otro extraño don que tenía él, como la capacidad de caminar bajo la luz del sol, o…?

Su mente retrocedió a toda velocidad hasta la lucha contra los miembros del culto. Stefan le había hecho escalar la pared por delante de él. Había caído cuando ella miraba hacia el lado contrario. No había oído el chasquido de la ballesta. No había visto la herida, sino sólo sangre y un agujero en los calzones. Pero la flecha… Stefan se había arrancado una saeta de ballesta con la punta plateada. ¿Seguro…?

Su mente retrocedió aún más. Había atrapado una saeta, la había pillado en el aire, cuando los miembros emboscados del culto los habían atacado junto a la fuente de la Academia de Música. Se le contrajo el estómago de miedo. Él había fingido la herida. Pero ¿por qué?

La teoría de que había sido Kiraly quien había conducido a los miembros del culto hasta la casa de Evgena fue reemplazada por otra. Había sido Stefan. Se había separado de ella con el fin de poder guiarlos hasta la casa sin que Ulrika lo supiera. Pero entonces, ¿de dónde había salido Kiraly? ¿Había estado con los miembros del culto durante todo el tiempo? ¿O había estado vigilando la mansión de Evgena y sólo había atacado cuando se le había presentado la oportunidad?

O…

Las dos teorías se unieron, como si se colocara sobre un cristal dos dibujos que sólo formaban una imagen completa al superponerlos el uno al otro. Ulrika extendió los colmillos y las garras y avanzó un paso más hacia la espalda de Stefan.

—Kiraly.

Stefan se volvió, mientras se secaba las manos con la camisa destrozada.

—¿Qué pasa con él…? —Se interrumpió al ver las garras de Ulrika—. ¿Qué sucede?

—La herida de la pierna te ha delatado —dijo ella, que continuó avanzando—. No te hirieron con plata. Me enviaste sola a casa de Evgena para poder llevar a los miembros del culto contra ella. Tú eres el miembro del culto que lanza las Esquirlas de Sangre. Tú has matado a Raiza.

Stefan retrocedió, derribando la jarra de agua.

—Ulrika, espera, estás sacando conclusiones precipitadas.

—¡Basta de mentiras! —gritó Ulrika—. ¡Evgena tenía razón! Eres todo lo que ella ha dicho que eras. ¡Soy una estúpida!

—No lo eres —replicó Stefan—. Escúchame. Puedo explicarlo.

—¿Qué hay que explicar? ¡Tu propia carne atestigua en contra de ti!

Stefan retrocedió hasta situarse detrás de las dos sillas, que situó entre ambos.

—Por favor, Ulrika, escucha. Tienes razón… en parte, al menos. Es cierto que te engañé con la saeta de plata, y sí que conduje a los miembros del culto hasta la casa de Evgena, pero no por la razón que tú piensas. Lo hice para ayudarte a ti.

Ulrika resopló cuando la ridiculez de la afirmación hizo que se detuviera en seco.

—Basta de tonterías. ¿Cómo atacar a Evgena iba a ayudarme en nada?

Stefan se pasó una mano por la cara.

—Es que… es que no salió como lo había planeado.

—¿Te refieres a que algunas de nosotras hemos sobrevivido? —preguntó con tono desdeñoso.

—No, no es a eso a lo que me refiero —respondió Stefan—. Sólo escúchame, y lo entenderás.

Ulrika lo fulminó con la mirada, y luego se cruzó de brazos y esperó.

Stefan la observó con desconfianza durante un momento, como si temiera que ella todavía pudiese atacarlo, y luego se dejó caer en tina de las sillas y alzó la mirada hacia ella, suspirando.

—Verás, yo sabía que nosotros dos, en solitario, no podíamos derrotar al culto. Era demasiado fuerte. Tenía demasiados miembros. Necesitábamos la ayuda de las lahmianas. Pero también sabía que ningún argumento que le presentaras a Evgena lograría que se pusiera en acción. Se limitaría a esconderse con la esperanza de que alguien más salvara Praag para ella. Necesitaba un acicate. Era necesario que fuera atacada personalmente. Sólo entonces su orgullo la impelería a contraatacar.

Ulrika se quedó mirándolo.

