Seis campanadas.
Era aún muy pronto. Faltaban al menos dos horas para el nuevo día. Y nadie pensaba ya en dormir allí, en Dorian Manor.
Dennis Stower cuidaba de su tío Gerald, el padre de Tania. Ésta reposaba, virginal, sobre una pesada mesa de roble, tapada por una sábana. Las luces oscilantes no hacían sino realzar la palidez de todos los presentes.
—Nada… —Peter Blake se volvió, exasperado, tras palpar de nuevo el muro de madera. Luego, se volvió hacia Marsha Dorian, sentada en el lecho, ensombrecida y como en trance—. Usted dijo que ella andaba por la habitación cuando despertó…
—Sí. Dijo que acababa de incorporarse, por causa de los nervios y el insomnio. Pero las ropas estaban frías. Debía llevar bastante tiempo levantada…
—¿Y nadie pasó por la puerta, Saxon? —insistió Blake, volviéndose al viejo servidor.
—Nadie, señor. Lo juro. No cerré los ojos un solo instante.
—Lo creo. De modo que Tania salió de aquí por alguna parte… sin moverse de la alcoba. No hay puertas de comunicación. Ni otra ventana que ésa, que está encajada por la humedad y el polvo. De modo que…
—De modo que tuvo que ser contaminada por los vampiros aquí… o fuera de aquí. Y en ambos casos, sobrino, hubo comunicación con otro lugar. O ella salió… o bien otros entraron.
—Exacto —asintió Peter Blake—. Y sólo hay un camino; un pasadizo secreto. Como el que utilizó Blackman en el corredor. Está ahí, tras ese artesonado, pero sólo puede utilizarse desde dentro.
Paseó por la estancia, reflexivo. Se volvió a Saxon, preocupado. Miró a éste, como dando vueltas en su cabeza a alguna cosa poco clara. Marsha comentó despacio:
—Había algo raro en sus ojos al mirarme… —cerró los párpados, estremecida—. ¡Dios mío, estuve a punto de ser otra de ellas…!
—No le faltó mucho, criatura —asintió sir Percival, sombrío. Y, de repente, indagó del viejo Saxon—: ¿Hay en alguna parte planos de este edificio?
—¿Planos? —el sirviente dudó. Se encogió de hombros—. No, no creo… Yo nunca los vi.
—Ya pensé en eso, pero es complicado y poco práctico —cortó Blake. Luego, caminó hasta Saxon. Bajó mucho la voz para preguntarle, entre dientes—: Amigo… ¿cree que puede conducirme, discretamente y sin que nadie lo sospeche… a los sótanos de este edificio?
—Los sótanos… —musitó Saxon con un brillo de astucia en sus ojos. Afirmó—: Sí, seguro… Hace años que no se utilizan, pero hay un acceso por la vieja cocina del cobertizo, ya en desuso también, y…
—Basta —cortó Blake, ronca su voz—. Sin explicaciones. Finja que me lleva a alguna otra parte. Disimule al hablar en voz alta. Y vamos cuanto antes…
Se apartó de él. Siguió golpeando las paredes de madera, como en busca de algo. De repente, Saxon se puso en pie con calma. Habló, indiferente:
—Señores, creo que a la vista de los acontecimientos de esta penosa noche, será mejor hacer un buen desayuno para todos… Claro que no es agradable ir solo abajo, pero…
—No se preocupe —sonrió Blake, con naturalidad, volviéndose—. Yo le acompañaré, Saxon.
—Será un alivio para mí, señor —resopló el servidor, iniciando su camino con una pierna a rastras, hacia el corredor.
—No se muevan de aquí —pidió Blake, ya cerca de la puerta—. Volveré con Saxon y con algo caliente y confortante para todos. Creo que lo estamos necesitando con urgencia, en tanto esperamos el nuevo día. Sobre todo, por favor… no se dispersen. Que nadie deambule solo por la casa, si no quiere convertirse en vampiro…
Cuando salieron, un profundo y tenso silencio reinó en la estancia. Marsha parecía haber notado algo, porque sus ojos buscaron los astutos y pensativos de sir Percival. Éste le hizo un rápido gesto, recomendándole silencio.
* * *
No habló ninguno de los dos hombres.
No hizo falta tampoco. El viejo Saxon le hizo un gesto. Peter Blake entendió. Acababa de preparar las tres armas: el revólver cargado, el crucifijo y las cuatro estacas astilladas, punzantes, obtenidas del montón de leña del cobertizo. Guardó todo ello bajo su abrigo, cuidadosamente. Luego, clavó los ojos en la puerta encajada, de viejo hierro mohoso.
Se acercó, paso a paso. Estudió la plancha mohosa, sucia, perdida en la sombra. Afuera, la noche era aún profunda. Sabía que su trabajo era infinitamente más fácil y cómodo a pleno día, cuando los vampiros reposaran en sus féretros o en sus lugares de descanso diurno. Pero no quería perder un solo minuto. No quería correr riesgos. Ni hacérselos correr a los demás. Había demasiado en juego en aquellos momentos.
