15

A la noche siguiente, mientras observaba el campamento de Mason (en un lugar oculto en una zona más elevada de la montaña), Rafe se transformó y se fue a explorar. Me senté, pegué las rodillas al pecho y las rodeé con mis brazos mientras me preguntaba si no sería mejor intentar rescatarlos en ese momento. Ya iríamos todos después a buscar ese estúpido laboratorio.

La luna ya había alcanzado su cénit cuando Rafe se colocó junto a mí. Siempre me fascinaba lo sigilosos que podíamos ser, tanto en forma humana como en animal, como si el sigilo fuera algo innato en nosotros. Supongo que así era, puesto que en parte éramos depredadores.

—Lo he encontrado —dijo con una sonrisa de oreja a oreja.

Me volví y lo miré.

—¿El laboratorio?

—Sí. Con lo despacio que avanzan, tardarán otro día o dos más antes de llegar. Creo que ha llegado el momento de la fuga.

Casi me puse a reír de la emoción ante la posibilidad de que todo pudiera finalizar pronto.

—¿Tienes un plan? —pregunté.

—Creo que sí. El problema son los perros. Puedo transformarme, distraerlos, atraerlos. Y con suerte también a sus cuidadores. Tú vas hasta el campamento, liberas a Lucas, Kayla y Connor. Connor y tú podéis usar la moto para salir de aquí. La acercaré antes de transformarme para que podáis acceder a ella fácilmente. Kayla y Lucas pueden transformarse y salir pitando tan pronto como los pierdan de vista.

Parecía sencillo. Quizá demasiado. Podíamos haberlo hecho hacía un par de noches, aunque claro, entonces no sabíamos dónde estaba exactamente el laboratorio.

Dos guardas estaban vigilando el campamento. Cada uno de ellos llevaba un perro.

—Vale, vas a tener que moverte con rapidez —dijo Rafe—. Los perros, y los guardias, deberían echar a correr tras de mí, pero los perros probablemente harán el ruido suficiente como para que todos se despierten. Con suerte tardarán un rato en orientarse.

Levanté el pulgar.

Rafe se alejó hasta unos matorrales, donde se quitaría la ropa y se transformaría. Lo cogí del brazo. Tras todo por lo que habíamos pasado, ese momento era algo grande; al fin y al cabo, iba a cambiar todo, no solo para nosotros, sino también para todos los cambiaformas. Contemplé sus ojos marrones, unos ojos cálidos y tiernos, pero también resueltos y valientes. Su mirada me llegó muy dentro; me infundió coraje.

—Ten cuidado —le susurré.

—Siempre. Y, recuerda, sálvate tú primero.

Asentí, aunque no estaba segura de que fuera una promesa que estuviera dispuesta a cumplir. ¿Cómo podía esperar que fuera a anteponer mi vida a la de mis amigos? ¿Qué tipo de amiga sería? Además, yo no era la que iba a ponerme de cebo para dos rottweilers con poderosas fauces que podían atravesar el cemento.

Rafe se marchaba de nuevo, pero su mirada se posó en mis labios.

—Ah, qué demonios.

Me atrajo hacia sus brazos y me besó. Sus labios eran muy similares a sus ojos: cálidos y tiernos, pero decididos y tan apasionados. No podía evitar preguntarme si, al igual que yo, temía que no fuéramos a tener otra oportunidad como esa, y por ello no quería irse sin besarme. Sujetó mi rostro con sus manos, me ladeó levemente hacia arriba la cabeza y me besó con pasión hasta que mis pies, mis dedos, todo mi cuerpo deseó fundirse con el suyo y saborear cada instante de ese momento.

Pero acabó, demasiado rápido, y Rafe se adentró en la maleza antes de que pudiera rogarle que pusiera en práctica otro plan. Me llevé los dedos a mis labios temblorosos.

