Decir que habían destrozado el lugar era más bien un eufemismo. La ropa y la comida estaban desperdigadas por todas partes. Además de todo el daño que habían hecho, aquello suponía una injuria hacia nosotros.
—¿Cómo supieron dónde encontrarnos? —pregunté desconcertada. Era imposible que Mason hubiera podido encontrar ese lugar, a menos que supiera exactamente dónde buscar.
—No tengo ni idea.
—Alguien tiene que habérselo dicho.
Rafe se volvió y me miró detenidamente.
—No creerás que fui yo, ¿verdad?
Le sostuve la mirada y le dije la verdad.
—No.
Soltó el aire que había estado conteniendo.
—No te habría culpado si lo hubieras creído. Se suponía que tenía que vigilar, y en vez de eso me voy a correr. Y justo entonces irrumpe el enemigo.
Fui hasta él y le acaricié la mejilla. Puede que hubiera tenido dudas antes, pero se habían debido a que el miedo se había apoderado de todos mis pensamientos racionales.
—Sé que no nos traicionarías.
Negó con la cabeza y vi la vergüenza en sus ojos.
—Tendría que haberme tomado más en serio mi cometido. Esto es culpa mía.
—No, Rafe, no lo es. Al igual que la muerte de Dallas no es mi culpa. Estamos buscando a alguien a quien culpar. Y ese alguien es Mason y Bio-Chrome.
Asintió con determinación.
—Tienes razón. Cometí un error, pero puedo enmendarlo.
Miré a mi alrededor de nuevo. La comida había sido abierta, aplastada, pisada. Incluso la moto de Rafe estaba volcada. En ese momento pensé que quizá había visto demasiadas series policiacas, porque algo se me pasó por la cabeza: si habían contratado a mercenarios para que nos siguieran la pista…
—¿Podrían haberte colocado en la moto algún tipo de dispositivo localizador? —pregunté.
—¿Qué? ¿Y cuándo lo habrían colocado?
Me encogí de hombros.
—El recepcionista del hotel dijo que alguien estaba buscando a Dallas. Quizá quienquiera que fuera esa persona te oyó que quedabas con Dallas en el bar.
—Sí que le enseñé mi moto a Dallas. Quizá uno de los mercenarios de Bio-Chrome me oyera hablando con él y eso le confirmara que soy un cambiaforma. Maldita sea. —Corrió hacia la moto, se arrodilló y comenzó a comprobar cada recoveco de esta. Tras soltar una palabrota, me enseñó un disco pequeño—. Esto no es de la moto.
Lo tiró al suelo y levantó el pie.
—¡No, espera!
Se quedó quieto.
—¿En qué estás pensando?
—Si han dejado a alguien aquí, entonces deben de creer que no han capturado a todos. ¿Puedes colocárselo a un conejo o algo así?
—Marearles la perdiz. Me gusta tu idea. —Con una sonrisa de oreja a oreja, me guiñó el ojo—. Bueno, lo cierto es que me gusta todo de ti.
Sentí que me ponía roja. A mí también me gustaba todo de él.
Con el ceño fruncido y la mandíbula tensa, miró a su alrededor. Sabía lo que estaba pensando.
—Estaré bien —le aseguré.
Asintió.
—No tardaré.
Cuando él se hubo marchado, me senté sobre una caja vuelta del revés y que los ojos se me llenaban de lágrimas al contemplar toda aquella destrucción. Parecía una profecía de lo que podría ocurrirnos a todos los cambiaformas. Bio-Chrome, Mason, su padre… estaban trabajando para destruir todo lo que habíamos construido.
Y parecía que iban a lograrlo.
Sin Rafe allí, la caverna que había sido nuestro refugio parecía increíblemente sombría. Cada vez que oía un ruido procedente del exterior, me quedaba helada, sin respirar, dispuesta a combatir contra quienquiera que hubiese venido a por mí. Los minutos se me antojaban horas.
Para distraerme me puse a limpiar y ordenar todo aquel caos, si bien con mis sentidos alerta por si alguien se acercaba. A veces la rabia se apoderaba de mí y arrojaba la ropa, las sábanas y la comida enlatada a los contenedores como si ellos fueran el enemigo. Entonces una profunda tristeza se apoderaba de mí y con mucho cuidado volvía a doblar las sábanas para que no tuvieran arrugas y ordenaba las latas que quedaban para que las etiquetas fueran visibles para los cambiaformas que pudieran necesitar utilizar la guarida tras nosotros.
