En cuanto estuvo sobre el aeródromo, Richard Lawrence permitió que el helicóptero descendiera ligeramente, encendió el reflector y revisó toda la zona. Durante un rato, lo único que pudo ver fueron cadáveres descompuestos y le llevó algún tiempo orientarse e identificar adecuadamente las formas y las siluetas de la torre de control y de los demás edificios a través del humo. Consciente de que el ruido y la luz habían provocado otro maldito frenesí en la multitud putrefacta que tenía a sus pies, descendió un poco más, deteniéndose cuando estuvo nivelado con la punta de la torre.
Podía ver gente. El cercano edificio de oficinas había quedado destruido y el hangar invadido, pero no cabía duda de que estaba viendo personas en lo alto de la torre de control. Tuvo que mirar dos veces para asegurarse de que no eran cadáveres que habían encontrado una forma de entrar. Desde su posición elevada no podía ver señales evidentes de que la entrada del edificio se hubiera visto afectada. Si los muertos hubieran conseguido forzar la entrada, esperaría que cientos de ellos se hubieran apelotonado inútilmente en el interior, pero no parecía que hubiera muchas personas dentro, y los que podía ver se movían con determinación y control. Debían de ser supervivientes, pero ¿cómo podía llegar a ellos?
La cara de Cooper apareció en la ventana, confirmando a Richard más allá de toda duda que su regreso al continente había valido la pena.
—Tenemos que salir de aquí —gritó Emma, que de repente tenía que elevar la voz para hacerse oír por encima del maravilloso ruido del helicóptero.
—Pero no hay salida —chilló Steve—. Dios santo, ya hemos pasado por esto. Estamos rodeados. Están por delante y por detrás y…
—Emma tiene razón —le interrumpió Cooper—. Tenemos que encontrar una salida y lo tenemos que hacer ahora mismo.
—Vayamos a por los camiones —sugirió Juliet.
—Estoy de acuerdo —asintió Emma con rapidez—, es la mejor opción. Richard nos verá en movimiento. Si conseguimos llegar a uno de los camiones, podremos atravesar la masa de cadáveres hasta que lleguemos a algún lugar donde haya menos. Entonces podrá aterrizar y recogernos.
—¿Así que simplemente vamos a salir corriendo?
—No va a ser fácil —replicó Emma, mirando hacia el suelo más cercano a la base del edificio—. Creo que deberíamos distraerlos y alejarlos de la puerta o ventana que decidamos utilizar para salir. Entonces, quizás uno de nosotros podría abrirse paso entre ellos y traer de vuelta el camión.
Cooper estaba detrás de Emma, barajando todas las opciones. Miraba hacia arriba y hacia fuera. El helicóptero estaba tan cerca que, a pesar del humo creciente, podía ver con claridad la cara del piloto, pero la distancia era irrelevante. Bien podía encontrarse a cientos de kilómetros de distancia que la ayuda que les estaba proporcionando sería la misma. Richard parecía comprensiblemente nervioso. Cooper sabía que no esperaría eternamente a que se pusieran en marcha.
—Madre mía —murmuró Juliet—. Mirad esto.
Señaló por la ventana hacia una zona del suelo que estaba casi directamente debajo del helicóptero.
—¿Qué demonios están haciendo? —preguntó Steve, acercándose para ver mejor.
Los cuatro miraron una zona de terreno sobre la que Richard había dejado descansar la luz del reflector, debajo del helicóptero y ligeramente hacia un lado. Mientras que los cadáveres seguían reaccionando como esperaban los supervivientes, otros empezaban a mostrar un comportamiento diferente. Un gran número seguía avanzando y luchando contra los cadáveres que tenían más cerca, pero otros muchos no lo hacían. En su lugar, parecía que esos cuerpos estaban visiblemente nerviosos e irritados por el ruido, la luz y el viento procedente del helicóptero detenido a corta distancia por encima de sus cabezas putrefactas. Algunos de ellos parecía que estaban buscando refugio. Era difícil de creer, pero una gran parte de los cadáveres estaba intentando alejarse de la perturbación que tenían por encima.
—Por todos los demonios —exclamó Cooper.
