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Para mi asombro, el aterrizaje no fue ni mucho menos tan doloroso como me había esperado. Solo había sentido el azote del viento. Rafe había logrado girarse en el descenso de modo que había amortiguado mi caída. Estaba encima de él. Uno de sus brazos me agarraba con fuerza. Mi rostro rozaba la curva de su cuello y su maravilloso olor llenó mis orificios nasales.

Rafe, que estaba completamente inmóvil, soltó un gemido.

—¿Estás bien? —pregunté.

—Sí.

Sonó como si le hubiera costado pronunciar la palabra y pensé entonces que quizá le costaba respirar conmigo encima. Sabía que tenía que haberme echado a un lado. Pero aun así seguí donde estaba, disfrutando de la firmeza de su cuerpo bajo el mío cuando sabía que no debía hacerlo. Si giraba la cabeza levemente y yo levantaba un poco la mía, nuestras bocas se encontrarían y…

—No deberías haber dicho todo lo que has dicho arriba, Rafe —susurré. Debería haber sido una reprimenda, pero mis palabras sonaron más melancólicas que contundentes.

—Pensé que tenías que saberlo.

—Es demasiado tarde.

—No, no lo es —dijo con vehemencia—. No hasta la luna llena.

No podía hacerle eso a Connor, y lo que fuera que estuviera sintiendo hacia Rafe… bueno, quizá solo fuera una locura temporal.

—Te he visto mirándome —dijo—. Pensé que a lo mejor sentías lo mismo que yo.

—¿La verdad, Rafe? No sé lo que siento. —Aparte de estar asustada, no iba a admitir nada más.

Me incorporé con dificultad y me puse en cuclillas junto a él. Allí abajo estábamos completamente a oscuras, pero oí movimiento, así que supe que Rafe se había incorporado también. Gimió de nuevo.

—¿Seguro que estás bien? —pregunté.

—Suficientemente bien.

¿Qué significaba eso? Pero parecía enfadado, así que no insistí. Su ego tenía que estar herido. Quería hablarle de mi sueño, decirle que había sentido su presencia y que había estado pensando en él, pero esa confesión solo empeoraría las cosas y nos lo pondría mucho más difícil a los dos. Lo mejor era olvidar que esa noche había pasado. Y la mejor manera de conseguirlo era regresar a Wolford antes de que alguien nos echara en falta.

—¿Cómo vamos a salir de aquí? —pregunté.

—Yo puedo ver. Te guiaré.

Me puse en pie. Él me cogió de la mano y me colocó detrás de él.

—Agárrate a mi cinturón. Así te será más fácil seguirme.

—¿No sería más sencillo si te transformaras en lobo?

—No hasta que pueda llevarte a un sitio donde haya algo de luz. Puedes usar los faros de mi moto.

—Lo que dices no tiene ningún sentido.

—Lindsey, he caído mal. Creo que me he roto el brazo.

—¡Oh, Dios mío, Rafe! ¿Por qué no lo has dicho antes?

—Porque no cambiaría nada y no quería que te preocuparas.

—Dios… A veces eres tan… tan tío.

Se echó a reír, mientras que lo que yo quería era gritar. Ahora entendía aquel hilillo de voz. Estaba intentando soportar el dolor. No sabía si pensar que era muy dulce por su parte no querer preocuparme o que era un estúpido por no haberme pedido ayuda. Lo cierto era que estaba intentando protegerme de una manera un tanto extraña. Intenté que mi voz sonara calmada cuando dije:

—¿Es grave?

—Lo suficiente. Vas a tener que sujetarme el brazo un rato después de que me transforme y colocarme el hueso.

Una de las ventajas de poder transformarnos era el rápido rejuvenecimiento de las células. A menos que recibiéramos un golpe fatal en la cabeza o en el corazón o que nos atacaran con algo que fuera de plata, teníamos la capacidad de sanar con rapidez.

—Deberíamos hacerlo antes de intentar trepar a la cima —le dije.

—No vas a poder ver.

