VEINTIUNO

VEINTIUNO

La Viola de Fieromonte

Raiza y los hombres desenvainaron las espadas y avanzaron, mientras Ulrika reculaba y bajaba la mano derecha hacia la empuñadura del estoque.

—Por favor, señora —suplicó—. Te juro que no he conspirado contra ti. ¿Es que no puedes verlo en mi interior? ¿No empujé a Raiza hacia un lado para apartarla cuando nos arrojaron la Esquirla de Sangre? —Se volvió a mirar a Raiza—. ¡Hermana, díselo!

La esgrimista miró a Evgena con incertidumbre.

—Lo hizo, señora —declaró—. Si no lo hubiera hecho, se me habría clavado en el corazón.

—¿Puedes asegurar que no intentaba empujarte hacia la trayectoria del arma? —replicó Evgena, que agitó el abanico con desdén—. No importa. Espía o necia, fingía cuando nos prestó juramento. Debe morir.

—Sí, señora —asintió Raiza, y comenzó a avanzar hacia Ulrika junto con los otros.

Ulrika desenvainó el estoque y reculó mientras la rodeaban y Evgena comenzaba a preparar un encantamiento. Si presentaba resistencia y luchaba, moriría. La brujería de Evgena o la espada de Raiza la matarían mientras ella estuviera trabada en combate con el resto. Dando un grito, se volvió y saltó hacia los dos hombres que se interponían entre ella y la puerta, acometiéndolos con el estoque mientras Raiza y los otros avanzaban con rapidez.

Ulrika mató a ambos hombres, y a uno lo arrojó en el camino de Raiza. La esgrimista saltó por encima al tiempo que alzaba el sable, pero Ulrika abrió la puerta e hizo que se estrellara contra el canto, para luego cerrar tras de sí mientras Raiza retrocedía con paso tambaleante. Unos pesados golpes hicieron estremecer la puerta. Ulrika rió como una salvaje, asombrada por haber logrado salir de la sala, para luego darse la vuelta y correr por el pasillo hacia el vestíbulo de entrada. ¿Podía ser tan fácil? ¡Unos pocos pasos más y sería libre!

Algo le chilló al oído e intentó arañarle la cara, batiendo alas y picándola. Ella se agachó por instinto, ya continuación atrapó a su atacante y lo estrelló contra la pared. Era un halcón, pero no había sentido el latido de su corazón bajo los dedos.

La atacó otro pájaro, y un tercero, que le desgarraron la carne con las uñas y el pico. Ella miraba a su alrededor, enloquecida, mientras se defendía con el estoque. Llegaban más pájaros que se precipitaban desde las, repisas de las paredes. Ulrika se quedó mirándolos.

Los trofeos de caza… ¡no estaban disecados, eran no muertos!

Raiza y los hombres salieron como una tromba del salón de Evgena y corrieron hacia ella. Ulrika se echó la capa por encima de la cabeza y pasó agachada a través de la tormenta de aves, irrumpió en el vestíbulo de entrada y patinó hasta detenerse, aterrorizada.

Los dos osos gigantes que había a ambos lados de la puerta bajaron pesadamente de sus pedestales y se lanzaron al trote hacia ella. De las habitaciones laterales salían lobos de ojos de cristal arrastrando telarañas. El jabalí derribó el jarrón de Catai y cargó hacia ella a través del vestíbulo, sobre cuyas losas de mármol se deslizaban con rapidez las afiladas pezuñas. Toda la casa había cobrado vida.

Ulrika derribó con su arma más aves de presa, y a continuación corrió hacia la escalera y saltó por encima de la barandilla, apenas unos centímetros por delante del jabalí. Severin, el mayordomo, bajó como una tromba desde las plantas superiores, rugiendo y blandiendo una inmensa espada curva de diseño oriental. Se agachó para esquivarla, luego cogió al hombre por el cinturón y lo arrojó hacia atrás, escaleras abajo, donde aplastó un par de lobos al caer.

Los grandes osos lo pisotearon al pasarle por encima para llegar hasta ella. Ulrika subió corriendo hasta la galería del primer piso, dando manotazos a las aves que intentaban arañarle la cara, y se encaminó a la puerta más próxima. Cerrada con llave. Probó otra. Lo mismo. Un lobo saltó hacia su cuello cuando probaba una tercera. Le cortó la cabeza en medio de una nube de polvo y accionó el picaporte. Con llave otra vez. Los osos entraron en el estrecho corredor, hombro con hombro, y avanzaron hacia ella gruñendo.

