UNO

UNO

Cambios

—No volverás a Sylvania —dijo dama Hermione—, y ya no serás la condesa Nachthafen.

—Pero… pero ¿por qué? —preguntó Gabriella.

—Porque así lo ha ordenado ella —replicó Hermione.

Todo estaba cambiando, pensó Ulrika con amargura mientras miraba como la condesa Gabriella se esforzaba por mantener la compostura, pero todo continuaba igual.

Ulrika ya había pasado por todo esto antes, demasiado a menudo; había estado presente en el salón de la dama Hermione, dirigente de las lahmianas de Nuln, se había sofocado bajo una peluca de pelo largo y varias capas de vestidos y enaguas y escuchado cómo su señora, la condesa Gabriella, mantenía discusiones con la dama Hermione, y deseado fervientemente estar en cualquier otro lugar del mundo. La tífica diferencia entre las reuniones anteriores y ésta residía en que la dama Hermione tenía un nuevo nombre y un nuevo disfraz a juego, y daba la impresión de que con Gabriella iba a ocurrir lo mismo.

Habían pasado tres semanas desde que el monstruoso strigoi, Murnau, había atacado, junto con su ejército de necrófagos, a la hermandad lahmiana en Mondthaus, finca campestre de la dama Hermione, y desde que el cazador de brujas y capitán templario Meinhart Schenk había estado a un pelo de descubrir la verdadera naturaleza de la hermandad; y también habían pasado tres semanas desde que Gabriella había matado al cazador de brujas Friedrich Holmann cuando Ulrika se negó a hacerlo. Durante esas tres semanas se había invertido una prodigiosa cantidad de trabajo en hacer que pareciese que todas las hermanas habían muerto y establecer una nueva identidad para cada una.

Habían fingido sus muertes después de que la condesa Gabriella y la dama Hermione decidieran que era imposible continuar con las identidades que tenían. Sabían que Schenk y sus cazadores de brujas jamás dejarían de preguntarse si eran vampiras, aun en el caso de que no pudiera demostrarse nada, y cada uno de sus actos sería observado con suma atención.

Así pues, al día siguiente del ataque buscaron mujeres que guardaran un cierto parecido con Gabriella, Hermione, Ulrika y la hermosa Famke, protegida de Hermione. Se las vistió con la ropa apropiada y luego se las hizo pedazos como podrían haber hecho los necrófagos, poniendo una especial atención en que las caras quedaran desfiguradas e irreconocibles.

Luego comenzó una gran transformación de los recursos de que disponían entre bambalinas. Se cerraron las cuentas bancarias y el dinero fue transferido, títulos y escrituras de casas y otras propiedades cambiaron de manos; se falsificaron certificados de nacimiento y testamentos, y se podaron e injertaron antiguos árboles genealógicos para que dieran nuevos frutos.

Al final del proceso, un anciano caballero apareció en la puerta de la recientemente fallecida dama Hermione von Auerbach y afirmó ser el desconsolado señor Lucius von Auerbach, un primo lejano a quien Hermione había legado sus propiedades. Lo acompañaban sus dos jóvenes y hermosas hijas, Helena y Frederika.

El señor Lucius dijo que la familia había acudido a Nuln a llorar el fallecimiento de la prima, y después decidió establecer su residencia en la mansión. En realidad, claro está, el señor Lucius era un mero esclavo de sangre de Hermione, escogido por su rostro triste y noble; y las dos jóvenes hijas no eran otras que las mismísimas Hermione y Famke, transformadas por el maquillaje, la alheña y las sutiles ilusiones en que se especializaba la hermandad de las lahmianas. El pelo de la dama Hermione, que antes había sido de un intenso marrón chocolate, se había alisado y aclarado hasta alcanzar un tono rubio miel, mientras el cabello de Famke, que había sido del color del oro blanco, se había oscurecido hasta tener el mismo tono, aunque cortado de una manera más juvenil. Esto y un cambio de vestido, modales y voz, parecía ser lo único que se necesitaba para que Nuln pensara que eran unas mujeres por completo distintas, y Ulrika tenía que admitir que, a pesar de que ella e estaba al corriente de tales cambios, cuando se encontraban en público, tenía dificultades para recordar que eran las mismas mujeres a las que conocía desde que había llegado a Nuln un mes antes.

