Connor se quedó dormido. Estaba casi segura de que Lucas y Kayla también. Yo, por otro lado, era incapaz de dormir. No dejaba de pensar en Rafe y en la tormenta de emociones que había visto en sus ojos antes de que se marchara fuera. Tras la pelea, yo había consolado a Connor. Tenía que haber hecho lo mismo con Rafe. La culpabilidad que sentía por albergar esos sentimientos hacia él había evitado que me pusiera de su lado. Era totalmente injusto.
Con cuidado, retiré la mano de Connor. Se había dormido al momento. En completo silencio me dirigí hacia la entrada cubierta. Aunque estábamos a oscuras, conocía el camino y no había nada en medio con lo que me pudiera tropezar. Salí fuera y me sorprendió ver que el sol estaba comenzando a iluminar el cielo.
Miré a mi alrededor, pero no vi a Rafe. Había dicho que iba a vigilar, pero yo no creía que eso fuera necesario. Estábamos bien escondidos. Supuse que quería evitar otra pelea.
Sentí un escalofrío. Hacía frío fuera, pero era algo más que eso. Algo no iba bien, al igual que la noche que encontramos a Dallas. Tenía la sensación de que algo se cernía amenazante sobre nosotros.
Me disponía a regresar a la caverna cuando oí movimiento en el lado por el que Rafe y yo habíamos llegado a la guarida. Me pegué contra la pared rocosa, intentando hacerme lo más invisible posible, y comencé a avanzar lentamente, conteniendo la respiración, intentando no hacer ningún ruido. No estaba segura de qué haría si me topase con alguien, pero sentía la necesidad de averiguar de quién se trataba.
Doblé la curva del camino y me di de bruces con alguien. El corazón casi se me sale por la boca y mi grito se convirtió en un lastimoso chillido. Entonces, con gran alivio, descubrí que era Rafe. Me llevé la mano a mi retumbante corazón.
—¡Dios! Me has asustado. Pensaba que eran los de Bio-Chrome.
Tomé aire varias veces para calmar los latidos de mi corazón. Rafe, que se estaba poniendo la camiseta, no me hizo ni caso.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté.
—Vestirme. —Se sentó y comenzó a ponerse las botas.
Me puse en cuclillas junto a él.
—Pensaba que ibas a vigilar.
—Necesitaba correr.
No me hizo falta preguntarle para saber que se había transformado para hacerlo.
—Pensé en no volver —dijo mientras tiraba de los cordones y se los ataba—. Pero no me gusta evitar las situaciones. Si lo querías a él, ¿por qué no me lo dijiste sin más?
«Si lo querías». Estaba haciendo lo mismo que Connor: no usar su nombre, como si de alguna manera aliviara lo que fuera que estuviera sintiendo.
—No te culpo por estar enfadado por haberme ido con él tras lo de la caverna. No tenía que haberlo hecho. O quizá tendría que haber ido contigo también, trataros a los dos por igual. Siento no haber venido antes. Siento muchas cosas, pero no siento con él lo que tú y yo hemos tenido este tiempo que hemos estado juntos. ¿Quieres oír una locura? Fue idea de Connor.
—Ni de coña.
—No, de verdad. Justo antes de encontrar a Dallas, estábamos discutiendo por ti. Él dijo que yo necesitaba pasar algo de tiempo contigo. Ahora dice que no lo dijo en serio, pero no llegamos a terminar la discusión, así que yo no lo sabía. Y ahora estoy más confundida si cabe. Se suponía que esto no iba a ser así, o al menos eso era lo que yo pensaba. Se suponía que tenía que ser el destino. Se suponía que sentiríamos ese ¡ting!, y que sabríamos inmediatamente quiénes eran nuestras parejas.
Finalmente paró de vestirse. Contempló la nada. Las muñecas le colgaban sobre las rodillas.
—Vas a tener que escoger, Lindsey. Y pronto.
—Lo sé. —Observé el azul profundo y brillante del amanecer—. Quizá Brittany tenga razón y debamos pasar por nuestra primera transformación solas, y luego enamorarnos siguiendo los dictados de nuestro propio corazón y no los de la luna.
