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A diferencia de Kayla, yo ya había asistido a muchas celebraciones del solsticio de verano. Se caracterizaban por la abundante comida y la música de otra época que a nuestros padres les gustaba bailar y que nosotros, en otras circunstancias, no escucharíamos ni locos. Los de mi edad formábamos grupos pequeños para charlar y evitar a los mayores, que por lo general solían pellizcarnos los mofletes y recordarnos lo monos que éramos de pequeños.

—¿Qué me pongo? —preguntó Kayla mientras rebuscaba en su pequeño petate.

—Algo sexi —dije mientras sacaba un top rojo de tirantes. Las noches allí, tan al norte, eran bastante frías, así que tenía pensado ponerme una cazadora vaquera blanca encima.

Fui al baño donde, junto al enorme tocador, Brittany se estaba alisando el pelo con una plancha. Cuando hacíamos senderismo por el parque solíamos llevarlo recogido en un moño o trenza; lo que fuera necesario para luego tener menos enredones. Esa noche, sin embargo, iba a dejarme mi pelo rubio platino suelto.

Me acerqué al espejo y me puse rímel. Mi piel tenía un bonito color por todo el tiempo que pasaba al aire libre. La emoción por la fiesta había hecho que mis ojos se volvieran un poco más verdes.

—¿Hacen alguna cosa rara durante esto del solsticio de verano? ¿Tengo que estar preparada? Ya sabéis, los chicos no se desnudarán y transformarán a la vez, ¿verdad? —preguntó Kayla al entrar en el baño con una falda vaquera y un bonito top rosa de encaje.

—Ojalá —murmuró Brittany—. Me gustan más cuando se transforman en lobos.

—¿De veras? —pregunté yo.

—Sí. ¿A ti no?

Lo pensé unos instantes. Lo que había dicho parecía importante, aunque no sabía muy bien por qué. Era como si nos viera de manera diferente a como nosotros, los cambiaformas, nos veíamos.

—No, a mí me parecen iguales independientemente de la forma en que estén. ¿Tú qué opinas, Kayla?

—La verdad es que no prefiero una a la otra. Lucas es Lucas de ambas maneras. Es solo una forma.

—Exacto —dije yo.

—Quizá no apreciáis al lobo tanto como deberíais —dijo Brittany con un deje de aspereza en su voz—. Me largo de aquí.

Salió a toda prisa de la habitación. Kayla arqueó una ceja. Yo me encogí de hombros.

—Está rara.

Kayla frunció el ceño.

—¿A veces no tienes la sensación de que es…? —Paró de hablar.

—¿De que es qué?

—No lo sé. Diferente. Me siento conectada a ti, como si existiera un vínculo natural entre nosotras, pero no me siento así con Brittany.

No me parecía bien admitir que a veces Brittany me daba malas vibraciones.

—Quizá sea porque todavía no la conoces lo suficiente.

—Supongo que sí.

Cuando Kayla estuvo preparada, salimos fuera, al lugar donde tendría lugar la fiesta. Estaban friendo lentamente carne de vaca en una enorme parrilla. Había verduras variadas y postres en varias mesas. La gente iba de una mesa a otra, comiendo y charlando.

—Es como un pícnic gigantesco —dijo Kayla.

—Supongo que en cierto modo es como una reunión familiar. Puede que no tengamos la misma sangre, pero estamos unidos por una antigua maldición.

—¿Crees de verdad que el primer lobo fue resultado de una maldición?

—Quizá.

—Lucas cree que llevamos aquí desde el inicio de los tiempos.

—También es una posibilidad. Brittany probablemente lo sepa. Le encanta todo lo relacionado con la historia y esas cosas.

—¿Qué cosas? —preguntó Connor cuando Lucas y él se unieron a nosotras. Connor me cogió de la mano. Hacía siglos que no nos cogíamos de la mano. Me pregunté si él también se habría percatado de la cercanía e intimidad entre Kayla y Lucas. Llevaba una camisa verde metida por dentro de unos vaqueros oscuros. Estaba guapísimo.

—Acerca de dónde venimos —dije.

—El libro antiguo dice que siempre hemos existido —dijo Lucas mientras rodeaba la cintura de Kayla con su brazo y la atraía hacia sí.

—¿Un libro antiguo que solo podemos leer nosotros? —preguntó Kayla mientras lo miraba con adoración. Resultaba tan obvio que estaban hechos el uno para el otro.

