A la mañana siguiente, me levanté y vi que todavía seguía acurrucada contra Rafe. Me había estado abrazando toda la noche y yo no quería dejar sus brazos. No recordaba haber dormido nunca tan profundamente, ni siquiera cuando había dormido en una cama y no en el suelo. Y, por ello, mis sueños habían sido increíblemente vívidos y perturbadoramente reales. En todos ellos, Rafe me besaba hasta que me temblaban las piernas (y eso no tardaba en ocurrir demasiado). En uno de mis sueños Connor y Rafe peleaban por mí. Hasta donde yo sabía, eso no había ocurrido en la edad moderna, pero al parecer era una costumbre bastante común entre los cambiaformas en la antigüedad. En ocasiones me sorprendía que nuestra especie no se hubiera extinguido.
Froté mi rostro contra su hombro y me pregunté si sería de los que madrugaban y de qué humor se levantaría. Respecto a mí, no podía creerme lo descansada que me sentía.
Un beso cerca de la sien me alertó: estaba despierto. Sus labios eran suaves y cálidos, y me entraron ganas de acercarlos a los míos y besarlo profundamente, pero temía satisfacer mis deseos hasta que no estuviera segura de mis sentimientos. No podía negar que cada vez eran mayores, pero ¿superarían el afecto que sentía por Connor? ¿O quizá ya lo habían hecho? ¿Podía medirse lo que sentía el corazón?
Ladeé la cabeza y me topé con los ojos marrones y cálidos de Rafe. Antes de poderle decir «buenos días» me besó, llevándose consigo mis dudas y mi culpabilidad. Durante unos breves instantes, perdida en su maravillosa boca, me sentí como si estuviera de vacaciones, sin preocupaciones, sin estrés, sin peligros acechantes. Me relajé y noté que sus músculos se tensaban y relajaban cuando comencé a acariciarle la espalda y los hombros. Era tan fuerte, tan poderoso. Quería eso, la seguridad que irradiaba, quería saber que él era mi chico predestinado. Pero varias horas en su compañía no podían borrar una vida entera junto a Connor.
Con gran pesar, me aparté. Sus ojos tocaron cada centímetro de mi rostro (mi barbilla, mis labios, mi nariz, mis ojos, mi frente), como si deseara seguir besándolo todo.
—¿Demasiado temprano para besos espontáneos? —me preguntó en voz baja.
Asentí. Rafe me regaló una sonrisa irónica. Le acaricié la comisura de los labios.
—Lo siento.
—No lo sientas, Lindsey. Yo soy paciente. La luna no.
Tras recordarme eso, salió del saco de dormir. Lo eché en falta al instante. Sacudiéndome de encima ese anhelo, me incorporé, cogí mi mochila y saqué mi cepillo del pelo. Tras soltarme la trenza, comencé a peinarme.
Rafe se puso en cuclillas delante de mí y me mostró un paquete de seis donuts cubiertos de chocolate, mis favoritos.
—Oh, mis favoritos —dije con emoción.
—Lo sé.
Lo miré.
—¿Cómo lo sabes?
—Eres una adicta al chocolate. —Extendió la mano y me tocó el pelo—. Llévalo suelto hoy.
—Si lo hago, por la noche se habrá convertido en una maraña.
—Yo te lo peinaré.
—¿Has probado a desenredarte el pelo después de que el viento te lo haya revuelto durante todo el día? Es una batalla perdida de antemano. Lo siento. Me lo soltaré cuando nos acostemos esta noche.
Me sonrió con picardía.
—Eso valdrá.
Tras desayunar a toda prisa, recogimos y me coloqué detrás de Rafe en la moto.
—¿Puedes meterte en mis sueños al igual que haces con mis pensamientos? —le pregunté.
Me miró y me guiñó un ojo.
—Solo si estoy despierto.
Antes de poder preguntarle si había dormido anoche (tenía que saber si había visto mis sueños), encendió el motor y de nuevo corrimos raudos por el bosque.
El día no era tan luminoso como el anterior. Si llovía, probablemente tendríamos que viajar a pie porque la moto podía quedarse atrapada en el barro, o bien tendríamos que esperar a que todo se secara de nuevo. No tenía muy claro cuál de las dos opciones se llevaría más de nuestro preciado tiempo.
