CAPÍTULO III

—Dios mío… —Sir Percival cambió una mirada de horror mudo, con Tania y con Marsha Dorian—. Parece… parece imposible, Peter…

—Pero es la verdad. Yo la vi, tío Percival. Yo viví ese espanto… Aún no lo he podido creer. Pero sé que no lo soñé. —Mostró sus muñecas sangrantes—. Mira… señales del cuchillo de Ada Blair. El cuchillo que me hubiera asesinado, si las mujeres vampiro no hubiesen llegado.

—Ada Blair… —repitió Dennis Stower roncamente—. La criada del mesón de Eyssen…

—Sí, y su amante. La asesina de la desaparecida señora Eyssen. Su cómplice debe ser capturado. Lo será, sin duda. Pero todo eso es ya secundario. Ahora… ahora lo que cuenta es hallar a las hermanas Todten en pleno día, saber dónde reposan… y destruir la maldición. También hay que evitar que Ada Blair sea otro vampiro…

—¿Cómo, Peter? —se angustió Tania, aferrándole el brazo con desesperación.

—Como siempre se dice que se hizo en estos casos… —suspiró Peter—. Creo que ya lo saben todos los presentes, ¿no?

—La estaca… —jadeó sir Percival—. La estaca en el corazón del poseído…

—¡Una estaca en un cadáver! —estalló Gerald Stower—. ¡Oh! Es ridículo todo esto…

—¿Ridículo? —Se volvió Peter hacia él, exaltado—. No diría eso, señor Stower… si hubiera presenciado lo que yo presencié en ese cementerio, hace apenas una hora…

—Está bien, Peter, hijo —musitó el padre de Tania—. Perdona. No quise, ofenderte, pero resulta tan difícil de aceptar algo así…

—Debes perdonar a papá. —Tania habló acercándose a su prometido—. Yo te entiendo. Sé lo que sentirás. Todo suena a fantástico, a imposible… pero ha ocurrido.

—Si —afirmó Peter Blake—. Ha ocurrido. Yo debo volver al cementerio.

—¿Ahora? —se horrorizó Marsha Dorian.

—Ahora, sí —afirmó Blake, rotundo—. Aún estará allí el cadáver de Ada Blair… y aún es tiempo de que este horror no siga adelante. Me temo que no será fácil encontrar a las Todten. Ese hombre, Blackman, quienquiera que sea, las ha vuelto a la vida, con la sangre de Bell. Y él sabrá dónde las oculta. Posiblemente en un lugar donde también se oculte él mismo…

—¿Blackman es… un vampiro también? —se estremeció sir Percival.

—No. No puede serlo. Le vimos a pleno día, tío.

—¿Entonces… quién es ese hombre?

—Me gustaría saberlo. Pero sea quien sea, ha dejado; en libertad a unos monstruos a quienes difícilmente se puede ahora destruir… —y avanzó hasta un estante, de donde tomó una pesada cruz de bronce con pie de mármol, como única arma eficaz para el peligro que iba a combatir.

Tras una duda, sir Percival y Dennis Stower partieron tras él. Gerald se acercó a su hija Tania y a la anfitriona, Marsha Dorian.

—Será mejor esperarles aquí —musitó—. Ellos no tardarán, y si realmente hay vampiros en Hardsfield, no peligrarán, con esa cruz en manos de Peter…

* * *

—Tarde… Demasiado tarde, tío. —Blake señaló la cripta vacía—. No hay nadie ya…

—Nadie… ¿Ni siquiera… el cadáver?

—Ni siquiera eso. Se llevaron a Ada Blair, no hay duda. ¿Y sabes por qué?

—Lo imagino. —Sir Percival inclinó la cabeza, pensativo—. Está… contaminada. Mordida. Ahora es otro vampiro en potencia…

—Pues lo seguirá siendo. Si no hemos hallado a las tres doncellas Todten… ¿cómo hallaremos a Ada Blair o su cadáver? —Sir Percival miró en torno, a las tumbas y lápidas salpicadas de matojos y hierbajos—. Cualquier rincón de este cementerio, cualquier fosa o nicho olvidado… puede ser su escondrijo. La noche es su mejor aliado, además. Harían falta legiones de hombres con lámparas, buscando su paradero. Y dudo que encontrásemos voluntarios para semejante tarea. Sobre todo, si saben ya lo de Bell, a través de Dobbs…

—Dejad eso —suspiró Peter Blake, regresando lentamente del panteón de los Todten—. Me temo que todo sea inútil. Perdimos nuestra oportunidad… y todo fue culpa mía. Tal vez mañana, con el nuevo día… todo sea más fácil. Buscaremos de sitio en sitio, de hueco en hueco… y es posible que tengamos suerte. En marcha, tío Percival…

—Sí, vamos… —resopló el hombre de blancos cabellos—. Pienso como tú, muchacho. Aquí no hay sino polvo, moho y muerte.