Me cogió varios mechones de pelo y los estrechó contra sus manos. Lo miré. La intensidad de su mirada casi me deja sin aliento.
—No importa lo que decidas —dijo con dulzura—, no cambiará lo que siento por ti. Ojalá no me hubieras impactado cual rayo este verano. Ojalá hubiera ocurrido antes. Ojalá hubiera tenido más tiempo para… no sé… para tener una cita contigo. Para que me conocieras mejor. Sé que Connor tiene ventaja porque os conocéis desde hace años. —Se acercó hacia mí y besó con ternura mi ojo amoratado—. Lo siento. Nunca te haría daño.
Me entraron ganas de besarlo. Pero solo le estreché la mano.
—Los demás probablemente ya estén despiertos, preguntándose dónde estamos.
—Sí, deberíamos irnos. —Se puso de pie y me ayudó a levantarme.
Eché a andar hacia el camino por el que había venido.
—¿Cómo de cerca…?
Rafe tiró hacia atrás de mí y me puso la mano en la boca para que no hablara.
—¿Lo has oído? ¿Lo has olido? —me susurró un instante después.
—No. ¿El qué?
—Pisadas, muchas. Gente. Perros. Espera aquí.
No había obedecido ni una sola orden en ese viaje, y no iba a hacerlo en ese momento. Fui tras él y lo seguí hasta el extremo de la curva de la pared rocosa. Se asomó para mirar.
Yo también intenté hacerlo.
Me empujó hacia la pared y vi en sus ojos que algo malo acechaba tras la curva.
—Es Mason. Un par de tipos van con él. Tienen que ser los mercenarios de los que Dallas nos habló. Y tienen perros, rottweilers. Esos animales pueden rebanarle el cuello a una persona.
—¿Qué? ¡No! Tenemos que avisar a los demás.
Comenzó a quitarse la ropa.
—Es demasiado tarde, Lindsey. Están en la cueva. Voy a transformarme para trepar hasta lo más alto y desde allí valorar la situación. Tienes que alejarte antes de que los perros te huelan.
—¡De ningún modo! Tengo que hacer algo.
Me cogió de los brazos y me zarandeó.
—Si han capturado a los demás, tendremos que rescatarlos. Por favor, echa a correr. Te alcanzaré. Te lo prometo.
Me liberé de él y me asomé por la curva.
—Lindsey…
—¡Sshh!
Vi a dos enormes perros gruñendo y ladrando, tirando con fuerza de sus correas. Reconocí a uno de los que sujetaban a los perros. Era el tipo rapado que había visto en el Sly Fox la noche que habíamos conocido a Dallas. Parecía más malvado de lo que recordaba.
Mi corazón dio un brinco cuando vi a Kayla, Lucas y Connor maniatados y sacados a empellones de la caverna por unos tipos que tenían pinta de tomar clavos para desayunar y de cargar con toneladas de peso solo por diversión. Mason, con los brazos cruzados sobre el pecho, los saludó.
—Bueno, bueno. Volvemos a vernos.
Se le cayó un mechón de pelo por delante de la frente. Recordé que tenía unos bonitos ojos verdes, ojos en los que no se podía confiar. ¿Cómo podía querer hacernos daño?
Kayla se irguió.
—Mason, ¿qué estás haciendo aquí?
—Buscaros, por supuesto —dijo Mason—. Tenemos asuntos pendientes.
Oh, Dios mío. Me oculté de nuevo tras la elevación rocosa para dejar de verlos. Apreté con fuerza los ojos y pegué la espalda contra la pared de la montaña para intentar borrar las imágenes que había presenciado. Estaba aterrorizada por lo que les pudiera pasar. ¿Qué iba a hacer Mason con ellos? Intenté pensar en positivo. No creía que Mason fuera consciente de que Kayla era de los nuestros. Eso podía salvarla. Pero Lucas… Mason sospechaba de él. ¿Qué pensaba de Connor?
Le di un puñetazo a la roca. ¿Cómo había podido suceder esto? ¿Dallas nos había conducido a una trampa? Me entraron náuseas y pensé que iba a vomitar.
—Lindsey, tenemos que irnos. Los perros están distraídos ahora, pero pronto nos olerán.
