3

Con el viento agitando mis cabellos rubios, que flotaban como si fueran de seda, me sentía libre, sin cargas ni ataduras. Abracé con más fuerza a Rafe y apoyé mi mejilla contra su espalda fuerte y ancha. Llevaba las luces de la moto apagadas. Era una locura, sí, pero confiaba en él, sabía que no íbamos a matarnos atravesando el bosque a oscuras con su motocicleta. Tenía una visión nocturna excelente, incluso para un cambiaforma.

Rompí a reír, sin más, simplemente porque podía hacerlo sin que nadie salvo Rafe me oyera, y la risa resonó por entre los árboles hasta ascender a la frondosa cubierta de hojas que teníamos sobre nuestras cabezas. Rafe rio también y su risa retumbó hasta ahogar la mía. Era genial volver a oír risas de felicidad. Odiaba a Bio-Chrome por habérnoslas arrebatado, por haber convertido nuestra celebración en un velatorio.

Rafe y yo habíamos crecido en Tarrant, un pequeño pueblo a la entrada del parque nacional. Aunque era dos años mayor que yo, habíamos ido a los mismos colegios. Incluso habíamos coincidido en algunas clases. Yo era un lince con los estudios, él no especialmente. Lo que para mí era avanzado, para él era normal. Yo soy más de usar el cerebro, mientras que él usa más las manos.

Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo al recordar el sueño, la forma en que sus manos habían acariciado mi espalda y me habían estrechado contra él.

Rafe es conocido entre los chicos por lo mucho que sabe de mecánica, de motores. Una demostración de su destreza rugía en esos momentos bajo nosotros mientras atravesábamos un terreno por el que no había sendero alguno. Era un prototipo en el que estaba trabajando: un vehículo todoterreno de dos ruedas que podría abrirse camino sin dificultad por los terrenos irregulares del bosque. Era un genio de la mecánica.

Rodeó un árbol y nos acercamos demasiado a él. Lo abracé con más fuerza, negándome a gritar, pero el corazón estaba a punto de salírseme del pecho. Iba muy, muy deprisa. Él rio de nuevo, y supe entonces que vivía por y para el peligro. No le tenía miedo a nada.

Maniobró con la moto y se detuvo justo al borde de un precipicio. Habría muerto del susto si lo hubiera visto pero, como tenía el rostro hundido en su espalda, lo único que veía era que los árboles se sucedían a toda velocidad.

Apagó el motor y el silencio regresó. Tenía que destaponarme los oídos, así que fui a bajarme de la moto, pero lo que no esperaba era que mis piernas fueran a estar temblorosas como la gelatina tras el paseo. Cuando estaba a punto de caerme, Rafe me detuvo agarrándome del brazo. No lo había visto venir. Eso también es consecuencia del primer cambio: un sigilo que excede a lo humano. Me abrazó y me estrechó contra su torso para sostenerme. Sé que tendría que haberme apartado, aunque me hubiera caído al suelo. Sabía que no estaba bien estar tan cerca de él, pero era tan agradable. ¿Por qué era tan distinto cuando Connor me abrazaba?

Connor era un guardián oculto. No era alguien con quien uno debiera meterse. Pero me sentía tan segura en brazos de Rafe, como si nada pudiera hacerme daño.

—Dales un tiempo a tus piernas para que se acostumbren de nuevo —dijo Rafe en voz baja. Noté que inhalaba mi aroma. El olfato es uno de los sentidos más desarrollados de los cambiaformas. No somos muy de perfumes o fragancias artificiales. Las feromonas, la verdadera esencia de una persona, es lo que nos atrae.

—¿Por qué a ti no te fallan las piernas? —pregunté. También me pregunté por qué estaba sin aliento si no había estado corriendo. Estar cerca de él dificultaba mi respiración, aunque sin duda también ayudaba la vergüenza que sentía por no ser capaz de mantenerme en pie.

—Porque estoy acostumbrado a montar en moto.

Sentí su embriagador aroma. Era más rico, más potente que cualquiera que pudiera comprarse en una tienda. Llevaba una camiseta que le quedaba como una segunda piel y pude sentir la reconfortante calidez de su cuerpo filtrarse a través de ella. A pesar de que ese día el sol había calentado la tierra durante más tiempo que cualquier otro día del año, allí en el parque, junto a la frontera con Canadá, la noche era fría.