—Muerte… —Salieron a la niebla del cementerio. Se miraron, preocupados ambos. El joven Blake añadió Empiezo a temer que el olor de la muerte llega ya muy lejos, en Hardsfield…

Regresaron despacio a Dorian Manor. En realidad, ninguno de ellos creía tener nada mejor por hacer.

Al alejarse del cementerio ninguno de ellos advirtió la presencia tétrica de una figura enlutada, tras unas viejas, torcidas cruces de hierro, entre hierbajos y florecillas silvestres de las que crecen en los olvidados cementerios donde ya no se sepultaba a nadie…

Unos ojos acerados y fríos siguieron con astuta expresión a los que se alejaban, de regreso a Dorian Manor. Las manos de Cornel Blackman, sin guantes, eran huesudas, largas y pálidas. Se aferraron a un matorral. Sin volverse, su voz ordenó con hipnótica autoridad.

—Seguidles… Ya sabéis el camino y el lugar, hermosas mías…

Una satánica sonrisa curvó los labios pálidos de Blackman. De la niebla, de la noche, fantasmagóricamente, emergieron hasta cuatro figuras lentas, pausadas, malignas… Cuatro hermosos y fríos rostros de mujer, helados y yertos, como máscaras flotantes sobre las figuras erguidas, fantasmales.

Las tres doncellas Todten… y Ada Blair, convertida en vampiro. Sus colmillos centellearon a la claridad de un reflejo de la distante farola de aceite de sir Percival Blake, entre húmedos labios rojos sedientos de algo que, sólo los humanos podían darles… Ojos enrojecidos y siniestros brillaron en la penumbra. Empezaron a avanzar despacio, hacia el claro. Rozaron a Blackman, clavaron su mirada maligna en su cuello cubierto por el alto macferlán… El caballero, rápido, giró con ojos fosforescentes y les ordenó, enérgico, fulgurante su magnética mirada dominante:

—¡Vamos, pronto, adelante! ¡Recordar quién es vuestro amo y señor! Yo os di la vida… y yo mando en vosotras…

—Sí, mi señor… —musitó Valentine Todten.

—Sí, te obedecemos —confirmó Dahlia Todten.

—Lo que mi amo y mis hermanas de sangre digan… eso haré yo —fue el murmullo del nuevo vampiro-mujer, la marmórea, espectral Ada Blair, tan lejos ahora de la saludable hembra de la posada, aunque sus formas pareciesen igualmente seductoras, pese al céreo color de su piel de no-muerta.

Las cuatro mujeres se deslizaron, sigilosas, como fantasmas, a través del olvidado cementerio. La voz de Blackman las escoltó, siempre sutil, fría, autoritaria:

—Recordad: calma, mucha calma… La noche es larga… Tenemos tiempo ante nosotros… Id a vuestro refugio, ahora. Esperad allí el momento oportuno… ¡y atacad entonces! ¡Vengaos en los que os condujeron a la condenación eterna y a la muerte! Destruid al enemigo… ¡y que la gente vrolok, el pueblo nosferatu, invada el mundo inexorablemente!…

Las sombras femeninas, espectrales y terribles, se perdieron en la noche. Tras de ellas, Blackman era una tétrica sombra de muerte y malignidad, moviendo sus peones en la noche de niebla y de terror.

* * *

La primera campanada sobresaltó a todos.

Giraron la cabeza, impresionados. Luego, se miraron entre sí, con alivio, al hablar pausadamente Mark Saxon:

—No se asusten. Es el viejo reloj del comedor. Lo he puesto en marcha esta noche… Llevaba años sin funcionar, y veo que no lo hace mal del todo.

—¿Qué hora es? —indagó Blake, girando la cabeza hacia el amplio, oscuro comedor.

—Las once de la noche —suspiró Saxon—. En punto, señores.

—Las once… —repitió nervioso Gerald Stower—. Faltan al menos nueve horas para el nuevo día, amigos.