Ulrika reculó hasta una cuarta puerta, con el estoque sujeto ante sí, y palpó a sus espaldas en busca del tirador. Antes de que lo encontrara, Raiza saltó por encima de los osos y cayó ante ellos con el sable en alto.

Los dedos de Ulrika tocaron el pomo y, al hacerlo girar, la puerta se abrió. Dejó escapar un suspiro de alivio.

—Lo siento, hermana —dijo—. No estoy preparada para otra lección.

Entró en la habitación andando hacia atrás en el momento en que Raiza se lanzaba al ataque, y le cerró la puerta en las narices; luego se apoyó con fuerza contra ella mientras intentaba echar el cerrojo, y sintió la implacable fuerza de la esgrimista empujando por el otro lado. Al fin, el cerrojo encajó en su sitio y ella reculó, para luego volverse al asaltarla el temor de que tal vez se había encerrado en una habitación con más animales no muertos.

No había ninguno. Se encontraba en una especie de jardín de invierno que tenía dos paredes de cristales emplomados y árboles florecidos que llegaban hasta el arqueado techo acristalado. Un invernadero era algo raro de encontrar en la casa de un vampiro, pero por el aspecto y el olor de las desagradables plantas que crecían en las macetas y urnas que abarrotaban la habitación, Ulrika supuso que Evgena debía de emplearlas al practicar la nigromancia.

Unos potentes arañazos hicieron estremecer la puerta. Los osos. Dentro de poco la atravesarían. Fue hasta la pared de cristales y buscó una puerta. No la había. No importaba. Con la mano libre recogió un tiesto que contenía una planta carnosa, y justo cuando iba a arrojarla contra la pared de cristales, alguien la hizo pedazos desde el exterior.

Ulrika reculó mientras las esquirlas pasaban girando junto a ella y Raiza entraba por el agujero, protegiéndose la cara con el brazo mutilado. Ulrika le arrojó la planta y cargó tras ella, pero Raiza bloqueó tanto el tiesto como la espada y volvió a adoptar una impecable postura de esgrima.

Ulrika apretó los dientes. Iba a tener que luchar contra ella, después de todo.

—Muy bien, maestra —dijo—. Si insistes…

Pero cuando avanzó con cautela, Raiza bajó el sable.

—Córtame —dijo.

Ulrika frunció el ceño.

—Que me hagas un tajo y te marches —susurró Raiza, y miró por encima de un hombro de Ulrika hacia la puerta, que comenzaba a ceder bajo el ataque de los osos—. No tenemos mucho tiempo —volvió hacia Ulrika el hombro derecho—. Diré que me has vencido. Date prisa. Que sea profundo.

Ulrika vaciló.

—¿Estás segura?

—¡Si! ¡Date prisa!

Ulrika asintió, levantó el estoque y descargó contra el hombro de Raiza un golpe que cortó tela y carne y chocó contra el hueso. Raiza dio un traspié hacia un lado y cayó contra una mesa cargada de macetas, encorvada de dolor y haciendo muecas.

—Perfecto —asintió, con los dientes apretados—. Márchate. Deprisa.

Ulrika pasó junto a ella hacia el agujero de la pared de cristales, y se volvió.

—Gracias —dijo.

—Te dije que no lo olvidaría —le recordó Raiza, que se sujetaba el brazo herido—. Pero ahora ya he saldado la deuda que tenía contigo. No volveré a desobedecer a mi señora.

Ulrika tragó con dificultad cuando una súbita emoción la sorprendió con la guardia baja; saludó a Raiza con la espada, se inclinó para pasar a través del agujero, y saltó al jardín.

Cuando atravesaba corriendo el terreno en dirección a la calle, oyó el ruido de la puerta al romperse y un grito airado de Evgena.

—¿Adónde ha ido? ¿Cómo ha logrado pasar si estabas tú?

Continuó corriendo.

* * *

Ulrika entró en el patio de la destilería de kvas y miró en torno. No se veía a Stefan por ninguna parte.

—¡Stefan! —llamó, mientras giraba en círculo—. Sal. No van a venir.