—Pero… pero…

—No te lo dije —continuó Stefan, interrumpiéndola— porque sabía que no accederías. Eres… eres demasiado honorable. Le has prestado juramento a Evgena. No habrías permitido, a sabiendas, que les aconteciera ningún mal ni a ella ni a su gente, aunque fuese para salvarla del peor de los destinos —abrió las manos ante sí—. Yo no le he prestado juramento ninguno, así que he hecho lo que tú no puedes.

Ulrika retrocedió, con la mente hecha un torbellino. El plan de él tenía sentido, si bien un sentido demente… porque tenía razón. Antes del ataque, Evgena había estado considerando retirarse a Kislev en lugar de hacer frente a los miembros del culto, y Ulrika dudaba de que hubiese logrado convencerla de obrar de otro modo por mucho que dijera. Y él también había estado en lo cierto con respecto a ella. No le habría permitido llevar a cabo el plan, aunque hubiese estado de acuerdo con él, porque se habría negado a romper el juramento prestado.

Pero…

—¡Pero no te has limitado a incitarla! —le gritó—. ¡Le has cortado el brazo derecho! ¡Has matado a Raiza! ¡Has atraído sobre nosotras a Kiraly y al brujo jorobado! ¡Hemos estado a punto de morir todas!

Stefan cerró los ojos y bajó la cabeza.

—Lo sé. Lo sé y lo lamento. No incluí a Kiraly en la ecuación, ni al brujo. No sé de dónde salieron, e intenté detenerlos cuando aparecieron. No quería que muriera ninguna de las lahmianas. Pensaba que acabarían fácilmente con los miembros del culto. He sido… he sido un estúpido. Debería haber encontrado otra manera de lograrlo.

Ulrika se quedó mirándolo, incapaz de decidir si lo creía o no, y, en caso de creerle, si lo perdonaba. Quería hacerlo, y con desesperación. Le había dado su respuesta. Le había dicho que estaría con él por los siglos de los siglos. Pero todo parecía tan endeble, tan improvisado… La historia de Stefan encajaba con todo lo que ella sabía, pero no había manera de comprobar ni un solo detalle. También podía ser cierta la versión más condenatoria de los acontecimientos que había concluido ella. Salvo… salvo porque él no había matado a Evgena cuando había tenido la oportunidad de hacerlo.

Al pensar eso, una débil llamita de esperanza despertó a la vida dentro de su pecho. Aunque el resto de la historia pareciese mentira, eso continuaba siendo verdad. Si Stefan fuera Kiraly, ¿acaso no habría saltado sobre Evgena cuando ella estaba más débil? Hubiera podido matarlas a todas en la pequeña habitación de detrás del hogar, pero no lo había hecho. No lo había hecho… y ésa era la prueba.

Ulrika suspiró y se sentó pesadamente en la otra silla.

—Cuando Evgena se entere de esto, confirmará todo lo que piensa de ti.

Stefan alzó la mirada con los ojos muy abiertos.

—No seas tonta. No tiene por qué saberlo.

Ulrika lo miró con el ceño fruncido de infelicidad.

—Stefan, juré no conspirar contra ella. Tengo que contarle lo que sé.

—No puedes —insistió él—. Cuéntaselo cuando haya sido detenido el culto, si no tienes más remedio, pero no ahora. Por favor, Ulrika. No lo digo porque le tenga miedo. Lo digo porque, por turbio y desastroso que haya sido, mi plan ha logrado el objetivo. Ahora Evgena odia al culto. Mientras hablamos, está trabajando para detenerlos. Si se lo cuentas, ¿qué sucederá? Volverá a gritar «¡conspiración!» y dirigirá toda su furia contra mí. El culto quedará olvidado. ¿Quieres que la muerte de Raiza carezca de sentido? ¿Quieres que todo lo que acabamos de pasar haya sido para nada?

Ulrika parpadeo al asimilar lo que él decía Tenía razón. Evgena se volvería loca de furia si se enterara de que Stefan había hecho caer al culto sobre ella. Afirmaría que había sido todo un truco destinado a matarla. Eso no podría evitarse. Aunque era algo contrario a su juramento, por la seguridad de Praag —y también por la seguridad de Evgena—, Ulrika tendría que guardar silencio.

—Muy bien —asintió al fin—. No hablaré.

—Una vez más, lo lamento —se disculpó él, bajando la cabeza—. He abusado de tu confianza y forzado tu sentido del honor. No pediré que me perdones, porque lo que he hecho no debería ser perdonado. Sólo espero que al final logremos el éxito gracias a lo que he hecho, y tengas la oportunidad de vengarte de Kiraly por la muerte de Raiza.