Quería permanecer acurrucada junto a él toda la noche, pero había demasiadas razones por las que no debía hacerlo. O quizá solo había una razón, pero muy poderosa: Connor. Nunca podría engañarlo, y estaba haciendo verdaderos esfuerzos para convencerme a mí misma de que estar allí con Rafe no era una traición. No había hecho nada de lo que debiera avergonzarme. ¿Qué tenía de malo montar en moto, incluso aunque fuera con un chico cañón que se me había aparecido en sueños la noche anterior? Uno no puede controlar sus sueños, ¿no?

—Ya estoy bien —dije, apartándolo de mí un poco.

Sentí su resistencia a soltarme cuando sus brazos comenzaron lentamente a separarse de mí. De repente temí encontrarme en un terreno bastante más peligroso de lo que en un principio había pensado. Quizá yo fuera para Rafe algo más que una solución práctica a una noche aburrida.

Lo rodeé y caminé lentamente y con cuidado hasta el borde del precipicio, comprobando el suelo con el pie para asegurarme de que era terreno firme antes de apoyar todo mi peso. Había crecido cerca de aquel parque. Había sido mi patio de recreo. Me sentía a gusto en él. Bajé la vista y solo pude ver el negro abismo, pero sabía que más árboles y arbustos seguían a la pronunciada pendiente que daba hasta el valle. Solo las estrellas servían para distinguir el terreno del cielo nocturno, tan enorme que me hacía sentir increíblemente insignificante.

Con silenciosas pisadas, Rafe se acercó a mí.

—Supongo que es demasiado tarde para pedir un deseo a la primera estrella —dijo con un susurro, pero su voz grave persistió en la ligera brisa que agitaba mis cabellos.

—La primera salió hace horas.

—¿Cuál crees que fue?

Rafe era un guerrero, un protector, un guardián oculto. No me parecía de esas personas que creen en cosas así. Pero, a pesar de ello, señalé hacia arriba.

—Esa de allí, la que está cerca de la cola de la Osa Mayor.

—Esa servirá, deseo…

Rápidamente coloqué mis dedos sobre sus cálidos labios.

—Si lo dices en voz alta, no se cumplirá.

—Puesto que tiene que ver contigo, tampoco se cumplirá de todos modos, a menos que tú sepas qué es.

No por vez primera, me arrepentí de haberme marchado de la fiesta, de haberme puesto yo misma en esa situación. Me encantaba la aventura, pero en esos momentos me estaba moviendo fuera de mi zona de seguridad. Nos estábamos adentrando en territorio desconocido, y eso me resultaba emocionante y aterrador a la vez.

—No deberías decir nada de lo que luego te puedas arrepentir —lo avisé.

—Paso mucho tiempo pensando en besarte.

Aquello no era exactamente lo que quería oír. Bueno, ¿a quién quiero engañar? Toda chica desea que un chico guapo piense en besarla. El problema era que no sabía cómo afrontar la situación.

—No deberías —insistí con severidad, intentando mantener el control de la situación aunque sintiera que se me escapaba de las manos.

—Tampoco debería querer que fueras mi pareja, pero así es.

Tan sombría confesión me dejó aturdida. Sí, nos mirábamos de vez en cuando, pero nunca había insinuado o dado a entender que me viera como algo más que un mero miembro del grupo. Sentí como si la tierra que estaba pisando comenzara a moverse.

—¿Qué hay de esa chica cuyo nombre llevas tatuado en el hombro?

El símbolo celta es siempre ilegible e intrincado, descifrable tan solo por el varón hasta que lo comparte con la hembra.

—Dios mío, Lindsey, a estas alturas tendrías que saberlo…

Sentí como si me hubieran quitado el aire de repente.

—¿Es mi nombre? ¿Por qué has hecho eso? Sabías que Connor y yo… que estamos… ¿Por qué me has elegido a mí?

—Porque eres a quien quiero.

Su voz sonó tan segura, sin dudas. ¿Cómo podía estar tan convencido?

—No… no puedes hablar en serio. Vamos, Rafe, sabes que estoy con Connor.

—¿Por qué? ¿Porque siempre has estado con él? ¿Y si no es él? ¿Y si él no es tu verdadero compañero?

Me sentó mal que pusiera voz a las dudas que yo misma había estado teniendo los últimos días.

—Eso no es justo, Rafe. ¿Por qué me dices esto ahora? ¿Por qué no el año pasado antes de que Connor se me declarara?