—¿La reina desea que me quede en Nuln? —preguntó Gabriella.

—Sí —asintió Hermione—. Con las muertes de Rosamund, Karlotta, Alfina y Dagmar, cree que estamos escasas de efectivos, y puesto que tú actuaste de un modo tan… —Aquí Hermione frunció los labios y dio la impresión de que habría preferido comerse una rata podrida antes que continuar—... admirable, ha decidido que te quedes y ocupes el lugar de Dagmar, abras un nuevo burdel en el Handelbezirk y continúes reuniendo información. Mathilda y tú seréis los ojos de la reina aquí durante el próximo futuro.

—Pero mi lugar está en Nachthafen —protestó Gabriella, trastornada—. Sylvania no puede quedar sin vigilancia.

—Se me ha informado de que están buscando a alguien —le aseguró Hermione—. Además, Krieger ya ha muerto. No volverá a surgir allí una nueva amenaza con tanta rapidez.

—Sólo podemos esperar que así sea —suspiró Gabriella, que se recostó contra el respaldo—. No me gusta este cambio.

—Puedes tener la seguridad de que a mí me gusta todavía menos —declaró Hermione—. Pero según ordena la reina, así debemos actuar. Ahora tenemos que buscar un nombre y un disfraz apropiados para tu nueva posición.

Ulrika se volvió hacia la ventana para mirar el jardín trasero de Hermione, y las palabras de las otras fueron desvaneciéndose mientras contemplaba la noche iluminada por la luna. Así que se quedarían en la ciudad. Era lo último que deseaba. Allí habían sucedido demasiadas cosas que preferiría haber olvidado. Sylvania, a pesar de su aislamiento, era sencilla y ordenada. Cuando llegaron a Nuln, las cosas se volvieron complicadas.

Los asesinatos de las mujeres vampiro Rosamund, Karlotta, Alfina Dagmar habían amenazado con dejar al descubierto a las lahmianas, y la cacería del asesino las había lanzado a unas al cuello de las otras. Hermione había sospechado que Mathilda intentaba arrebatarle su posición, y acusó a Gabriella de ser una espía de von Carstein empeñada en debilitar la hermandad. Había habido traiciones, derramamiento de sangre y muerte, y Gabriella y Ulrika habían estado a punto de perderlo todo, incluidas sus vidas.

Sin embargo, ninguna de estas cosas le dolía a Ulrika tanto como la muerte del templario Friedrich Holmann, y lo peor del asumo era que no podía culpar a nadie más que a sí misma por la congoja que esa muerte le había causado. Se habían conocido por casualidad cuando ambos iban tras el rastro del asesino, y si Ulrika hubiera actuado con inteligencia, lo habría matado en cuanto lo vio. No fue así. Había sido débil. Le había hecho creer que era una cazadora de vampiros y lo había dejado vivir, y a medida que sus caminos se cruzaban durante la investigación, el templario había acabado por gustarle, tanto que, en un momento en que él fue atacado por necrófagos y estuvo a punto de morir, ella dejó salir sus colmillos y garras para salvarlo.

Al igual que ella, Holmann se había mostrado débil y no pudo matarla, y eso fue su perdición. La había defendido contra otros cazadores de brujas, y eso lo avergonzó demasiado como para regresar a su orden. Había intentado huir, abandonar el Imperio, y Ulrika le habría permitido hacerlo, pero la condesa Gabriella no consintió en ello. Le había dicho a Ulrika que, al revelarle a Holmann su verdadera naturaleza, había reducido sus opciones a sólo dos: podía matarlo o alimentarse de él y convertirlo en un esclavo de sangre.