Ulrika lo miró.

—Pensaba que eso te lo reservabas para ti.

Stefan asintió con la cabeza, con brusquedad, y luego apartó la mirada.

—Antes no había causado daño a nadie más que a mí. Eso ha cambiado.

Ella tragó con dificultad. Era un gran gesto por su parte.

—Eres generoso —dijo.

Él se encogió de hombros.

—Siempre y cuando muera y se recupere la esencia de mi señor, me daré por satisfecho.

Ulrika contempló el perfil de Stefan, afilado, triste y perdido en sus pensamientos, y luego paseó los ojos por el resto de su cuerpo, y por las heridas que aún no habían sanado.

Le tomó una mano.

—Yo… había venido a ofrecerte… curación —dijo—. Veo que todavía la necesitas.

El alzó una ceja.

—¿Compartirías sangre conmigo ahora? ¿Sabiendo lo que he hecho?

Ulrika se pasó la lengua por los labios. El hambre de su interior bramaba que compartiese sangre con él aunque fuera el mismísimo Kiraly.

—Debes estar fuerte —fue lo único que dijo—, y preparado para la batalla que se avecina.

—Sí —asintió Stefan, sonriente—. Y tú también.

Ella lo atrajo hacia sí y giró la cabeza.

—Bebe y fortalécete.

* * *

Ulrika despertó cuando una llave giró en la cerradura. Levantó la cabeza, con la mirada turbia. Yacía desnuda junto a Stefan, en el suelo de la bodega. Las losas de piedra estaban salpicadas de sangre seca, al igual que ella y Stefan.

En lo alto de la escalera, la pesada puerta de roble se estaba abriendo, y del corredor llegaba la luz de una linterna. La alta figura de la boyarina Evgena se inclinó para entrar en la bodega, seguida por la más menuda de Galiana, y ésta por las de cuatro hombres de armas que cerraban la marcha. Comenzaron a bajar la escalera, cada uno con una lámpara en la mano.

Ulrika sacudió a Stefan. Él gruñó y se volvió a mirar, momento en que soltó una maldición y se sentó. Ulrika hizo lo mismo, y manoteó su camisa ensangrentada para cubrirse.

La boyarina parecía haber recuperado sus fuerzas, pero a Ulrika le pareció que sus hombros habían perdido una gran parte de su porte orgulloso. Cuando se les acercó parecía triste y cansada, y apenas si alzó una ceja al encontrarlos tumbados juntos.

—Vosotros —dijo, bajando la mirada hacia ellos—, vosotros habéis procurado nuestra ruina.

Ulrika y Stefan intercambiaron una mirada. ¿Acaso sabía ya que Stefan había conducido a los miembros del culto hasta su casa?

—¿Qué quieres decir, señora? —preguntó Ulrika.

—Nos habéis arrastrado a vuestra pequeña guerra, y ahora estamos acabadas. Tendremos que volver a empezar de cero.

—No lo entiendo —dijo Ulrika.

Evgena suspiró profundamente.

—La batalla librada en nuestra casa no pasó inadvertida. Acudió la guardia. Acudió la policía secreta. Fueron halladas cosas que no han podido explicarse —agitó el abanico con desgana—. El estado de mis mascotas podría haber sido atribuido al vandalismo, pero había otras cosas… grimorios y artefactos míos que nadie que carezca de visión bruja habría podido encontrar y, sin embargo, estaban sembrados por toda la casa para que los descubriese el primero que entrara —sonrió con amargura—. Nosotras procurábamos desbaratar al culto, y el culto nos ha desbaratado a nosotras.

—¿Así que no habéis podido poner sobre aviso a nadie? —preguntó Stefan—. ¿El concierto se celebrará, entonces?

Los ojos de Evgena posaron sobre él una mirada fulminante.

—¿Es que no me has escuchado? ¡Me han catalogado como bruja! ¡Se ofrece una recompensa por mi arresto! No puedo hacer nada, no puedo impedir nada. Ninguna de mis relaciones se atreve a hablarme, ni siquiera a través de intermediarios. ¡Ya no tengo ningún intermediario! ¡Mi red está cortada! —gimió—. Tendré que hacer cambios radicales: caras nuevas, nombres nuevos, casas nuevas. Pasarán décadas antes de que me encuentre en posición de volver a influir en la corte.