—Solo pueden leerlo los mayores. Se guarda en una sala especial. —Lucas ladeó la cabeza—. Venga, vamos a la fiesta.

Me dispuse a ir con ellos, pero Connor me tiró del brazo para que me parara.

—Creo que quiere enseñárselo él —dijo—. Solo.

Su tono resultó de lo más insinuante.

—Oh, vale. —No pude evitar sentir celos. Kayla y Lucas apenas podían soltarse de la mano, mientras que Connor y yo nos comportábamos como colegas de toda la vida.

Me sonrió.

—Estás muy guapa.

—¿Quieres decir que habitualmente no lo estoy? —bromeé.

—Siempre estás genial. Lo sabes. Es una de las razones por las que Rafe no puede dejar de mirarte.

Sentí que se me hacía un nudo en el estómago y me pregunté si se habría percatado de que últimamente me costaba apartar los ojos de Rafe.

—No me había dado cuenta —mentí.

—Me alegro de que seas mía, de lo contrario me pondría celoso —dijo.

Me pregunté si unos celillos no era lo que estábamos necesitando. Quería sentir entre nosotros esa chispa que era tan obvia entre Kayla y Lucas.

—Vamos, cojamos algo para comer —dijo Connor, que todavía agarraba mi mano. Tiró de mí y echó a correr hacia la parrilla. No pude evitar reír tontamente por su entusiasmo. ¿Cuántas veces durante todos estos años habíamos ido corriendo a algún lado porque él estaba hambriento?

Tras llenar nuestros platos de carne (que estaba lo suficientemente hecha como para que la sangre estuviera templada), Connor y yo nos sentamos bajo un árbol y empezamos a comer en un silencio amigable.

—¿Soy yo o falta algo este año? —pregunté un rato después.

—Sí, falta algo. Se llaman risas.

Cuando lo dijo, supe que tenía razón.

—¿Crees que lo de Bio-Chrome va a ser un problema? —pregunté con la esperanza de que respondiera «no».

—Me temo que sí. No creo que vayan a darse por vencidos. —Paró de hablar—. Pero tenemos que retomar nuestros asuntos, llevar a los excursionistas al parque, actuar con normalidad. Tan solo tenemos que estar alerta, porque algunos de los excursionistas podrían ser espías.

Lo medité unos segundos.

—¿Crees que sospechan que alguien más de nuestro grupo aparte de Lucas es un cambiaforma?

—No sabría decirte.

—Creo que Mason ha leído demasiados cómics. Probablemente crea que si le muerde una araña radioactiva se convertirá en Spiderman.

Connor sonrió.

—¿Y no es así?

Le di un golpe en el brazo en broma. A Connor le encantan los superhéroes. Iron Man es su favorito, porque no tiene superpoderes. De repente me pareció extraño que Connor prefiriera al tipo que, sin su traje de metal, era tan normal como la mayoría de la gente.

—¿Te sientes a gusto siendo un cambiaforma? —solté.

—La verdad es que nunca me lo he planteado. ¿Por qué?

—Tan solo pensaba en lo mucho que admiras a Iron Man. Será mejor que deje el psicoanálisis para los profesionales.

—Sin duda.

Mis pensamientos regresaron de nuevo a Bio-Chrome.

—Quizá deberíamos poner a un espía en su campamento.

Connor se me quedó mirando.

—¿Qué? —pregunté. Me incomodó la intensidad de su mirada.

—No es mala idea.

—Estaba bromeando. Además, ¿quién estaría lo suficientemente chalado como para presentarse voluntario?

—Alguien que creyera que no tiene nada que perder.

—Brittany, quizá —dije en voz baja. Le toqué la rodilla—. Connor, tú eres amigo de los chicos. ¿Por qué nadie muestra interés en ella?

Negó lentamente con la cabeza.

—¿Quién demonios lo sabe? Hay algo en Brittany.

Fruncí el ceño.

—¿Qué quieres decir?

Suspiró, cogió un trozo de carne y lo masticó durante un buen rato, como si tuviera que digerir sus propios pensamientos.

—Resulta difícil de explicar. Es atractiva, está en forma. Pero ¡cómo no lo va a estar, si corre varios kilómetros antes del amanecer cada mañana, además de todas esas flexiones y sentadillas y pesas! Siempre me ha resultado extraño en una chica, porque estamos genéticamente predispuestos a estar en forma. Entonces, ¿por qué tanto ejercicio?

—Tú haces ejercicio —le recordé.