Saxon le contemplaba, expectante. Parecía saber perfectamente lo que planeaba. Y su gesto era de duda y de temor. También sabía lo que arriesgaba, de eso no había duda.
Peter Blake tomó una palanca de metal de entre las herramientas allí acumuladas, cubiertas de polvo y de óxido, La probó en la rendija de la puerta metálica. Saxon musitó a su espalda:
—Lleva años sin abrirse. Pero no tiene cerradura. Debe ser el único medio de abrirla…
Lo era. A Blake le bastaron cinco o seis intentos para lograr que chirriase el metal, cediendo un poco. Peter tomó aliento. Esperó un poco. Hizo un gesto afirmativo.
—Ya está —dijo—. Esto marcha…
—Cuidado, señor —le avisó Saxon—. ¿Sabe lo que puede esperarle, ahí dentro?
—Claro que lo sé —suspiró—. Y Dios quiera que sea así…
—Tal vez vuelva usted… convertido en uno de ellos.
—Tal vez. Si es así, Saxon, no dude. Máteme. No se fíe de mí, al volver. Examine mi cuello, manténgase en guardia. Y, sobre todo… guarde a su señora. Marsha Dorian no debe correr peligro.
—No lo correrá, señor, mientras yo viva —prometió el viejo criado. Sus ojos brillaron—. Usted… usted siente afecto por la señorita Dorian, ¿verdad?
—Sí —afirmó Blake secamente. Probó de nuevo, y la puerta chirrió, cediendo en parte—. Lo siento, Saxon. Lo sentía… incluso antes de lo sucedido a Tania…
Y la siguiente intentona, resultó. La hoja de metal se entreabrió, con lastimero gemido. Blake respiró hondo. Su mano se hundió bajo la levita, y apareció con el crucifijo de bronce.
—¿No sería mejor… el revólver? —musitó Saxon, dubitativo.
—Sólo para Blackman, que no es un vampiro —jadeó Blake—. Para los demás… ésta es la mejor arma de que dispongo…
Luego, tirando despacio de la hoja de metal, la hizo ceder lo justo para entrar por su rendija. Tomó una lámpara de petróleo encendida, que mantenía junto a él.
Y se aventuró en el interior, cerrando cautamente tras de sí, hasta ajustar de nuevo la hoja de metal oxidado, como si nunca hubiera sido abierta.
* * *
Tinieblas.
Profundas y espesas tinieblas. Sólo eso. Y murciélagos que aletearon al sentir su presencia. Peter Blake avanzó en silencio, pisando sigilosamente…
Un corredor de ladrillo, otro de piedra, escalones, viejas barricas polvorientas, bidones y cajas astilladas… Soledad, ratas, humedad, viscosa pesadez, como en una cripta sucia y descuidada…
Eso era todo, en los primeros trechos de su recorrido bajo el gran edificio. Peter Blake creía saber ahora la verdad. Siempre estuvo cerca, muy cerca de ellos el refugio de los vampiros. Justo debajo de la casa. En el subsuelo de Dorian Manor. En las bodegas olvidadas…
Ahora, todo dependía de hallar el lugar exacto, en el dédalo subterráneo, que comunicaba con una vieja red de pasadizos secretos, de alcoba a alcoba… Blackman conocía todo eso, y lo utilizaba para su servicio y el de sus horrendas criaturas no-muertas.
Peter había descendido a sus dominios, en desafiante invasión. Ahora, cualquiera podía vencer en el sordo duelo. Pero todas las ventajas estaban del lado de Blackman y las mujeres-vampiro…
A pesar de ello, siguió adelante. Se internó en el lóbrego laberinto, llevando la luz de petróleo ante sí. Esperando encontrar a aquellos que se escondían en la oscuridad y en el subsuelo. A los monstruos de la noche. Sabía que tenía que encontrarlos, tarde o temprano.
Y los encontró.
* * *
Supo que estaba tras él. A poca distancia.
Un frío sutil recorrió su espina dorsal cuando la voz resonó ahogada:
—¿Por qué Blake? ¿Por qué ha venido hasta aquí?
—Tenía que hacerlo —susurró Peter, parándose en seco—. Sabía que le encontraría, Blackman.
—Sí, también yo lo sabía —suspiró el caballero, en la oscuridad—. Siempre lo supe. Usted era el enemigo de quien me debía guardar. Mi instinto me lo dijo, apenas le conocí en el tren nocturno. Debí matarle antes. Si Tania Stower hubiera triunfado esta noche…
—Tania Stower fracasó, cuando era vampiro… —Blake se volvió lentamente. Su lámpara iluminó la fantasmal figura del hombre enlutado, alto y espectral—. ¿Va a fracasar usted también ahora, Blackman?
—No —rió huecamente el caballero—. No puedo fracasar. No con usted. Sería mi fin.
—Es su fin, Blackman. ¿Qué vino a buscar en Hardsfield? ¿Quién es usted, exactamente?
—Mi nombre no es Blackman —susurró el enlutado—. ¿Responderé a su pregunta si le digo que me llamo realmente… Cornel Todten, y soy el único descendiente vivo de la familia Todten?
