18

Forcejearon, gruñeron, mostraron sus fauces. No se trataba de ninguna broma. Eran dos machos alfa reclamando a su hembra. En ese momento odié lo que éramos, odié que pudiéramos reducirnos a animales salvajes gobernados por nuestros instintos en vez de por nuestros corazones y cerebros.

—¡No hagáis esto! —grité, pero no me hicieron caso.

Era mucho peor que la pelea que habían tenido en la cueva. Acabaría con algo más que un ojo morado si intentaba meterme entre ellos. Probablemente me ganaría un tajo en la garganta.

Se separaron y se abalanzaron el uno contra el otro de nuevo, aullando e intentando apresarse con las fauces. Los cambiaformas son más grandes y fuertes que los lobos salvajes. Connor y Rafe estaban más o menos a la par en ese sentido, y ninguno de los dos temía luchar ni atacar.

Me puse de pie. Tenía que parar esa locura. Siempre había querido a Connor y a Rafe lo había empezado a querer hacía poco. ¿Qué era más importante: el tiempo o la intensidad del sentimiento?

Se separaron y el lobo de color dorado rodeó lentamente al negro. Rafe parecía herido. Cuando nos muerde uno de los nuestros, la herida no sana con tanta rapidez como cuando nos ataca otro animal. Nuestra saliva porta algo que frena el proceso de curación que tiene lugar cuando nos hieren mientras somos lobos. Me pregunté qué podría hacer Mason con esa información. Si no tienes puntos vulnerables, nunca podrás ser destruido. Nosotros, sin embargo, sí que podíamos serlo.

A juzgar por la respiración entrecortada de Rafe, por la tensión de su cuerpo, por cómo miraba con recelo a Connor, expectante… sabía que estaba herido. Con la luz de la luna pude ver la sangre en su pelaje. Le caía del cuello, la parte más vulnerable del lobo. No obstante, si Connor le hubiera rajado la arteria carótida, ya se habría desangrado. Eso no había sucedido, pero la herida aun así parecía bastante grave.

Conocía a Connor, lo había visto luchar antes y sabía que podía ser letal. Tenía la costumbre de evaluar a su oponente y determinar cuáles eran sus puntos débiles para, a continuación, atacar. Entonces se ponía muy tenso, apoyaba todo su peso sobre las patas traseras y se abalanzaba sobre su oponente…

También sabía que los instintos primarios de Connor se habían apoderado de él. Siempre intentaba con todas sus fuerzas controlarlos, ser más humano que bestia, ser civilizado. Cuando Connor emergiera de aquella neblina de primitivismo, si Rafe estaba muerto, nunca se lo perdonaría. También sospechaba que si Rafe resultaba vencedor, viviría lleno de remordimientos por haber matado a Connor. Y yo también sabía que, independientemente de quien muriera, siempre me culparía por no haber sido lo bastante fuerte como para tomar mi decisión antes de que fuera demasiado tarde.

—¡No! —grité mientras corría hacia ellos.

La luz de la luna me cubrió y el dolor estremeció mi cuerpo. Era mucho más intenso de lo que me había esperado. Me doblé y caí de rodillas.

Connor se abalanzó sobre Rafe.

Rafe lo embistió. Oí el golpe sordo de sus cuerpos al chocarse. Intenté ponerme en pie y fui dando tumbos hacia ellos. Me sentía como si mis huesos se hubieran convertido en fragmentos de cristal.

Tenía que hacerlo. Tenía que llegar hasta ellos. Desde el comienzo del verano había empezado a tener dudas. Había compartido esas dudas con ellos y eso les había hecho sentirse menos de lo que realmente eran. No era su lucha. Era la mía.

Pensé en lo feliz que me sentía cuando estaba con Rafe. Pensé en que siempre quería que me tocara y en que deseaba con desesperación tocarlo. Recordé que él había reconocido que me deseaba. Ese deseo también vivía en mi interior y me aterraba por su intensidad. Me había atemorizado ceder a él, abrazarlo. Había temido que fuera algo temporal.

Pero ahora sabía que era la llamada de mi pareja, el reclamo de mi destino. Si no lo aceptaba y luchaba por ello, lo perdería para siempre.

Rafe y Connor estaban rodando por el suelo, gruñendo y atacándose entre sí: dos bestias salvajes mostrando su naturaleza más indomable, pero en su interior seguía esa chispa humana que nos diferenciaba de los verdaderos lobos. Al menos esa era mi esperanza.

Me puse de rodillas y grité:

—¡Escojo a Rafe! Con todo lo que soy y todo lo que seré, escojo a Rafe como mi pareja.