Entonces supe que seguramente tendríamos que abandonar ese lugar. Ya no era nuestro santuario.
Intenté con todas mis fuerzas no pensar en mis amigos. El dolor que sentía por ellos era insoportable. Me dolía por Lucas porque él era nuestro líder, siempre velando por nuestros intereses. Por Kayla porque acababa de entrar en nuestro mundo, y esa era una bienvenida terrible. Y por Connor, porque no podía imaginarme mi vida sin él.
No ayudó que encontrara una lata de Red Bull, la bebida energética favorita de Connor. Pasé mis dedos por la lata y pensé que a Connor podría apetecerle una después de que los rescatáramos, así que la metí en la mochila.
Cuando me volví para ver dónde estaba la mochila, vislumbré una sombra justo en el interior de la entrada. Solté un grito antes de ver quién era. Me embargó una enorme sensación de alivio.
—Dios mío, Rafe, casi me matas del susto —le reprendí mientras corría hacia él y rodeaba su cuello con mis brazos—. Estaba tan preocupada. Has tardado mucho.
Me abrazó y me estrechó contra él.
—Perdona, Lindsey. Los vi y decidí seguirlos un rato, para asegurarme de que estaban bien. Connor y Lucas están un poco magullados. Supongo que opusieron resistencia. Y parecían muy enfadados. Mason pronto va a descubrir lo poco que van a gustarle malhumorados.
Me eché a reír al imaginar a Connor y a Lucas pegándose a los talones de Mason mientras avanzaban, tomándose su tiempo hasta que pudieran hacérselo pagar. Me hacía falta sonreír.
—Además, también tuve que tener un poco más de cuidado a la hora de coger a un conejo al que no tenía intención de comerme. Me llevó más tiempo del que creía.
Me sentía como si no quisiera que me dejara nunca más, pero era consciente de que no nos encontrábamos en una situación en la que el romanticismo fuera apropiado. Nuestros amigos estaban allí fuera, asustados o al menos preguntándose si lograríamos rescatarlos. Si no hubiera ido a hablar con Rafe, yo estaría con ellos. No estaba bien sentir ningún tipo de felicidad y, al mismo tiempo, tampoco quería que Bio-Chrome dictara mis emociones.
Me solté un poco del abrazo de Rafe y, con mi brazo formando un arco, señalé a la caverna.
—Estaba intentando organizar un poco todo, pero supongo que no tiene demasiado sentido.
Rafe acarició mi mejilla con el pulgar, un roce leve, pero que aun así me provocó cierta molestia en mi ojo y mejilla amoratados. Había evitado mirarme en un espejo, porque no quería saber cómo se me había puesto el ojo con la pelea de la noche anterior. Costaba creer que solo hubiera pasado un día.
—Sí que lo tiene —dijo Rafe—. En algún momento tendremos que empaquetar todo cuando decidamos mover las cosas a otra guarida. —Me sonrió con comprensión—. Además, necesitamos descansar esta noche antes de ir tras ellos.
Los dos nos pusimos a meter las cosas en contenedores y cajas y a apilarlo todo contra la pared.
Miré a Rafe. Estaba concentrado en su tarea de colocar la comida dentro de uno de los contenedores. Su cabello oscuro enmarcaba su bello rostro y vi determinación en todos y cada uno de sus rasgos. Connor y Lucas no eran los únicos que estaban enfadados. Por lo general, Rafe se guardaba para sí sus emociones, como si tuviera miedo de que, al mostrarlas, luego no fuera capaz de volvérselas a guardar. Sí que las había mostrado la noche anterior cuando se había peleado con Connor, pero después había vuelto a tomar el control sobre ellas.
Desde el solsticio de verano me había revelado muchas cosas: algunas de sus vulnerabilidades y de sus ambiciones, parte de su lado salvaje que hacía que fuera tan único. Si hubiera tenido que tomar mi decisión en ese momento exacto, no estaba completamente segura de no elegirlo a él.
