El parque nacional tiene algo más de dos millones de hectáreas, más o menos el tamaño de Nueva Jersey, y desplazarnos desde nuestra aldea oculta a la entrada del parque nos llevó hasta bien entrada la tarde. Tampoco ayudó demasiado que tuviéramos que conducir con cautela por el parque. Incluso cuando finalmente llegamos a una carretera propiamente dicha, condujimos despacio porque cualquier animal salvaje podía interponerse en nuestro camino (y porque quizá, en cierto modo, aquel lugar en el que habíamos crecido ya no lo sentíamos como nuestro, ya no nos sentíamos totalmente a salvo allí).
Desde nuestro encuentro con Bio-Chrome, no podíamos relajarnos y disfrutar del paisaje. Podían abalanzarse sobre nosotros en cualquier momento.
Y yo no podía dejar de estar preocupada por Rafe. Quería saber a qué se había debido realmente su reasignación y si él estaba de acuerdo con ella. Estaba tan tensa que cuando Lucas paró el coche pensé que iba a partirme en dos.
Dentro de la entrada al parque había una pequeña aldea con unas cuantas cabañas en las que los serpas nos quedábamos cuando no teníamos que hacer de guías para los excursionistas. Yo compartía una con Kayla y Brittany. Tras dejar las mochilas en nuestra cabaña, nos subimos de nuevo al jeep de Lucas para ir a la ciudad. Todos estábamos inquietos, así que decidimos ir a nuestro sitio favorito: el Sly Fox.
Su edificio rústico era un verdadero punto de encuentro: bar de moteros, sala de juegos y el rincón favorito de senderistas, excursionistas y habitantes de la zona. Las únicas personas con más de treinta años eran el propietario, Mitch (que siempre estaba gastando bromas) y un par de camareras, que llevaban allí toda la vida y que llamaban a los clientes «cielo».
Me senté en un reservado con forma de herradura situado al final del bar. Connor me dio un golpe suave con el codo. Cuando Kayla se sentó al otro lado, con Lucas junto a ella, Brittany dijo:
—Voy a jugar al billar.
—¿No tienes hambre? —le preguntó Connor.
—La verdad es que no. Luego os veo.
Un tipo se fijó en ella y la siguió a la sala de billares. Era alto, con el pelo largo y oscuro y barba de un par de días.
—¿Quién es ese? —pregunté.
—No lo sé —dijo Connor—. No lo había visto antes.
—Teniendo en cuenta todo lo que está pasando, ¿no deberíamos desconfiar de los extraños?
—Tampoco tenemos que volvernos paranoicos —dijo Lucas.
—No es ninguna paranoia si realmente estamos en peligro —dije—. Hay mucha gente aquí a la que no conozco.
—Es verano. Época de turistas.
Connor me pasó la mano por el hombro.
—Lucas tiene razón. No podemos sospechar de todo el mundo.
Pero no sospechar de nadie me parecía igualmente peligroso.
Después de que la camarera nos tomara nota (hamburguesas poco hechas y patatas fritas para todos), me apoyé sobre Connor. Habíamos pasado varios meses separados mientras él había estado en la universidad. Quizá fuera en parte por eso por lo que me sentía extraña a su lado. Quizá tan solo necesitábamos sintonizar de nuevo. Me rodeó con su brazo y comenzó a jugar con mi pelo. Siempre le había gustado hacerlo. Me acarició el cuello con la nariz.
—Connor —le susurré.
—¿Qué?
—Estamos en público.
—¿Y? Aquí apenas hay luz. —Ladeó la cabeza. Kayla y Lucas estaban hablando en voz baja y acariciándose, comportándose como si estuvieran completamente solos—. Te he echado de menos, Lindsey. Es como si no hubiéramos pasado nada de tiempo juntos. Mañana tenemos que llevar a otro grupo. Tenemos que ser responsables.
Acercó su mano a mi cuello y con el pulgar me acarició por debajo de la barbilla, lo que hizo que un escalofrío de placer me recorriera todo el cuerpo.
—Ha sido muy duro estar tan lejos de ti —reconocí.
—Un año más y tú también estarás allí.
—Eso espero. Estoy perdiendo interés por las clases. La verdad es que últimamente es como si hubiese perdido interés por todo.
—¿Incluido yo?
Reí tímidamente.