—Sí —musitó Blake—. Eso responde a todas las preguntas…
La risa siniestra bailoteó en los ojos agudos del hombre de negro. Su voz sonó agresiva y fría:
—Durante años he planeado esto. Estudié ocultas ciencias y conocimientos prohibidos. Supe cómo dominar a los no-muertos y volverles a su eterna vida de noche… Así di vida a mis antepasados femeninos, para convertirme en amo y señor de los vampiros…
—Y fracasó, Blackman… o Todten, como quiera que le llame… —rió Blake, entre dientes.
—¿Fracasé? —sonó burlona la risa suave del misterioso personaje, al erguirse—. ¿De qué habla? Mire allí. Son ellas. ¡Mi obra! ¡Mis hermosas criaturas!…
Peter Blake se volvió, con un nuevo y más profundo escalofrío. Se encaró al viviente horror que ya conocía.
Ellas…
Lorella, Valentine y Dahlia Todten… Las doncellas surgidas de la tumba. Las mujeres-vampiro… Y tras ellas la exuberante Ada Blair, convertida en otra adicta infernal… Salían de la sombra, se movían hacia él, pausadas, sin prisas, triunfadoras, seguras de sí mismas.
Peter habló con firmeza, desafiando a Blackman con su mirada.
—No, amigo, Usted, pese a todo, fracasó. Fue víctima de su propia obra… ¡Ya no es el caballero Blackman o Todten, amo y señor de vampiros… sino OTRO VAMPIRO MÁS!
Él retrocedió, emitiendo un aullido. Peter alzó en su mano la cruz, sosteniendo en la otra la farola. Las mujeres sedientas de sangre también se echaron atrás, convulsas.
—¿Cómo? —rugió Blackman—. ¿Cómo pudo saberlo…?
—Su cuello… Siempre llevó subido el cuello de su macferlán… pero no tanto como ahora… ¡Quiso dominar a las hembras-vampiro, y ellas le dominaron a usted, haciéndole suyo! Sólo que es el único varón no-muerto y aún las controla… Ha ganado una horrible vida eterna, pero ha perdido la vida material, su condición humana, sus apetencias de dominio y de poder… ¡Ahora Blackman, yo soy aquí el más fuerte, puesto que soy, de todos ustedes, carroña miserable de la tumba, EL ÚNICO SER HUMANO QUE VIVE REALMENTE!…
Y agitó su cruz, la enarboló con fuerza, acercándose a Blackman, que retrocedió aullando, tapando sus ojos de aquel destello cegador y terrible que le hería como una brasa mortífera.
—¡A mí, mis doncellas! —aulló—. ¡A mí! ¡Salvadme de esa maldita forma llameante…!
Las mujeres-vampiro se movieron, rodeando a Blake. Éste, resuelto, aferró ahora con la misma mano que sujetaba la lámpara de petróleo, una de las estacas afiladas. Dejó la luz en alto, en una hornacina adonde no podían llegar los brazos de las hembras endemoniadas… y sin piedad alguna, hincó la astillada madera en el pecho de Blackman, como un estilete…
Su chillido terrorífico conmovió los ámbitos del corredor. Manos frías y sedosas, de mujeres de ultratumba, se cerraron, engarfiadas, sobre la piel sudorosa de Peter, Éste se revolvió con un rugido, buscó otra estaca afilada, sujetando la cruz ante ellas. Las doncellas se echaron atrás, despavoridas, retorciéndose presa de un dolor indescriptible…
Cayeron al suelo babeando, retorciéndose, soltando espumarajos de rabia, goteantes de sangre sus ojos desorbitados… Gimieron entre dientes palabras abyectas:
—Piedad… Piedad, Blake… Seremos tus siervas… Te ofrecemos riqueza, poderes, placer… ¡Todo a cambio de tu perdón!…
No hubo perdón. No podía haberlo.
A la luz de la lámpara humeante, con la cruz sostenida férreamente en su mano zurda, como signo de un poder más allá de lo humano, frenando el infernal poder de los seres malditos, utilizó una a una las estacas que, sangrantes, penetraron en virginales senos de mujeres hermosas, muertas un siglo antes… Y también entre las formas macizas de Ada Blair, la última de las hembras-vampiro de Hardsfield…
Luego, tintas en sangre sus manos crispadas, despavorido, casi enloquecido en su fanática ira destructora, Peter Blake se echó a atrás, sus anchos hombros golpearon el muro, y sus ojos dilatados contemplaron el horror provocado en el subsuelo de Dorian Manor.
—Señor, Señor… —musitó—. Que cosas así nunca más sean posibles…
Y ante su mirada alucinada, las estacas de las tres doncellas Todten, aparecieron hincadas solamente en grisáceas, momificadas formas que se deshacían, como polvo mortal, entre jirones de viejas y podridas telas… Putrefactos rostros, entre cabello lacio y gris, mostraron al fin la paz del reposo que ya nunca sería alterado…
Y Peter Blake se sintió tranquilo. Profunda, tremendamente tranquilo en su conciencia, por haber contribuido a que unos seres volvieran al polvo de donde les hizo regresar una maldición siniestra…