—Lo sé —afirmó Peter, sombrío—. Son muchas horas. ¿Piensan quedarse aquí hasta el nuevo día?

—Es un sitio demasiado vecino al cementerio —suspiró Dennis, el primo de Tania—. Pero es mejor que aventurarse en la noche, a través de los senderos envueltos en la niebla… sabiendo que andan por ahí las mujeres-vampiro.

—Estamos todos de acuerdo —respondió sir Percival. Se acercó, risueño, a Marsha Dorian—. ¿Cree que podrá alojarnos a todos por esta noche, señorita?

—No sé si habrá medios suficientes… pero les estaré muy agradecida que se queden —afirmó la muchacha pelirroja con energía—. Saxon, ¿hay ropas para los dormitorios de todos estos señores?

—Por supuesto. Todo estará a punto en seguida —afirmó el servidor, alejándose con su incierta cojera, a través de los amplios salones del edificio—. Después de servir un refrigerio, podrán retirarse a descansar, si así lo desean… Deje el asunto en mis manos, señorita Dorian…

Marsha miró a todos los presentes. Tania oprimía las manos de Peter con fuerza, pero se aproximó, mirándola confiada.

—Ese hombre, Saxon, es algo increíble —manifestó Marsha, con un suspiro—. No sé lo que sería de todos nosotros, en esta casa, si no fuese por él… Parece capaz de resolverlo todo en el menor tiempo posible…

—El refrigerio, poco importa —musitó Tania—. Lo que quisiera es poder descansar bien, querida… aunque lo dudo mucho.

—Sí —suspiró Peter Blake—. Todos lo dudamos aquí, cariño… Pero montaré guardia ante tu dormitorio, si así lo deseas, para que tu sueño sea tranquilo, esta noche.

—No hace falta —sonrió Marsha—. Puede quedarse en mi propia alcoba. Nos haremos mutua compañía las dos, Blake.

—Gracias, Marsha —suspiró la novia de Peter—. Gracias… Acepto encantada.

—Los demás podrán dormir tranquilos —habló Marsha—. Saxon va a montar guardia, armado con un revólver, una estaca y un crucifijo, a la entrada de mi dormitorio, según me ha dicho. Espero que eso nos proteja a ambas, querida Tania…

Y las dos jóvenes amigas, oprimiendo mutuamente sus manos estremecidas por la incertidumbre y el temor, se miraron entre sí, hondamente preocupadas.

Afuera, la noche era oscura, húmeda y fría. La niebla, un sudario gris, envolviendo la mansión. Y en alguna parte, unas mujeres diabólicas esperaban ampliar con nuevas víctimas su satánica corte de endemoniadas por el signo del mal, en la yugular…

* * *

El reloj del comedor sonó nuevamente.

Esta vez, fueron solamente dos campanadas. El silencio más absoluto reinaba en Dorian Manor.

Los ojos de mujer se abrieron repentinamente. En la oscuridad, solamente la tenue claridad que se filtraba por el ventanal, daba forma al suntuoso lecho con dosel, a las cortinas y muebles de pesada estructura… y a las dos virginales figuras tendidas en ese lecho.

El embozo había descendido, en los movimientos inconscientes de las durmientes. Sedas y encajes asomaban sobre la sábana bordada. Entre el tejido, las formas juveniles y arrogantes de Marsha Dorian. O la esbeltez aristocrática de su compañera de lecho, Tania Stower. Los senos firmes de Marsha, palpitaban con la respiración rítmica de su profundo sueño.

Los ojos claros de Tania, brillaron en la oscuridad. La boca roja se apretó en un rictus doloroso. No parecía estar despierta. Era una sonámbula. Como si soñara despierta. Pero empezó a incorporarse. Se irguió en el lecho, sin importarle su semidesnudez. Tiró a un lado las ropas.

Se incorporó, pisando descalza la espesa alfombra roja. Erguida junto a la cama señorial, pareció dudar, esperar algo, una señal inconsciente, rígida y extática.

Por fin, dio media vuelta. Desconocía la estancia, pero se movió con seguridad, avanzó hacia el muro cubierto de paneles de recia madera, con escudos, cuadros al óleo y estanterías de viejos volúmenes. Marsha seguía dormida, ajena a todo aquello. Su busto palpitaba sobre el embozo. Sus manos reposaban fuera de las ropas del lecho…

Tania Stower llegó ante el muro. Se detuvo, como perpleja. Pero siempre con rigidez, como en trance hipnótico. De repente, suavemente y sin ruido, cedió un panel de madera del muro. Giró sobre sí mismo, sigilosamente. Apareció un pasadizo oscuro. Y en él, un hombre enlutado, de ardiente mirada, de trémulas manos pálidas.