—No. —Entonces pensé en lo extraño y tenso que había sido todo entre nosotros últimamente y un pensamiento se me pasó por la cabeza—. ¿Estás interesado en otra persona? ¿Has conocido a alguien mientras estabas en la universidad?
—No. Pero las cosas son diferentes entre nosotros. No estoy seguro de qué es. —Me levantó el pelo y volvió a acariciarme el cuello con la nariz—. Y me preocupa no poder leer tus pensamientos.
Sentí el calor de sus labios contra mi cuello y me dejé llevar hasta un lugar donde todo parecía ir bien.
—¿Te refieres a cuando te transformas en lobo?
—No. A ahora mismo, por ejemplo. Con mi forma humana. Lucas puede leer la mente de Kayla en cualquier momento, independientemente de la forma que adopte.
—¿Qué? —Pegué un brinco—. ¿Es eso cierto, Lucas?
Lucas se apartó de los labios de Kayla como si lo acabaran de despertar.
—¿Qué es cierto?
—¿Puedes leer los pensamientos de Kayla incluso cuando no eres un…? —Miré a mi alrededor. Uno de los tipos del bar apartó sus ojos de nosotros y se centró en su taza. ¿Había estado observándonos? ¿Quién era? Se me pusieron los pelos de punta. Era enorme, llevaba la cabeza afeitada y un alambre de espino tatuado en los bíceps. Parecía recién salido de prisión. Para nada un técnico de laboratorio, aunque… ¿quién sabe? Volví a centrar mi atención en Lucas—. Ya sabes.
No quería decir «lobo» en voz alta. No todos los allí presentes eran de los nuestros, así que siempre teníamos que andar con cuidado de lo que decíamos cuando estábamos en el local.
Lucas se encogió de hombros y se inclinó hacia delante. En voz baja, dijo:
—Podemos leer los pensamientos del otro en todo momento.
—¡Guau! Así no hay quien tenga un poco de intimidad.
—Percibimos cuándo la otra persona necesita privacidad. Y nos desconectamos, por así decirlo —dijo Kayla.
Miré a Connor con preocupación.
—¿Así es como se supone que tiene que ser? Mis padres nunca me contaron eso.
—Los míos tampoco. Quizá sea como el sexo. No se sienten cómodos hablando de ello.
—En realidad —empezó a decir Lucas—, creo que cada unión es diferente. La primera vez que vi a Kayla me sentí como si estuviera al lado de un atrapainsectos eléctrico.
—Oh, qué romántico —dije mientras Connor reía entre dientes al visualizar la imagen.
—Fue como una descarga eléctrica —explicó Lucas—. No fue desagradable, pero sí… un poco inquietante.
—Da igual la especie, todos los tíos son iguales —dijo Kayla con una sonrisa—. La palabra «amor» no está en su vocabulario.
—Yo no soy así —dijo Connor—. He querido a Lindsey desde que me hizo sangre en la nariz por haberle cogido su muñeco de goma.
Mi corazón dio un brinco al oír con qué naturalidad usaba esa palabra. En nuestra relación, a mí era a quien le daba vergüenza usarla. Siempre me había pasado. Adoraba a Connor, pero no estaba segura de haberle dicho alguna vez que lo quería. Y ahora no era el momento, desde luego. Le di un golpe en el brazo en broma.
—Era un mordedor y solo tenía un año. No lo recuerdo. Pero mis padres siempre lo sacan a relucir cuando nuestras familias se juntan.
—Eso y los vídeos desnudos.
—¿Qué? —dijo Kayla entre risas.
Solté un gemido.
—Tenía dos años y Connor cuatro. Habíamos estado jugando en la piscina. Nos quitamos la ropa y nos metimos en el cajón de arena. Era lo lógico. No te metes en el cajón de arena con la ropa mojada.
—No he vuelto a verte desnuda desde entonces —dijo Connor.
Pero lo haría. Durante mi primera transformación. La ropa dificultaba nuestra capacidad de transformación. A pesar de lo que le ocurría al increíble Hulk, las camisetas no se rajaban y los pantalones no reventaban. Noté que me ruborizaba mientras Connor me miraba con ojos divertidos. Para ser una especie que en determinadas circunstancias teníamos que despojarnos de la ropa, éramos bastante tímidos.
Gracias a Dios, la camarera trajo nuestras hamburguesas y dejamos de hablar mientras las devorábamos. Es un decir. Por lo general nada nos gustaba más que la carne roja poco hecha. Aunque yo también sentía debilidad por los caramelos de dulce de leche y cualquier cosa que llevara chocolate.