A medida que nos adentrábamos más hacia el norte, las nubes (cada vez más oscuras) no parecían presagiar nada bueno. Aunque todo lo que íbamos a hacer era descubrir el emplazamiento del laboratorio y regresar para informar de ello, corríamos el riesgo de ser capturados. Si creían que éramos cambiaformas, harían experimentos con nosotros. Ninguna ley nos protegería, porque ninguna ley sabía de nuestra existencia, salvo la nuestra. Quizá los de PETA hicieran acto de presencia y comenzaran a despotricar sobre el trato cruel a los animales, pero nosotros no éramos animales en ese sentido. Ni tampoco éramos completamente humanos. No pude evitar preguntarme una vez más si habría llegado para nosotros la hora de salir del bosque, por decirlo de alguna manera.
Cerca de una hora antes del anochecer, nos quedamos sin gasolina. Rafe había hecho algunos ajustes a su moto para que fuera más rápida que la mayoría con un depósito de gasolina, y pensé que quizá el depósito fuera más grande también. Pero incluso el mejor mecánico no puede prever todos los contratiempos, especialmente en un lugar como el bosque. Pero Rafe no parecía para nada preocupado por nuestro aprieto, porque sabía que estábamos cerca de una de nuestras guaridas, donde guardábamos provisiones de todo tipo.
No me importaba andar. Estaba acostumbrada a hacer senderismo. Una parte de mí quería caminar con rapidez y la otra tomarse su tiempo. Nuestras guaridas estaban construidas, por lo general, en el interior de una montaña o colina. Proporcionaban ciertas comodidades. Esa noche Rafe y yo estaríamos a solas en una. ¿Sería lo suficientemente fuerte para resistirme a otro beso? ¿Dormiría otra vez en sus brazos? Y, sabiendo que estábamos ocultos a los demás y en un lugar seguro, ¿reuniríamos la fuerza necesaria para resistir la tentación?
Miré a mi alrededor, a ese paisaje que me era tan familiar pero que en esos momentos parecía ajeno, perturbado.
—¿Y si han puesto trampas? Tienen que saber que, si alguien nos hablara de un laboratorio, vendríamos a buscarlo.
—Entonces esperemos que caiga yo y no tú —dijo Rafe—. Yo puedo transformarme y sanar. Si te pasara a ti, tendría que encontrar un modo de llevarte de regreso a la civilización.
—Estás dando por sentado que vamos a escapar de la trampa. ¿Y si nos encierran en el laboratorio?
Extendió la mano y me acarició con dulzura la mejilla.
—No voy a permitir que te pase nada, Lindsey.
Pensé en la pelea con el puma. Pero Bio-Chrome era otro tipo de animal completamente distinto.
—¿Cómo puede alguien construir un laboratorio tan cerca del parque nacional y que nadie se dé cuenta? —pregunté.
—No es una zona muy poblada y nosotros no podemos patrullar toda su extensión continuamente. He oído que algunos cárteles de drogas cultivan sus amapolas y plantas de marihuana en terreno propiedad del gobierno, dentro del parque nacional, en las mismísimas narices de los guardas forestales. No puede controlarse todo.
—Supongo que perdería su encanto si colocáramos cámaras de vigilancia en todos los lugares.
Me miró y sonrió.
—Sin duda. No podríamos disfrutar de momentos en privado.
Sus ojos se desviaron hacia mis labios, que comenzaron a temblar, y supe que estaba pensando en besarme de nuevo. Era tan tentador. Tenía que pensar en otra cosa.
—Entonces, ¿quién crees que mató a Dallas? ¿Pudo haber sido uno de nosotros? ¿Alguien que no se fiara de él? ¿O pudo ser mero azar?
—Todas esas opciones son posibles, pero creo que es más probable que lo hiciera alguien contratado por Bio-Chrome. Dallas iba a traicionarlos. Y no están montando demasiado alboroto porque quieren mantener nuestra existencia en secreto. Están intentando pasar desapercibidos, evitar implicar a las autoridades, hasta que tengan la fórmula o aquello con lo que crean que pueden reproducir nuestras habilidades.
—¿Y si no podemos pararlos?
—Lo haremos. —Con total tranquilidad, siguió con la moto por una pendiente y cruzamos por una grieta de la montaña poco pronunciada que se alzaba ante nosotros.