—Porque el año pasado no sabía que me sentiría así. La primera vez que te vi cuando regresé de la universidad sentí como si un árbol me hubiera caído encima. He intentado luchar contra esta… atracción. Tienes que creerlo. Pero cada vez es más fuerte.

Me sentía incómoda. No podía pensar. No sabía qué decir.

En aquel silencio, me preguntó:

—¿Has pensado alguna vez en besarme?

El sueño rugió en mi cabeza. Claro que mi subconsciente había pensado en besarlo, pero no iba a reconocérselo.

—Estoy con Connor —repetí con seriedad. Había estado con él desde que había cumplido los dieciséis. Él era como ese viejo vestido que lo sigues llevando aunque esté deshilachado y raído porque te lo has puesto durante tantos años que se ha amoldado a tu cuerpo y te sienta como un guante.

—Esa no es una respuesta —insistió Rafe.

—No sería justo para Connor. —Eso era lo más cerca que iba a estar de admitir que, en ese momento, nada deseaba más que besar a Rafe.

Soltó un largo suspiro.

—¿Por qué Connor no es un imbécil? Las cosas serían mucho más sencillas. Podría retarlo a un duelo…

—¡No te atrevas! —le dije casi gritando, presa del pánico. Éramos humanos, sí, pero también bestias, y en nuestro mundo un duelo no se tomaba a la ligera. Un duelo era a muerte.

—Entonces, te importa —dijo, como si le sorprendiera.

—Por supuesto que me importa.

—Pero ¿lo quieres?

Sabía que se suponía que tenía que responder con un sonoro «sí», pero mis dudas volvieron a emerger. Quería a Connor, pero ¿el amor que sentía por él era lo suficientemente profundo?

Miré a Rafe, que estaba mirando al cielo, como si esperara encontrar allí mi respuesta. La tenue luz de la luna creciente y de las estrellas trazaba su perfil, revelando su prominente barbilla y el puente afilado de su nariz. Su silueta era tan poderosa como lo era él. Siempre había parecido mayor, más fuerte que los demás. Quizá se debía a que antes de ser serpa había trabajado en el taller de su padre. Lo hacía hasta altas horas de la noche. Cuando pasaba en coche por allí, a menudo veía luz en aquel viejo cobertizo. En algunas ocasiones llegué a plantearme parar pero, al igual que ahora, no me pareció una buena idea. Entonces, ¿por qué había aceptado dar una vuelta en moto con él? ¿Para acallar mi espíritu aventurero? ¿Para tener una última oportunidad de hacer algo que no debería hacer?

Los cambiaformas trabajamos en el mundo exterior, al igual que los humanos. Mi padre es abogado; el de Connor también. Ambos ejercen su profesión con bastante éxito. Nunca me ha faltado de nada; siempre he tenido todo lo que he deseado. Rafe, sin embargo, ha debido de querer cosas que no podía tener, cosas que nunca había podido permitirse. ¿Estaba interesado en mí porque yo era inalcanzable?

En vez de responder a su pregunta, le planteé esa posibilidad.

—Quizá solo me desees porque no me puedes tener. Lo prohibido siempre resultaba más atractivo, ¿no?

Se volvió para mirarme fijamente.

—¿De veras crees que es por eso?

—No lo sé. Quizá.

—Es fácil de averiguar… Bésame —me desafió—. Si solo es eso, un beso debería satisfacer el hambre que siento por ti.

—¿Hambre? Parece que fueras a devorarme.

—Esa palabra ni siquiera alcanza a describir lo que siento, Lindsey. Es algo primario. Es como si mi lobo merodeara en mi interior, a la espera de que el tuyo emerja.

—¿Así que solo se trata de los lobos?

—No puedes separarlo. No son dos seres diferentes. Soy lobo. Y humano. Pienso en ti todo el tiempo, pienso en besarte… quiero estar contigo durante tu primera luna llena.

La intensidad de sus palabras me aterrorizó. Connor era divertido. Se reía y gastaba bromas. Rafe era serio, oscuro, sombrío.

Me giré para mirarlo.

De repente, el terreno bajo mis pies cedió. Grité y agité los brazos al sentir que caía. Rafe me cogió, pero era demasiado tarde. No podía tirar de mí.

Lo único que pudo hacer fue cubrirme con su cuerpo mientras los dos caíamos al negro abismo.