Cuando terminamos de comer, Connor y yo decidimos ir junto a Brittany a la sala de billares para darles a Lucas y a Kayla algo de privacidad. Al entrar, vi con pesar que todas las mesas estaban ocupadas. En la que estaba más cerca de la puerta, el chico que estaba a punto de golpear la bola con el taco alzó la vista y miró a Connor. Se encogió de hombros, dejó el taco sobre la mesa, le dio un golpe en el hombro a su colega (que también dejó su taco) y los dos se pegaron a la pared, cruzando los brazos por delante del torso a modo de protección. Su reacción me dijo dos cosas: que aún no habían cumplido los dieciocho y que eran de los nuestros, porque por lo general reconocían a un lobo alfa nada más verlo. Así ocurría entre nosotros. Hasta que hubieran experimentado su transformación, daban prioridad a aquellos que sí podían transformarse. Era una muestra de respeto.
Un estático habría sentido lástima por los chavales. Después de todo, ellos estaban allí primero. Pero para que nuestra cultura funcionara, una jerarquía era necesaria. Como guardián oculto, Connor estaba en la cúspide de la cadena alimentaria. Tengo que reconocer que sentí cierto orgullo cuando colocó su mano sobre mi espalda y me condujo a la mesa.
—Yo coloco las bolas, tú empiezas —dijo mientras comenzaba a recoger las bolas de la tronera y las hacía rodar hasta un extremo de la mesa.
Cogí el taco que el primer chaval había dejado. Tenía el tamaño perfecto para mí. Mientras le pasaba la tiza a la suela, miré a Brittany. Acababa de aplastar al tipo que la había seguido a la sala, o quizá este se había dejado ganar para que ella bajara la guardia. Iban a comenzar otra partida.
—¿Qué ocurre? —preguntó Connor en voz baja mientras me cogía del brazo y me acercaba hacia sí. Un movimiento posesivo. Últimamente no dejaban de hacerme esa pregunta.
—No lo sé. Ese tipo. No me da buenas vibraciones. No es de los nuestros.
—Un senderista quizá. O un escalador.
—Un espía —añadí.
—Creo que es inofensivo.
—También pensamos eso de Mason. —Había logrado capturar a Lucas en su forma animal. Si no hubiera sido por Kayla, Lucas estaría en esos momentos en una jaula o expuesto como una valiosa posesión.
—Buena observación. —Miró a los chavales, que parecía como si hubiesen dejado de respirar mientras esperaban a que Connor les hablara—. Gracias por la mesa, pero hemos cambiado de opinión. Vamos a jugar con una amiga.
Brittany se estaba inclinando provocativamente sobre la mesa cuando llegamos. Miró a Connor antes de golpear la bola, que no entró en la tronera de la esquina.
—Bueno, bueno —dijo el desconocido con una sonrisa—. Quizá esta vez tenga alguna posibilidad de ganar.
Le pasó su botellín de cerveza a Brittany antes de colocarse para el lanzamiento. Brittany me miró desafiante y tomó un trago.
—Si Mitch se entera de que estás bebiendo, te echará —le dije.
—Primero tiene que pillarme, y está ocupado. —Le dio otro trago antes de señalar con el botellín al tipo que estaba preparándose para golpear la bola—. Este es Dallas. Es nuevo en la zona. Ha venido a hacer senderismo. Estos son mis amigos, Lindsey y Connor. Están hechos el uno para el otro.
Habló casi arrastrando las palabras, así que no pude evitar preguntarme cuánta cerveza había tomado.
—Vaya —dijo Dallas, divertido. Me saludó con la cabeza y se llevó dos dedos a la frente para saludar a Connor antes de meter dos bolas en dos troneras laterales contrarias.
—También es muy bueno al billar. Voy a perder —dijo Brittany.
—Eso no lo sabes —respondió Dallas mientras metía otra bola—. Podría fallar si te me acercaras y me distrajeras.
Brittany sonrió y negó con la cabeza. Quizá uno de los motivos por los que ningún chico se le declaraba era porque daba la impresión de ser inalcanzable. Nunca flirteaba con nadie.
—Habíamos pensado que podíamos hacer equipos y jugar contra vosotros —dijo Connor.
—Claro. Nada como una partida amistosa para conocernos mejor. Déjame terminar esta. —Y Dallas dejó la mesa libre de bolas.