Para cuando logramos poner un poco de orden en todo aquello, yo había comenzado a sentir un poco de claustrofobia. Cogimos unas barritas de proteínas y un par de botellas de plástico de zumo y salimos fuera. Subimos una ligera pendiente desde la que había unas vistas espectaculares del parque, iluminadas por la luz de la luna (en cuarto creciente).
—Queda menos de una semana —dije en voz baja, refiriéndome a lo poco que faltaba para la siguiente luna llena—. ¿Crees que los tendremos de vuelta para entonces?
Rafe me cogió de la mano, que yo tenía apoyada sobre mi regazo. No hubo ningún deje sexual en ese gesto, solo era para tranquilizarme.
—Estoy seguro.
Pero incluso aunque estuviéramos intentando salvar a nuestros amigos, yo tenía otras decisiones de las que ocuparme.
En cualquier otro momento, lo que estábamos haciendo esa noche (contemplando juntos las estrellas) habría resultado romántico. Sin embargo, en esos momentos, estábamos simplemente esperando a que pasara el tiempo.
—¿Rafe?
—¿Sí?
Respiré profundamente.
—Hasta que liberemos a los demás, lo que sientas o quieras de mí, lo que quiera que yo haya empezado a sentir por ti… tenemos que dejarlo a un lado. Tenemos que centrarnos en alejar a Kayla, Lucas y Connor de Bio-Chrome.
—Comprendido.
—Vale.
Fue a apartar la mano, pero yo se la sujeté con firmeza.
—Pero eso no quiere decir que no podamos darnos consuelo, ánimo. Podemos estar allí para el otro.
—De acuerdo.
—No quiero dormir sola. —Tras lo que había ocurrido esa mañana, no estaba segura de querer estar sola nunca más.
—No tienes que hacerlo —me dijo con dulzura.
Justo entonces vi una estrella fugaz atravesar el cielo. Se me ocurrían muchos deseos que pedir, pero escogí el que más significaba para mí.
Deseo… espero que todos salgamos de esta con vida.
Arropada por los brazos de Rafe, conseguí dormirme. Cuando abrí los ojos, sin embargo, no estábamos solos. Mason estaba allí, de pie, cerniéndose amenazante sobre nosotros. Era más alto de lo que recordaba. Llevaba una pistola de plata y estaba apuntándome con ella. De algún modo sabía que tenía balas de plata, una de las armas a las que somos vulnerables.
—No voy a permitirte que los rescates —me dijo con voz amenazadora.
De repente apuntó con la pistola a Rafe y disparó.
Yo grité.
Noté unos brazos sobre mí.
—¡Lindsey, despierta! Estabas soñando. Solo ha sido un sueño.
Abrí los ojos, esta vez de verdad. Rafe me estaba abrazando. Temblando, me desplomé sobre él.
—Oh, Dios mío, ha sido horrible. Mason te mataba.
—Bastardo —murmuró, si bien con una leve sonrisa.
Lo abracé con más fuerza.
—No tiene gracia.
—Solo ha sido un sueño. Estoy bien.
Pero aun así… el sueño parecía tan real.
—¿Qué hora es? —pregunté.
—Hora de ponernos en marcha.
Asentí, pero ninguno de los dos hicimos amago de levantarnos. Deseaba tanto que las cosas fueran de otra manera, que no por desearlo iban a cambiar. Tardé unos minutos más para coger fuerzas del abrazo de Rafe. A continuación comencé a prepararme para lo que quiera que el día fuera a depararnos.
Mientras yo cogía la comida, Rafe cogió algunas latas de gasolina escondidas y llenó el depósito de combustible antes de sacar la moto al exterior. Cuando hube metido todas las provisiones que pude en mi mochila, yo también salí de la caverna.
Rafe estaba montado en la moto, contemplando el parque.
—¿Vamos a ir en moto? —pregunté.
—No. Hace demasiado ruido. Nos oirían. Pero quiero enseñarte unas cuantas cosas en caso de que sea necesario que la uses. —Levantó la pierna derecha por detrás y se bajó de la moto—. Siéntate.
—No estarás pensando que yo lleve esta cosa.
Suspiró.
—Creo que necesitas saber lo básico por si algo me ocurriera y tuvieras que salir por piernas de aquí.
