La reunión se produce en el área de reparación de vehículos de la sección pesada, la unidad del LRDG que tiene por objeto aprovisionar de gasolina, municiones y vituallas a las patrullas en misión de combate. Es la única zona que cuenta con paredes a prueba de viento (para proteger la maquinaria nueva) y que al mismo tiempo es lo bastante grande y fresca como para resultar confortable. Lo llaman «el granero». Tres oficiales la presiden: el mayor Eaonsmith, jefe de la operación en su conjunto; el capitán Bill Kennedy Shaw, oficial de inteligencia del LRDG; y el mayor Mayne, jefe de los SAS.
Están presentes todos los oficiales y suboficiales de las patrullas del LRDG: el capitán Wilder, jefe de la patrulla T1, y el teniente Warren, jefe de la T3 (Jake mandará la R1 en persona). La T2, bajo el mando del teniente de segunda Tinker, está empeñada en otra operación. El mayor Peniakoff —Popski— toma asiento en uno de los bancos, junto a su segundo en el mando, el teniente Yunnie. Yo encuentro un sitio a un lado. Delante está el oficial médico de las patrullas, el capitán Dick Lawson, y el adjunto de la RAF, el teniente de vuelo Higge-Evert, quien acompañará a la patrulla de Wilder en calidad de asesor y enlace con las fuerzas aéreas. Cerca del mayor Mayne se sientan tres suboficiales, Reg Seekings, Johnny Cooper y Mike Sadler, el navegador, junto con otro oficial de su misma graduación, el capitán Alexander Sandy Scratchley. La atmósfera es sumamente despreocupada. No hay sillas, así que la gente se sienta en mesas de trabajo o bancos, o simplemente en el suelo, con las rodillas levantadas y los brazos alrededor de las piernas desnudas. El uniforme comprende pantalón corto, camiseta y chaplies, esas sandalias de suela cuadrada que los hombres prefieren a las botas porque son más frescas y los escorpiones y las arañas no pueden esconderse en su interior.
Un sargento llamado Collier cierra las grandes puertas correderas. En la parte delantera, Kennedy Shaw clava una foto sobre una pizarra de presentaciones. Es una foto de Rommel.
Miro a mi alrededor para comprobar si alguno de los oficiales está sorprendido. Si es así, no lo demuestra. El sargento Collier regresa y toma asiento a mi lado, sobre un cajón de madera de munición del 303.
—El Zorro del Desierto —dice Kennedy Shaw señalando la foto—. Durante casi dos años, todos los hombres de esta sala han rezado por tenerlo delante. Bueno —afirma—, pues pronto será así.
A continuación realiza una breve exposición sobre los primeros pasos de su carrera: sus espectaculares triunfos como oficial de infantería durante la Gran Guerra, la obtención de la Pour le Mérite, el éxito de su libro La infantería ataca… Kennedy Shaw está tratando de ofrecernos una semblanza del personaje.
—El valor de Rommel es incuestionable. El marchamo de su estilo es la audacia y la agresividad.
En 1940, durante la invasión de Francia, Rommel manda una unidad de élite, la 7.a División Panzer. La formación, punta de lanza de la blitzkrieg, encabeza la penetración por las Ardenas, el golpe que derriba a Francia. La recompensa de Rommel es el mando del DAK, el Deutsches Afrika Korps, así como de todas las tropas alemanas en Túnez y Libia.
Ascendido a teniente general, Rommel desembarca en Trípoli en febrero de 1940. En su primera campaña, antes de que hayan llegado la mitad de sus hombres y sus carros de combate desde Europa, consigue expulsar de Cirenaica a la Fuerza del Desierto Occidental; nuestras divisiones blindadas se ven obligadas a ceder casi enteras los mil quinientos kilómetros que habían avanzado desde la frontera egipcia. La propia prensa británica lo encumbra al otorgarle el título de «el Zorro del Desierto». Hasta Churchill declara: «Tenemos frente a nosotros a un adversario audaz y habilidoso y, si se me permite decirlo entre los horrores de la guerra, a un gran general».
