CAPÍTULO IV

—¿Está segura, señorita Dorian?

—Sí, lo estoy. Un posadero y una criada que salen del mismo dormitorio, no significa gran cosa. Pero disimularon luego. Claro que él es viudo, a fin de cuentas…

—Sí, es viudo —asintió gravemente Blake—. Sólo que… su esposa murió en raras circunstancias.

—¿Raras?

—Exacto. Se perdió en el marjal. Hubo habladurías sobre un posible homicidio.

—Cielos. ¿Por parte de alguien del lugar?

—Por parte del propio marido. Sólo que él tenía una sólida coartada. Era Ada Blair, la fiel sirvienta, quien acompañaba a la señora la noche del accidente mortal. Si ahora me cuenta usted eso… es lógico que me resulte sospechoso, ¿no cree?

—Sí, pero… usted no es la policía. Ni siquiera es la ley.

—En cierto modo, se equivoca —sonrió gravemente Peter Blake.

—¿En qué me equivoco? —dudó ella, pestañeando.

—En la última parte de su aserto, señorita Dorian. No soy la policía. Para eso está aquí el constable Douglas Dobbs. Pero yo… sí soy la ley, al menos en cierto modo.

—¿Qué quiere decir?

—Soy abogado —suspiró Blake—. Sobrino de sir Percival Blake, de los Blake de Londres. Actualmente, mi tío sir Percival vive aquí, en Hardsfield, retirado de la abogacía. Por eso conocí a Tania Stower en esta población. Es hija de Gerald Stower, y prima de Dennis Stower. Una familia importante en el lugar.

—Abogado… Bueno, no pretendí acusar de nada a nadie. Sólo que… vi a ambos salir por la misma puerta, cuando relinchó ese negro caballo…

—Oh, sí, el caballo… —Peter Blake respiró con fuerza, contemplando, entre la bruma al animal sudoroso, que el posadero Lukas Eyssen estaba intentando encerrar de nuevo en el establo, con las primeras y turbias luces del nuevo día, en tanto el animal piafaba, inquieto, como si viniese de un lugar fantasmal, donde hubiera visto algo fuera de lo terreno—. El caballo Ghost sin jinete… ¿Qué fue del señor Blackman?

—El honorable Cornel Blackman, que tomó el tren en un apeadero sin importancia, quejándose de olores a cera y a muertos… —susurró Marsha Dorian, junto al joven abogado—. ¿Qué cree usted que ocurrió?

—No lo sé. Y me gustaría saberlo, créame. Es inquietante que ese hombre enlutado… haya desaparecido en la niebla, tras ir con un caballo alquilado… rumbo a Moors Cementery.

—Un cementerio que, por cierto, está cerca de mi propiedad heredada —le recordó ella, secamente.

—Exacto —se detuvo Blake, ya al final de la escalera de la posada, y cruzó su mirada perpleja con la de su joven compañera de viaje. En el hogar, los leños estaban apagados, cenicientos. Hacía un leve frío en la sala de vidrios de colores emplomados. La luz del día, a través de esas vidrieras, era borrosa y gélida como la propia mañana de noviembre—. Señorita Dorian, no debe sentir miedo alguno por sucesos como éste.

—¿Miedo? —ella enarcó sus cejas color cobre—. ¿Le he dicho que lo sintiera?

—No, pero…

—Señor Blake, le aseguro que me siento tan tranquila como esta noche, durante el viaje en ferrocarril. Admito que el lugar no es muy alentador, ni las cosas que están sucediendo me gustan demasiado. Tampoco me gustaba el señor Blackman, y vinimos con él desde el tren, a través de trescientas yardas de niebla, hasta esta posada. Cuando menos, es de día. Y dicen que durante el día los vampiros reposan en sus ataúdes. ¿O no es así, señor Blake?

—Pues… la tradición dice que sí —sonrió Peter Blake, casi divertido—. Pero no entiendo mucho de vampiros, la verdad. No es un tema que nos enseñan a los abogados cuando vamos a ejercer, señorita Dorian. Me he limitado a leer el libro de ese irlandés, y a consultar unos viejos volúmenes de leyendas de brujería, magia y superstición en centroeuropa. Muy poco para presumir de experto.

Salieron de El Murciélago Rojo. Sobre ellos, el distintivo de hierro, esmaltado en un feo y turbio tono escarlata, con una silueta de murciélago colgando de chirriantes eslabones como vieja muestra del mesón, pareció aletear ruidosa y agriamente en la niebla matinal, tan espesa como un puré de legumbres.

—Que el diablo se lleve a este maldito lugar —rezongaba Eyssen el posadero, regresando del establo y sacudiendo sus manos—. Ghost anda como loco. No sé lo que le sucedería al viajero, pero estando los caminos tan intransitables y la noche tan oscura y lluviosa, no me sorprendería que encontrásemos su cadáver en el fondo de cualquier barranco… cuando la niebla levante su velo. Lo cual puede suceder dentro de unas horas… o de unas semanas.