—¿Veis? —dijo Brittany—. No tenéis ninguna posibilidad.
—Eso ya lo veremos —murmuró Connor para sus adentros.
Éramos de lo más competitivos.
Mientras Connor y Dallas rodaban una bola por la mesa (el que la detuviera más cerca del otro extremo comenzaría la partida) me acerqué a Brittany y le dije en voz baja:
—¿Cuál es su historia?
—Dice que es senderista.
—¿Lo crees?
—Para nada. Está demasiado pálido.
—¿Uno de los subordinados de Mason?
—Quizá.
Nada como pasarse todo el día en el laboratorio para evitar el bronceado.
Connor ganó el derecho a empezar y sentí de nuevo esa leve punzada de orgullo. Mi chico. Pero mientras se disponía a golpear las bolas, yo desvié la mirada hacia Dallas. Estaba observando la sala, como si esperara problemas. Sentí que la preocupación reptaba por mi cuerpo.
Estábamos en desventaja. Nuestros mejores guerreros estaban allí, pero no podían transformarse delante de todos esos turistas. Habíamos trabajado duro para mantener en secreto nuestras habilidades. Pero en esos momentos me sentía como si anduviéramos con una enorme señal en la espalda que dijera: «Peligro: nos transformamos a nuestra voluntad».
Incluso aunque yo no pudiera transformarme aún. Pronto lo haría. Muy pronto.
Connor gritó mi nombre y me di cuenta de que me tocaba tirar a mí. Me coloqué junto a él. Me señaló una bola lisa.
—Debería ser un tiro fácil.
Asentí con la cabeza.
Me puso la mano en la espalda.
—Tranquila.
—Sé que es totalmente irracional, porque no tengo pruebas, pero tengo la sensación de que se avecinan problemas —susurré.
—Lo solucionaremos.
En ese momento tuve un déjà vu. El verano pasado me habían asignado a mi primer grupo de excursionistas para guiarlos por el parque. Había estado bastante preocupada de que pudiera hacer algo mal y ellos resultaran heridos. Connor iba a ir conmigo. «Si ocurre algo, lo solucionaremos», me había dicho. Estaba muy tranquilo. Nunca dudaba de su capacidad para hacerse cargo de la situación.
Asentí de nuevo y me agaché para alinear mejor mi tiro.
Supe en ese mismo instante que Rafe había entrado en la sala. No sé cómo lo supe. No estaba mirando a la puerta. Tan solo lo sabía. Miré por encima de mi hombro y lo vi acercándose hacia nosotros.
—¿Quién va ganando? —preguntó.
—Nadie aún —dijo Brittany antes de hacer las presentaciones.
Percibí como Rafe estaba estudiando a Dallas. Tampoco se fiaba de él. Ninguno nos fiábamos.
—Juega ya de una vez, ¿quieres? —dijo Brittany. Me agaché de nuevo y coloqué mi taco.
—No estás bien colocada para hacer ese tiro —dijo Rafe con total tranquilidad y, antes de que pudiera siquiera reaccionar, se colocó detrás de mí y me rodeó con sus brazos. Me puse tensa, muy tensa. Me pregunté si él habría sentido lo mismo cuando yo lo había estado abrazando en la moto la noche anterior.
Oí un leve gruñido. Cualquier persona habría pensado que alguien estaba aclarándose la garganta, pero yo lo reconocí inmediatamente: era un gruñido de advertencia de Connor. Rafe hizo caso omiso de él y ajustó ligeramente mi posición.
—Golpéalo despacio —dijo.
Asentí, sintiendo su falta cuando se apartó. Golpeé la bola blanca y observé que la bola lisa entraba en una de las troneras de la esquina.
—Eso podría considerarse trampa —dijo Dallas.
—Te invitaré a unas alitas de pollo para compensarte —dijo Rafe.
—Me parece justo.
Connor y yo ganamos la partida con relativa facilidad, lo que me hizo pensar que Dallas ni siquiera lo había intentado. Quizá tan solo estaba aprovechando la situación para observarnos. Cuando terminamos de jugar, regresamos al reservado, donde Lucas y Kayla estaban esperándonos. Hicimos las presentaciones oportunas. Fuimos sentándonos en el banco en forma de herradura. Dallas estaba flanqueado por ambos lados.
No parecía ser consciente del peligro que estaba corriendo, porque miró a su alrededor, sonrió, y preguntó:
—¿Y dónde están esos hombres lobo de los que todo el mundo habla?