Ulrika no se veía capaz de hacer ninguna de las dos cosas. No podía matar al hombre que le había salvado la vida, y no quería convertirlo en su esclavo, pues en eso se convertían aquellos de los que se alimentaba un vampiro. Perdían la voluntad, y se hacían adictos al placer de que los sangraran. Holmann le había gustado por lo que era, por su fuerza, tristeza y honor, y la idea de convertirlo en un perro faldero que le ofreciera el cuello le repugnaba. Así que se había negado a escoger, y Gabriella lo ejecutó en su lugar; se aumentó de él y luego le rompió el cuello. Desde entonces, las cosas no habían funcionado bien entre Ulrika y la condesa.

Al percibir un movimiento que se produjo en la periferia de su campo visual, Ulrika volvió la cabeza. A través de los cristales en forma de diamante de la ventana vio que Famke la llamaba por señas desde el banco de piedra que había junto a la balaustrada de la veranda. Tenía un laúd en una mano. Aun con el cabello teñido y sentada a la luz de la luna, la muchacha tenía el aspecto de un soleado día de verano; era una cosa extraña hablando de un vampiro, pero no cabía duda de que constituía el motivo por el que su señora la había escogido.

Ulrika se volvió a mirar a Gabriella y a Hermione, que continuaban sumidas en su conversación acerca de la transformación de Gabriella, y a continuación se escabulló fuera de la habitación y salió al jardín por la puerta posterior. Era una fría noche despejada de primavera, pero a Famke no le molestaba el frío más que a cualquier otro vampiro, y sólo llevaba puesto un ligero vestido de seda color rosa. Estaba descalza.

—Buenas noches, hermana —la saludó Ulrika, que hizo una reverencia y se le acercó—. ¿Vas a tocar una canción para mí?

Famke miró el laúd e hizo una mueca.

—Estoy practicando las escalas. La dama Hermione dice que una lahmiana debe ser una perfecta dama de la corte, y una perfecta dama de la corte debe ser versada en las artes.

—En ese caso, estoy lejos de ser perfecta —declaró Ulrika—. Lo único que sé son canciones de taberna kossares, y no son adecuadas para la corte. —Se quitó la peluca de largo cabello y dejó a la vista el corto pelo color arena, para luego sentarse junto a Famke con un suspiro—. ¿Te has enterado? Nos quedaremos en Nuln.

Famke asintió con la cabeza.

—Me alegra. Te habría echado de menos. Pero tal vez tú no estés tan contenta como yo. Parecías muy triste cuando te vi mirando por la ventana…

Ulrika guardó silencio durante un momento, y luego se encogió de hombros.

—Es que… No importa.

Famke posó una mano sobre su brazo.

—Te olvidarás de él.

Ulrika levantó la mirada, disgustada ante el hecho de ser tan transparente.

—Eso espero —respondió.

Famke le dedicó una sonrisa compasiva.

—Claro que sí —afirmó la joven—. Era sólo un hombre.

Ulrika murmuró algo evasivo mientras la muchacha curvaba los dedos con torpeza en torno al laúd para intentar hacer un acorde. Famke había sufrido muchísimos abusos por parte de su padre y otros hombres antes de que Hermione la rescatara y le diera el beso oscuro. Era incapaz de ver nada bueno en un hombre, en ningún hombre.

—Es que él nos trató de manera honorable —dijo Ulrika, pasado un momento—, y a mí me habría gustado que se me permitiera tratarlo del mismo modo. Entiendo la necesidad de secretismo, pero… —Hizo una pausa para mirar por encima del hombro hacia la ventana del salón brillantemente iluminado—. A veces me pregunto si no lo mató por despecho. Ella… —La invadió el destello de un recuerdo: la muchedumbre rodeando el carruaje en Industrielplatz pidiendo a gritos su sangre y Gabriella arrojando a la doncella, Lotte, al salvaje abrazo de la turba, para que ella y Ulrika pudieran escapar—… puede ser cruel.