Mejor, porque tendría que quitarse la ropa para transformarse.

—Tengo mi sentido del tacto. ¿Qué brazo es?

—El izquierdo.

Genial. Sabía que era zurdo. Así que iba a intentar subirnos a la cima con un solo brazo sano, y encima no era su brazo más fuerte. Rafe ya me había colocado la mano en su cinturón, así que desde ahí podía orientarme. Le saqué la camiseta de los vaqueros y con mucho cuidado le pasé las manos por la espalda, el hombro, el brazo…

—¡Dios mío, Rafe! —grité cuando mi mano se topó con un bulto muy duro que tenía que ser el hueso. Rafe tomó aire. Sentí el olor metálico de la sangre y la calidez de esta empapándome los dedos. El hueso le había atravesado la piel.

—¿«Creías» que te habías roto el brazo?

—No quería preocuparte —repitió.

Los ojos se me llenaron de lágrimas. Tenía que dolerle mucho. Con todo el cuidado que pude, le saqué la camiseta por la cabeza mientras él reprimía un gemido. Por primera vez en varias semanas deseé que hubiera luna llena para poder ver con más claridad. La diminuta franja de la luna y las pocas estrellas que salpicaban el cielo eran de poca ayuda. Y tampoco ayudaba que estuviéramos a los pies del precipicio, rodeados de arbustos y matorrales.

Una vez que le hube quitado la camiseta, me dijo:

—Puedo encargarme del resto. Siéntate aquí y, cuando venga, tendrás que buscar dónde está el hueso roto y colocarlo.

—De acuerdo. —Aferrada a su camiseta, me dejé caer al suelo y me senté sobre las piernas. Y pensar que solo queríamos escabullirnos un rato. Probablemente ya estaríamos de regreso si hubiera dejado que me besara.

Oí el crujido de la maleza cuando Rafe se quitó las botas y los vaqueros. No quería verlo desnudo ni transformándose en lobo. Aunque lo cierto era que la transformación se produciría en un abrir y cerrar de ojos, más rápidamente de lo que me pudiera imaginar.

Apenas pude ver su silueta cuando se acercó a mí, ya como lobo. Me alegró que no hubiera luz suficiente y no poder ver así el dolor en sus ojos. Apoyó la cabeza sobre mi regazo. Con suavidad hundí mis dedos en su pelaje y seguí la línea de su hombro hasta llegar a la pata delantera izquierda.

—Sé que te va a doler, y lo siento —dije mientras le colocaba el hueso roto. Se puso tenso, pero no hizo sonido alguno. Incluso transformado en lobo, tenía que ser un machote—. Todo irá bien. —Me eché a reír con timidez—. No sé por qué estoy hablando contigo. Puedes leerme la mente, ¿no? Ojalá pudiera leer la tuya. O quizá no. Probablemente ahora mismo esté llena de dolor.

Cuando nos transformamos, nos volvemos telepáticos. Es la manera que tenemos de comunicarnos con los demás mientras somos lobos. Además, podemos leer la mente de aquellos que no se han transformado.

Rafe me lamió el brazo, quizá para que dejara de hablar o simplemente para que yo supiera que estaba bien. Quería hundir la cara en su pelaje y llorar. Sentía mucho que le hubiera pasado eso. Me sentía inútil. Podía hacer tan poco. Me lamió de nuevo.

—No es justo —dije—. No te creas que no sé que para los lobos eso es un beso. —Intenté poner la mente en blanco para que él no supiera lo mucho que me gustaba tenerlo cerca de mí, incluso aunque fuera en su forma animal. Me percaté de que ya no sangraba. Me atreví a pasar el pulgar por lo que antes había sido piel rasgada. Estaba lisa, suave, había sanado. El músculo y el hueso probablemente tardarían más.

