Caminamos durante dos días más, llevando a las girl scouts a las zonas más recónditas del bosque. Había partes del parque nacional en las que poca gente se adentraba, donde había más vida salvaje y más peligros, pero evitamos esos lugares y ayudamos a las scouts y a sus líderes a montar el campamento en un lugar relativamente seguro y tranquilo. Cuando nos habíamos asegurado de que el campamento estaba exento de peligro, aún nos quedaba mucha luz del día, así que comenzamos a prepararnos para nuestra marcha. Brittany y Daniel se quedarían con ellas. Por lo general, solo dejábamos un serpa, pero los mayores habían dado órdenes de alentar a Brittany a tratar más con Daniel.
No creía que eso fuera a ocurrir, pero un par de días más juntos no les haría daño.
—Estaremos de vuelta con tiempo suficiente para llevarte a Wolford antes de la luna llena —le dijo Lucas a Brittany.
—¿Qué más da? —respondió como si estuviera aburrida ya del tema.
Era la noche más importante de nuestras vidas y ella se comportaba como si no le preocupara. La cogí del brazo y la aparté del grupo.
—¡Eh! —protestó y se soltó.
—Brittany, tienes que reaccionar. Daniel está intentando…
—No hay conexión. Cero. Nada de nada. Tanto él como yo lo sabemos. Prefiero pasar por la transformación sola.
—Piensa en él como una cuerda de salvamento. Puede estar allí… por si acaso.
—No puede ser tan doloroso como dicen los tíos. Y si Lucas solo fue una distracción para Kayla, muchas gracias pero puedo encontrar mi propia distracción. Estaré bien.
Le di un fuerte abrazo.
—Las dos estaremos bien —le susurré. Deseé que fuera verdad.
Avanzamos con más rapidez porque ya no cargábamos con las provisiones y porque ya no teníamos que guiar a una docena de ruidosas crías. Comenzamos a montar nuestro campamento a la caída de la tarde. Con suerte, estaríamos de regreso a la entrada del parque a la noche siguiente.
Lucas y Connor fueron a cazar un conejo. Kayla estaba haciendo fuego. Yo estaba inquieta.
—Voy a coger unas moras —le dije a Kayla mientras cogía un bote pequeño.
Ella se volvió para mirarme.
—¿Seguro que quieres ir sola?
—He visto zarzas en algunos de los matorrales que hemos pasado. No están lejos. No tardaré.
—Ten cuidado.
—Siempre.
Eché a andar en la dirección por la que habíamos venido. Lo curioso es que las moras estaban mucho más lejos de lo que recordaba, y bastante alejadas del camino. Cuando vi las moras colgando de un matorral me salí del sendero y trepé hacia ellas. Con cuidado de no pincharme con las zarzas, quité una y me la llevé a la boca. Las moras silvestres siempre eran mucho más sabrosas que las que se podían encontrar en las tiendas.
Tenía el bote medio lleno (siempre he sido una optimista) cuando percibí una presencia y el vello de los brazos se me erizó. Todo lo despacio que pude, me di la vuelta y entonces fue cuando lo vi.
Un puma.
—Bonito minino —susurré para mis adentros, consciente de que tendría problemas. Si mi aroma fuera el de un humano, probablemente se marcharía. Pero nosotros los cambiaformas olemos como los animales salvajes.
El puma emitió un profundo y gutural purrrr y mostró unos incisivos que podían atravesar la carne. Con sumo cuidado, me moví para poder saltar a las zarzas con la esperanza de que las espinas sirvieran de elemento disuasorio. Tenía la boca tan seca que no habría podido escupir ni aunque mi vida dependiera de ello. El corazón me latía a tal velocidad que me sorprendió que los demás no oyeran cómo palpitaba mi sangre.
Vi que los músculos del puma se tensaban.
Di un brinco y grité cuando se abalanzó sobre mí.