—Eso es —anunció Emma—, ésta es nuestra oportunidad. Es lo que has dicho antes, están cambiando. Finalmente están empezando a despertar. Maldita sea, esas cosas ahí abajo están asustadas.
—¿Asustadas? —se sorprendió Steve—. ¿Te has vuelto completamente loca?
—El ruido del helicóptero les asusta. Es posible que nosotros no seamos una amenaza, pero eso sí lo es.
—Gilipolleces.
—Es posible —replicó Emma con rapidez—, pero mírales. No importa lo que lo está provocando. La cuestión es que nos da la posibilidad de pasar al lado de algunos de ellos.
—¿Cómo? —preguntó Juliet.
—El helicóptero nos cubrirá. Crearemos toda la distracción que podamos y conseguiremos la ayuda de Richard. Lo más probable es que algunos desaparezcan o se mantengan fuera de nuestro camino.
—¿Algunos?
—Es muy probable que el resto vaya a por nosotros, como siempre.
Por mucho que odiara admitirlo, Steve sabía que Emma tenía razón. Era mejor salir y enfrentarse a quinientos cadáveres que a cinco mil.
—Tendríamos que hacerlo ya —anunció Juliet.
—¿Hacer exactamente qué? —preguntó Steve nervioso.
—Distraerlos, salir y darles una buena patada en el culo —respondió Emma.
—Porque si no lo hacemos —les recordó Cooper—, no podremos subir a ese helicóptero y nos quedaremos aquí atascados. Si no salimos y nos enfrentamos a ellos ahora mismo, entonces lo tendremos que hacer aquí arriba cuando finalmente consigan entrar; eso si antes no nos hemos achicharrado. ¿No os parece que no hay demasiadas alternativas?
Mientras dividía su concentración entre pilotar el helicóptero, mirar a los supervivientes y vigilar a los cadáveres que tenía debajo, Richard Lawrence se dio cuenta de que Cooper y los demás habían desviado su atención, pasando de mirarlo a él a contemplar lo que estaba pasando en tierra. Miró hacia abajo a través de los pequeños paneles de observación bajo sus pies y vio cómo los cuerpos reaccionaban ante su presencia. Movió ligeramente el helicóptero y vio cómo al desplazar un poco el reflector, más siluetas a la sombra se apartaban tambaleándose. Quizá si descendía un poco, pensó, se apartarían más y podría aterrizar y recoger a los supervivientes. Lo intentó durante un instante, pero el número de cadáveres que no se movían y seguían reaccionando con violencia era suficiente para convencerlo de que no podría hacerlo. Sin embargo, la presencia del helicóptero y el miedo —parecía que ésa era la palabra correcta— que parecía provocar entre los muertos era sin duda importante. Ayudaría. Quizá daría una oportunidad a los supervivientes en tierra, por pequeña que fuera. Recordaba que en la isla le habían comentado que los cadáveres habían reaccionado de esa forma. Aunque más tranquilos y menos decididos que la mayoría, seguían atacando a los supervivientes cuando se sentían amenazados. Los cadáveres querían sobrevivir y lucharían si no tenían otra alternativa.
Desde su posición sobre el aeródromo, Richard se sentía impotente. No tenía forma de avisar a los demás o explicarles lo que sabía. Después de llevar demasiado tiempo en silencio, mirando y esperando, Emma decidió finalmente pasar a la acción. Toda la charla del mundo no les iba a sacar del aeródromo y, como ya había señalado Cooper, no tenían nada que perder y todo que ganar al intentar salir de allí. Si no hacían nada, se habría esfumado su última oportunidad. La perspectiva de un futuro relativamente seguro con Michael era un premio demasiado grande para perderlo sin luchar. Tenía que hacer algo.
—¿Adónde vas? —gritó Cooper a sus espaldas cuando se dio la vuelta, pasó por la puerta y bajó la escalera corriendo.
—A Cormansey —le respondió también a gritos—. ¿Y tú?
Sintiendo de repente el impulso de actuar, Juliet, Steve y Cooper la siguieron. Por el movimiento repentino estaba claro que Emma no tenía un plan. La encontraron al pie de la escalera, mirando a su alrededor con la esperanza de encontrar la inspiración.
—¿Ahora qué? —preguntó Juliet.