Los dos se quedaron inmóviles al unísono. Miré los ojos marrones de quien, en tan breve espacio de tiempo, había llegado a querer más que a nada. En aquellas profundidades parduscas no vi victoria ni satisfacción. Vi un amor tan intenso, tan fuerte, que si no hubiese estado de rodillas, me habría caído al suelo.

Miré después a los ojos azules de Connor. Vi su orgullo herido, pero no un sentimiento profundo de pérdida, ni de verdadera devastación.

—Lo siento, Connor —dije. El dolor me atravesó y contuve un alarido—. Quería que fueras tú. He estado contigo en todos los momentos importantes de mi vida, pero este momento pertenece a Rafe. Lo quiero tanto que me asusta. Tú eras la elección más sencilla, pero la incorrecta.

El lobo negro se apartó del dorado y se acercó a mi campo de visión. Connor rodó hasta ponerse de pie. Miró una última vez en mi dirección y se adentró en el bosque.

El dolor me penetraba como fuego fundido. Me encogí de daño, no quería gritar.

De repente, Rafe estaba arrodillado junto a mí, con la capa sobre él y sus brazos cogiéndome los míos.

—Lindsey, ¿me aceptas como tu pareja?

Miré sus hermosos ojos color chocolate y vi que la sangre manaba del hombro donde las fauces de Connor le habían arrancado la piel. Asentí.

—Sí, Rafe. Te quiero.

Me atrajo hacia sí, me abrazó con fuerza y me besó. Me concentré en la fuerza de sus brazos, en la energía de su beso. Era lo que necesitaba para distraerme. El dolor comenzó a alejarse, como las olas que bañan la orilla. Había sido un dolor tan terrible, tan insoportable, pero en esos momentos estaba desapareciendo y todo lo que me rodeaba era Rafe, Rafe y todo lo que sentía por él.

Había luchado por mí. Era algo que nuestros ancestros habían hecho pero, que yo supiera, nadie lo había hecho en nuestros tiempos. Me sentía abrumada por el hecho de que hubiera arriesgado tanto por mí, y también por el hecho de que Connor hubiera respondido al duelo y que luego se hubiera marchado. No tenía tiempo para pensar en qué podía significar aquello.

En lo único que podía pensar era en Rafe y en las extrañas sensaciones que recorrían mi cuerpo, como si mi sangre contuviera en esos momentos miles de estrellas deslumbrantes. Rafe me besó con más intensidad. Noté un cosquilleo en el cuerpo a medio camino entre el placer y el dolor, y entonces sentí como si fuegos artificiales comenzaran a estallar de repente en mi interior…

Rafe ya no estaba besándome, sino acariciándome con su hocico. Era un lobo.

Y yo también.

Me miré. Era justo como siempre había imaginado que sería. De un hermoso color blanco, como el lobo ártico.

Eres tan hermosa.

Las palabras resonaron en mi cabeza, y entonces caí en la cuenta de que no eran mis pensamientos. Eran los de Rafe.

Puedo oír tus pensamientos.

Si los lobos podían sonreír, él lo estaba haciendo.

Perdóname por retar en duelo a Connor, pero no podía darme por vencido sin luchar.

Podías haber muerto.

Sabes que no soy un sensiblero, pero si no podía ser tu pareja, no me importaba lo que me ocurriera.

No vuelvas a hacerlo.

No lo haré.

Miré a mi alrededor.

¿Dónde está Connor? Siempre ha sido mi amigo. Debería ir con él.

Créeme. Ahora querrá estar solo. Podrás ir con él después. Me acarició con el hocico el cuello. Quiero enseñarte el mundo a través de los ojos de un lobo.

Se alejó dando trotes y yo corrí tras él. Se me hacía raro que mi corazón ya no tuviera dudas. En esos momentos me sentía tan estúpida por no haber reconocido los deseos de mi alma.

Rafe era mi pareja. La persona a la que quería con todo mi corazón, la persona que quería que estuviera a mi lado en todos los momentos de mi vida. Ahora lo sabía, podía sentirlo al igual que sentía los latidos de mi corazón en mi cuerpo de lobo.

Trepamos a un punto de la montaña desde donde se podía contemplar el parque nacional y la enorme amplitud del cielo. Como lobo, sentí una conexión más fuerte con todo aquello, como si estuviera más en sintonía con la naturaleza.

Una parte de mí anhelaba tener a Connor allí conmigo. Habíamos estado juntos en momentos muy importantes, pero ahora comprendía que nunca habíamos estado hechos el uno para el otro, que ese momento no era para Connor. Era para Rafe. Siempre había sido suyo.

Miré a Rafe. Te quiero.

En el silencio de la noche, oí su respuesta.

Yo también te quiero.