Unos minutos después vi que la luna iluminaba su pelaje mientras se dirigía a la parte más alejada del campamento, adonde se dirigían también uno de los guardias y un perro. El otro guardia estaba regresando al otro extremo del campamento, donde se encontraban los prisioneros.

De repente, casi al mismo tiempo, los dos perros se irguieron y levantaron la cabeza. Las orejas se les estiraron y oí sus terribles ladridos. Sabía que un rottweiler podía moverse con rapidez. Confié en que Rafe pudiera moverse más rápido. Lo harían pedazos si lo atrapaban entre sus fauces.

De repente los dos perros dejaron de correr y, ladrando y gruñendo, tiraron de los guardias. Estos finalmente soltaron las correas y los siguieron como buenamente pudieron. Yo salí a toda prisa de mi escondite. Kayla me vio primero y su sonrisa fue tal que tuve la sensación de que nada de eso estaba ocurriendo, que era como si me estuviera dando los buenos días después de haberse pasado toda la noche durmiendo.

—Por todos los demonios, Lindsey, ¿estás loca? —preguntó Connor, haciéndome regresar a la realidad.

Hice caso omiso de su desagradecido saludo (sabía que era el miedo lo que le había hecho hablar así), fui hasta el árbol y corté las cuerdas de Kayla antes de que los guardias ni siquiera hubieran salido del campamento.

—Date prisa —dijo Lucas. Noté en su voz cuánto deseaba poder formar parte de aquello.

—Lo intento.

Tan pronto como liberé a Kayla, fui junto a Lucas.

Una luz se iluminó en la tienda de campaña.

—Yo me encargo de Connor —dijo Lucas tan pronto lo liberé. Me cogió el cuchillo—. Sal de aquí.

—Connor, nos vemos donde la moto de Rafe —le grité antes de correr hacia allí. Sabía que yo sería la más lenta de todos.

Kayla me cogió de la mano y echamos a correr. Nuestras vidas dependían de nuestra velocidad.

—¡Eh! ¡Que se escapan! —oí que gritaba Mason—. ¡Maldita sea! ¡Levantaos e id tras ellos!

No estaba segura de si los chicos se transformarían y se encargarían de ellos o si se valdrían de sus puños, pero confiaba en que, independientemente de lo que decidieran, lo lograrían. Aunque yo era la más vulnerable, sentía una fuerte necesidad de darme la vuelta, hacerles frente y luchar contra ellos.

—¿Podrás montar la moto si Connor no llega hasta aquí? —preguntó Kayla con la respiración entrecortada.

—Sí, pero no voy a hacerlo hasta que sepa que todos se encuentran a salvo. No creo que tengamos otra oportunidad de escapar.

—No puedo creer que hayáis hecho esto. Sois increíbles.

Oí el resonar de fuertes pisadas. Miré hacia atrás y vi a Connor y a Lucas. Así que, después de todo, los cambiaformas no éramos tan silenciosos, no cuando nuestras vidas estaban en peligro y teníamos que marcharnos de allí a toda prisa.

—La moto está allí —grité y corrí hacia unos arbustos.

—Yo me ocupo de Lindsey —dijo Connor. Se colocó junto a mí, cogió la moto y soltó la palanca.

—Kayla y yo nos largamos de aquí —dijo Lucas, girándose para marcharse mientras hablaba.

—Sube —me ordenó Connor mientras encendía la moto y aceleraba.

Me senté y lo rodeé con mis brazos.

—¿Qué hay de Mason…?

—Lo hemos noqueado, a él y a sus esbirros.

Noqueados. No muertos. Confié en que esa decisión no se volviera en nuestra contra.

El motor rugió y salimos pitando de allí, atravesando a toda velocidad el bosque. De repente se oyó un rugido, y uno de los rottweilers salió de la nada. Saltó y me mordió en el muslo. Grité. Connor giró y golpeó al perro contra un árbol.

—¿Estás bien? —preguntó sin reducir en ningún momento la velocidad.