Parecía muy seguro de sí mismo. Hacía que creyera en él, que creyera que todo iba a salir bien. En un periodo de tiempo tan breve, había llegado a conocerlo tanto que no solo sus besos me impresionaban. Era un líder nato. Seguimos por un camino en curva hasta llegar a un punto donde el agua caía sobre algunos afloramientos rocosos para luego desaparecer en un manantial subterráneo. Ya había estado allí antes; era una de nuestras guaridas.
—Sujeta la moto —me ordenó Rafe.
Observé que sus músculos se tensaban cuando echaba a un lado la roca. Ya casi era de noche cuando entré en la oscura y fría caverna. Mientras Rafe metía dentro la moto, yo miré a mi alrededor para que los ojos se me acostumbraran a la oscuridad. Quería fingir que estábamos en un lugar increíble donde el mundo real no podía interferir. Cuando Rafe se me acercó por detrás, me rodeó la cintura con sus brazos y me besó la nunca, me di la vuelta y lo correspondí. Sabía que no tendría que haberlo hecho, pero había algo en esa oscuridad que atraía a la parte salvaje que hay en mí, al igual que lo hacía Rafe. Recorrió con su boca la curva de mi cuello. Un escalofrío de placer me recorrió la espalda y me sentí como un gato estirándose bajo el sol. Pero incluso en esa feliz oscuridad junto a Rafe, no podía dejar de pensar en Connor. La culpabilidad me golpeaba con fuerza, así que me libré de su abrazo antes de que sus labios volvieran a posarse sobre los míos.
Una tenue luz iluminó de repente la cueva. Me volví con curiosidad y vi que Rafe se apartaba de una especie de lámpara a pilas que había encendido. Cubrió con una cortina negra la entrada, aislándonos así del mundo exterior.
Rafe me miró y me sostuvo la mirada, y pude ver en sus ojos que quería que yo le diera más de lo que estaba dispuesta a darle. Quería que fingiera que en ese mundo solo estábamos nosotros dos. No podía negar que me resultaba tentador. Había venido a mí hacía unos minutos. Era mi turno de ir con él. Antes de que la noche acabara, probablemente lo haría. ¿Cómo podría resistirme?
No estaba segura de si me había leído la mente o si mi rostro reveló lo mucho que lo deseaba, pero me sonrió y su mirada se volvió más cálida. Me había dicho que era paciente, pero en esos momentos me estaba diciendo que también era comprensivo.
Fue hasta un enorme contenedor de plástico y comenzó a hurgar en su interior. Entonces sacó unas latas de salchichas vienesas. No eran mis favoritas, pero estaba lo suficientemente hambrienta como para no quejarme mientras me sentaba sobre el frío y duro suelo. Guardábamos provisiones en esos lugares para emergencias. Lo que estaba ocurriendo en esos momentos era sin duda una de ellas.
—¿Cómo sabemos que estamos yendo en la dirección correcta? —pregunté.
Rafe, sentado sobre una de las cajas de provisiones, estaba comiéndose su lata de salchichas.
—Dallas dijo que el laboratorio estaba en el extremo noreste, así que sé que la dirección está bien. Tengo la esperanza de que, cuando estemos cerca de la gente de Bio-Chrome, pueda captar su olor.
—Eso sería más sencillo si pudieras transformarte en lobo.
Rafe se encogió de hombros y sonrió.
—Más sencillo sí, pero no tan divertido.
—Sí, la verdad es que soy superdivertida.
—Haces que no me sienta solo.
Lo observé durante un minuto y pensé en cuando lo conocí en el colegio.
—Siempre me pareciste un chico solitario.
—Era más fácil así.
—¿Qué quieres decir exactamente? —pregunté.
Sacó una salchicha de la lata y la masticó durante un rato.
—La otra noche me preguntaste si yo era de los que deseaba cosas que no podía tener.
—Yo… no sé. No tenía que haberte dicho eso.
—No, tenías razón. Cuando era pequeño, quería tener unos padres que fueran al colegio y se preocuparan de cómo me iba en los estudios. Quería un padre que me enseñara a jugar al rugbi en vez de pegarme. Cuando me hacía amigo de alguien, veía muchas cosas que quería, cosas que sabía que jamás tendría. No cosas materiales, sino cosas como cenar en una mesa con toda la familia.
Sentí que se me formaba un nudo en el pecho. Siempre había sabido que él no había crecido en mi mundo, pero nunca había sido consciente del alcance de esas diferencias.
—Tú eras la única que nunca me miraba cuando llegaba al colegio con magulladuras o un ojo morado —dijo con voz calmada.