—Sí, pero en los tíos es diferente. Es porque somos tíos.

—Las chicas también hacen ejercicio.

—Pero no con la intensidad con la que lo hace Brittany.

Paró de hablar, como si estuviera buscando las palabras adecuadas.

—Pero hay algo más. Te miro a ti y siento una conexión profunda de nuestras almas. De lobo a lobo. Incluso cuando conocí a Kayla, sentí ese ¡ting!, que significaba que era de los nuestros. Pero con Brittany no siento nada. Es como ver a algunas de las estáticas en el campus de la universidad y saber que no son como nosotros.

—Pero Brittany sí es de los nuestros —insistí.

—Lo sé. No tiene sentido, pero no soy el único que siente vibraciones estáticas cuando está cerca de ella.

—Pero no puede ser una estática. Sus padres son cambiaformas. —Tenían que serlo. Conocía a su madre. Respecto a su padre, nunca lo había visto. Hasta donde yo sabía, nadie lo había conocido. Vivía en Europa, pertenecía a otro clan. Siempre habían sido Brittany y su madre. Pero, aun así, no podía imaginarme que su madre pudiera haberse liado con un estático. Ni siquiera sabía si eso era posible—. Tiene que tener algún tipo de mutación o algo. —Negué con la cabeza, totalmente aturdida ante tal posibilidad, y repetí—: Es de los nuestros.

—¡Eh, Connor! —gritó uno de los chicos, interrumpiendo nuestra conversación sobre Brittany. Tampoco es que creyera que hubiese mucho más que decir sobre el tema. La mera idea de que ella no fuera una cambiaforma era demasiado extraña incluso como para planteársela siquiera. Hasta donde yo sabía, nunca había pasado nada parecido—. Los mayores nos retan a un partido de tag rugbi. Padres contra hijos. ¿Te apuntas?

—Por supuesto.

—Nos vemos en el claro. —Se fue corriendo.

—¿Vas a vernos jugar? —me preguntó Connor.

—Desde luego que sí.

—¿Me das un beso de buena suerte?

Le regalé una sonrisa que esperé que le resultara sexi.

—Ni que tuvieras que pedírmelo.

Se acercó y me besó. Siempre me había sorprendido lo cálida que era su boca, lo agradable y placentero que era que me besara. Tampoco es que hubiera tenido otras experiencias para poder comparar; Connor había sido el primero y el único.

Se apartó y sonrió de oreja a oreja.

—Quiero más de esto cuando haya acabado de patearle el culo a mi viejo.

Rompí a reír mientras él me ayudaba a ponerme en pie. Recogimos los platos y nos dirigimos hacia el claro. Me dio otro beso rápido antes de echar a correr hacia la zona donde Lucas y otros guardianes ocultos estaban esperándolo. Connor era increíblemente grácil y veloz. Me encantaba ver cómo se movía. Era sorprendentemente perfecto.

Pensé en buscar a Kayla y a Brittany entre la gente que se había congregado para ver el partido, pero no estaba de humor para aguantar el síndrome premenstrual de Brittany o lo que quiera que le estuviera pasando. Ni siquiera estaba de humor para oír lo asquerosamente feliz que era Kayla ahora que Lucas y ella se habían encontrado. Me alegraba por ella, pero quizá también estuviera algo celosa de que nunca hubiera albergado dudas sobre sus sentimientos hacia Lucas, mientras que la incertidumbre de mis sentimientos hacia Connor no hacía más que atormentarme.

Me apoyé contra un árbol, disfrutando de su solidez. Amo la naturaleza. Me gusta todo de ella, me consuela y calma. Y en ese momento lo necesitaba. Miré a mi alrededor y supe entonces con tristeza que Connor tenía razón. No había tantas risas como otras veces. Todos parecían conscientes de que nuestro mundo estaba a punto de cambiar, y no nos sentíamos muy cómodos con aquellos cambios que no guardaran relación directa con nuestros cuerpos. Quizá ese era el motivo por el que seguíamos utilizando términos como «pareja» y solo los chicos se declaraban en público. Estábamos chapados a la antigua, si bien de un modo un tanto pintoresco.

La oscuridad era cada vez mayor, así que encendieron unas cuantas antorchas para aquellos de nosotros que todavía no habíamos experimentado nuestra primera transformación. Los que sí podían transformarse poseían la aguda visión nocturna del lobo, incluso aunque estuvieran en forma humana. Después de nuestra transformación inicial, trasladábamos muchas de nuestras capacidades a nuestra forma humana. Por un lado, no podía esperar. Y, por otro, seguía aterrada. ¿Cómo sería? ¿Y si cometía un error al elegir a mi pareja?