Aterrorizada por la idea, se me formó un nudo en el estómago.
—No va a pasarte nada.
—No tengo intención de que me pase nada, y tanto Connor como Lucas saben montar en moto, pero aun así… —Arqueó la ceja y dio una palmada en el asiento.
Tomé aire y dejé la mochila en el suelo. Me monté a horcajadas sobre el asiento, me incliné hacia delante y cogí los manillares. Rafe se montó detrás de mí y sus brazos me rozaron los costados cuando colocó sus enormes manos sobre las mías.
Mi respiración se volvió entrecortada al sentirlo tan cerca. En cualquier otro momento, habría disfrutado de la clase, me habría parecido increíblemente sexi. Pero en esos momentos estábamos luchando por nuestras vidas y las de nuestros amigos.
—Vale, esto es lo que necesitas saber —dijo y su aliento acarició mi cuello, haciendo que un escalofrío de placer me recorriera la espalda.
Intenté centrarme en sus palabras y no en lo increíble que era sentirlo tan cerca de mí. Me explicó las palancas del manillar, el embrague, los frenos, el acelerador, cómo cambiar de marcha y frenar con los controles de pie… Los conceptos eran sencillos, pero todo tenía que ser tan preciso…
—Probablemente me mate. Quizá debería echar a correr, sin más —le dije cuando me indicó que repitiera el proceso para encender la moto.
Se echó a reír, un sonido que temía no ir a volver a oír nunca más. Hizo que me sintiera mejor, me dio esperanzas de que quizá sobreviviéramos a todo aquello.
Hice varias pruebas sin poner en marcha realmente la moto. Rafe guiaba mis manos y pies para que yo me hiciera una idea de cómo funcionaba la mecánica.
—Ojalá pudiéramos hacer una prueba de verdad —dijo Rafe—. Pero temo que puedan oírnos.
—Creo que lo he pillado —le aseguré.
Rafe asintió.
—Bueno, esperemos que esta lección no llegue a ser necesaria.
Nos pusimos entonces en marcha y, como ambos conocíamos bien el terreno y estábamos en buena forma, tanto a causa de nuestra genética como por todo el senderismo que hacíamos (a diferencia del grupo de Mason, muchos de los cuales probablemente pasaran todo su tiempo sentados en taburetes y mirando a través de microscopios) los alcanzamos sin dificultad. Y eso a pesar de que Rafe iba empujando la moto por si no pudiera transformarse y yo necesitara escapar a toda prisa. También sospechaba que Kayla, Lucas y Connor habían hecho todo lo posible por ralentizar al grupo.
Rafe y yo avanzamos contra el viento para que sus perros no pudieran olfatear nuestro rastro. Mientras el grupo avanzaba por un valle, nosotros optamos por terrenos más elevados, valiéndonos de rocas, piedras, árboles y maleza para ocultarnos sin perderlos de vista. Cuando se detuvieron para almorzar, también lo hicimos nosotros. En comparación con los mercenarios, Mason parecía un enclenque. También vi a dos de los técnicos de laboratorio (Ethan y Tyler), a quienes habíamos conocido al inicio del verano.
—Y pensar que tomé cervezas con ese tipo —dijo Rafe mientras señalaba a Ethan.
—Nos engañaron a todos.
—No, no creo que Lucas llegara a fiarse de ellos. No del todo.
—¿Estás seguro de que no deberíamos intentar rescatarlos esta noche antes de que lleguen a un lugar donde no podamos hacerlo con tanta facilidad?
—Una vez que se haga de noche, me transformaré y haré un barrido de la zona. Quizá pueda acercarme lo suficiente a Lucas como para discutir la táctica que debemos seguir. No tengo ningún plan concreto, y todo esto es un caos. Debería haberte dejado en la guarida.
—No me habría quedado allí.
Esbozó una sonrisa irónica.
—Sí, eso es verdad.
Miró de nuevo hacia el grupo de Mason. Estaban avanzando de nuevo.
Y eso hicimos nosotros.