A través del humo tenue y de sabor amargo que se había filtrado dentro del edificio, Steve se dio cuenta de que se filtraba luz por debajo de la puerta de entrada. Una mezcla de las primeras luces naturales del día y de la fuerte iluminación artificial procedente del helicóptero, de manera que avanzó hacia allí. Pasando con cuidado por encima de las mesas y las sillas que Cooper y él habían utilizado antes para bloquear la entrada, miró a través de una estrecha rendija entre los dos batientes de la puerta. Ahí fuera seguía habiendo un gran número de cadáveres, pero la cantidad bajo la luz del helicóptero era ahora bastante menos compacta. Levantó la vista hacia la aeronave que estaba colgada del cielo por encima de ellos. Parecía que Richard había deducido lo que estaba ocurriendo. Steve no podía estar totalmente seguro, pero parecía que el piloto enfocaba deliberadamente la puerta con la luz.
—Si vamos a hacerlo —sugirió, de manera que su actitud decidida y positiva sorprendió a los demás—, hagámoslo ahora.
—No nos podemos arriesgar a abrir las puertas y salir —protestó Emma—. ¿Qué ocurre si nos separamos? ¿Qué haremos cuando lleguemos al camión? ¿Nos quedamos allí y te esperamos para que lo abras?
—Mucho peor —añadió Juliet—, y si abrimos las puertas y salimos, dejando las puertas completamente abiertas. No tendremos un sitio al que volver si las cosas van mal.
—Tenemos que traer el camión —indicó Cooper—. Uno de nosotros debe ir allí y traerlo para recoger a los demás.
El sonido del helicóptero era ensordecedor, amplificado por la silueta alargada y delgada del propio edificio. Por encima del ruido mecánico podían oír los sonidos ocasionales de los cadáveres golpeando paredes, puertas y ventanas. Aunque parecía que el helicóptero mantenía a raya a algunas criaturas, su posición junto a la torre de control también estaba provocando que muchas más se acercasen.
Steve Armitage no lo pudo soportar más. Por lo general era un hombre tranquilo que se conformaba con esperar y observar antes de actuar, pero, de vez en cuando, la presión de la situación le sobrepasaba y le obligaba a actuar. Había ocurrido antes en la ciudad cuando había abandonado la seguridad del complejo universitario para ayudar a buscar transporte para el grupo, y ahora estaba pasando de nuevo.
—Yo lo haré —dijo de repente.
—¿Qué? —preguntó Cooper sorprendido.
—He dicho que lo haré yo —repitió antes de que se pudiera arrepentir de presentarse voluntario—. Puedo hacerlo.
—¿Estás seguro?
—No.
Cooper se adelantó y miró a través de la rendija entre los batientes tal como había hecho Steve unos segundos antes. Su visión era limitada, pero podía ver con claridad el camión penitenciario al otro lado de la pista, donde lo habían dejado antes. No iba a ser fácil llegar a él.
—Está a un par de centenares de metros —susurró, mientras seguía mirando por la rendija— y sigue habiendo muchos cientos de cadáveres en el camino. ¿Crees que lo conseguirás?
—Lo puedo hacer —respondió Steve—. Escucha, con un número suficiente de esas cosas pisándome los talones, ¡podría correr un maldito maratón!
Cooper asintió y empezó a retirar las mesas y las sillas que estaban bloqueando la puerta.
—Cuando salgas —comentó mientras se afanaba a retirar el mobiliario, mirando al otro por encima del hombro—, baja la cabeza y corre, ¿entiendes? Sigue en movimiento hasta que llegues al camión. No te detengas por ninguna razón.
—No tenía intención de hacerlo.
—¿Preparado? —preguntó Cooper mientras apartaba la última mesa.
Steve volvió junto a la puerta.
—Preparado —respondió, aunque no sonaba muy convencido.