—Mis padres siempre me decían que no mirara. —Aunque parecía haber olvidado mis modales, porque últimamente miraba, y mucho, a Rafe. En esos momentos, mientras me hablaba de su pasado, quería hacer algo más que mirarlo. Quería abrazarlo, consolarlo—. Tu padre te hacía eso, ¿verdad? Te pegaba.
—Sí. Pasaba mucho tiempo borracho. Nunca podía contentarlo cuando estaba así. Solía emplear sus puños contra mí. A veces le decía a la gente que me había metido en una pelea. Me resultaba más sencillo fingir que era un matón que dejar que la gente supiera la verdad: que mi padre me odiaba.
—¡No! —protesté con vehemencia—. Estaba enfermo. Nadie podría odiarte, Rafe.
Me sonrió y negó con la cabeza.
—¿Sabes? Cuando era más pequeño, no podía esperar a que llegara el momento de mi primera transformación, porque de esa manera sanaría más rápido. La gente no sabría así la frecuencia con la que mi padre me pegaba. Entonces murió en ese accidente de coche y todo se quedó en nada. Me alegré de que se muriera. —Paró de hablar—. ¿Te asusta esa parte de mí?
Le sostuve la mirada.
—No, a mí nunca me gustó tampoco. Me asustaba.
Rafe se puso tenso.
—¿Hizo algo para asustarte? ¿Te hizo daño alguna vez?
—No, no. Mi padre lo habría matado si lo hubiera hecho. Tan solo parecía mezquino. Siempre tenía el ceño fruncido, como si estuviera enfadado con el mundo.
—Yo jamás te haría daño, Lindsey. No soy como mi padre.
—Lo sé. —Y lo sabía. Sí, Rafe me asustaba. Pero era por lo que sentía por él, algo que nunca antes había sentido por otra persona. Y esta noche estaríamos en esta pequeña caverna, acurrucados, juntos. Puede que nos besáramos de nuevo. Había pasado gran parte del día pensando en cómo sería esta noche.
Me levanté y metí la lata vacía en una bolsa de plástico que llevaríamos con nosotros. Siempre teníamos cuidado de no ensuciar nuestro entorno.
—Voy al lago.
Rafe me miró fijamente, como si estuviera pensando en si iba a invitarlo o no. No lo hice. Necesitaba pasar algo de tiempo a solas para que mis nervios se templaran. Sabía que no ocurriría nada que yo no quisiera que pasara. El problema era que no estaba exactamente segura de qué era lo que quería que ocurriera.
Me acerqué a una caja de plástico donde guardábamos ropa extra. Encontré un par de pantalones de algodón fruncidos con un cordón y una camiseta de algodón de manga larga que se pegaría a mi esbelto cuerpo; mis curvas no eran ni de lejos tan pronunciadas como las de Brittany. Cogí todo lo que necesitaba, incluida una linterna grande y cuadrada con un haz de luz de bastante alcance, y me dirigí a la parte trasera de la caverna. El pasadizo allí se hacía más estrecho y la luz rebotaba contra las paredes. Habíamos creado ese refugio en el interior de la montaña, y puesto que la entrada estaba bloqueada, no me daba miedo estar allí sola.
Al doblar la esquina, el pasadizo daba a otra caverna donde las aguas subterráneas se vaciaban en una especie de lago. Me arrodillé a la orilla y apagué la linterna. Le di a mis ojos un tiempo para que se acostumbraran y no tardé mucho en ver a diminutas y fluorescentes criaturas moviéndose por las aguas. Pero el lago estaba completamente limpio. El suministro constante de agua fresca impedía que las algas, o cualquier cosa que me diera grima, pudiera crecer.
Encendí de nuevo la linterna, empapé un paño en el agua y comencé a quitarme la suciedad de la cara. Imaginé a Rafe dándome besos por toda ella. Aunque el aire era frío, de repente me entró calor. Me quité la ropa y me zambullí. No era la primera vez que había nadado allí. El agua estaba fría, como era habitual, pero me sentó muy bien.
Me lavé el pelo y el cuerpo. Librarse de dos días de mugre resultaba de lo más estimulante… hasta que salí del agua y se me puso la carne de gallina. Cogí una toalla y me sequé a toda velocidad. Me vestí y me saqué la humedad del pelo con la toalla antes de peinármelo. Me planteé recogérmelo en una trenza, pero Rafe me había pedido que no lo hiciera y yo tenía esa necesidad insana de hacer que sonriera y de sentir sus dedos en mi cabello suelto.