—Ven… —musitó—. Ven, mujer… La vida eterna te reclama… Yo te la ofrezco, Tania Stower. Ven…

Unos pases hipnóticos con aquellos brazos largos y enlutados, una mirada candente de los azules ojos, y Tania obedeció, siguiendo dócilmente al misterioso Cornel Blackman por el pasadizo secreto. El panel de madera se cerró nuevamente tras ella. Marsha se quedó sola en el lecho, sumida en su sopor…

Dorian Manor siguió en el más absoluto silencio, en absoluta paz durante la noche de niebla de aquel mes de noviembre…

Hasta que el reloj, en el comedor distante, dio cuatro campanadas…

* * *

Marsha despertó, con un gemido. Dio una vuelta en el lecho.

Las cuatro campanadas la habían despertado. Estiró el brazo, aplastó sus senos contra la sábana… Suspiró, volviendo a cerrar los ojos con somnolencia. Se hundió en su sueño…

Bruscamente, pegó un respingo. Se irguió. Sentóse en el lecho. Miró, aturdida, a la cama vacía. Junto a ella, se arrugaban las ropas, formando el hueco de un cuerpo de mujer. Pero no había nadie.

—Tania… —susurró—. ¡Tania!

Saltó de la cama, envuelta en su vaporoso deshabillé verde manzana. Bajo sus senos, el corazón palpitaba fuertemente. También las sienes, repentinamente febriles.

—Querida… ¿te ocurre algo?

—Oh, Tania… —Se volvió, angustiada, para respirar al fin con alivio—. Me asusté tanto…

—No sucede nada —sonrió su amiga. Sencillamente, no podía dormir. Me levanté hace un instante. Estaba paseando por la habitación, me detuve ante el ventanal… La noche parece apacible, a pesar de la niebla… Creo que mañana hará un buen día, querida.

—Sí, es posible —observó Marsha la claridad lechosa, al otro lado de las vidrieras—. Por un momento pensé…

—¿Qué pensaste, Marsha? —sonrió Tania, envolviéndose mejor en la bata acolchada, rojo oscura, de alto cuello, que ella subió sobre su garganta, como protegiéndose del frío de la madrugada.

—Oh, nada. No me hagas caso —sacudió la pelirroja cabeza, Marsha Dorian—. Tuve una pesadilla. Soñé que las mujeres-vampiro llegaban hasta aquí y rodeaban este lecho, nos mordían a ambas… Fue espantoso. Pero era sólo un sueño, Tania. ¿Te acuestas?

—En seguida —paseó sobre las alfombras—. Ve tú al lecho. Me acostaré en seguida. Deja que se me pase este estado de nervios…

—Claro, querida —dominó Marsha un suave bostezo. Se hundió de nuevo en el blando y cálido lecho, pero al hacerlo tocó la fría zona donde durmiera hasta entonces Tania Stower, y eso le hizo arrugar el ceño, pensativa. Sin comentar nada, se reclinó en la almohada bordada y susurró—: Felices sueños, amiga mía…

—Felices sueños, Marsha —le deseó dulcemente, la voz susurrante de Tania Stower.

Y avanzó, despacio, hacia el ventanal, ante el que se irguió su alta figura, recortada por la brumosa claridad de la noche pálida. Se quedó de espaldas a Marsha, flotantes sus ropas de seda suave, prestadas por su amiga, para esa noche que había de transcurrir en mutua compañía.

La pelirroja heredera de la finca de los Dorian, se quedó tendida, boca arriba, como dormida. Pero sus ojos estaban sólo entornados, su boca entreabierta, su mente trabajando en tensa actividad, su cuerpo rígido y alerta.

Algo sucedía. Lo presentía. No sabía lo que era, pero era como si sintiera que alguna cosa funcionaba mal. Hubiera querido saber qué o cuál. No, no era posible. No entendía nada de nada. Sólo que Tania… se mostraba rara. Inquieta, casi inquietante…

La miró, recortada contra el ventanal. Había dicho que se levantó poco antes del lecho. Eso no era cierto.