—Nadie tiene que explicarle esto a los soldados británicos —dice Kennedy Shaw.
Tan poderoso es el influjo que su figura ejerce sobre su imaginación que el general Auchinleck, comandante supremo del VIII Ejército, cree necesario emitir la siguiente directiva: «Nos enfrentamos a la posibilidad real de que nuestro amigo Rommel se convierta en una especie de mago u hombre del saco para nuestras tropas, que hablan demasiado de él. No es, en modo alguno, un superhombre, y sería muy poco conveniente para nosotros que nuestros hombres le atribuyeran poderes sobrenaturales. […] Debemos referirnos a «los alemanes» o «las potencias del Eje» […], en lugar de estar constantemente aludiendo a él. Les ruego que subrayen ante todos los mandos que, desde un punto de vista psicológico, ésta es una cuestión de la máxima importancia».
—Lo que complica aún más el hacer frente al mito de Rommel —continúa Kennedy Shaw— es el hecho de que no encaja en los estereotipos del huno rapaz o el nazi brutal y fanático. No es miembro del partido y no lo ha sido nunca. Su código militar es producto de las tradiciones militares prusianas, anteriores al auge del nacionalsocialismo. Es, según nos han contado, un guerrero de una época pretérita, un caballero a la antigua usanza, para el que las virtudes de la caballerosidad y el respeto por el adversario son inseparables de la pasión por la victoria. En otras palabras —concluye—: ¡es imposible odiar a ese bastardo!
»Si lo eliminamos, clavaremos una lanza en el corazón de las fuerzas del Eje en el norte de África.
Señala la foto del Zorro del Desierto.
—Y aquí, amigos míos, es donde entran ustedes.
A continuación cede el centro del escenario al mayor Eaonsmith. Jake le da las gracias a Kennedy y se adelanta con una mirada tímida dirigida a su audiencia.
—¿Cuento con su atención, caballeros?
Por primera vez, unas carcajadas quiebran la gravedad de la atmósfera.
—Sé lo que están pensando —dice—. Es una misión imposible. Y somos la gente apropiada para llevarla a cabo.
Más carcajadas. Una petaca de café circula entre los presentes. Se encienden cigarrillos. A mi lado, el sargento Collier comprime el tabaco de su pipa Sherlock Holmes y vuelve a encenderla.
Jake comienza describiendo el estilo de liderazgo de Rommel. El Zorro del Desierto manda a sus tropas desde primera línea.
—Tiene agallas, hay que reconocerlo. No dirige las batallas por teléfono. —Mientras habla, distribuye una serie de fotografías propagandísticas del Afrika Korps, en las que se ve a Rommel en situaciones diversas, aunque siempre en el frente: en coches del cuartel general, montado en un Panzer Mark IV… Su instinto agresivo, nos dice Jake, lo impele una y otra vez a dirigirse allí donde la lucha es más encarnizada.
—En otras palabras, caballeros, nuestro más importante enemigo, el hombre del que depende la suerte de la guerra en el norte de África, no estará cómodamente sentado varios cientos de kilómetros tras las líneas enemigas, donde nos sería imposible alcanzarlo, sino que es probable que se sitúe en primera línea, a plena luz del día, sin más protección que un coche del cuartel general. Lo único que tenemos que hacer es encontrarlo.
Los hombres reciben fotos de los vehículos que componen el cuartel general móvil de Rommel, su Gefechtssaffel, cuyas características distintivas debemos estudiar y aprendernos de memoria. El puesto de mando de un mariscal de campo, recuerda Jake a los hombres, se encuentra rodeado por una multitud de vehículos y hombres, a causa de la concentración de antenas, del tráfico de correos y de la presencia del personal de seguridad. Paradójicamente, estos factores también contribuyen a engrosar nuestras probabilidades de éxito.