Nuestra capacidad de sanar era una de las razones por las que los de Bio-Chrome estaban interesados en nosotros. Pero no quería pensar en ello. Aunque intentaba vaciar mi mente de pensamientos, no podía evitar pensar en lo hermoso que era Rafe como lobo. Ya lo había visto antes, así que a pesar de la poca luz que había, sabía cómo era. Su pelaje era tan negro como su pelo, tan negro que visto desde ciertos ángulos parecía de un azul profundo. Era precioso, el pelaje más precioso que había visto nunca.

El pelaje de Lucas era una mezcla de negro, blanco, plata y marrón. Connor, con su cabello rubio rojizo, se acercaba más al dorado. Mi cabello era rubio, casi blanco. Me pregunté cómo sería cuando me transformara en lobo. ¿Me parecería al lobo blanco ártico? ¿Sería hermosa? ¿O no habría nada especial en mí?

Ya tenía suficiente con tener que preocuparme de mi pelo, maquillaje y ropa, de querer estar atractiva, como para empezar a preocuparme de mi aspecto como lobo…

Rafe me acarició el brazo con el hocico, y entonces supe que me estaba diciendo que ya no tenía que sostenerle más la pata. Le acaricié el cuello y los hombros, disfrutando de cómo su pelaje acariciaba mis dedos.

—Sé que sanar, por no hablar de transformarse, puede ser agotador. Descansa un poco.

Supongo que seguía hablando en alto por la costumbre.

Eres hermoso, pensé. Era algo que jamás diría en voz alta. Al igual que nunca le diría que era guapo (atractivo, sexi, para ser más exactos) cuando estaba en su forma humana.

Mis pensamientos se estaban desviando hacia donde no debían. Comencé a tararear para mis adentros una canción de Nine Inch Nails para intentar así llenar mi mente con un ritmo caótico que pudiera sofocar todo lo demás.

Rafe se apartó de mí. Al instante sentí la ausencia de su calidez y del tacto de su pelaje. Deseé llamarlo. Pero, en vez de eso, comencé a tararear en voz alta.

Algo aterrizó en mi regazo.

—Mi ropa. Haz un fardo con ella. —Se había transformado para hablarme, para que supiera que su brazo había sanado—. Después agárrate a mi pelaje. Soy más fuerte como lobo.

Cuando terminé de hacer el fardo con su ropa, me lo metí bajo el brazo y él se transformó de nuevo y comenzó a acariciarme la pierna con el hocico. Lo agarré del pelaje y dejé que me guiara. Íbamos muy despacio porque Rafe buscaba protuberancias que pudieran servirme de escalones. Perdí el equilibro un par de veces y me resbalé, pero él siempre estaba allí, empujándome con el hocico, insistiéndome sin palabras para que lo intentara de nuevo.

Finalmente logramos subir. Solté su ropa tan pronto como llegamos al borde del precipicio. Fui dando tumbos hasta su moto; sabía que se estaba transformando y vistiéndose detrás de mí. Intenté no pensar en qué aspecto tendría sin ropa.

—Eh, gracias por ayudarme con mi hueso roto.

Sobresaltada, me eché a reír y me di la vuelta.

—Siempre me sorprende lo silencioso que eres.

—Está en nuestra naturaleza ser sigilosos. Nunca se sabe dónde puede haber un depredador listo para atacarte. —Sentí su mirada fija en mí—. Supongo que no quieres llevar a la práctica mi teoría del beso antes de regresar.

Más de lo que me atrevía a reconocer.

—No. No es buen momento.

—Depende de cómo se mire. —Pasó junto a mí, se sentó en la moto y encendió el motor. También encendió las luces—. Sube. Será mejor que regresemos antes de que noten nuestra ausencia.

Mucho me temía que era un poco tarde para eso. Subí a la moto, me pegué a él y rodeé su cintura con mis brazos.

Rafe ladeó la cabeza.

—¿Lindsey?

—¿Sí?

—Yo también creo que eres hermosa.

Quitó el caballete, aceleró y se puso en marcha antes de que pudiera responder. Mejor, porque no tenía ni idea de qué decirle. Pero durante el camino de regreso a la casa de nuestros mayores no dejé de tararear en mi cabeza una alegre melodía.