Ulrika se quedó mirándola mientras la culpabilidad le remordía las entrañas. Se repetía, lo que les había sucedido a Gabriella y las lahmianas de Nuln. También ellas habían sufrido un desastre y se habían visto obligadas a empezar de nuevo, pero mientras que en Nuln había sido el strigoi demente, Murnau, quien había provocado la destrucción de las lahmianas, allí había sido ella. Ella y Stefan habían implicado a Evgena, a Galiana y a Raiza en un conflicto con el que no querían tener nada que ver, y eso había destrozado sus vidas de manera irreparable.

Se levantó para hincar una rodilla en tierra, e inclinó la cabeza.

—Perdóname, señora. Ahora desearía poder deshacerlo todo. Nunca debería haberte pedido ayuda en este asunto. Lo hice todo con las mejores intenciones, pero…

Evgena soltó una risa áspera y la interrumpió.

—¿De verdad que lo hiciste? ¡Por la reina que detestaría ver lo que habrías podido hacer si hubieses tenido la intención de buscarme la ruina! —apartó la mirada, y todo el fuego la abandonó otra vez, como si nunca hubiese existido. Parecía tan vieja y quebrantada como una ruina de Nehekhara—. Vestíos. Nos marchamos a Kislev dentro de una hora.

Ulrika alzó la cabeza con brusquedad.

—¿Te… te marchas? Pero ¿qué hay de tu venganza contra el culto? Has jurado perseguirlos y matarlos.

—Y lo haré —afirmó Evgena—. Cuando volvamos a ser fuertes, regresaremos. Dentro de diez años, tal vez. O de veinte.

Ulrika se puso de pie.

—Señora, no puedes marcharte. Debes luchar contra ellos ahora o no habrá ninguna Praag a la que regresar. Tenemos que asistir a la ópera y detener nosotros mismos a los miembros del culto.

—Sí —convino Stefan, que también se puso de pie—. Tenemos que hacerlo.

Galiana ahogó la risa con una mano.

Evgena los miró como si les hubieran salido cascos y cuernos.

—Estáis locos. ¿Ir a la ópera? ¿Y luego qué? ¿Estáis sugiriendo que peleemos con esos amantes de demonios? ¿En público? ¿No os he dicho que se ofrece una recompensa por mi arresto? —abrió el abanico con brusquedad y volvió a cerrarlo de golpe—. No, no y no. Tenemos que desaparecer. Debemos reagrupamos, reconstruirnos.

—Señora —insistió Ulrika, avanzando hacia ella—. ¿Cómo os reconstruiréis cuando Praag haya caído? ¿Buscaréis influencias en la corte de Sirena Pelo de Ámbar? ¿Os convertiréis en seguidoras de Slaanesh? —alzó el mentón. Sus ojos destellaban—. Si no los detenemos esta noche, no tendréis ninguna posición que recuperar. Praag habrá desaparecido. Las lahmianas no tendrán ni poder ni ojos en el norte. ¿Te dará las gracias nuestra reina por eso?

—¿Te atreves a decirme cuál es mi deber? —gruñó Evgena.

—No te digo nada —replicó Ulrika—. Sólo te muestro lo que sucederá si fracasas en su cumplimiento.

Evgena siseó y le golpeó una mejilla con el abanico. Ulrika retrocedió un paso y se puso en guardia, sacando las garras y gruñendo, pero la boyarina le había vuelto la espalda y sollozaba contra la pared, con la cabeza sobre los brazos.

—¡Hermana! —exclamó Galiana, que se acercó a ella y la acarició.

Evgena se la quitó de encima con un encogimiento de hombros y continuó de espaldas a ellos, con los puños apretados mientras se estremecía. Luego, pasado un largo momento de silencio en el que nadie se atrevió a hablar ni a moverse, levantó la cabeza, cuadró los hombros y se volvió a mirarlos, con la cara blanca y una expresión tan fría como la nieve.

—Venid arriba —dijo—. Encontraremos la ropa y las máscaras apropiadas para la ópera.

Ulrika parpadeó, luego avanzó un paso y se dispuso a hablar, pero la boyarina alzó una mano.

—No estás perdonada por traernos la desgracia —dijo—. Pero puesto que la has arrojado sobre mi regazo, y dado que ahora todo depende de mí, no vacilaré. Pero no esperes contar con mi buena voluntad cuando todo haya acabado.

Y dicho esto, giró sobre los talones y los precedió escaleras arriba.