Esperamos hasta casi medianoche para acercarnos al campamento, Rafe transformado en lobo y yo… bueno, en la única forma en que podía estar por el momento. Si nos viesen, Rafe al menos tendría la posibilidad de huir. Yo probablemente no correría la misma suerte. Sé que Connor se pillaría un buen mosqueo si me capturaban, pero no iba a quedarme atrás, en la sombra, como si fuera una inútil.
La luna era más visible esa noche y pudimos valernos de su luz para orientarnos. Como mi pelo es de un rubio muy claro, me lo recogí y lo tapé con un pañuelo oscuro para que no pudiera verse. Incluso me cubrí el rostro de barro para poder fundirme mejor con la noche y el bosque. Lo cierto era que no haber experimentado mi primera transformación suponía en esos momentos una ventaja puesto que, como nuestro pelaje tendía a parecerse al color de nuestro pelo, me habría resultado mucho más difícil ocultarme siendo un lobo blanco.
Cuando llegamos al extremo del campamento, un nudo de dolor se me formó en el estómago cuando vi a mis amigos sentados contra un árbol, atados de pies y manos. Pensé que, si me acercaba lo suficiente, podría cortarles las ataduras con el cuchillo de caza que me había traído.
Rafe aulló, un aullido suave, pero de advertencia: «Ni se te ocurra». Había prometido no desviarme de nuestro plan, que era el de limitarnos a observar.
Vi que Mason se acercaba hacia nuestros amigos. Era muy guapo, sí, pero al estilo de los malos de Hollywood. ¿Cómo no lo había visto antes?
Mason se arrodilló delante de Kayla y la cogió de la barbilla para obligarla a mirarlo. Pero desde ese ángulo Kayla también podía escupirle y darle de lleno, y no me habría sorprendido de que lo hubiera hecho.
—Mira, sé que Lucas es un hombre lobo —dijo Mason—. El pelaje del lobo que capturamos tenía el mismo color que el de su pelo, los mismos ojos. Ojos humanos. Sé que tú lo sacaste de la jaula.
—¿Eres consciente de lo perturbado que pareces cuando dices esas cosas, Mason? ¿Realmente crees que las personas pueden transformarse en animales? Reconozco haber soltado al lobo, porque se trata de una especie protegida en este parque y tú lo estabas maltratando. No le dabas comida ni agua. Lo estabas matando.
—Estábamos debilitándolo para que se viera obligado a transformarse. ¿Qué hay de Connor? ¿También lo es?
—Mason, estás loco.
El sonido de la bofetada de Mason a Kayla resonó a nuestro alrededor y fue seguido rápidamente por un gruñido de Lucas.
—A mí sí que me suena a lobo —dijo Mason.
Me clavé las uñas en las palmas de las manos para no perder los nervios y no hacer así ninguna estupidez. Quería gritarle que los dejara en paz, que los dejara marchar. Sentía que mi animal interior se ponía tenso, listo para atacar. Estaba tan enfadada que creía ser capaz de tumbar a Mason con tan solo mis puños, uñas y dientes humanos.
—¿Cómo supiste dónde encontrarnos? —preguntó Kayla.
—Dallas. Pobre infeliz. ¡Se fue! Nadie se va de Bio-Chrome. Nuestra investigación es demasiado importante, al igual que su confidencialidad. Nos costó dar con él, seguirlo hasta Tarrant. Supuse que la única razón por la que había ido allí era para alertar a los hombres lobo. Habíamos estado vigilando el hotel, esperando a que Dallas regresara a por sus cosas. Estábamos esperándolo, expectantes, cuando llegó con ese Rafe. Sabíamos que Lucas es un hombre lobo, así que dimos por sentado que los demás chicos de nuestra pequeña expedición de senderismo también lo eran. Estaban hablando de salir en moto a la mañana siguiente, así que le pusimos a la moto un dispositivo localizador. Supusimos que Dallas iba a llevar a Rafe al laboratorio; era nuestra ocasión para atrapar a uno de los hombres lobo e impedir que Dallas divulgara el emplazamiento del laboratorio.
—Entonces, ¿vosotros asesinasteis a Dallas?
—No fue intencionadamente. Cuando Dallas entró en la habitación, no esperábamos que fuera a regresar tan pronto. Vio a Micah con el perro. Le entró el pánico e intentó huir, pero el perro lo atacó.