La atmósfera del dormitorio era apacible, cálida, acogedora. Las ropas estaban heladas donde antes se acomodó Tania. Eso significaba tiempo. Tiempo sin tenderse allí…

¿Por qué? Cerró los ojos. Respiró profundamente. Le entró el sueño. Ya no vio a Tania Stower, volviendo lentamente su rubia cabeza hacia ella, mirándola aviesa, desde la penumbra, con una rara y rojiza fijeza en sus ojos de inyectadas órbitas…

Estaba ya en la frontera misma del sueño, a punto de hundirse en él. No supo la razón, pero sus nervios se dispararon. Dio un brinco en las sábanas, excitada. Tania se detuvo en seco, cerca ya del lecho. Sus labios se entornaron, apretándose con fuerza. Las pestañas y párpados bajaron sobre los ojos.

Los dedos de Marsha temblaron sobre el embozo. Miró a su amiga. ¿Por qué estaba ya tan cerca, tan rígida? ¿Por qué la miraba a través de las pestañas, con tan brillantes pupilas?

Sintió una rara aprensión. Se irguió. Clavó los ojos en el artesonado. Dio un salto repentino, fuera del lecho, ante la sorpresa pasiva de su amiga.

—¿Qué te ocurre? —indagó ésta, indecisa.

—No sé —suspiró Marsha Dorian. Se echó un mechón de cabellos rojos—. Es… es una noche irritante…

—¿Irritante? ¿Por qué motivo, Marsha?

—No lo sé tampoco —paseó agitada. Fue a la mesilla, probó un sorbo de agua. De repente, antes de que Tania pudiera impedirlo, fue a la puerta, la abrió. Cuando la hoja de madera, pesada y chirriante, cedió a su maniobra, Saxon estaba allí. Con una pistola amartillada en una mano, y una cruz de bronce en la otra.

—Señora… —dijo, alzando la cruz. Ni él ni Marsha observaron, allá atrás, que Tania Stower reculaba, horrorizada, ocultando el rostro ante el crucifijo—. ¿Ocurre algo malo?

—No, nada —sonrió Marsha, empezando a sentir que sus aprensiones eran ridículas—. Baje ese crucifijo, Saxon. Sólo que no puedo dormir… Creo que bajaré al salón a tomar algo. Un poco de café, o cosa parecida.

—Le acompañaré, señora —renqueó su fiel servidor, que miró aprensivo, al interior del dormitorio—. ¿Y la señorita Tania Stower?

—Está bien. Tania, ¿vienes conmigo abajo? Creo que siento la necesidad de tomar café o cualquier otra cosa, estar en pie un rato… Quizás hasta que amanezca…

—¿Hasta amanecer? —se estremeció Tania—. Pero Marsha, eso es ridículo…

—Sé que te lo parecerá. Ven conmigo, si gustas. Mañana, de día, habrá tiempo de dormir. No sé pero no me gusta la noche. No esta noche… Es… es como un presentimiento. No te burles de mí, pero…

—No me burlo —suspiró la joven prometida de Peter Blake—. Ve abajo, Marsha. Quizás vaya más tarde, si no concilio el sueño. Si no bajo, puedes volver cuando gustes. Estaré dormida ya, sin duda alguna…

—Vas a quedarte sola, Tania, a menos que prefieras que Saxon se quede contigo…

—No, no necesito a nadie —rechazó Tania Stower—. Ve con tu leal Saxon. Hasta luego, amiga mía…

—Hasta luego, Tania —y echó a andar, con una bata sobre su figura, seguida en silencio por su incondicional servidor—. No abras la puerta a nadie que no se identifique antes…

Cerró Tania, sonriente. Marsha descendió a la planta baja, en compañía del viejo Saxon. La luz que éste portaba, hacía bailotear, fantasmales, sus sombras en los altos muros.

Apenas sus pasos se alejaron definitivamente, perdiéndose en la distancia, la puerta de recia madera volvió a abrirse. Tania Stower asomó al largo, tétrico corredor, ahora desierto. Una mueca maligna curvó sus labios. Asomaron dos colmillos, dos incisivos agudos y largos, tremendamente inhumanos…

—Falló la víctima siguiente… —jadeó—. Hermanas de mi sangre, no tendremos aún a la única descendiente de los Dorian… pero sí al hombre que puede atraerla hacia nosotras…

Y pausada, silenciosa, rígida, cubriendo su cuello con las solapas alzadas de su bata acolchada, color grana, para que no fuesen vistas las dos oscuras y profundas incisiones sobre su yugular, Tania Stower avanzó hacia la alcoba de su prometido, Peter Blake…