No hubo respuesta. Frunció el ceño y bajó la mano derecha hasta la empuñadura del estoque. ¿Se habría marchado? ¿Habría renunciado? ¿Habría sucedido algo?

—Así pues —dijo la voz de Stefan detrás de ella—, prefieren encerrarse antes que afrontar los peligros que las acechan.

Ulrika se volvió.

Él estaba de pie sobre la pared en ruinas de la destilería, y en su cara había una mueca sardónica.

—Ya me lo esperaba.

—No se trata de eso —dijo ella, mientras Stefan saltaba al suelo y se le acercaba—. Yo… cometí un tremendo error —dejó caer la cabeza—. Se me escapó que me había aliado contigo antes de prestarles juramento a ellas, y Evgena me declaró proscrita por traición. Ordenó que me mataran.

Stefan apretó los dientes y por sus ojos pasó un destello de ira, pero inspiró profundamente y el momento pasó. Le levantó la cabeza por el mentón y le miró las heridas de la cara.

—Veo que has tenido que luchar para salir. ¿Mataste a alguna?

Ulrika giró la cara apartando el mentón de los dedos de Stefan.

—Raiza me dejó marchar. Dijo que estaba en deuda conmigo por haberla salvado de Kiraly. Hizo que la hiriera para que pareciese que habíamos luchado.

—Muy noble por su parte —declaró Stefan con gravedad—. Pero no puedo decir lo mismo de Evgena. Es una estúpida por haber tomado esta decisión. Hace la guerra contra sus posibles aliados cuando abundan los enemigos —suspiró—. Y eso nos deja solos en la lucha contra Kiraly y los miembros del culto. Volvemos a estar como al principio.

Ulrika asintió con la cabeza, pero no dijo nada, y tampoco lo miró. La mención de Kiraly había hecho que recordara las palabras de Evgena. Había estado dándoles vueltas mentalmente desde que había salido de la mansión de la lahmiana; no quería creerlas, pero tampoco podía olvidarlas.

—¿Sucede algo? —preguntó Stefan.

Ulrika levantó los ojos y lo miró.

—Evgena no creyó que Kiraly estuviera vivo. Dijo que pensaba que tú eras el que, disfrazado como miembro del culto, había arrojado la Esquirla de Sangre; que tú habías venido a matarla.

Stefan se quedó mirándola, y luego suspiró y negó con la cabeza.

—Admito que he tenido la tentación de hacerlo. Es una mala gobernante, una estúpida enclaustrada que ha permanecido durante demasiado tiempo aferrada a sus esquemas. Pero no, yo no soy Kiraly. No estoy aquí para matarla, aunque… —Dejó escapar una risa tétrica entre dientes—. Aunque después de esto la usaría de buena gana como cebo para hacerlo salir de su escondite.

Ulrika frunció el ceño. Lo que decía parecía plausible, pero también parecía el tipo de cosas que diría un villano astuto para apartar de sí las sospechas, y Stefan era indudablemente astuto. Pero no sabía si era un rufián.

—Si lo que me pides es una prueba de que no quiero matarla —continuó él, cuando Ulrika guardó silencio—, me temo que no tengo ninguna. Es notoriamente difícil probar una negación.

Ulrika asintió con la cabeza sin dejar de pensar. Podía pedirle que se diera vuelta a los bolsillos para demostrar que no tenía las Esquirlas de Sangre, pero el hecho de que no las tuviera no probaría nada. Habría podido esconderlas en alguna parte. Podía pedirle que le diera su palabra, pero un villano se la daría sin vacilación. Lo único que tenía para guiarse era lo que ya sabía de él.

De los que había conocido en Praag hasta el momento, sólo él y Raiza la habían tratado bien. Raiza había hecho honor a su deuda, y Stefan le había salvado la vida y la había ayudado contra el culto, y ambos habían sido al menos corteses, cuando no amistosos. Evgena, por otro lado, había intentado matarla desde el principio, había desconfiado abiertamente de ella aun cuando había aceptado su juramento de servicio, y había ordenado que la mataran después de haberle dado la bienvenida a su casa.

Así pues, no podía estar segura de que Stefan no estuviera empeñado en matar a Evgena, pero si lo estaba, no podía reprochárselo.. La propia Ulrika empezaba a sentirse igual que él.

Levantó la cabeza y lo miró.