Inhaló una bocanada de aire profunda y nerviosa, abrió la puerta y salió de estampida hacia la fría mañana. La luz procedente del helicóptero que saturaba el entorno más inmediato lo cegó momentáneamente y la fuerza inesperada de la corriente descendente provocada por la aeronave amenazó con tirarlo al suelo. El hedor asfixiante a carne quemada le llenó los pulmones. Durante un segundo desorientador se quedó quieto y miró hacia el camión al otro lado de la pista. Su visión era relativamente clara y, durante un instante, la distancia que debía recorrer parecía tranquilizadoramente corta. Pero entonces miró a derecha e izquierda y vio que tenía cadáveres a su alrededor. Aunque algunos se mantenían ocultos en las sombras, otros empezaban a dirigirse hacia él desde varias direcciones. El sonido de la puerta que se cerraba a sus espaldas —casi inaudible por encima del ruido constante del helicóptero sobre él— le impulsó a moverse.
—Mierda —maldijo cuando el cadáver más cercano intentó agarrarlo con sus manos huesudas y duras, dado que la mayor parte de la carne putrefacta hacía tiempo que había desaparecido.
Alejándose de la torre de control al trote, e intentando desesperadamente ganar la velocidad que tanto necesitaba, Steve agarró por el cuello a la figura esquelética, la balanceó y la lanzó contra un grupo de otros cuatro cadáveres harapientos, a los que derribó como si fueran bolos.
Miró hacia delante e intentó concentrarse en el camión. Donde antes parecía que tenía un paso libre, ahora una miríada de criaturas tambaleantes zigzagueaba delante de él. Más manos feroces intentaban agarrarlo, una le acertó en la mejilla y le produjo tres cortes largos por debajo del ojo izquierdo hasta la barbilla. De nuevo se obligó a ignorar los cuerpos a su alrededor y seguir en marcha. Tenía la boca seca y el corazón le latía como si estuviera a punto de explotar, pero sabía que debía seguir adelante. Bajó el hombro cuando dos cadáveres más se cruzaron en su camino. Cargando a través de ellos, lanzó a cada uno en una dirección diferente.
Casi había llegado a la mitad del recorrido.
Steve seguía siendo un hombre pesado y en baja forma, y la rodilla derecha le dolía mucho por la tensión repentina a la que estaba sometiendo a todo su cuerpo. Sabía que no tenía más alternativa que seguir corriendo a pesar del malestar, pero cada vez que el pie tocaba el suelo, un dolor agudo y punzante le recorría la pierna desde la rodilla hasta la espalda. Los senderos y la hierba bajo sus pies habían dejado paso a la superficie de asfalto más dura de la pista y supo que casi había llegado al camión. El suelo estaba cubierto con los restos de cadáveres que se habían quemado o que los demás cuerpos habían destrozado, y pisó con fuerza uno que había caído de espaldas. Su bota le atravesó las costillas y envió en todas direcciones una lluvia de restos putrefactos de órganos internos. Mientras intentaba soltar frenéticamente el pie, tropezó y cayó al suelo, y en unos segundos los cadáveres se habían arremolinado sobre él como moscas sobre la comida.
—¡Mierda! —chilló Cooper desde la torre de control mientras miraba a través de la rendija entre los batientes.
Cada vez más cadáveres se apilaban sobre el camionero indefenso, enterrándolo rápidamente bajo un montón de carne putrefacta y en constante movimiento.
—Dios santo —gimió Emma, mirando a través de una ventana pequeña.
Cooper fue a abrir la puerta.
—Tengo que llegar a él.
—Cooper, no… —suplicó Juliet.
—No lo puedo dejar.
—Espera —pidió Emma, apretando de nuevo la cara contra la ventana.
Podía ver movimiento desde la base del montón de cadáveres. Steve seguía luchando. Muy por encima, Richard había desplazado el helicóptero y había descendido, de manera que el reflector lo iluminaba directamente. La luz repentina provocó que muchos cadáveres que se dirigían hacia la lucha dieran media vuelta y se alejaran en todas las direcciones, buscando refugio.
Tendido de espaldas sobre la pista fría y dura, y luchando por respirar a través del hedor repugnante, Steve empezó a alejar a patadas y puñetazos los cadáveres que tenía encima. Parecían huecos y fríos, y por separado ofrecían poca resistencia. Sentía su carne descompuesta goteando sobre él y babeándolo, y podía notar cómo se estaba empapando con las descargas nocivas de su descomposición. Descubrió que cuanto más luchaban, más rápido se deterioraban.