Miré de nuevo al pasadizo, y me pregunté qué me estaría esperando al otro lado. Seguramente dormiríamos de nuevo abrazados. Me emocionaba solo de pensarlo. Quería estar con él, casi desesperadamente. Nunca había experimentado esa intensidad con Connor: era puro deseo. Hasta que había conocido a Kayla, Connor había sido mi mejor amigo, con el que hacía todo. Era genial estar con él, pero con Rafe… era excitante.
Recogí todo y regresé con toda la calma que pude a la caverna. Ya cerca de la entrada oí algunas voces.
Al parecer, ya no estábamos solos.
Reconocí al instante una de las voces, y con pesar supe entonces que esa noche no dormiría con Rafe. Quizá nunca más volvería a rodearme con sus brazos.
Me detuve en la entrada de la caverna principal cuando vi a Lucas y a Connor prácticamente arrinconando a Rafe. Kayla se mantenía a cierta distancia. Parecía incómoda. Yo sabía que había presenciado un enfrentamiento entre Lucas y su hermano, la persona que nos había traicionado. Al igual que yo, Kayla era muy consciente de que los tíos podían resultar realmente intimidatorios cuando sus niveles de testosterona subían.
—¿En qué estabas pensando cuando llevaste a Lindsey contigo? —le preguntó Connor a Rafe y mi corazón se golpeó contra mis costillas con la misma furia que oí en su voz.
—Yo quise venir —respondí antes de que Rafe pudiera hacerlo.
Connor se volvió y me miró. Lo conocía lo suficiente como para saber que mi presencia no le había sorprendido, pues Kayla se lo había contado, tal como yo le había pedido. En cierto modo, eso hacía las cosas más fáciles, pero también mucho más difíciles. Vi en sus ojos que quería hacerme preguntas, que estaba recordando la discusión que no habíamos terminado. Vi pesar… y dolor. En ese momento yo estaba sintiendo lo mismo. Pero también estaba enfadada; Rafe estaba pagando por mis acciones.
—¿En qué estabas pensando? —me preguntó muy enfadado Connor.
—No le hables así —dijo Rafe. Su voz fue tan grave como de costumbre, pero con cierto deje amenazante.
—No pasa nada, Rafe —dije para intentar calmar la situación—. Todos estamos un poco alterados.
Puesto que nos habían alcanzado tan rápidamente, supuse que habían venido como lobos. Teníamos ropa de sobra para emergencias como esa en la guarida, y en esos momentos todos iban vestidos. Kayla llevaba unos pantalones holgados muy similares a los míos.
—Pensé que podría ser de ayuda —le dije a Connor.
—¿Cómo? Si te hubieras hecho daño…
—No ha sido así.
—Tampoco pediste permiso —dijo Lucas. Me molestó que estuviera del lado de Connor.
—Eh, tú no eres mi jefe. —Sabía que mi reacción había sido la de una cría, pero no me había gustado su acusación.
—Lo cierto es que lo soy. «Líder de la manada» es otro nombre para «jefe».
—Si vais a enfadaros con alguien, hacedlo conmigo —insistió Rafe—. Sabía que no era buena idea y la traje de todos modos.
—¿Y por qué la trajiste exactamente? —preguntó Connor.
—Sabes la razón —dijo Rafe. Supe entonces que estaba tan enfadado como Connor.
Connor se abalanzó sobre él. Oí el terrible sonido del impacto de un puño cuando ambos cayeron al suelo. Grité:
—¡Parad! ¡Parad los dos!
Solo que no lo hicieron. Siguieron pegándose. No de la manera en que luchábamos. Miré a Lucas, que estaba de pie con los brazos cruzados como si estuviera esperando el autobús.
—¡Haz algo! —le grité.
Me miró con dureza.
—¿Qué sugieres?
Solté una palabrota y me metí en medio de la refriega para intentar atraer su atención.
—¡Chicos! Conn…
El dolor rebotó por toda mi mejilla y me llegó hasta el ojo. Grité y me aparté hacia atrás.
—¡Mierda! ¡La has golpeado! —dijo Rafe. Se arrodilló a mi lado. Tenía la cara llena de heridas y sangre, y pensé en todas las palizas que le había dado su padre. Le toqué la mejilla, que se estaba amoratando.
