CAPÍTULO PRIMERO

Era un espectáculo aterrador.

Peter Blake contempló, alucinado, el cuerpo exangüe del desconocido, sus ojos desorbitados y vidriosos, fijos en la cúpula del panteón. Miró las oscuras manchas en el pavimento, en los muros, en el pequeño altar sin cruces ni imágenes…

Y, sobre todo, contempló las tres lápidas de mármol desatornilladas, los féretros de madera putrefacta, las cajas de cinc forradas de seda desvaída, de un gastado tono púrpura… Y sangre. Más sangre por doquier, con salpicaduras oscuras. Algunas alimañas se alejaron, presurosas, ante la claridad del día y la mirada de los intrusos.

—Dios mío… —jadeó Peter—. ¿Qué ha sucedido aquí? No, no miréis vosotras, por favor…

Era tarde para decir eso. Tania sufría una dura crisis de histeria, y era Marsha, más firme y entera, quien trataba de contener los nervios de su joven amiga, llevándola afuera, haciéndola mirar al día, neblinoso, pero lleno de luz tibia en el camposanto olvidado. Sir Percival, con el rostro blanco como el papel, cambió una mirada con su sobrino.

—Deja que ellas se arreglen —susurró—. Esa jovencita, Marsha Dorian, es admirablemente valerosa. Cuida bien de Tania, no temas, Peter. Pero esto… esto es lo que cuenta. Ese hombre era… era Morton Bell, el idiota. Está muerto. Degollado.

—Y… desangrado —susurró Peter roncamente.

—Sí —su tío buscó algo en torno—. Hay sangre en todas partes. Pero no suficiente. Un hombre no se desangra así. Era fuerte, bebía alcohol… Debía tener más sangre.

—Sí, pero ¿dónde está, tío Percival?

—¿Sólo la sangre? —fue hasta los vacíos ataúdes y los golpeó secamente—. ¿Dónde están ellas ahora, Peter? Reposaron aquí durante un siglo entero…

—Blackman… ¡Ese maldito Blackman! —jadeó Peter, girando el rostro hacia la puerta ojival de la cripta—. Parecía el mismo diablo. Entró en el tren como un espectro… y también surgió así esta mañana, en el sendero. Los caballos se encabritaron, pudimos morir…

—De cualquier modo, él iba solo hacia la posada, ¿no es cierto? Por tanto, no llevaba consigo a las mujeres muertas. Tienen que estar por aquí, en algún lugar, dentro de este mismo recinto… Pero nos llevaría posiblemente semanas enteras revisar todas las viejas tumbas, nichos y criptas olvidadas, hasta encontrar el posible escondrijo de sus… cadáveres.

—Suponiendo que sean realmente cadáveres, tío Percival —musitó Peter, pensativo. Sacudió la cabeza, perplejo—. Cielos, tienen que serlo, pero hay momentos en que la razón vacila… Dicen viejas leyendas de vampirismo, que los no-muertos pueden volver a la vida, durante las noches si la sangre de un ser viviente pasa a sus cuerpos corrompidos. No creo en ello, pero…

—… Pero el pobre Bell está desangrado, faltan las tres doncellas Todten… y un hombre misterioso estuvo anoche en este cementerio, sin dar las razones de su extraña visita, ¿no es cierto, Peter?

—Sí, tío. Es cierto. Tengo… tengo miedo. Recuerda lo que hablamos hoy. Un… un Stower y un Dorian… fueron responsables del fin de las doncellas… Hace de eso un siglo, pero ¿hay una venganza, más allá de la tumba?

—No lo sé, muchacho. —El noble caballero Blake inclinó su canosa cabeza, abstraído—. No lo sé, pero me preocupa la cuestión. Me preocupa mucho…

—Hay algo que hacer en primer lugar, tío Percival —habló resuelto Peter.

—¿Sí? ¿Qué se te ha ocurrido?

—Ir a la posada de Eyssen. Y ver a Blackman…

—¿Crees que puede servir de algo?

—Estoy seguro de ello. Después, según lo que él diga, veremos al constable Dobbs. Telefonearemos a Leeds, o llamaremos a Scotland Yard, en Londres. Pero esto tiene que ponerse en claro, aun a riesgo de que nos llamen ignorantes y supersticiosos…

—Muy bien. Si crees que, realmente, ese caballero querrá confesar… inténtalo.

—Confesará. Tendrá que hacerlo, después de lo que sabemos de él… —se quedó mirando hacia las dos jóvenes amigas, abrazadas en la entrada a la cripta, y vaciló—. En cuanto a ellas… no sé qué hacer, tío Percival.

—No te preocupas —habló el noble anciano—. Me quedaré con ellas. Iremos a Dorian Manor. No habrá nada que temer allí. ¿No hay un viejo cuidando la propiedad, ese tal Mark Saxon?