Rodó sobre la barriga e intentó ponerse en pie. Aún tenía muchos colgados de la espalda. No tenía ni idea de cuántas de esas cosas grotescas colgaban de él y no le preocupaba. Fuera como fuese consiguió ponerse a cuatro patas y después empujó con fuerza, se puso en pie y empezó a deshacerse de los cadáveres, aplastándolos como si fueran moscas. Con cinco o seis ya en el suelo, descubrió que tenía el torso libre y los únicos cuerpos que lo agarraban eran aquellos que le colgaban de las piernas. Empezó a avanzar y con sus poderosas zancadas empezó a sacudirse de encima a cada vez más de las lastimosas criaturas, hasta que estuvo completamente libre y pudo correr de nuevo. Apartó a más cadáveres de su camino antes de alcanzar un lado del camión y golpearse con él. Con un último gruñido de esfuerzo alcanzó la manecilla de la puerta del pasajero, la abrió y subió al interior. La cerró de golpe, cortando un brazo que había realizado un último y desgraciado intento por agarrarlo, y se deslizó por la cabina hacia el asiento del conductor.
—¡Está dentro! —gritó Emma desde la ventana de la torre de control—. Maldita sea, lo ha conseguido.
Sintiendo de repente que se les acababa de abrir una puerta de salida, los tres supervivientes se arremolinaron alrededor de la puerta principal y esperaron a que el camión se pusiera en marcha. Richard observaba los acontecimientos desde la seguridad relativa del helicóptero colgado en el aire y siguió bañando la escena con la intensa luz artificial, proporcionando a Steve una iluminación muy necesaria y un grado limitado de protección.
Dentro del camión, Steve intentaba recuperarse. Los ojos le picaban a causa del humo y se dejó caer sobre el volante. Cubierto de sangre medio coagulada y restos humanos, además de empapado en sudor, intentó recuperar el aliento y mantener la concentración. Alargó la mano para girar la llave y arrancar el motor, pero se quedó parado. Sentía una opresión en el pecho. Necesitaba oxígeno con desesperación, pero cuanto más hondo respiraba, más humo inhalaba y empeoraba el dolor en el pecho. Empezando como una sensación incómoda de pinchazos, rápidamente se convirtió en un dolor incontrolable, agudo, abrasador y desgarrador que se iniciaba cerca del corazón y se extendía por todo su cuerpo. Tenía los dedos entumecidos y le hormigueaban. Sentía muy pesados los pies y los intentó mover sobre los pedales.
Steve intentó de nuevo respirar lenta y profundamente, e hizo todo lo que pudo para ignorar la distracción constante de los incontables cadáveres que golpeaban furiosos contra los laterales del camión. Tomándose su tiempo, supuso que cuanto más lento se moviera, más posibilidades tendría de avanzar con el camión. Sus dedos extendidos alcanzaron finalmente la llave y de alguna manera consiguió girarla y arrancar el motor. Se tiró hacia atrás en el asiento con alivio momentáneo y satisfecho cuando el camión cobró vida. Sin embargo, el progreso fue fugaz porque otra oleada de dolor debilitante se extendió rápidamente por su pecho. Gimiendo con el esfuerzo, se forzó a concentrarse y regresar con los demás. Empezó a avanzar con el camión y lentamente giró el volante para guiar el vehículo pesado de regreso hacia la torre de control.
Iluminado aún por la luz incandescente del helicóptero, el camión rodó hacia el edificio, aplastando los cadáveres que, enloquecidos, se lanzaban delante de él.
—Aquí viene —informó Cooper, que seguía mirando a través de la rendija entre los dos batientes—. ¿Preparadas?
Juliet y Emma asintieron. La garganta de Emma estaba seca y sentía las piernas flojas: era una situación de vida o muerte y lo sabía. Al margen del peligro inmediato al que iban a enfrentarse en el exterior, lo que ocurriera durante los próximos minutos marcaría sin lugar a dudas el rumbo y la duración del resto de su vida.
—¿Qué vamos a hacer? —murmuró Juliet ansiosa.
—Cuando abra las puertas —contestó Cooper—, subid al camión. No importa si subís por delante o por detrás, o si os colgáis de un lateral, sólo subid al maldito camión y agarraos, ¿de acuerdo?