Famke asintió con la cabeza, y también miró con prevención hacia la ventana.

—Cuando Hermione me creó —susurró, inclinándose más hacia ella—, yo pensaba que era la más hermosa, sabia y maravillosa mujer del mundo, pero ahora… —Negó con la cabeza con la mirada perdida en la distancia—. Pareció volverse loca cuando surgieron los problemas… Atacando a tu señora y pensando que estaban todas contra ella. Ha llegado a darme miedo.

—Sí —asintió Ulrika, mientras peinaba la peluca con los dedos—. Ya sé que sobrevivir significa luchar, pero tiene que haber una manera… diferente de hacerlo.

Reposó la espalda contra la balaustrada. Famke hizo lo mismo. Sus hombros se tocaron.

—No dejo de soñar con escapar —confesó Ulrika—. Dejarlas atrás, a ellas y todas sus intrigas de gatas furiosas, y vivir en libertad.

Famke soltó una exclamación ahogada y volvió la cabeza de modo que sus labios casi tocaron la oreja de Ulrika.

—¡Yo he soñado lo mismo! —Hizo un gesto en dirección a la casa—. Estoy tan harta de paredes… Incluso el jardín es una pequeña caja —suspiró—. Antes me encantaba estar fuera. Ahora, a pesar de todas las cosas bonitas que me da mi señora, a veces me siento como si estuviera dentro de un ataúd, muerta a pesar de todo —recostó la cabeza sobre un hombro de Ulrika—. ¿No sería una maravillosa aventura huir juntas como dos princesas de cuento?

Ulrika sonrió y miró más allá de la tapia del jardín, por encima de los muros y tejados de las casas del otro lado.

—Sí. Dos caballos y el camino despejado, como solíamos cabalgar mi padre y yo por el Oblast. Sin destino, sin obligaciones, las espadas junto a la cadera, y el horizonte a cientos de kilómetros de distancia.

—Necesitaríamos un poco más que eso —dijo Famke, riendo—. Un carruaje para protegernos durante el día, un cochero, supongo, uno o dos esclavos para poder alimentarnos…

Ulrika gruñó, con la sensación de que cada cosa que Famke sumaba a la lista añadía peso sobre su espalda.

—En ese caso, lo mismo da que no nos marchemos —protestó, con un tono más beligerante del que había pretendido—. Tendríamos que llevarnos los ataúdes.

—Viajar sin ellos sería una estupidez —apuntó Famke—. ¿Qué pasaría si el amanecer nos sorprendiera lejos de todo refugio?

—Lo sé, lo sé. —Ulrika suspiró—. Y por eso nos quedamos en jardines rodeados de muros y en habitaciones cerradas, pero eso echa a perder un poco la fantasía, ¿no te parece?

Famke sonrió con dulzura.

—Bueno, si es sólo una fantasía, podríamos tener caballos alados en lugar de un carruaje, y dormir en Mannslieb, de modo que nunca veríamos el sol.

Ulrika rió, pero la puerta de la veranda se abrió antes de que pudiera responder. Ella y Famke alzaron la mirada, y luego se separaron con brusquedad, con aire culpable, al ver que sus señoras las fulminaban con la mirada desde el umbral.

—¡Ulrika! Vámonos —la llamó Gabriella con tono cortante—. Ya hemos acabado aquí. Es hora de marcharse.

Ulrika y Famke se levantaron con rapidez del banco e hicieron una reverencia en dirección a sus señoras, pero cuando Ulrika se apresuraba a seguir a Gabriella, echó una fugaz mirada atrás e intercambió con Famke una sonrisa de complicidad.

«Te deseo caballos alados, hermana», pensó, y a continuación entró en la casa.