—Sí, creo que sí. ¿Será prudente que os quedéis vosotros en esa finca?

—No vamos a estar danzando de un sitio para otro, Peter. Telefonea desde la posada a Gerald. Si él no quiere venir, lo hará Dennis, el primo de Tania. Él nos acompañará. No es tipo que tema a nadie, tú lo sabes. Cuando hayas terminado con ese tal Blackman y hables con Dobbs en la gendarmería de Hardsfield, ven a la residencia Dorian a explicárnoslo todo. Aún queda mucho tiempo de luz diurna para sentir inquietud alguna por nada de esto. Recuerda, Peter: los vampiros sólo pueden ser peligrosos durante la noche…

—No lo olvido, tío —dijo enérgicamente Peter—. Ni esperes que lo olvide. Antes del atardecer, estaré de vuelta en Dorian Manor, con una respuesta concreta, sea cual sea…

* * *

—¿Dijo… antes del atardecer, sir Percival?

—Sí, hija. No debéis temer nada —sonrió el viejo caballero, palmeando con energía la escopeta de caza situada junto a él. Por los ventanales de Dorian Manor penetraban ahora jirones de luz solar, dorada y triste, entre ramalazos de niebla y densas sombras nubladas. El ambiente parecía más radiante y amable, incluso en las vastas salas de la hacienda.

Mark Saxon caminó dificultosamente sobre su pierna rígida. La cojera del viejo cuidador de la propiedad parecía acentuarse con los años. Sir Percival sabía que sufrió un accidente de caballo años atrás. Pero ahora, la artritis o el reúma no eran ajenos a su trabajoso modo de andar. Pese a ello, milagrosamente, Dorian Manor aparecía cuidada, limpia, incluso agradable y acogedora, a despecho de sus dimensiones.

—Es milagroso —ponderó Marsha Dorian, mirando en torno las arañas de cristal, los dorados de escaleras y adornos, los candelabros de plata, todo refulgente y limpio—. ¿Cómo puede hacer usted solo todo esto, Saxon?

—Cielos, me sería imposible cuidar ni de la mitad de la hacienda, señorita Dorian —suspiró el viejo sirviente, sacudiendo la cabeza—. El legado de su familia cubre los gastos de atención de la finca. Los jardines no pueden ser debidamente atendidos, de ahí su descuido actual. El presupuesto resultaría entonces demasiado elevado. Pero periódicamente, tres mujeres o cuatro vienen de Hardsfield y ponen esto en condiciones. Hasta su siguiente visita, yo procuro cuidar su apariencia general. No es perfecta, pero es lo mejor que puede hacerse…

—¿Lo mejor? Esperaba enfrentarme a un horrible caserón polvoriento y tétrico —dijo Marsha, animosamente—. Descubrir una vivienda limpia y cuidada, es mucho más de lo que una pediría en estas condiciones, Saxon. Le felicito por ello.

—De todos modos, es demasiado grande —dijo Saxon, sacudiendo la cabeza. Señaló las dimensiones de la propiedad, en torno de ellos—. Dos plantas, veinte habitaciones, sótanos, buhardillas, jardines… Cuando los Dorian eran una familia numerosa esto podía ser aceptable. Ahora, para un viejo sirviente y para una joven heredera… no creo que resulte lo más adecuado.

—A mí me gusta. —Marsha miró los grandes ventanales, asomados al jardín, triste y descuidado, donde predominaban los ocres y los tonos parduzcos. El sol se nubló en ese momento, y la casa perdió gran parte de su alegría inicial. La joven heredera se estremeció—. Si no fuera por ese cementerio, por lo sucedido hoy…

Saxon no dijo nada. Sir Percival le había informado poco antes de lo ocurrido. El viejo sirviente paseó, renqueante, hasta un armario de caoba y vidrio polícromo, no lejos del hogar, encendido y crepitante. Abrió unas puertas del mueble, sacando copas y botellas.

—¿Oporto, brandy o sherry? —indagó, cortés.

—Un oporto para todos estará bien —dijo sir Percival. Sonrió, mirando a Tania—. Tú nunca bebes, querida. Pero creo que hoy lo necesitas.

—Estoy segura de que hoy no me importaría embriagarme, sir Percival —confesó la prometida de Peter Blake, con desaliento. Y se dejó caer en un sofá tapizado de rojo oscuro.

Marsha se sentó a su lado. Ambas amigas cruzaron una mirada inquieta. El oporto, sin embargo, animó sus mejillas con un leve carmín, y pareció devolver algo de calor a sus ateridos cuerpos.

—Me pregunto… —susurró de repente Marsha Dorian.