Rafe tenía razón. Aunque me sentía como una cobarde por marcharme, sabía que tenía que echar a correr para poder ayudarlos a escapar luego. No esperé a que Rafe terminara de desnudarse y se transformara. Me di la vuelta y eché a correr todo lo rápido que pude. Mientras corría, sin embargo, las dudas no dejaban de acecharme.
¿Cómo nos habían encontrado? ¿Adónde había ido realmente Rafe? ¿Deseaba tanto librarse de Connor que le había dicho a Mason dónde encontrarlo?
Kayla había confiado en Mason. A ella le gustaba. Y él se había aprovechado de ella.
¿Había juzgado erróneamente a Rafe? ¿Era como su padre? ¿Era capaz de hacer daño a aquellos a quienes quería? ¿Me quería?
No sabía el tiempo que llevaba corriendo. Al igual que todos los cambiaformas, había sido bendecida con una resistencia que ningún humano puede soñar siquiera con alcanzar. Y, al igual que todos los serpas, tenía un gran sentido de la orientación, por lo que sabía que no iba a perderme. Solo quería alejarme todo lo que fuera posible para que los perros no pudieran seguir mi rastro. Me tropecé y me caí, haciéndome unos rasguños en la rodilla. Me maldije para mis adentros por dejar un rastro de sangre. Vi un arroyo y me metí en él. El agua fría calmó mis rasguños. Después crucé al otro lado y retrocedí. Con suerte, si los perros iban tras de mí, se confundirían y perderían mi rastro.
O perseguirían a Rafe. El olor de un lobo probablemente los atraería mucho más que el mío. Me desplomé sobre el suelo y, temblando de agotamiento, miedo e ira, me apoyé contra un árbol e intenté no llorar cuando me golpeó la verdad: Rafe no se había transformado para subir a un lugar desde el que poder contemplar mejor la situación. Se había transformado porque quería alejar a los perros de mí. Estaba tan segura como de que me llamaba Lindsey.
¿Cómo podía haber dudado de su lealtad? Oh, Dios, espero que estuviera demasiado ocupado como para leer mis pensamientos. Claro está, estos eran últimamente tan confusos que no estaba muy segura de que alguien pudiera encontrarles algún sentido. Me preocupaba por Connor y, un minuto después, el que me preocupaba era Rafe.
Pero mi preocupación por Connor solo concernía a su seguridad. Cuando pensaba en Rafe, los pensamientos eran más intensos, más temerosos (como si, al ocurrirle algo malo, también fuera a ocurrirle a una parte de mí).
Cuando comenzaba a anochecer, pensé que quizá al haber borrado mi rastro, también había dificultado que Rafe pudiera encontrarme.
¡Genial!, murmuré para mis adentros. ¿Y ahora qué? ¿Debería intentar regresar a la entrada del parque y alertar a los guardas forestales? ¿Debería regresar a casa y decírselo a mi padre, que tenía influencias sobre el gobernador? Esa opción implicaba hacer pública nuestra lucha a toda la comunidad de cambiaformas. Y si se producía un ataque a gran escala, corríamos el riesgo de que todos nuestros secretos quedaran desvelados al resto de la comunidad, al mundo. Pero si no hacía nada o intentaba hacerlo sola… si fracasaba…
Oí que se partía una rama y me quedé helada.
¿Cuánto tiempo había estado allí sentada sin prestar atención a mi alrededor, sin estar pendiente del posible sonido de ladridos o de pisadas? Por suerte, se trataba de un solo ser (perro u hombre, eso ya no lo sabía). Pero, al menos, no tenía todo en mi contra.
Miré a mi alrededor hasta que encontré una rama lo suficientemente resistente como para poder usarla como arma. Rodeé el tronco del árbol y adopté una posición de ataque en la dirección contraria a la que había oído el ruido. Si la persona o lo que quiera que fuera venía de ese lado, o si pasaba junto a mí, entonces, ¡bam!, lo noquearía y lo tomaría como prisionero. No es que pensara que Mason fuera de esos que se muestran dispuestos a negociar, pero intentaría sacar ventaja de toda pequeña victoria que pudiera lograr.