—Yo no la he golpeado, has sido tú —dijo Connor mientras se ponía en cuclillas al otro lado y me acariciaba la mejilla con una ternura que contrastaba con lo que había estado haciendo hacía escasos segundos.
Lo miré. Se había llevado la peor parte. Tenía un ojo prácticamente cerrado. Le toqué la piel hinchada. Se estremeció y ya no pude contenerme. Empecé a llorar.
Me cogió con los brazos y me acercó a él, pero lo único que consiguió fue que llorara con más fuerza.
—No lo sé, Connor. No lo sé.
Me acunó.
—Tranquila.
Oí ruidos en el suelo. Rafe se estaba poniendo de pie.
—Me voy fuera a curarme —dijo con una voz carente de emoción alguna. No sabía en qué estaba pensando.
No quería que se fuera pero, al mismo tiempo, ¿era justo pedirle que se quedara? Me aparté de Connor y me enjugué las lágrimas.
—Tú también deberías irte a sanar. —Me sentía tan estúpida por haberme dejado llevar delante de todos. Estaba tan confundida. ¿Cómo podía querer a dos chicos a la vez?
Me besó con dulzura sobre el cardenal que se me estaba formando.
—Sigue aquí cuando vuelva.
No sé adónde pensaba que iba a irme. Pero entonces caí en la cuenta de que me estaba pidiendo que estuviera allí para él. Como era habitual en mí, me limité a asentir.
Se puso de pie, pero en vez de ir fuera como Rafe, se adentró por el pasadizo donde estaba el lago.
Kayla se arrodilló junto a mí.
—Creo que vas a tener un bonito ojo morado.
—Da igual. —Había evitado que se mataran entre ellos. Era lo único que me importaba.
—Deduzco que ni por asomo has logrado aclararte.
Negué con la cabeza.
—Si acaso, estoy más confundida todavía. ¿Qué ha pasado con los observadores de aves?
—Zander los llevó. Quería estar aquí por si, ya sabes, necesitabas consuelo y apoyo.
Le sonreí, agradecida.
—Me alegro de que estés aquí, pero necesito hablar con Connor. —Me puse en pie y miré a Lucas—. ¿Cuánto tiempo crees que tardará en sanar?
—Unos minutos.
—¿Te pidió Connor que reasignaras a Rafe?
Su rostro era una máscara impenetrable. Irónicamente, fue lo que me dio la respuesta.
—Así que llevar a Daniel a nuestro equipo no era para encontrar a alguien para Brittany.
—Sí. Solo que no era el único motivo.
Durante unos instantes pensé en cómo le irían las cosas a Brittany, pero luego cogí mi linterna y me adentré por el pasadizo. Encontré a Connor sentado en la orilla del lago. Estaba vestido. Gracias a la linterna supe que ya no tenía heridas. Con un suspiro me senté junto a él y contemplé el lago, intentando pensar por dónde empezar.
—Lo siento —dijimos los dos a la vez. Rompimos a reír.
Echaba de menos los días en que nos sentíamos a gusto juntos, cuando los dos sabíamos lo que queríamos. O pensábamos que así era.
—Me dijiste que saliera con él —le dije.
—No lo decía en serio. Estaba molesto. Pero aunque lo hubiera dicho en serio, me habría referido a ir a ver una película durante un par de horas, no a avanzar durante días por las montañas, y desde luego no a poner tu vida en peligro.
—Soy una guardiana oculta. Es mi trabajo.
—Eres aprendiz. No puedes sanar como nosotros. No puedes transformarte y no puedes escapar con tanta facilidad si hay peligro.
—No estás enfadado por el peligro —le dije con cariño.
—¿Quieres estar con él? ¿Vas a escogerlo?
—No lo sé, Connor. Pero no es el único motivo por el que estoy aquí. Quizá sea porque fuimos nosotros los que encontramos a Dallas y me siento en parte responsable por su muerte.
Connor parecía impactado por mis palabras.
—No es culpa tuya.
—En cierto modo lo es, por el episodio de las moras, pero da igual. Quería sentirme útil; quería ser parte activa en hacer que los de Bio-Chrome pagaran. No quería guiar a unos observadores de aves. No es la primera vez que escojo la aventura por encima de la cotidianidad.
Parte del enfado de Connor se evaporó y su boca esbozó algo parecido a una sonrisa. Sabía que estaba recordando la docena de ocasiones en que lo había convencido para hacer algo que finalmente nos había metido en un lío. No siempre pensaba en las consecuencias de mis elecciones, pero siempre habíamos pasado buenos ratos.