—Si fuera eso último, el cadáver apestaría ya —observó secamente Blake, acercándose al establo y mirando al inquieto animal, que no dejaba de cocear, pese a estar atado a una argolla del recinto—. Usted habló del diablo, Eyssen. Parece que su caballo lo hubiera visto en persona…

—Ese chiflado que vino con ustedes… —se quejó el cantinero—. ¿Por qué tuvo que ir al cementerio de los pantanos con semejante noche? Pudo haber hecho el viaje de día, ¿no?

—Pero no lo hizo —observó fríamente Marsha Dorian—. Yo también debo ir hacia allá, no tardando mucho. Mi casa es Dorian Manor. ¿Cree que puede ocurrirme algo en semejante viaje?

—¿Por qué habría de ocurrirle? —rechazó Eyssen, vivamente—. Su casa está cuidada por alguien. Y de día hay modos de llegar allí, bastante más seguros que cabalgando en la oscuridad. Dentro de poco vendrá por aquí John Watkins con su carruaje. Podrá ir en él, señorita. Y nadie conoce esta región mejor que el viejo Watkins.

—Un momento. ¿Dijo usted que mi propiedad… está cuidada por alguien? —indagó Marsha, sorprendida.

—Eso dije, sí —la miró, intrigado, el posadero Eyssen—. ¿No lo sabía, tal vez?

—No, no lo sabía. ¿Quién cuida de ella?

—Un hombre digno de toda confianza: Mark Saxon.

—No sé quién es Mark Saxon.

—Pero todos, aquí, lo sabemos. Un viejo y leal servidor del difunto Hasper Dorian, señorita.

—Hasper Dorian. Mi tío… El único pariente que tuve. El que me dejó esa herencia… —los verdes ojos de Marsha flotaron sin rumbo fijo en el vacío cargado de espesa bruma. Más allá, el campo de Yorkshire posiblemente fuese verde y frondoso, pero eso nadie podía saberlo. Sólo intuirlo, perdido en la niebla pastosa. La luz del día crecía en intensidad, pero seguía siendo plomiza y triste.

—Dorian Manor es una buena herencia —declaró Lukas Eyssen—. Muy buena. Una amplia propiedad, una sólida y confortable finca. Si tiene dinero suficiente para restaurarla, será como un palacio.

—Eso es lo malo. No tengo suficiente para todo eso —suspiró Marsha Dorian—. Me ha dejado una suma discreta, y podré hacer algunos arreglos, no muchos, según su albacea testamentario. Espero, cuando menos, que sea habitable. Si no, podré venderla. Pero sólo un tiempo después de habitarla. Justamente tres meses más tarde.

—¿Por qué tres meses? —se interesó ahora Peter Blake, volviéndose hacia ella.

—Es el tiempo de prueba que marca su legado —explicó Marsha—. Tío Hasper quería conservar a toda costa esa propiedad. Es lo que dice en su testamento. Pero al mismo tiempo… parece tener miedo a algo. Y dice que si, por alguna razón importante, yo no soporto vivir allí… podré disponer de la finca para su venta.

—Miedo… ¿a qué? —se intrigó Blake, pensativo.

—No lo sé. Él no menciona ese término. Es… es sólo algo que me dijo el albacea de Londres al darme las llaves de Dorian Manor. Durante el viaje, señor Blake, he empezado a comprender cuál puede ser ese posible temor de mi difunto tío Hasper…

—¿De veras, señorita Dorian? ¿Cuál supone usted que pueda ser? —era Eyssen quien hablaba, inquieto.

Ella miró alternativamente a uno y otro. Añadió luego, sacudiendo la cabeza:

—No puedo estar segura, pero después de desaparecer el señor Blackman, me siento más convencida que nunca de que la razón del miedo de mi difunto tío… estaba en el Cementerio de los Pantanos. Sea lo que fuere lo que él temía… puede que esté allí, señores.

Y dio media vuelta, regresando decidida a la posada.

Blake y Eyssen se miraron en silencio. Disimuladamente, aunque escuchándolo todo, la criada, Ada Blair, recogía ramajes en tierra, para encender el hogar. Como siempre, aun a través de jirones de niebla, Peter Blake pudo descubrir el volumen de sus senos, agresivamente exhibidos en su ancho escote.

—La señorita no es nada tonta, ¿eh? —comentó el posadero, que siguiera con la mirada la marcha de Marsha Dorian.

—No, en absoluto —confirmó Blake secamente—. Eyssen, voy a asearme. No dormiré más. Avíseme en cuanto llegue Watkins con su coche. Iré a Dorian Manor, a acompañar a la señorita Dorian. De paso, examinaré el cementerio, por si puedo encontrar por allí al señor Blackman…

* * *

John Watkins era un hombre rollizo, de nariz colorada y aliento que apestaba a ginebra barata. El rojo de su apéndice nasal, no era ajeno al matiz de su aliento, evidentemente.