Asintió y estaba a punto de formular otra pregunta cuando Cooper abrió las puertas de golpe. El camión penitenciario cubierto de sangre se detuvo derrapando a unos pocos metros delante de ellos.
—¡Moveos! —chilló Cooper.
Agarró a las dos mujeres por el brazo y tiró de ellas hacia delante, prácticamente lanzándolas hacia el exterior del edificio. Los cadáveres empezaron a caer sobre ellos desde todas las direcciones imaginables. Juliet medio corrió y medio cayó hacia la parte trasera del camión, consiguiendo saltar y abrir la puerta trasera. Se metió dentro y se estiró para tratar de agarrar a Emma, que se estaba abriendo camino, luchando a través de un denso grupo de muchedumbre putrefacta, intentando avanzar a través de la marea de carne podrida que la apretaba por todos lados, amenazando con engullirla. Parecía que los cadáveres que se habían quedado a los lados habían experimentado de repente una mayor sensación de peligro físico y habían decidido lanzar un ataque antes de que los supervivientes y sus máquinas los atacasen a ellos. Lo que parecían miles de manos malvadas intentaron agarrar a Emma.
De repente aumentó su velocidad. Llegando a ella corriendo desde atrás, Cooper la empujó hacia el camión, colocando las manos bajo sus brazos e impulsándola hacia arriba. Con las manos estiradas por delante consiguió agarrar la parte trasera del vehículo donde la estaba esperando Juliet, que atrapó el cuello de la chaqueta de Emma y tiró de ella hacia dentro. Los cadáveres no podían igualar la fuerza controlada de Cooper. Pasó a través de ellos y saltó dentro de la parte trasera del camión detrás de las dos mujeres. Medio colgado de la puerta abierta, golpeó repetidas veces el lateral metálico del vehículo. El ruido era más definido y controlado que el machaque incansable de los cuerpos, y Steve supo que era la señal para ponerse de nuevo en marcha. Haciendo todo lo que podía para ignorar el dolor constante y punzante que le seguía debilitando, aceleró, giró y condujo hacia el enorme agujero en la alambrada del aeródromo.
—¿Estás bien? —le preguntó Emma a Cooper.
—Lo estaré cuando lleguemos a esa maldita isla —contestó sin aliento, de pie aún en el marco de la puerta y agarrándose con fuerza con cada giro y balanceo del camión penitenciario sobre aquel terreno irregular.
Desde todas las direcciones, los cadáveres se daban la vuelta y se tambaleaban hacia el potente vehículo. Algunos eran lanzados hacia los lados y muchos más desaparecían bajo las ruedas y quedaban aplastados. Ignorando la confusión sangrienta que se desarrollaba a su alrededor, Cooper miró hacia arriba a través del humo y, con alivio, vislumbró el helicóptero que los seguía mientras se alejaban del edificio.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Juliet con inocencia.
Antes de que Cooper pudiera contestar, el camión empezó a perder velocidad.
—Steve —gritó a pleno pulmón—, sigue adelante, tío. Por el amor de Dios, no te pares aquí.
El camión avanzó de nuevo y aceleró durante unos pocos metros más, pero después se fue deteniendo de nuevo. El motor se caló cuando el pie de Steve resbaló del pedal. La repentina sacudida casi tiró a Cooper de la parte trasera hacia la multitud, que no dejaba de aullar. Steve sabía que no podía seguir conduciendo. Ahora el dolor era insoportable. Casi no se podía mover.
—¿Qué está haciendo? —preguntó Emma inútilmente. Corrió hacia el interior de la caja y empezó a golpear la pared interior—. ¡Steve! —chilló—. ¡Steve! ¿Qué ocurre…?
Se habían detenido a poca distancia del trozo derribado de la alambrada. Aunque ahí la multitud era ligeramente menos densa que alrededor de los edificios, a los pocos segundos del final abrupto del viaje del camión, masas de cadáveres putrefactos ya estaban golpeando los laterales del vehículo. Desde su punto de vista elevado, Cooper golpeó a los que eran lo suficientemente desafortunados para acercarse a él, pateándolos para que se alejaran.