—Pienso —dijo con lentitud— que no me importa. Si estás conmigo contra el culto, no pediré nada más. Si me dices que Kiraly no existe y que eres tú quien desea matar a Evgena, eso no me creará prejuicios contra ti.

Stefan se rió.

—Sé fiel a ti misma —dijo, con una sonrisa lobuna—. Creo que, al fin, estás convirtiéndote en vampiro.

Ella se encogió de hombros, incómoda.

—Sólo estoy pensando en Praag.

—Precisamente —asintió Stefan, y luego suspiró—. Por desgracia, sí que existe un Kiraly, y yo tengo que matarlo, pero… —Hizo una pausa, y se volvió a mirarla al tomar una decisión—. Pero comienzo a temer que no voy a poder hacerlo antes del momento en que tus adoradores del Caos tienen intención de atacar, y tengo miedo de la locura que seguirá si tienen éxito, e incluso si fracasan. Kiraly podría desistir. Yo podría perderlo. Podrían matarme antes de que lo encontrara. Podría suceder cualquier cosa, así que pienso que debo dejar a un lado la persecución de ese bastardo y ayudarte primero a ti. —La miró—. Vuelve a decirme qué pistas tienes. Me temo que anoche, cuando me hablaste de Kiraly, ya no continué escuchándote.

—Había poca cosa más —respondió Ulrika—. Cuando me puse a perseguir a Kiraly, perdí al hombre que había oficiado el sacrificio, y no volví a encontrarlo —frunció el ceño—. Aunque ahora que lo pienso, sí que mencionó algo durante la ceremonia. Dijo que esta noche el culto iba a robar algo llamado Viola de Fieromonte, y que de ella dependía el éxito de su empeño. Si pudiéramos impedírselo, o robarla antes nosotros, podríamos acabar con esa amenaza de un solo golpe.

—¿La Biela de Fieromonte? —preguntó Stefan—. No la conozco.

—La Viola, me parece —lo corrigió Ulrika—. Como en violín.

Stefan alzó una ceja.

—¿El éxito del culto depende de un violín? ¿Dijo dónde estaba?

—No —replicó Ulrika—. Sólo mencionó que estaba escondido.

—Tenemos muy poco para guiamos —comentó Stefan—. Podría estar en cualquier parte. Puede que ni siquiera esté en la ciudad.

—Tienes razón —reconoció Ulrika, abatida, pero entonces dio un salto y alzó la mirada—. ¡Ya lo tengo! La cabra y el lobo.

—¿Quién?

—Los miembros del culto a los que Raiza y yo seguimos hasta el lugar del sacrificio —explicó Ulrika—. Ellos podrían saber dónde está.

—Ah —dijo Stefan—. ¡Qué nombres tan extraños tienen!

Ulrika se rió y se volvió en dirección a la calle.

—No tan extraños como sus hábitos. Ven, te llevaré a su casa.

* * *

Pero cuando Ulrika y Stefan llegaron a la mansión de Yeshenko, la encontraron rodeada por la guardia de la ciudad, mientras los sacerdotes de Ursun y Dazh caminaban en círculos por la propiedad, entonando invocaciones y plegarias. Otros hombres ataviados con oscura ropa de paisano entraban y salían de la casa con libros, papeles y baúles; sin duda se trataba de agentes secretos de la Reina del Hielo, pensó Ulrika.

—Esto no presagia nada bueno —apuntó Stefan.

—No —convino Ulrika, mientras observaba el resto de la calle.

Los adinerados vecinos de Yeshenko se asomaban a mirar por detrás de las cortinas de sus mansiones, pero sus sirvientes se mostraban menos circunspectos. Se reunían en pequeños grupos delante de algunas de las casas, observando las idas y venidas y susurrando entre sí.

Ulrika se apartó de Stefan para acercarse con disimulo a un trío de fregonas que se encontraban en el exterior de la verja de la casa de en frente.

—¿A qué viene tanto alboroto, devotchkas? —preguntó—. ¿Qué les ha sucedido a los Yeshenko?

—Ay, no debemos decirlo —respondió una fregona regordeta de pelo oscuro—. No está bien cotillear.

—Entonces, ¿es que los han arrestado? —preguntó Ulrika.

—¡Ah, no! —Dijo una muchacha delgada y rubia—. ¡Los han asesinado! ¡Y en el Novygrad, nada menos!