—¿Y su cuidador no pudo pararlo? —Noté la ira en la voz de Kayla. Y no la culpaba. Esos tipos creían que todo estaba justificado con tal de lograr su objetivo de llegar hasta nosotros.
—Quizá no hiciéramos todo lo que pudimos para pararlo. Demándanos —dijo Mason con crueldad—. Pero Dallas era el enemigo. Estaba dispuesto a traicionarnos. Así que, ¡adiós y buen viaje!
Se puso de pie y se marchó. No me gustaba su aire arrogante y seguro de sí mismo, ni esa actitud de que por el hecho de ser cambiaformas fuéramos inferiores a los seres humanos. Me estaba sacando de quicio; tenía que hacer algo.
Rebusqué por el suelo hasta que encontré una piedra pequeña. La cogí, apunté con cuidado y se la lancé a Connor para atraer su atención. Connor levantó la cabeza y lo vi escudriñar a su alrededor. Salí un poco de mi escondite, tras un arbusto. Abrió los ojos de par en par y le leí los labios. Era una palabra que jamás usaría delante de su madre.
«¡Vete!», dijo después.
Negué con la cabeza y en silencio articulé las palabras: «Estate preparado».
Connor negó con la cabeza. Le lancé un beso para intentar tranquilizarlo y asegurarle que todo iba a ir bien.
Una mano se posó levemente sobre mi hombro. Casi rompo a gritar, pero entonces vi que era Rafe. Señaló con la cabeza hacia un lado. Agachada, lo seguí lejos del campamento hasta que llegamos al sitio donde pasaríamos la noche.
—No soporto la idea de que ellos estén allí —le dije.
—Lo sé, pero si vuelves a exponerte de esa manera, te dejaré atrás. ¿Sabes el riesgo que estás corriendo?
—No tenía elección. Quería que supieran que estamos aquí y que tienen que estar preparados.
No es que estuviera muy contento, pero no pudo rebatirme.
En silencio comimos cereales secos que sabían a cartón, aunque, a decir verdad, estaba tan tensa y preocupada que no creía que hubiera sido capaz de apreciar siquiera el filete más tierno del mundo.
—Cuando todo esto haya acabado, quiero ir a un restaurante de lujo y comer la mejor comida de mi vida —dije.
—Hecho.
Mi corazón comenzó a latir a gran velocidad y mis mejillas se sonrojaron.
—Rafe…
—Sé que no íbamos a hacer planes de futuro, pero has sido tú la que has empezado. Además, ¿qué tiene de malo ir a cenar?
Me parecía que habían pasado siglos desde que Connor y yo habíamos discutido por Rafe y me había sugerido que saliera con él. Asentí, dejando a un lado mi sentimiento de culpabilidad.
—No voy a decirte que no, pero tampoco te prometo que sí.
—¿Sabes? Siempre pensé que los tíos éramos los alérgicos al compromiso —dijo en broma.
Por mucho que apreciara que bromeara, no dije nada. No me parecía bien reírme cuando nuestros amigos estaban prisioneros.
—¿Por qué no duermes algo? —sugirió.
—¿Y tú?
—Estamos tan cerca de ellos que quiero vigilarlos. —Se apoyó contra un árbol y yo me metí en el saco de dormir, a su lado.
—¿Has visto la manera en que Mason los habla, la manera en que los mira?
—¿Como si fueran animales sin derechos?
Asentí.
—Sí. ¿Crees que todos los estáticos nos ven así, inferiores a los seres humanos?
—Espero que no. Si esto sigue así, no veo cómo vamos a poder evitar lo inevitable. Vamos a extinguirnos.
Me acarició la mejilla con los nudillos, como si necesitara tocarme. Yo también lo necesitaba, así que dejé que lo hiciera.
—¿Tienes algún plan para liberarlos de Mason? —pregunté.
—Estoy trabajando en uno.
Me reí.
—En otras palabras, no.
—Se nos ocurrirá algo, Lindsey. No te preocupes.
Pero sí lo estaba. Me resultaba muy difícil aclarar mis sentimientos hacia Rafe y Connor con todo lo que estaba pasando. Su seguridad era lo primero y no podía dejar que mis emociones me distrajeran.
Pero estaban ahí, siempre parecían estar ahí.