—Sí. —Pero entonces oí una explosión lejana, como un disparo. Noté un dolor abrasador atravesarme el hombro y me agarré con más fuerza a Connor.

Le oí maldecir y sentí que una sensación cálida y pegajosa traspasaba mi ropa.

—Aguanta, Lindsey —le oí gritar a Connor, aunque era como si me estuviera diciendo esas palabras bajo el agua o tras alguna especie de barrera—. ¡No te duermas! ¡Quédate aquí!

¿Cómo sabía que quería dormir? Oh, sí, puede leerme la mente. No, no puede. Rafe sí.

—¡Quédate conmigo, Lindsey!

Quería hacerlo. De veras que sí. Pero el hombro me ardía y el muslo me dolía mucho. Quería que el dolor se fuera. Sin embargo, tenía la sensación de que era peligroso que me durmiera, y entonces supe que, si sucumbía a la oscuridad que acechaba a mis ojos, podría caerme de la moto.

Sí, eso es. Eso es lo que ocurriría. Tengo que permanecer despierta y agarrarme fuerte. Si suelto a Connor, tendré que añadir el dolor de cabeza a mi lista de dolores.

—¡Háblame, Lindsey! Dime qué sientes.

—Me duele el hombro.

—A mí también. Creo que te han disparado y la bala te ha atravesado el hombro.

Oh, eso tiene sentido, pensé vagamente. Me costaba aferrarme a mis pensamientos y analizar la situación. Pero, si me habían disparado, entonces esa era la razón de que en esos momentos se me estuviera enfriando la espalda. Pero si la bala me había atravesado…

—¿Te ha dado la bala? —le pregunté. Me sorprendió que mis palabras sonaran un tanto difusas.

—Sí, pero puedo sanar tan pronto como paremos.

—¿Y eso cuándo va a ser? Quiero dormir.

—Lo sé, nena. Agárrate.

Nunca antes me había llamado «nena». No usaba apelativos cariñosos conmigo. Me pareció muy dulce por su parte que lo hiciera en ese momento. Quería decirle que había estado preocupada por él, pero me costaba mucho pronunciar las palabras. Mi boca no quería funcionar. Apoyé la cabeza sobre su espalda. Estaba tan a gusto…

—¿Lindsey?

Oía que me llamaba, pero la oscuridad me llamaba con más fuerza, así que respondí a esa última.

—¡Se suponía que tenías que cuidar de ella!

—Bueno, si hubieses evitado que los guardias y sus estúpidos perros regresaran, ¡ella no estaría herida!

Los gritos y las acusaciones prosiguieron. A medida que recuperaba lentamente la conciencia, reconocí las voces: Rafe y Connor. Los dos estaban vivos, gracias a Dios, y se sentían mucho más enérgicos que yo.

—¡Parad ya! —gritó Kayla.

Yo estaba tumbada en el suelo y Kayla estaba sentada junto a mí. Nos encontrábamos en una de nuestras guaridas más pequeñas. Habíamos logrado huir. Estábamos a salvo, ¿no?

—¿Lucas? —pregunté con voz áspera.

—Estás despierta —dijo Kayla y me apretó la mano.

—¿Lucas? —repetí.

—Está fuera haciendo guardia. Ha esparcido algunas cosas por ahí para que los perros pierdan nuestro rastro. Creemos que aquí estamos a salvo. Al menos por un tiempo. Tenemos que llevarte a casa.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó Connor mientras se arrodillaba junto a mí.

Vi a Rafe. Estaba un poco alejado del resto y me miraba con preocupación. Tener a dos chicos pillados por ti probablemente sea la fantasía de toda chica, pero conllevaba muchas complicaciones. Especialmente cuando tenías que escoger a uno. Y pronto.

—Estoy herida. Pero no me encuentro muy mal. —El dolor no era ni de lejos tan terrible como me había temido.