—¿En el Novygrad? —exclamó Ulrika, que fingió estar conmocionada, aunque en realidad era como para conmocionar a cualquiera. No había oído ni visto signo alguno de problemas cuando ella y Raiza habían salido del templo de Salyak para seguir al jorobado. ¿Se había producido alguna pelea después de marcharse ellas?—. ¿Qué estaban haciendo allí?

Las tres fregonas se miraron entre sí, atemorizadas.

—Cosas malvadas —dijo la tercera, al fin. Era otra morena cuadrada y robusta—. Es lo que dice Yuri, el mozo de cuadra. La guardia los encontró muertos dentro de un carruaje que estaba cerca de un sitio donde hacían magia negra.

—¡Asquerosos adoradores de demonios! —exclamó en voz baja la muchacha regordeta.

Ulrika frunció el ceño.

—Muertos dentro de un carruaje —murmuró como para sí, y luego, en voz más alta, preguntó—: Pero ¿por qué han pensado que ellos estaban relacionados con la magia negra?

—Iban vestidos con ropa extraña y máscaras —dijo la rubia flacucha—. Al menos el marido, y la esposa tenía marcas extrañas en el cuerpo, bajo la ropa.

—Siempre pensé que era bruja —declaró la muchacha más robusta, malhumorada—. La manera en que dominaba a su marido… Como si lo tuviera cogido por la herramienta.

Ulrika se marchó con disimulo mientras las muchachas empezaban a diseccionar el carácter de la señora Yeshenko, o la falta de éste, y volvió junto a Stefan.

—Muertos —dijo—. E identificados como adoradores del Caos.

—¿Cómo sucedió? —preguntó Stefan.

—Los encontraron asesinados dentro de un carruaje. Romo llevaba puestas la capa y la máscara del culto, pero… Dolshiniva no.

—¿Crees que eso es significativo? —preguntó él.

—Hace que me pregunte de dónde sacó Konstantin Kiraly el disfraz —respondió ella.

Stefan asintió con la cabeza.

—Eso lo explicaría —suspiró y volvió a mirar la casa de los Yeshenko—. Entonces, parece que aquí no averiguaremos nada sobre el violín —concluyó.

Ulrika suspiró.

—Sí, y ya podrían haberlo robado. Me temo que hemos perdido la oportunidad.

—Tal vez —dijo Stefan. Su frente se frunció mientras pensaba—. Pero yo aún no renunciaré. Estoy seguro de que alguien de esta ciudad tan amante de la música tiene que saber algo de ese instrumento.

Ulrika sonrió.

—Tienes razón. —Se volvió en dirección este, hacia el distrito de la Academia—. Y sé con exactitud dónde podemos empezar a preguntar. Sígueme.

* * *

No fue hasta que hubieron dejado atrás la torre de los Hechiceros, cuando ya estaban en mitad del puente Karlsbridge, que Ulrika se dio cuenta de que empezaba a tener hambre otra vez.

Ulrika y Stefan visitaron cinco tiendas de instrumentos antes de encontrar a alguien que había oído hablar de la Viola de Fieromonte. La quinta era el taller de un tal Yarok Gurina, un fabricante de violines, violonchelos, balalaicas y mandolinas. Era un hombre grande y corpulento como un barril, con barba blanca, que daba la impresión de que debería estar herrando caballos en lugar de fabricar delicados instrumentos, y Ulrika tuvo que contenerse para no lamerse los labios al percibir el olor de su sangre fuerte y vigorosa. Tendría que alimentarse pronto, pero todavía no. Primero tenían que encontrar el violín.

—Sí, señora —respondió Yarok con voz ronca, levantando la mirada del trozo de chapa de madera que estaba presionando contra un armazón con forma de violín, mientras un aprendiz cargado de hombros apretaba un tornillo de carpintero para Sujetarlo—. Claro que he oído hablar de ella. La caja del demonio, solían llamarla. Los de naturaleza supersticiosa dicen que es mala cosa hablar de ella.

Ulrika intercambió una mirada rápida con Stefan, que permanecía en las sombras, contemplando los hermosos instrumentos que colgaban de las paredes de la tienda, y luego se volvió otra vez hacia Yarok.

—¿Sabéis dónde está? —preguntó.

Yarok rió con socarronería.