—¿Qué, mi querida joven? —indagó, rápido, sir Percival, volviéndose hacia ella.

—Me pregunto… qué habrá conseguido su sobrino en la posada de Eyssen —fue la respuesta—. Y, ciertamente, me temo que no sea lo que él espera…

Sir Percival entornó los ojos, que chispearon con jovial energía, pese a su edad. Afirmó despacio, apurando su copa de oporto antes de pedir otra al silencioso Saxon.

—Sí, hija —musitó—. Creo que ambos pensamos igual… Sería demasiado fácil que todo resultara como Peter cree…

* * *

Peter Blake pestañeó. Se quedó mirando a Ada Blair.

—Imposible —rechazó—. Él dijo que estaría aquí hoy…

—No hay duda de que le engañó, señor Blake —rió insultante la moza del mesón, poniéndose en jarras ante su mesa—. No está aquí.

—Le dejamos camino de esta posada, por la mañana…

—Oh, sí. Él vino. Pidió el almuerzo. Comió y bebió a gusto, pagó… y se fue.

—¿Se fue? ¿No dijo adónde?

—No, ni lo dijo, ni yo se lo pregunté. No había razón para ello. Parece un caballero. Algo raro, pero… un caballero —se inclinó hacia Blake, agresiva. Al hacerlo, su blusa se abombó, y el escote se hizo tan amplio, que Peter tuvo una generosa panorámica de sus encantos físicos, harto opulentos. Le guiñó un ojo, maliciosa—. Dio una buena propina, ¿entiende? Y se largó. ¿Qué podía hacer yo por evitarlo?

—No, nada, supongo. —Blake miró en torno, pensativo. Recordó algo. Evitando mirar las profundidades torácicas de la agresiva moza, añadió—: ¿Y su maletín? Lo había dejado antes aquí…

—Lo recogió. Y no dijo si volvería. Es más, no parecía dispuesto a volver. Escuche, señor Blake, ¿a qué viene tanta pregunta? ¿Ese hombre ha hecho algo malo?

—No lo sé, aún. —Peter clavó sus ojos, casualmente, en la cruz de hierro colgada del muro, junto a la ristra de ajos—. Pero hazme caso, Ada. Esta noche cierra bien tu alcoba. Y no te olvides de la cruz y de los ajos, si todo eso sirve de algo.

—Oh, señor Blake… —ella rió, recogiendo su servicio y rozándole intencionadamente al pasar—. ¿Es que van a visitarme los vampiros?

—Es un peligro que habrá que tener en cuenta desde ahora —convino Blake, ceñudo.

—Si es usted el vampiro que me visita… podrá empujar la puerta sin temor a los ajos, a la cruz… ni tampoco a la cerradura echada. Le estaré esperando.

Y tras otro guiño malicioso, se alejó contoneando su figura provocativa, de exuberantes formas. Peter Blake la contempló en silencio. Sacudió la cabeza como si algo de todo aquello no acabara de gustarle. De repente se encontró con la mirada de Lukas Eyssen. El posadero estaba plantado en la entrada de su establecimiento. Llevaba puesta encima una gruesa pelliza con cuello de pieles.

—¿Qué diablos ocurre aquí? —refunfuñó, de mala gana—. ¿Busca algo en mi casa, Blake?

—A un hombre llamado Cornel Blackman. Ada me dijo que no está ya aquí.

—No mintió. No está. Por otro lado, más parece que busque usted a Ada que a otra persona, Blake. ¿Qué se ha creído? ¿Que por ser un caballerete de buena familia puede cortejar mozas de servicio, a espaldas de su prometida y de su reciente compromiso matrimonial? Yo podría ir a Hardsfield y armar un buen escándalo, si usted insiste en…

—Ya basta, Eyssen —cortó Blake con aspereza, poniéndose en pie—. Sus mozas me tienen sin cuidado. Pero usted y su… sirviente, harán bien en cerrar las puertas a cal y canto cuando llegue la noche, no sea que alguien con diferentes intenciones a las mías, llegue aquí en busca de albergue. No se fíe de persona alguna, hombre o mujer.

Eyssen soltó una seca carcajada y avanzó amenazador hacia él.

—Esos cuentos de fantasmas no me causan efecto, Blake —masculló—. Lo que no quiero es verle más por aquí, cortejando a mi criada. Si vuelve a hacerlo, le daré una paliza que le quitará las ganas de que se sienta un donjuán de muladar, Blake.

—¿Está loco? Las criadas no son mi punto débil, Eyssen, pero es obvio que sí son el suyo. Es raro esto, en un hombre que perdió a su esposa hace algún tiempo… y precisamente al ir en compañía de esa misma sirvienta leal… Eyssen, hubo viajeros que desaparecieron en estas regiones. Blackman pudo ser uno más en la lista, pero no le aconsejo que le haga daño a ese hombre. No es como nosotros.