—¿Quién gana?

Mi corazón dio un brinco al escuchar esa voz áspera y familiar tan cerca de mi oreja. No conozco a nadie que se mueva con tanto sigilo como Rafe. Miré por encima del hombro, con la esperanza de que no oyera el latido frenético de mi corazón, y le sonreí de manera distraída.

—Los hijos, creo. ¿Cómo es que no juegas tú?

Su rostro adoptó una expresión extraña, y entonces recordé que su padre había muerto.

—Lo siento. Lo he dicho sin pensar…

—No te preocupes. Tampoco es que fuera una gran pérdida para el clan.

—Pero sí para ti.

—No demasiado. ¿Me lo parece a mí o esta es la celebración del solsticio de verano más triste que hemos tenido?

Resultaba obvio que quería hablar de otra cosa. Su padre había muerto en un accidente de coche que él mismo había provocado al ponerse al volante bebido. Acepté el tema nuevo con alivio.

—Oh, sin duda esta es la más gris de todas.

—¿Quieres escabullirte un rato? Tengo aquí la moto.

Sentí una punzada de placer por el hecho de que me lo hubiera preguntado, pero al instante fui consciente de lo inapropiada que era mi reacción.

—Gracias, pero no puedo.

Porque no podía quitarme ese sueño de la cabeza o por la manera en que me había estado observando en la reunión. Y si estábamos los dos solos, en el bosque…

Lo cierto era que no me fiaba de mí misma. ¿Cedería a la tentación? Rafe despertaba algo en mí, algo en mi interior que no comprendía. Me hacía pensar en acercarme e intimar más con él (y Connor ya había reclamado ese privilegio para sí).

Volví la vista al partido y vi que Connor corría y cogía la cinta que le había pasado Lucas. Solo algunas personas gritaban y vitoreaban. Era como si todo el mundo quisiera asegurarse de que nadie nos oyera en el parque, como si hubiéramos regresado a la más estricta clandestinidad. Tal como estábamos comportándonos, parecía que tuviéramos miedo de nuestra propia sombra.

—Sabes que van a jugar un par de horas más —dijo Rafe—. Somos célebres por nuestra resistencia. Incluso los mayores son como los conejitos de Duracell: y duran y duran y duran…

—Lo sé, pero…

—Vamos, Lindsey. Tan solo es una vuelta en moto. Es mucho más divertido que estar apoyada contra un árbol.

Y yo que pensaba que era hombre de pocas palabras.

Pero tenía razón. Me moría del aburrimiento. Rafe y yo éramos amigos. Podía ir con él y no hacer nada que implicara traicionar a Connor. ¿Podía? Seguro que sí. Nunca he querido hacer daño a Connor. Esa era una de las razones por las que ocultaba muchas de las dudas que tenía acerca de nosotros.

—Connor y yo…

—Lo sé —dijo con cierta nostalgia—. Estáis predestinados. Él tiene tu nombre tatuado en su hombro y todo eso.

Entrecerré los ojos.

—Tú también tienes un tatuaje. ¿De quién es el nombre?

Por lo general un chico se declaraba a su pareja antes de tatuarse en la piel un símbolo que representara su nombre, pero Rafe no era de los que seguían las reglas. Nos habíamos enterado hacía poco de que tenía un tatuaje.

—Ven conmigo —me retó—. Quizá entonces te lo diga.

—No voy a hacer nada que a Connor pudiera disgustarle.

—No voy a pedírtelo.

Su voz tenía un deje de resignación que yo no alcanzaba a comprender del todo. Me hizo preguntarme una vez más si él sentía hacia mí la misma fuerza que me atraía hacia él. Además, no podía negar que sentía curiosidad por su tatuaje.

—No puedo ausentarme mucho tiempo —dije en voz baja. Cuando el partido terminara, Connor iría a buscarme. No quería darle ningún motivo que pudiera poner en duda mi fidelidad. Y cuanto más tiempo pasara con Rafe, mayor sería la posibilidad de que hiciera algo indebido. Como averiguar si sus besos eran en la realidad tan increíbles como en mi sueño.

—Solo una vuelta rápida. Nadie nos echará en falta —prometió.

Lo miré y asentí con la cabeza. Me resultaba más sencillo hacer cosas que no debía si no las decía en voz alta.