Su carruaje de caballos, era el adecuado para recorrer aquel infernal sendero lleno de curvas, entre arboledas y barrancos, camino de los pantanos de Dorian Manor y su vecindad. En una encrucijada de la fangosa senda, dejaron a su izquierda el camino del pueblo de Hardsfield, y siguieron hacia la residencia de Marsha.

La niebla se iba levantando lentamente, y la visibilidad era algo más amplia, aunque no demasiado. El carruaje, pequeño y ligero, tirado por cuatro mulas, recorría el trayecto sin problemas. El aire olía a humedad, a hongos, a hierba mojada y a arbustos frondosos, pese a la época del año. Pero nada, en derredor, pese a lo triste del paisaje, ofrecía señales de cosa alguna fuera de lo natural y terreno.

—El día, aunque sea de espesa bruma, ayuda a ver las cosas en su exacta dimensión —observó Marsha con un suspiro, junto a su compañero de viaje, Peter Blake. Ante ellos, el cochero Watkins manejaba riendas y látigo con una consumada experiencia en el asunto, que alejaba todo temor o aprensión de sus viajeros—. Las leyendas de vampiros suenan a fantasía en estos momentos, ¿no cree?

—Por supuesto —suspiró Blake—. Pero Cornel Blackman ha desaparecido…

—Oh, eso es ridículo. Aparecerá en cualquier momento. Caería del caballo, o descabalgó y el animal, asustado en la noche, escapó, regresando a su punto de origen. Eso es razonable y sensato, ¿no le parece, Blake?

—En ocasiones, viviendo en Hardsfield, me he preguntado dónde termina lo razonable y sensato, y dónde comienza lo insólito, señorita Dorian —murmuró Blake, ceñudo, mirando a un lado y otro del sendero, quizás en busca de un indicio, de un rastro, por leve que fuese, de la presencia del caballero Blackman.

—¿Qué pretende? ¿Asustarme?

—Cielos, no. Nada más lejos de mi imaginación, créame. Si todo lo que sucede aquí pudiera yo entenderlo como algo perfectamente plausible y natural, no aventuraría ideas raras. Ya le dije que es una extraña región.

La gente tiene temores supersticiosos. Acaso alguien se aproveche de ellos, pero… vale más que no seamos escépticos en nada, y aceptemos como posible todo lo que pueda llegar a ocurrir, comprensible o no.

—Supongo que no será eso lo que diría un abogado ante un tribunal londinense —rió ella.

—Oh, claro que no —también rió Blake, de buena gana—. Le aseguro que hasta mi tío, sir Percival, se haría cruces si me oyera en estos momentos. Para él, todo tiene su explicación lógica y perfectamente natural.

—¿Y… para usted no? —dudó ella—. Me sorprende que un joven abogado hable así…

—Es que yo, señorita Dorian, soy el prometido de Tania Stower.

—¿Y bien…? —enarcó sus finas cejas Marsha, sin entender.

—Tal vez debiera callarme cosas así, pero mi prometida, Tania, es descendiente de un hombre que causó la muerte de unas brujas en Hardsfield, hace de ello cien años.

—¿Brujas? ¿Qué brujas?

—Entonces las llamaron brujas. No sé cuál sería su nombre exacto, conforme a la ley de aquellos tiempos, pero dicen que practicaban ritos satánicos, y habían entregado su alma a las fuerzas del Mal. Eran tres hermosas muchachas, a quienes hizo torturar y ejecutar como a tales endemoniadas, un gran justicia llamado Geoffrey Stower, de quien mi futura esposa desciende…

—Bueno, todo eso resulta lamentable en nuestros días, pero… no veo que ello signifique gran cosa para explicar cuestiones sobrenaturales, Blake.

—¿No? —Peter sacudió la cabeza, cruzándose de brazos, pensativo. El carruaje giró una curva, dejando atrás una densa arboleda y un barranco profundo, velado por la espesa niebla—. ¿Qué diría entonces si yo le dijera que mi prometida me ha enviado un telegrama, rogándome que acuda a Hardsfield y me case con ella cuanto antes… porque tiene miedo y porque está segura de que este mismo mes van a resucitar las tres hermanas Todten, ejecutadas por brujería, convertidas en vampiros que se vengarán horriblemente con ella, como miembro de la familia Stower en quién saciar su odio ancestral?

—Le diría, sencillamente… que su prometida sufre alucinaciones, y que usted es demasiado crédulo, Blake, con fantasías impropias de nuestro tiempo —cortó, secamente, Marsha.

En ese momento, relincharon los animales de tiro del carruaje, el viejo y enrojecido Watkins chilló, asustado, y el carruaje se desvió de costado, yéndose hacia otro profundo barranco que se abría a su derecha, entre la niebla, al tiempo que una negra, alta y espectral figura, surgía entre la bruma, ante ellos, como un ser de más allá de la tumba…