—Blake, ¿de qué está hablando? —jadeó el posadero, lívido—. ¿De qué me acusa, cerdo?

—De nada aún. Pero me parece obvio que usted y su criada tienen unas raras relaciones. Sus celos de ella resultan significativos. Y la autoridad de la chica de este establecimiento, desde que su esposa desapareció en el marjal, también resulta sospechosa… Escuche, Eyssen, no tengo prueba alguna para denunciarle por delito alguno, pero cuídese mucho de ocultar a Blackman o de intentar algo contra él. Esta noche estuvo en el cementerio y asesinó al tonto de Morton Bell… ¡Le asesinó y lo desangró sobre los cadáveres de las tres doncellas Todten! Si ese hombre es un ser humano como usted o como yo… conoce, cuanto menos, prácticas satánicas que nosotros ignoramos. Y en algún lugar, ahora, mantiene ocultos tres cadáveres que, tal vez, resuciten al llegar la noche, al conjuro de la sangre vertida sobre ellos…

—Está diciendo tonterías —silabeó con ira el posadero—. ¡No es cierto nada de eso! ¡Quiere usted asustarme para que me delate y confiese que yo…!

—Que usted… ¿qué, Eyssen? —replicó, calmoso, Peter Blake.

—¡Maldito, que yo maté a mi esposa, y Ada Blair lo cumplió así, siguiendo mis órdenes! —aulló con furia desatada el posadero, aferrando un atizador de hierro de la chimenea, y precipitándose violentamente sobre Peter Blake.

Éste, con celeridad, se irguió para repeler la agresión brutal del enloquecido posadero. No pudo hacer gran cosa.

Repentinamente, algo golpeó de forma violenta su cabeza. Osciló, giró la cabeza, aturdido. Descubrió a Ada Blair, pálida y convulsa, al pie de la escalera de madera. Acababa de arrojarle una jarra de metal de una estantería. La nuca le dolió horriblemente, intentó ir hacia ella, enfrentarse a la vez a Eyssen…

Todo resultó inútil. El mesonero le pegó de lleno con el atizador en el pómulo y la sien. Tras el mazazo feroz, Peter Blake exhaló un gemido ronco y se desplomó de bruces a los pies de Lukas Eyssen.

Éste alzó el atizador, para rematar al caído sin compasión.

—¡Quieto, imbécil!

Era la fría voz de la sirvienta lo que detuvo su impulso asesino. Eyssen vaciló, en alto el atizador que, de caer sobre el cráneo de Blake, significaría su muerte segura. Alzó el mesonero los ojos. Encontróse con la mirada centelleante y furiosa de Ada. Ella avanzó hacia su cómplice y amante con paso firme, temblando todo su cuerpo turgente.

—Estás loco, ¿no lo ves? —silabeó ella con ira—. No sólo confiesas como un necio, sino que intentas cometer un asesinato del que te inculparían inmediatamente, puesto que todos saben ahora que Blake vino aquí en busca de ese hombre vestido de negro: su prometida, su tío, la heredera de los Dorian… ¡todos! No tienes cerebro, estúpido. Estás denunciándote a ti mismo y, lo que es peor, denunciándome también a mí. Menos mal que solamente Blake te ha oído… y deberemos ocuparnos de Blake inmediatamente…

—Dijiste… dijiste que no debía matarlo… —silabeó Eyssen, lívido.

—Claro que no. Hay otros medios —contempló al caído, con expresión glacial—. Si he oído bien, ese hombre, ese forastero llamado Blackman, es una especie de ladrón de cadáveres, acaso un loco, un maníaco peligroso… o un brujo, nunca se sabe. Sea como sea, debemos hacer aparentar que Blackman liquidó a Peter Blake. Y para ello, no basta con asesinarle aquí torpemente, sino que es preciso arreglar las cosas de modo que todo señale a Blackman…

—¿Qué… qué piensas hacer? —masculló roncamente Eyssen, sin entender, fijos en ella sus ojos vidriosos.

Ada Blair soltó una carcajada. Se inclinó sobre Blake, y luego fue a cerrar la posada, previsoramente.

—Sigue inconsciente —dijo—. Tengo arriba una pócima que le hará permanecer así por un tiempo. Luego, apenas caiga la noche… Peter Blake será conducido adonde su muerte no pueda sernos imputada en modo alguno…

—¿A… adónde, Ada? —gimió el posadero, preocupado, soltando el atizador.

—Al cementerio de los pantanos, naturalmente. Adonde todo señale a Blackman… o a las doncellas endemoniadas de la familia Todten, maldito idiota…