—Hemos encontrado un botiquín de primeros auxilios —explicó Connor—. Había algunos analgésicos. Tienes el muslo lacerado donde te mordió el perro y la bala te ha atravesado el hombro. Hemos logrado vendarte las heridas para que dejaran de sangrar, pero Kayla tiene razón: tenemos que llevarte a casa. Estábamos pensando en atarte detrás de mí, a la moto.

Me obligué a sonreír.

—Eso no lo hemos hecho ni siquiera en un parque de atracciones.

—No. —Me acarició el pelo con afecto—. Tenemos que hacerlo rápido, antes de que se te infecte.

Arrugué la nariz.

—Me va a quedar cicatriz. —En unos días, cuando pudiera transformarme, las heridas sanarían sin dejar cicatriz, pero en esos momentos…

—Quizá no. O no demasiado grande. Y si te queda… bueno, a mí siempre me han parecido de lo más atractivas.

Reí levemente.

—No es así.

—Claro que sí. Intenta beber y comer algo. Luego, si te sientes con fuerza suficiente, nos iremos.

Sabía que, aunque no tuviera fuerzas, necesitábamos irnos. Porque no iba a ponerme mejor sin atención médica.

Connor se levantó. Por mucho que sabía que Rafe deseaba acercarse, no lo hizo. No tenía derecho a hacerlo. Hasta que tomara mi decisión, hasta que le dijera a Connor que no lo escogía a él, Connor era mi chico.

Los dos salieron de la guarida. Quizá para echar un vistazo a la moto o para ir junto a Lucas. Quizá para continuar la pelea en un lugar donde no pudiera oírlos.

—Los dos están muy preocupados por ti —dijo Kayla mientras le quitaba el tapón a la botella de agua antes de acercármela.

Asentí, pues sabía que estaba intentando dejarme una cosa clara: ambos me querían y se preocupaban por mí por igual. Quizá también me estaba diciendo que comprendía lo difícil que era mi decisión.

—Solo quedan algunas noches más hasta la luna llena —me dijo en voz baja.

Gemí.

—Lo sé.

—Si todavía estás recuperándote de tus heridas, ¿tu cuerpo retrasará su transformación?

Negué lentamente con la cabeza.

—Ojalá, pero no, la luna tiene una especie de poder místico sobre nosotros. Es más fuerte que nada que tengamos que afrontar en la tierra. Cuando nos llama, tenemos que responder a su llamada.

Me pasó una galleta untada con mantequilla de cacahuete.

—Necesitas proteínas —dijo de manera distraída, y luego—: Es tan raro eso de la luna. Lo he sentido. He pasado por la transformación y no se parece en nada a todo lo que había sentido antes. No puedes prepararte para algo así, y quizá ese es el motivo por el que los chicos no hablan de ello. Sé que intenté explicároslo, pero es como si por un breve periodo de tiempo tu cuerpo dejara de ser tuyo, pero sí lo es. Lo sientes como algo ajeno y a la vez tan familiar. Y todo por culpa de la luna llena.

—Es exactamente así —dije mientras mojaba un poco la galleta con el agua, pues estaba demasiado seca como para podérmela tragar. Supongo que a mí me resulta más fácil aceptar esas cosas porque he crecido con ellas.

—¿Y si escoges al chico equivocado? —me preguntó.

—No lo sé. He estado siempre con Connor. Hasta hace poco no me había fijado en Rafe de esa manera. ¿Y si todas estas dudas y confusión se deben a que para mí es algo prohibido? ¿Cómo lo supiste con Lucas?

—Lo supe. No te sirve de mucha ayuda, ¿verdad?

—No.

Oí pisadas y miré hacia la entrada. Connor estaba allí.

—Está amaneciendo. Tenemos que irnos mientras sigas teniendo algo de fuerza.

Asentí.

—Estoy lista.

Se acercó para ayudarme a levantarme.

—Vas a ponerte bien, Lindsey.

Levanté el pulgar a modo de respuesta. Físicamente estaría bien. Pero mi corazón seguía inmerso en una batalla que no sabía cómo iba a terminar.