El Murciélago Rojo quedó atrás.
Cerrado, precintadas sus puertas por la ley, desde el arresto de Lukas Eyssen, acusado de asesinato. Desolado, como una ruina más en un lugar triste y neblinoso, que iba quedando también atrás para ellos.
—¿Crees que recordarás alguna vez con nostalgia a Hardsfield, Peter? —preguntó ella.
Peter Blake miró risueñamente a su compañera. Negó despacio, con la cabeza. Suspiró, al responder:
—No, querida. Nunca recordaré esto con agrado. Sólo lamento que Tania quede sepultada aquí… Tal vez hubiéramos sido felices, pero las cosas sucedieron de otro modo… y el destino te puso en mi camino, quizás como una compensación maravillosa. Marsha, por mi culpa debes renunciar tú a tu herencia. ¿Crees que eso es justo, también?
—Dorian Manor y el viejo Saxon… —se estremeció ella—. Estoy segura de que él será feliz allí, viviendo hasta el fin de sus días. Después, ya veremos lo que hacemos con todo eso. Ahora, sólo quiero llegar a Londres cuanto antes… y olvidar todos esos horrores, Peter.
—Sí. Olvidar… Es una hermosa palabra ahora, Marsha —oprimió su mano dulcemente—. Olvidar todo lo que hemos vivido…
En la distancia, silbó una locomotora, y el cochero Watkins azuzó a los caballos del carruaje, acelerando la carrera hacia la estación.
—El correo de Londres está llegando, señores —informó el viejo cochero—. Si no nos apresuramos, lo perderían ustedes…
—No, por Dios —suplicó Peter—. No pierda ese tren por nada del mundo, Watkins…
Los caballos piafaron alegremente, al emprender el galope. Peter Blake sonrió, volviéndose a Marsha. Ambos jóvenes acercaron sus rostros, se unieron sus labios.
—Por nada del mundo —confirmó ella—. Junto a ti seré feliz… en cualquier lugar que esté lo bastante lejos de Hardsfield, Peter querido…
La humeante locomotora del correo de Londres, asomó en la distancia, aproximándose a la estación. Watkins, jovialmente, agitó su látigo.
—Nos sobrará tiempo, señor Blake —dijo—. Van a poder emprender su viaje de luna de miel en ese tren. Palabra del viejo Watkins…
F I N