Una masa borrosa detuvo al felino antes de que chocara contra mí. Sentí el calor de aquellos dos cuerpos y el aire agitado por la fuerza del impacto. Caí al suelo y retrocedí mientras mis ojos seguían fijos en la pelea. El animal que había atacado al puma era un lobo. Pero no era un lobo cualquiera. Era un lobo al que conocía.
Rafe.
¿Qué estaba haciendo allí? ¿Y si perdía?
Me puse en pie y di un paso hacia delante, pero luego retrocedí. Quería pararlo. No quería que Rafe saliera herido. El corazón me brincaba. Quería gritar para pedir ayuda, pero no podía correr el riesgo de distraerlo. Estaba apretando tanto los puños que las uñas se me estaban clavando en las palmas.
Los chillidos de dolor del puma llenaron el aire, seguidos al momento por los aullidos del lobo. Estaban luchando de manera encarnizada, atacándose, gruñéndose, hundiendo sus fauces en el otro. Vi que Rafe estaba sangrando. Quería correr junto a él, ayudarlo. Quería que estuviera a salvo. Quería que el puma se fuera.
El puma finalmente se liberó de Rafe y se adentró en el parque. El lobo dio un paso hacia mí y se desplomó.
Corrí hacia él, me senté en el suelo y le coloqué la cabeza sobre mi regazo. Sangraba cerca del hombro y de los cuartos traseros. Intentó levantar la cabeza, pero yo se la bajé, acariciando cariñosamente su pelaje.
—Shh, shh, tranquilo. Necesitas sanar. Todo va a salir bien.
Mientras nos sosteníamos la mirada, pensé que nunca había estado tan agradecida por la llegada de alguien, pero no se debía solo al hecho de que me hubiera salvado del ataque del puma. Estaba tan contenta de verlo. Quería saber qué había estado haciendo, cómo estaba. Tenía cientos de preguntas que hacerle, pero sobre todo quería tenerlo en mis brazos. Me lamió mi rodilla desnuda, como si quisiera decirme que él estaba sintiendo lo mismo. No lo reprendí por ese beso furtivo.
Oí que una ramita se partía y volví la cabeza. El tipo que había estado jugando al billar con Brittany, Dallas, estaba allí.
—Pero ¿tú quién eres? —preguntó—. ¿La encantadora de lobos?
—Estoy intentando no alucinar en colores —dijo Dallas—. Pero esto… es una locura, tío. Es totalmente increíble. Hombres lobo. Existen.
No tenía sentido mentir para salir de una situación que no podía empeorar mucho más. La ropa de Rafe estaba amontonada en el suelo. A ver cómo explicaba eso. Sus heridas, abiertas y sangrantes, habían sanado delante de los ojos de Dallas. A ver cómo explicaba eso, también. Tenía un lobo sobre mi regazo y le estaba hablando con ternura. Sí, la gente corriente lo hace constantemente.
Así que llevé a Dallas a nuestro campamento. Solo llevábamos unos minutos de caminata cuando Rafe se unió a nosotros en su forma humana, vestido. Verlo de nuevo así fue como una patada en el estómago que casi me hace romper a reír. No había sido consciente de lo mucho que lo había echado de menos, probablemente mucho más de lo que debería haberlo hecho. Tuve la sensación de que él también me había echado de menos cuando me dio el bote en el que había estado guardando las moras. Estaba lleno, lo que significaba que se había tomado su tiempo para coger más antes de alcanzarnos.
En esos momentos estábamos sentados junto al fuego, donde dos conejos se hacían. No estaba segura de poder comer. Nos encontrábamos a un paso del desastre.
—Preferimos el término «cambiaformas» —dijo Lucas—. Hombre lobo es tan… tan de Hollywood.
—No quería ofender. Dios, Mason no para de hablar de hombres lobo. Pensé que estaba loco, que la capacidad de su cerebro era excesiva para él. Su coeficiente se sale de los patrones.
—¿Conoces a Mason Keane? —le espeté.
