17

—Tu padre y yo estaremos aquí cuando regreses —me dijo mi madre mientras me abrazaba—. No te arrepentirás de tu decisión —me susurró al oído.

Podía haberse ahorrado ese comentario. Lo único que consiguió fue que volviera a tener más dudas acerca de si Connor era su elección y no la mía.

Mi padre me abrazó.

—Mi pequeña. —A continuación le estrechó la mano a Connor y mi madre lo abrazó.

Cuando Connor y yo finalmente nos dirigimos hacia el bosque, dije:

—Me alegro de que se haya terminado.

—Tan solo están preocupados por ti. ¿Qué tal tus heridas?

—No van mal. —Cojeaba un poco y el hombro me dolía, pero sanaría durante la transformación. Me sentía mucho más fuerte, pero ni Connor ni yo quisimos poner al límite nuestra capacidad senderista.

Viajamos en silencio, alerta. De tanto en tanto Connor me pasaba su mochila y su ropa, se transformaba mientras yo cerraba los ojos y exploraba el terreno que nos rodeaba. Aunque sus sentidos también estaban agudizados cuando era humano, cuando se transformaba en lobo eran mucho más potentes.

Esa noche hicimos turnos para la guardia. Durante la segunda noche un ciervo se acercó a nuestro campamento. Fue el único extraño con el que nos topamos.

Por la tarde llegamos a nuestro destino. Trepamos por la pendiente y seguimos un camino curvado hasta el valle, flanqueado por dos montañas. A un lado del claro estaba la cascada. En el otro había un bosque que conducía hasta la otra montaña. Era un lugar muy bien oculto, que no podía encontrarse fácilmente a menos que alguien supiera el camino. No nos preocupaba que Mason y su grupo nos encontraran. No tenían motivos para buscarnos allí.

Y así, en unas horas, después de que la luna llena se pusiera, podría transformarme y escapar con la misma rapidez que Connor.

Connor me cogió de la mano y me llevó junto al lago donde terminaba la cascada. Había mucho ruido y, según nos fuimos acercando, el agua levantó una ráfaga de aire que agitó mis trenzas. Nos metimos tras la cascada, en la caverna.

Era mi guarida favorita. La comida y los artículos de primera necesidad estaban apilados en cajas. Connor encendió una luz alimentada por batería. Yo me quité la mochila y caminé por la cueva. Parecía como si Connor y yo tuviéramos miles de cosas que decirnos, pero apenas habíamos hablado durante el viaje.

Pensé en Brittany y me pregunté adónde habría ido a pasar su primera transformación. Me pregunté si estaría asustada por estar sola. Si yo estuviera en su lugar, creo que no estaría asustada, pero sí nerviosa.

—¿En qué estás pensando? —preguntó Connor.

—En Brittany. Va a pasar por esto sola. —Miré a mi alrededor—. ¿Crees que estará bien? ¿Debería haber venido con nosotros, quizá? ¿Podrías ayudarla a ella también?

—No creo que podamos unirnos a dos personas.

Se me formó un nudo en el estómago. Se suponía que yo tenía que estar pensando en mi propia transformación, sin embargo me preocupaba Brittany. Estaba muy preocupada por ella. Me pregunté si Rafe iría con ella, pero egoístamente deseaba que no lo hiciera. Si no puede ser mío, pensé, no quiero que se una a nadie. Y eso me convertía en una zorra fría y egoísta. ¿Y si hubiera cometido un error al escoger a Connor? No lo creía, pero de repente tenía esa preocupación… probablemente fueran los nervios porque la llegada de la luna se acercaba.

—Aquí está todo lo que necesitaremos —dijo Connor mientras sacaba una caja enorme. La abrió.

Mientras me acercaba, Connor sacó una capa negra y me pasó a mí una bonita capa de un color blanco plateado. Era como la que llevaban las hadas en las películas.

—Nos facilita la transformación. Así no nos estorba la ropa —dijo.

—Algo de eso había oído —dije mientras cogía la capa. Era suave, de seda; seguro que tenía un tacto de lo más agradable.

—Todavía nos quedan unas horas. ¿Qué quieres hacer? —preguntó.

—Estoy muy cansada. ¿Puedo echarme un poco?

—Probablemente los dos deberíamos descansar. Esta noche será… agotadora.