Me metió el pelo por detrás de la oreja con dulzura.
—¿Lo… lo quieres?
Sabía que no iba a decir el nombre de Rafe. Era como si, por hablar de él en abstracto, dejara de ser importante. Le dije la verdad.
—No lo sé. No esperaba que esto fuera a ser tan duro. Kayla dice que sintió una conexión inmediata con Lucas, y Brittany no siente ninguna conexión con nadie. Me importáis Rafe y tú. No quiero haceros daño a ninguno de los dos y tengo miedo de tomar la decisión incorrecta.
—Quizá necesites dejar de preocuparte por ello. Quizá… —Suspiró—. Deja que nos ocupemos nosotros.
Por nosotros se refería a Rafe y a él. Me mofé de él.
—Sí, seguro que eso funciona.
—Iba ganando —dijo enfurruñado.
Eso era tan propio de los tíos.
—Pensaba que tú eras el que quería que fuéramos más civilizados —le recordé.
—Oye, lo he sido. No me he transformado.
En otras circunstancias, me habría echado a reír. Sin embargo, en ese momento, apoyé la cabeza sobre su hombro.
—Siento no saber la respuesta.
—Sí, yo también.
Me rodeó con su brazo y permanecimos allí sentados un tiempo, sintiéndonos. Siempre había sido así. Éramos uno el apoyo del otro. Pero ¿eso nos convertía en nuestro destino?
Un rato después, nos pusimos de pie y regresamos a la zona principal de la caverna. Ni siquiera me percaté de que íbamos de la mano hasta que vi a Rafe apoyado contra una pared y sus ojos se posaron allí donde nuestras manos se unían. Una tormenta de emociones cruzó por sus ojos.
—Yo haré la guardia esta noche —dijo lacónicamente, y salió a grandes zancadas de la caverna antes de que nadie pudiera responder.
Quise ir tras él, pero Connor me estrechó la mano. ¿Era su manera de rogarme que me quedara con él o un recordatorio de que siempre habíamos estado juntos? ¿Cuál era el grado de fidelidad que le debía mientras intentaba aclarar mis sentimientos?
—Improvisaré un sitio para que durmamos —dijo.
Miré que Connor estaba desenrollando un saco de dormir al otro lado de la caverna, donde Kayla estaba preparando uno para Lucas y ella. Me froté los brazos. Nunca había dormido con Connor. Si realmente era mi pareja, ¿no debería sentirme emocionada ante la perspectiva de dormir con él en vez de preocuparme por si resultaba extraño? Y, ¿podría dormir con él esa noche sabiendo que había dormido junto a Rafe la noche anterior?
Cuando todo estuvo listo, me cogió de la mano y me llevó hasta el camastro. Tardamos un tiempo en acomodarnos. Le di en la barbilla con la cabeza. Él se rio y me dijo que me tranquilizara. Me volví para darle la espalda y se acurrucó junto a mí. Me rodeó con su brazo y entrelacé mis dedos con los suyos. Olía tan diferente a Rafe. Lo sentía tan diferente a Rafe.
Lucas apagó la linterna y nos sumimos en la oscuridad. Oí a Kayla y a él hablar en voz baja, tal como hacen los enamorados.
—Esto no está bien, Connor —susurré.
—Vale, gírate y pon la cabeza sobre mi hombro.
—No, no es a lo que me refiero. Estar aquí tumbada, contigo… Si tú estuvieras de guardia esta noche, ¿querrías que yo estuviera aquí, durmiendo junto a Rafe?
—No es lo mismo, Lindsey. Hasta que decidas lo contrario, eres mía. Tengo un símbolo que representa tu nombre tatuado en mi hombro.
—Él también —dije.
Noté que se ponía tenso antes de soltar una palabrota. Un tatuaje no se hacía a la ligera, y Connor lo sabía.
—No se te declaró delante de todos. Yo sí.
—No se trata de quién respeta más las tradiciones. Se trata de nuestros corazones.
—Tú siempre has tenido el mío.
Apreté con fuerza los ojos. Primero se mostraba comprensivo y luego me lo ponía así de difícil al declararme sus sentimientos. No dudaba de los suyos. Tampoco de los de Rafe. Dudaba de los míos. Pero ¿cómo podía explicarle eso?