—Es difícil no conocerlo cuando trabajas, cuando has trabajado, para Bio-Chrome.
—¿Trabajado? —repitió Lucas con un deje de sospecha en su voz.
—Sí. Lo dejé hará diez días. Decidí tomarme unas merecidas vacaciones. Y sí, vale, sentía curiosidad. Quería descubrir por mí mismo si realmente existíais.
—¿Y decidiste hacerlo siguiéndonos? —preguntó Connor.
—No os lo toméis así, tío. Él me estaba siguiendo. —Señaló con el pulgar a Rafe—. No es que lo haya visto ni nada. Ha sido como una especie de sexto sentido, no sé si sabéis a qué me refiero.
Sí, claro que lo sabía. Así que cuando había sentido que nos estaban observando, había sido Dallas quien nos vigilaba. O quizá había sido Rafe, con la intención de no perdernos de vista por si algo malo ocurría.
—Entonces, ¿por qué nos sigues? —preguntó Kayla.
—Soy científico. Necesito pruebas. Entonces, ¿todos vosotros…? —Dallas paró de hablar mientras miraba a su alrededor.
—Si te lo decimos, tendremos que matarte —dijo Rafe, y tuve la sensación de que no lo decía del todo en broma.
—Mirad, tíos, no he venido aquí con malas intenciones. Como os he dicho, solo quería pruebas. Estaba intentando averiguar si podía confiar en vosotros. Por lo que a mí respecta, creía que erais feroces y peligrosos.
—Y ahora sabes que no es así —dijo Lucas—. ¿Qué hay de ti?
Kayla le cogió la mano. Me pregunté si sería consciente de que Lucas estaba intentando decidir qué hacer con el humano. El peor de los escenarios implicaba la muerte, pero no creía que fuéramos a llegar tan lejos. Podíamos llevarlo a Wolford y dejar que los mayores se ocuparan de él. O podíamos correr el riesgo y dejarlo marchar. De todos modos, ¿quién iba a creerlo?
—Mirad, puedo notar que la tensión va creciendo así que tranquilicémonos todos, ¿de acuerdo? Estoy de vuestro lado. Supuse que, si realmente existíais, tenía que deciros lo que sabía. Y si no existíais, bueno, entonces estaba trabajando para unos tarados y no tendría que molestarme siquiera en pedirles una carta de recomendación.
—¿Y qué es exactamente lo que sabes? —preguntó Connor.
—En un extremo del bosque, justo antes de llegar a la parte declarada terreno del parque nacional, hay una zona boscosa que sigue siendo propiedad privada. El año pasado, Bio-Chrome comenzó a construir un laboratorio allí. Parece una elección un tanto extraña, ¿no os parece? Está lejos de todo, en medio de la nada. Traen las provisiones con helicópteros. Vivíamos allí; trabajábamos allí. Era casi una cárcel. Para seros sinceros, no estaba seguro de que fueran a dejarme marchar.
»El caso es que se mostraban de lo más recelosos a la hora de hablar sobre las instalaciones. Cuando envié mi currículum para el puesto de trabajo, lo único que sabía era que tenía que ver con el estudio de lo que llamaban el gen del factor L. No tenía ni idea de qué quería decir. Hasta que no empecé a trabajar allí no descubrí que la «L» se refería a «licantropía». Pensé que se trataba de una broma.
Se quedó mirando el fuego, pero yo no tenía muy claro si era porque se estaba planteando contarnos más o si todavía estaba intentando asimilar que existíamos.
—Pero el profesor Keane y Mason estaban realmente obsesionados. No paraban de decir lo mucho que deseaban capturar a un licántropo y estudiarlo. Aquello me parecía una barbaridad. Si realmente existían, encerrarlos sería privarlos de sus derechos. Cuando se lo hice saber, Mason me dijo que los licántropos no eran humanos, así que no tenían derechos. Me pareció horrible.