—¡En ninguna parte! Nunca ha existido —afirmó—. Es un cuento de hadas, una leyenda, un… ¡Seva, atontado cabeza de serrín! —gritó de repente, y le dio al aprendiz un manotazo en una oreja—. ¡Has rajado la chapa por apretar demasiado! ¿Sabes cuánto cuesta esta madera? —apartó al muchacho de un empujón y señaló a la parte posterior de la tienda—. Ve a cortar otro trozo, y asegúrate de que no tenga golpes ni marcas.

El muchacho salió a escape, esquivó un par de pescozones, y se detuvo sólo para mirar a Ulrika, parpadeando y con la boca floja, antes de desaparecer en dirección al almacén.

Yarok suspiró y arrojó a un lado la tira de madera rota.

—Lo siento, mi señora —se disculpó—. El muchacho se queda embobado ante la belleza. Sucede lo mismo cada vez que entra en la tienda una muchacha adorable.

—Me siento halagada —dijo Ulrika, intentando imitar el tono sensual de las lahmianas que la condesa Gabriella usaba con tanta facilidad—. Pero ¿habéis dicho que la Viola de Fieromonte no ha existido jamás?

—Vamos a ver —comenzó Yarok, que se reclinó contra el banco de trabajo y sacó una pipa del bolsillo del cinturón—. He leído que existió, y también he leído que no. Pero aunque haya existido, hace una eternidad que nadie la ha visto ni ha tenido noticia de su paradero.

—Habladme de ella —le pidió Ulrika, intentando no parecer demasiado ansiosa—. ¿Dónde habéis leído eso?

Yarok llenó la pipa, y luego le acercó una brasa que sacó de un pequeño hornillo que tenía al lado. Chupó hasta encenderla, y expulsó una nube de humo.

—Fue cuando era estudiante de la Academia, hace ya cuarenta años —dijo—. Se la mencionaba en un libro antiguo que encontré en la biblioteca. Decía que la viola había sido fabricada por un tileano loco llamado Fieromonte, antes de la Gran Guerra contra el Caos. Supuestamente, quería fabricar la viola más hermosa y de más dulce sonido del mundo, y para lograrlo le vendió el alma a un demonio —soltó una carcajada—. Según el libro, lo consiguió. La gente se deshacía en lágrimas al oírla sonar. Se decía que una mujer se había suicidado cuando habían tocado con ella en el funeral de su marido, y hay otro cuento que dice que toda una compañía de lanceros alados danzó hasta morir en un baile —agitó la pipa con desdén—. Todo necedades. Había más libros que decían que no era más que un cuento, un mito de compositores.

—¿Y qué se suponía que había sido de ella? —preguntó Ulrika.

—¿Se perdió en la guerra, tal vez? —sugirió Yarok, encogiéndose de hombros—. No puedo recordarlo con exactitud, pero seguro que se trataba de otro cuento fantástico, como el resto.

—Sin duda —asintió Ulrika—. Aun así, se trata de una historia interesante. ¿Recordáis el título del libro en el que leísteis al respecto?

Yarok frunció el ceño mientras chupaba la pipa, y luego expulsó una bocanada de humo.

—¿Cómo se titulaba? Por entonces era uno de mis favoritos. Lleno de historias disparatadas y extraños dibujos. Lo leía cuando debería haber estado estudiando historias más fiables. ¡Ah! Las memorias de Kappelmeister Barshai. Fue el compositor de la corte del zar Alexis. Más loco que una cabra, él viejo Barshai, y ya debéis de haber oído algunas de las cosas que en las que se metió el viejo zar antes de la guerra. Todos pensamos en él como el gran héroe, pero era todo un personaje. Una vez…

Ulrika lo interrumpió con una reverencia.

—Muchas gracias por vuestro tiempo, maestro Yarok —dijo—, pero me temo que debo marcharme. Me habéis ayudado mucho.

Yarok pareció descontento por el hecho de que lo interrumpieran justo cuando se estaba animando, pero de todos modos alzó la pipa hacia ella con gesto cortés.

—A vuestra disposición, señora.

Ulrika dio media vuelta y salió tranquilamente por la puerta con Stefan mientras la voz de Yarok los seguía calle abajo.

—¡Seva, zoquete! ¿Dónde está esa chapa? ¡En el nombre del Oso, ¿dónde se habrá metido ese idiota?!