Observé que Connor colocaba los sacos de dormir y los edredones para que tuviéramos un lugar agradable donde tumbarnos. Solo íbamos a dormir y, aun así, estaba muy nerviosa. Tenía la piel muy sensible, como si fuera capaz de notar hasta las motas de polvo posándose sobre ella. Sabía que probablemente se debiera a que mi cuerpo estaba preparándose para la transformación, pero era una sensación extraña y me imaginé a Connor abrazándome, recorriendo con sus manos mi espalda y rostro. Pensé que, si lo hiciera, podría notar hasta el más leve surco de las yemas de sus dedos.

—¿Qué es lo que más te gusta de poder transformarte en lobo? —le solté de repente. Me pregunté por qué estaba tan asustada. Era Connor. Mi pareja. Mi destino. ¿Acaso no habíamos estado toda la vida juntos?

Dejó de hacer lo que estaba haciendo. Todavía en cuclillas, apoyó los brazos sobre las rodillas y alzó la vista para mirarme.

—Me gusta la manera en que todo parece más vivo. Los sonidos son más fuertes, los colores más brillantes. Puedo oír cómo late mi corazón. Es como un colocón. Bueno, supongo, no sé cómo son los colocones.

—¿Nunca has probado las drogas?

—No. ¿Por qué iba a hacerlo? ¿Por qué iba alguno de nosotros a hacerlo si puede transformarse? Es un subidón indescriptible.

—¿En algún momento dejas de ser tú?

—No. Sigues teniendo pensamientos humanos; tan solo tienden a ser un poco más salvajes, más extremos. Como humano, si me atacaran, pensaría en dar al tipo en cuestión una paliza. Como lobo, probablemente pensaría en matarlo.

Cuando estamos en forma animal lo único que importa es la supervivencia.

Me crucé de brazos. Me sentía nerviosa ante la perspectiva de dormir abrazada a Connor. Era una estupidez, porque ya había dormido con él antes.

—Nunca he hablado de esto con mis padres.

—Yo tampoco. —Le dio una palmadita a los edredones—. Vamos, tienes pinta de estar a punto de caer redonda.

Me metí en el saco de dormir y él se tumbó a mi lado, dejando que usara su hombro como almohada.

—Siento como si quisiera salir de mi piel —le dije.

—Es tu cuerpo. Está preparándose para la transformación.

—¿Tienes tanta… sensibilidad todo el tiempo?

—Sí, pero te acostumbras a ello.

No creía que eso fuera posible, pero me fie de Connor.

—¿Me despertarás al atardecer? —le pregunté—. Quiero tener algo de tiempo para prepararme.

—Sí.

Los párpados comenzaron a pesarme y mis músculos a relajarse hasta alcanzar la fase «no quiero volver a moverme» previa al sueño. Adormilada, le pregunté:

—Connor, ¿debería estar asustada?

Me estrechó contra él.

—No, Lindsey.

Me dormí y soñé que, cuando me levantara, sería un hermoso lobo.

Connor cumplió su promesa y me despertó poco antes de que cayera la tarde. La próxima vez que se pusiera el sol, yo habría cambiado. Tenía los nervios a flor de piel mientras comía las raciones que supuestamente se servían en los transbordadores espaciales. Equipábamos nuestras guaridas como si fuéramos supervivientes, y por ello incluíamos comida con fecha de caducidad lejana. ¿Quién sabía cuándo podríamos necesitarla o cuánto tiempo tendríamos que permanecer escondidos?

Connor había colocado entre los dos una linterna, una linterna que apuntaba hacia arriba y sobre la que había colocado una bufanda azul. No sabía de dónde había sacado la bufanda, pero en cierto modo lograba atenuar la luz y conferirle cierto toque romántico.

—Sé que el azul es tu color favorito —dijo.

Así era. Lo sabía todo sobre mí.

—Quizá podamos ir a un restaurante a finales de semana para celebrar tu cumpleaños —dijo.

Pensé en Rafe ofreciéndose a llevarme a cenar, pero aparté ese recuerdo a un lugar escondido de mi mente, al lugar donde tenía que estar.

—¿Recuerdas cuando nuestras madres nos dieron esas clases de protocolo?

Connor sonrió.

—Sí.

Yo tenía doce años; Connor catorce. Habían pensado que necesitábamos saber qué tenedores debíamos usar si íbamos a una cena formal a casa de alguien.