Pero suena tan a Mason, pensé. Miré a Kayla. Parecía terriblemente triste, y supe que se debía a que no comprendía por qué la gente no aceptaba nuestra existencia con la misma facilidad con la que lo había hecho ella.
—¿Por qué no nos lo dijiste la otra noche? —preguntó Lucas.
Dallas lo miró.
—Iba a hacerlo, pero cuanto más hablaba, la idea de que los hombres lobo pudieran existir… perdón, la idea de que los cambiaformas pudieran existir me parecía más… imposible. —Se miró de nuevo las manos, como había hecho en el Sly Fox: como si así pudiera averiguar cómo lo hacíamos.
—¿Así que pensaste que espiarnos era mejor solución? —preguntó Connor.
—Mirad, nunca antes había jugado a James Bond, ¿vale? Así que disparadme o haced lo que queráis. Además, he visto de lo que sois capaces. —Señaló a Rafe—. Sabía que corría el riesgo de que me matarais, pero aun así he dado la cara y aquí estoy.
—Lo que nos lleva de nuevo a preguntarte por qué estás aquí —dijo Lucas.
—Pensé que deberíais saber qué están planeando.
—Has dicho que el laboratorio está cerca del parque nacional. ¿Dónde exactamente?
—En el extremo noreste.
—¿Por qué no nos lo muestras? —preguntó Lucas.
—¿Qué? ¿Sobre un mapa?
El rostro de Lucas tenía esa expresión de «no intentes jugar conmigo» tan propia de él. Pude ver en ese momento la ferocidad que lo identificaba como líder de nuestra manada. A juzgar por la cara que puso Dallas, él también lo vio.
—Estaba pensando que podías enseñárnoslo en persona —dijo Lucas.
—No confías en mí —dijo Dallas con cierto enfado.
—Digamos que ya hemos tratado con los de Bio-Chrome antes. La compañía no figura exactamente en nuestra lista de amigos de las especies en extinción.
Dallas se puso de repente nervioso y comenzó a mirar a su alrededor.
—Han contratado a mercenarios para que vigilen el lugar. Tienen pinta de estar dispuestos a matar a sus propias abuelas si les pagan lo suficiente.
—Y pensaste que no merecía la pena mencionarlo antes, ¿no? —preguntó Rafe con tal tranquilidad que un escalofrío me subió por la espalda, aunque supiera que él jamás me haría daño. Estaba evitando mirarme a propósito, mientras que yo no paraba de hacerlo.
—Estaba en ello. Oye tíos, estoy siendo un buen samaritano. Y no noto que me lo estéis agradeciendo demasiado.
—Tienes que mostrarnos dónde está el laboratorio —repitió Lucas—. Quizá tengamos más preguntas cuando lo veamos.
Dallas asintió a regañadientes.
—Sí, de acuerdo. Supongo que tiene sentido. Estoy en el hotel de Tarrant. He dejado algunas de mis cosas allí. Quiero cogerlas antes de que nos pongamos en marcha porque, cuando os haya mostrado dónde está el laboratorio, me marcharé a Canadá.
Todos estaban mirando a Dallas como si fuera el enemigo, mientras que yo lo veía como uno de los buenos. Confiaba en no estar siendo demasiado crédula.
—Has arriesgado mucho para venir y contarnos lo del laboratorio —le dije en tono amigable.
—Como os he dicho, lo que están haciendo… no está bien.
—Te agradecemos que hayas venido a contárnoslo —dijo Lucas, pero su voz seguía teniendo cierto deje de desconfianza.
—Sí —murmuró Dallas—. Espero no acabar muerto por esto.
Confié en que ninguno de nosotros acabase muerto.
Dallas tenía una tienda de campaña pequeña, pero Lucas lo convenció para que durmiera en la tienda de los chicos. Tampoco es que fuera a poder marcharse sin que nos enteráramos, porque estábamos haciendo turnos de vigilancia.