Esto provoca la segunda carcajada de la reunión.
—¿Y qué se supone que vamos a hacer, señor, recorrer el desierto de un lado a otro hasta dar con ese bastardo? —pregunta un sargento.
—Insel se ha enterado —responde Jake (con «Insel» se refiere a Inteligencia de Señales, los chicos de intercepción de radio)— de que cada noche, cuando las circunstancias impiden a Rommel volver al cuartel general en retaguardia, su operador de radio envía una señal en clave a una hora específica. La señal, diferente cada noche, informa al personal del cuartel general del paradero de su comandante en jefe.
Nuestros espías, nos explica Jake, se han hecho con esta información. Señala las palabras Zorro del Desierto, pintadas sobre la pizarra.
—Esto quiere decir que podemos usarla para encontrarlo. Como es natural, esto no garantiza que vaya a permanecer fijo en un lugar. A las 19.30 horas no tiene por qué estar donde estaba a las 19.00. Y aquí es donde entran ustedes, caballeros. Mayor Mayne, ¿quiere seguir?
Paddy Mayne da un paso al frente. Para la gente de nuestra época no sería necesaria la siguiente aclaración, pero a beneficio de los lectores más modernos diré que, antes de la guerra, Mayne era una estrella del rugby a la altura de los mejores de todos los tiempos. Es alumno de Cambridge y procurador, y al final de la guerra será el soldado más condecorado de la Gran Bretaña y, con la única excepción de su oficial superior en el SAS, David Stirling, el comando más famoso de toda la guerra norteafricana.
—¿Qué quiere decir eso, señor? —le pregunta una voz—. ¿Que, una vez localizado Rommel, iremos a por él armados hasta los dientes?
Mayne sonríe.
—Ojalá fuera así, caballeros. Pero me temo que toda la gloria será para la RAE
Esto provoca la primera protesta.
La misión de nuestro grupo, nos explica Mayne, será penetrar las defensas del enemigo y aproximarse lo bastante al objetivo como para transmitir su posición exacta o, en caso de que sea posible, marcarla con humo rojo. Los cazas de la RAF se encargarán de acabar con él. Nuestro cometido entonces será limpiar los restos y salir de allí con el rabo entre las piernas.
Al oír esto, el silencio expectante que reinaba hasta ahora cede el paso a una indignación plagada de murmullos. Por mi parte, aunque a lo largo de la guerra asistiré a varias reuniones parecidas, donde se transmitirán órdenes igualmente absurdas con absoluta impasibilidad y durante las cuales, invariablemente, sentiré cómo se me hiela la sangre, no puedo dejar de sentirme asombrado por el entusiasmo ferviente y jubiloso con el que los hombres abrazan esta misión casi suicida.
—Así es la vida —dice Mayne—. Las fuerzas aéreas nos han ganado por la mano esta vez. No obstante, nuestra tarea no será en absoluto insignificante. No desesperen, muchachos. No sería la primera vez que veo fallar a esos aviadores. Si meten la pata, tendremos nuestra oportunidad.
De este modo, la reunión termina con la moral por todo lo alto. Los hombres, que se conocen de sus unidades y de operaciones anteriores, se dividen en varios grupos para ir perfilando los detalles de cada misión individual. Yo me encuentro solo, pensando en las vastas extensiones del desierto occidental y las decenas de miles de soldados, carros de combate y cañones del Afrika Korps. ¿Sólo a mí me parece absurda esta operación?
Me vuelvo hacia el sargento neozelandés, Collier, que ha pasado toda la reunión a mi lado, sentado sobre una caja de munición. Tiene aspecto de atleta. Puede que antes de la guerra fuera jugador de rugby o montañero, como casi todos ellos.
—¿Qué le parece esta fiesta, sargento?
El neozelandés se vuelve hacia mí con una sonrisa en los labios.
—Un auténtico embrollo, señor.