—Y tú no dejaste de eructar —le recordé.

—¡Oye! No fui solo yo. Fuiste tú quien sugirió que cantáramos Somewhere Over the Rainbow con eructos.

Me reí al recordar el lío en el que nos habíamos metido por no tomarnos en serio la clase.

—¿De veras es necesario usar toda esa cubertería en una cena normal? —pregunté.

—Ni idea. En la universidad sobrevivo a base de pizzas, así que ¿qué más da?

—Te echo de menos cuando estás en la universidad —dije.

—Y yo a ti. Solo queda un año más.

—Quizá pueda graduarme antes, en diciembre.

—¿De veras? Eso sería genial.

Asentí.

—Sí que lo sería. —En esos momentos no pensaba en nada, solo intentaba que mi estómago se tranquilizase.

Connor recogió nuestra basura.

—Voy fuera. Sal a buscarme cuando estés lista.

Lo observé mientras cogía la capa negra. Cuando se hubo marchado, me senté con las piernas cruzadas e hice algunos ejercicios de respiración. Flexioné los músculos, hice algunos estiramientos y escuché cómo me sonaban las articulaciones. A continuación me levanté y comencé a prepararme.

Intenté no pensar en Rafe, ni preguntarme qué haría esa noche.

Connor era mi destino.

Me solté el pelo y me lo cepillé hasta dejarlo brillante. No me lo recogí e intenté no pensar en cuando Rafe me había pedido que me lo soltara. Me apliqué loción corporal brillante en los brazos y piernas, pues me pareció que me favorecería y que además ayudaría a que mi cuerpo se estirara.

Miré mi reflejo en el espejo. Lo único que llevaba era la capa de terciopelo blanco. En ciertos aspectos parecía mayor; en otros seguía siendo la misma. Lo mismo ocurriría cuando me transformara.

Me aparté del espejo y me dirigí hacia la entrada de la caverna, avancé tras la cortina de agua y rodeé el tranquilo lago que pronto reflejaría la luna.

Connor estaba allí, esperándome. Tenía sus cabellos rubios peinados hacia atrás y sus ojos azul zafiro me miraban con calma. Llevaba una capa negra. Me extendió la mano y yo coloqué mi palma contra la suya. Sus dedos, tan firmes y fuertes, se entrelazaron con los míos.

—¿Estás nerviosa, Lindsey? —preguntó.

—Sí, un poco. —Tomé aire—. He estado esperando este momento toda mi vida.

—Yo también.

—Pero tú ya te has transformado.

—No contigo.

Se acercó y rozó sus labios con los míos. Mi corazón tembló e intenté no pensar en Rafe. Connor es mi amigo. Me importa…

—Deberíamos irnos —dije antes de que mis pensamientos recorrieran un camino que solo podía conducir al desastre.

De la mano, me llevó hasta el centro del claro. Vi la luna llena: tan grande, tan brillante, tan amarilla. Mi transformación no comenzaría hasta que alcanzara su cénit.

Connor y yo nos miramos, expectantes. Respiré profundamente e intenté calmar mi galopante corazón.

Entonces oí el aullido: bajo, profundo, desafiante.

Connor y yo miramos al bosque. Junto a los árboles, un lobo negro gruñó. Habría reconocido aquellos ojos, marrones como el chocolate, en cualquier parte.

—No hagas esto, Rafe —le ordenó Connor con severidad.

El lobo se agazapó y mostró las fauces. Lo estaba retando. Un duelo.

Connor me miró.

—¿Quién de los dos quieres que venza?

Connor vaciló un segundo antes de arrancarse la capa y correr hacia el lobo. Entonces saltó y, en un abrir y cerrar de ojos, se transformó en un lobo dorado. El lobo negro se abalanzó sobre él. Chocaron en el aire: luz y oscuridad.

Los observé horrorizada, consciente de que lo que Connor realmente me había preguntado había sido: «¿Quién de los dos quieres que muera?».

Somos humanos, sí, pero también somos bestias, y en nuestro mundo un duelo no se toma a la ligera. Un duelo es a muerte.

Me arrodillé sobre la hierba y las lágrimas comenzaron a caerme por el rostro. No había podido darle una respuesta a Connor. La batalla que había estado librándose en mi corazón durante el verano se había convertido en una batalla de verdad.

Esa noche, bajo la luna llena, alguien a quien amaba moriría.