Yo estaba tumbada boca arriba en mi tienda. Rafe estaba vigilando en esos momentos. Luego lo haría Kayla. No había tenido oportunidad de hablar con él, de darle las gracias por las moras… y por haberme salvado la vida.
En silencio y con mucho cuidado, salí de mi saco de dormir, me incorporé y me puse las botas.
—¿Adónde vas?
Casi se me sale el corazón por la boca al oír la pregunta de Kayla.
—No puedo dormir. Voy a que me dé un poco el aire.
—Mira, Lindsey, no es asunto mío…
—No, no lo es —la interrumpí, pues sabía adónde quería llegar. Y al instante me arrepentí de mi impaciencia—. Mira, solo… solo necesito estar segura.
No quería hablarle de mis sueños con Rafe o de lo contenta que me había puesto al verlo. Ninguna de esas dos cosas estaba bien si estaba comprometida con Connor. Pero no podía negar lo que sentía cuando Rafe estaba cerca. ¿Era solo por la novedad?
—No es justo para Connor —dijo Kayla.
—Sería injusto si me llevara esas dudas a nuestro futuro.
Sin esperar a que me respondiera, me levanté y salí de la tienda de campaña. Sentí la presencia de Rafe antes incluso de verlo. Estaba oculto bajo las sombras, cerca de nuestra tienda. Sentí su mirada. Había tanto poder tras aquellos ojos; era como si me acariciaran. Noté que mi cuerpo ardía, al igual que en mis sueños. Crucé los brazos mientras caminaba hacia él porque temía no ser capaz de no tocarlo.
—Quería darte las gracias por las moras. —No era la forma más adecuada de iniciar la conversación, pero ¿cómo podía explicarle que había estado deseando verlo de nuevo?
—¿Las moras? —Sonó como si estuviera apretando los dientes.
Tragué saliva.
—Y por salvarme el culo.
—No puedo creer… —Negó con la cabeza antes de seguir hablando—. No puedo creer que te fueses sola.
—Es mi bosque —dije—. Nuestro bosque. Siempre me he sentido a gusto aquí.
—Ya no es seguro. ¿No lo entiendes? —me susurró con brusquedad—. Si te hubiera ocurrido algo, si no hubiera estado allí… habría sido mi fin.
Antes de darme cuenta de lo que pretendía hacer, me cogió, me atrajo hacia sí y juntó su boca con la mía, besándome con tanta ferocidad que noté cómo empezaba a temblar y me agarré a él como si de repente estuviera ahogándome y él fuera mi única esperanza.
Siempre había pensado que un beso era solo eso, un beso. Estaba equivocada. Mi cuerpo respondió como si yo fuera la cuerda de un arpa que había sido pulsada y que en esos momentos vibraba emitiendo un dulce sonido. Ese beso había sido más ardiente que cualquiera de los que me había dado Connor.
O quizá era que la química entre Rafe y yo era distinta. Rodeé su cuello con mis brazos y me pegué a él. Rafe me acercó más hacia sí. Con un brazo me acariciaba la espalda y con el otro mi cabello suelto. Parecía como si no fuera a dejarme marchar. Estábamos tan juntos que no sabía dónde acababa mi cuerpo y dónde empezaba el suyo. La luz de la luna no podría haberse filtrado entre nosotros.
A pesar de disfrutar del increíble placer que se abría paso por mi cuerpo, mi mente me gritaba que aquello estaba mal, muy mal. Pertenecía a Connor. Era suya. Así lo había decidido.
Paré de besarlo y me aparté. Con la respiración entrecortada miré a Rafe, intentando comprender lo que acababa de ocurrir. Él me extendió la mano.
—Lindsey…
—No —susurré. Daba igual lo que me fuera a decir, yo no quería oírlo—. Esto ha estado mal.
Me di la vuelta y corrí a mi tienda de campaña mientras la verdad retumbaba en mi mente. En el parque había cosas mucho más peligrosas que los pumas, más peligrosas incluso que Bio-Chrome.