Noté que se me secaba la boca y que las palmas de las manos me comenzaban a sudar. Me dolía el pecho de intentar no respirar, de no realizar ningún movimiento que pudiera ser detectado. Oí una leve pisada y me aferré a la rama.
De repente alguien se interpuso en mi campo de visión. Me volví prácticamente a ciegas e inmediatamente después me vi en el suelo, inmovilizada por un cuerpo pesado. Había soltado la rama, pero todavía me quedaban mis puños y comencé a golpearlo.
—Pero ¿qué demonios? ¡Lindsey!
Rafe me agarró de las muñecas y me las sostuvo por encima de la cabeza. Noté que mi pulso retumbaba contra su dedo pulgar. Su rostro estaba justo encima del mío y su mirada, marrón como el chocolate, me observaba atentamente.
—Oh, Dios mío, Rafe. Pensaba… —No podía decir en voz alta lo que pensaba. Que estaba muerto, o que jamás me encontraría. Que el enemigo estaba cerca. Y que el mundo de los cambiaformas tal como lo conocía había quedado destruido.
—Tranquila —me murmuró una y otra vez, besándome la sien, la frente, la nariz, la barbilla—. Todo va bien.
Con el confortante peso de su cuerpo sobre el mío, a punto estuve de creerlo. Casi podía creer que todo lo que había pasado antes no había sido más que una pesadilla. Rafe era real, cálido y fuerte. Él estaba conmigo, y sentí una tranquilizadora y envolvente sensación de alivio. Me soltó las muñecas y acaricié el rostro que había estado persiguiéndome en mis sueños. Peiné con mis dedos su espeso cabello. Acariciarlo, que él me acariciara, me calmaba, ponía orden en mi mundo.
Todo el terror que había sentido era, de repente, controlable. Y sabía, estaba convencida, que se le ocurriría algo para salvar a nuestros amigos.
—Entonces, ¿qué has averiguado? —pregunté.
—Que sus perros son rápidos y feroces.
Apoyé la palma de mi mano contra su mejilla mientras mi corazón se hinchaba de emoción.
—Te transformaste para alejarlos de mí.
Agachó la cabeza y rozó mis labios tan levemente como una mariposa se posaría sobre un pétalo. Ambos sabíamos que no era el momento de nada más, que lo que quiera que fuesen esos sentimientos que estábamos intentando aclarar tendría que esperar. En ese instante pensé que no podía adorarlo más de lo que ya lo hacía. Daba igual lo que decidiera acerca de mi futuro, ese momento entre nosotros siempre sería precioso y valioso por el simple hecho de que Rafe estaba anteponiendo el bienestar de los demás a nuestro propio placer.
—Lo que esos perros me habrían hecho si me hubieran cogido no es nada comparado a lo que Connor me habría hecho si algo te hubiera pasado a ti —dijo.
Estaba intentando restarle importancia, pero yo sabía cuánto se había arriesgado.
—¿Mason les ha hecho daño?
Con un suspiro se apartó de mí.
—Aún no. Los están llevando a alguna parte. Están maniatados.
—Entonces, ¿podemos rescatarlos esta noche?
Miró al sol del atardecer y se frotó la nariz.
—Probablemente podríamos, pero no creo que debamos. Creo que deberíamos seguirlos, ver adónde van.
—¿Estás loco? —Me incorporé—. Para mí nunca será lo suficientemente pronto.
—Tranquilízate y piénsalo, Lindsey. Van a llevarlos al laboratorio. De esa manera, conoceremos su emplazamiento porque nos llevarán hasta él.
No me gustaba ese plan. No me gustaba postergar las cosas. Pero eso no significaba que no viera lo audaz que era dejar que fueran los propios científicos de Bio-Chrome los que nos condujeran al laboratorio.
—Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó.
—Creo que lo mejor será que regresemos esta noche a la guarida para ver qué podemos rescatar. Han destrozado el lugar.
—¿No crees que seguirá estando vigilada?
—Dejaron a alguien, pero ya me he encargado de él.
No quise preguntarle qué le había hecho exactamente. Nuestra existencia corría peligro. Cualquier medida estaba justificada.