No hay otra alternativa que ir a contárselo inmediatamente a Jake.
Vamos Collier y yo.
—Bueno —dice Jake cuando termino mi confesión—. Pues tendréis que regresar.
Nos explica que hay un depósito de combustible cercano, en un lugar llamado Great Cairn, pero otras patrullas han utilizado sus reservas. Lo ha confirmado esta misma tarde por radio. La base de Kufa, a trescientos cincuenta kilómetros al sur de aquí, no nos sirve: la aviación alemana e italiana patrulla sistemáticamente todos los caminos de salida y entrada.
—Tendréis que volver a Dalla y reaprovisionaros allí.
Nos encontramos junto a su camión de armas. Collier intenta asumir la responsabilidad de la catástrofe. No se lo permito. Pero la culpabilidad es lo último en lo que piensa Jake: en este momento, lo único que le importa es la misión. Entretanto, los hombres de las tres patrullas y del SAS convergen en su jeep para la reunión en la que se trazarán los últimos detalles de la operación. A estas alturas, la noticia de lo ocurrido ha corrido como un reguero de pólvora por todo el campamento. Siento deseos de esconderme.
—No podemos esperaros —me dice Jake en ese momento—. Tendréis que cruzar solos el Mar de Arena y volver a buscarnos.
Le digo que partiré esa misma noche.
—Y un cuerno.
Los hombres se reúnen. Han desplegado unas lonas, con un lado sobre la arena para sentarnos y otro extendido sobre los flancos de los camiones aparcados para protegernos del viento. Para cenar han preparado croquetas, que humean tentadoramente en las sartenes y despiden un olor delicioso al frío aire del desierto. Las tazas de té pasan de mano en mano. Los hombres se sientan. Los suboficiales han traído cuadernos de notas; los oficiales abren los estuches de mapas.
Jake y el mayor Mayne describen la operación en términos muy parecidos a los de la reunión preliminar que celebramos en El Fayum. Los soldados, que a lo largo de los últimos días han ido sonsacándole la verdad a quienes han podido, ya los conocen en su mayor parte. Parecen entusiasmados. Yo trato de prestar atención, pero me abruma el peso de la culpa y la idea de lo que podría costarle a la operación. Ya estoy pensando cómo voy a hacer para cruzar dos veces el Mar de Arena lo más rápidamente posible. Jake está transmitiéndoles a los hombres la última información conocida sobre el paradero de Rommel.
—Como ya sabrán, caballeros, en El Alamein está a punto de desatarse un auténtico infierno. Monty ha reunido todo lo que tiene, salvo el fregadero de la cocina, y está preparándose para arrojárselo a Rommel a la cabeza. Si las cosas salen bien, los alemanes tendrán que replegarse. Cuando lo hagan, avanzaremos desde su retaguardia. El enemigo no sabe aún que Insel intercepta sus transmisiones; todas las noches seguimos recibiendo informes sobre el paradero de Rommel. Con suerte —añade—, esteremos en condiciones de actuar dentro de no más de diez días.
La reunión concluye. Me dicen que no me mueva. Jake y Nick Wilder hablan un momento en privado con el mayor Mayne y los jefes de los grupos del SAS. Vuelven a llamarme. Jake dice que ha cambiado de idea con respecto a lo de enviarme de regreso a Ain Dalla.
Despliega un mapa sobre el capó de su jeep. Hay depósitos de combustible en Gravel Cairn y Two Hills, dice, a este lado del Mar de Arena.
—Son difíciles de encontrar, y con el poco combustible que os queda no podemos arriesgamos, así que vais a ir aquí: al depósito de South Cairn. Está a unos doscientos cincuenta kilómetros, de buen terreno en su mayor parte, y no tendréis que volver a atravesar el Mar de Arena.
Le dice a Collier que no puede prescindir de él. Seguirá hacia el norte con su jeep y el camión de armas, cargados hasta los topes de combustible. Yo me llevaré los otros dos, el mío con Punch, Standage y Oliphant, y el de la radio con el sargento Wannamaker.
¿South Cairn? Se me encoge el corazón. ¿Qué puede ser salvo un lugar deshabitado en medio de un desierto de mil quinientos kilómetros?
—La razón por la que no voy a enviarte de nuevo al otro lado del Mar de Arena —dice Jake— no es que no crea que puedas conseguirlo. Con Punch y Oliphant, lo harías. Lo que me preocupa es que os localicen desde el aire, o al menos vuestras huellas. Hasta el momento hemos tenido suerte. No quiero forzarla. No obstante, las cosas no serán fáciles en South Cairn: los alemanes y los italianos están en los alrededores de Kufa. Tened cuidado.
Me doy cuenta de que Jake no está enfadado conmigo, ni personal ni profesionalmente. Está totalmente concentrado en la misión.
—¿Has podido comer algo? —me pregunta. Cuando le respondo que no, se asegura de que su propio cocinero me prepare algo. Y ordena que se reparta una ración de ron para toda la tropa. Despide a Collier con un amistoso apretón de manos y luego me lleva a mí al otro lado de su jeep.
—Ya te han enseñado que, como oficial, no debes fingir nunca que sabes hacer algo que no sabes hacer. Ahora voy a darte un corolario para esa máxima: nunca intentes reparar un error con otro más grande. —Me pone amistosamente una mano sobre el hombro—. Ve a South Cairn, reaprovisiónate y regresa. Será como bajar al quiosco a comprar el Daily Express.
Trato de darle las gracias pero no me deja.
—En cierto modo —dice—, esta metedura de pata es para ti una especie de billete de entrada al club. Todos los que estamos aquí hemos cometido muchos errores. Lo que cuenta es enderezar las cosas y seguir adelante.