—Tenemos que subir al techo —indicó mientras contemplaba la escena con desesperación.
Cientos de cadáveres avanzaban ahora hacia ellos como una niebla gris e impenetrable. El helicóptero se cernía sobre sus cabezas, su ruido y su luz atrayendo con facilidad a tantos cuerpos como los que repelía. Cooper bajó la mirada hacia el océano de rostros cambiantes delante de él y después volvió a mirar al helicóptero.
—No hay manera de que nos pueda recoger en el suelo. Tenemos que subir.
Dándose la vuelta, agarró a Juliet y la empujó hacia la puerta.
—¿Qué…?
—Al techo —la cortó.
Se agachó y unió las manos para que las pudiera usar como escalón. Gruñendo a causa del esfuerzo y el dolor, la aupó. En el techo no había nada a lo que se pudiera agarrar, de manera que intentó afianzarse e impulsarse hacia arriba. Cooper respiró hondo y la empujó un poco más hacia arriba, de manera que Juliet consiguió clavar los codos y arrastrarse poco a poco sobre el techo. Él se inclinó hacia fuera del camión y se quedó mirando hasta que los pies de Juliet desaparecieron por el extremo superior. Segundos más tarde, su cabeza reapareció por el borde.
—¿Estás bien?
—Estoy bien —contestó Juliet, mirando conscientemente hacia todas partes, excepto hacia la masa de caras putrefactas que tenía debajo y que le devolvían la mirada.
Emma fue la siguiente. Con los cadáveres más cercanos a unos pocos centímetros de que lo pudieran atrapar, Cooper la aupó y soportó su peso relativamente ligero hasta que Juliet le pudo agarrar las manos desde arriba y tiró de ella hacia el techo. Después Cooper se dio la vuelta y subió él mismo, utilizando la puerta trasera del camión para escalar.
Los tres supervivientes estaban de pie encima del camión. Emma miró hacia abajo, hacia la incansable multitud de criaturas descompuestas. Su furia y ferocidad parecía aumentar a medida que Richard hacía bajar el helicóptero.
—¡Subid! —chilló Cooper, obligado a gritar para hacerse entender por encima del ruido ensordecedor.
Agachándose por instinto y desplazándose a cuatro patas a causa de las palas del rotor que ahora parecían peligrosamente cerca y del viento que amenazaba con tirarlas del techo del camión, Emma y Juliet gatearon hacia la aeronave. Se encontraba a unos pocos centímetros, aunque la distancia entre el techo del camión y el patín más cercano del helicóptero parecía inmensa. Respirando hondo, Emma superó el hueco y subió a la parte trasera de la aeronave.
Cooper corrió hacia la parte delantera del camión y se tendió a lo ancho sobre la cabina. Avanzó a rastras, se inclinó hacia abajo y golpeó la ventanilla medio abierta del conductor. Podía ver la nuca de Steve. Estaba derrumbado sobre el volante.
—Vamos, Steve —suplicó Cooper—. Lo hemos conseguido. Sube aquí.
Steve levantó poco a poco la cabeza, cada movimiento le costaba un esfuerzo increíble, y se volvió para mirar a Cooper. Entonces volvió a caer y cerró los ojos.
—No puedo —jadeó, su voz seca y ronca, su respiración superficial e intermitente—. No puedo hacerlo.
—Venga —insistió Cooper, aunque ya sabía que era inútil.
La cara de Steve estaba gris y cenicienta, los labios azules.
—No puedo.
Durante un segundo, Cooper consideró la posibilidad de saltar e intentar subir al otro hasta el techo del camión.
—Vete —resolló Steve, intentando levantar de nuevo la cabeza.
La luz del helicóptero se movió ligera y repentinamente, iluminando el interior de la cabina y Cooper vio con claridad el dolor en el rostro de Steve. Estaba claro que se encontraba más allá de cualquier ayuda.
—De acuerdo, compañero —aceptó Cooper, estirándose a través de la ventanilla y poniendo el brazo sobre el hombro de Steve—. Eres un buen hombre. Gracias.
Cooper se puso en pie a desgana y corrió por el techo para llegar al helicóptero. Con un alivio extraño, Steve cerró de nuevo los ojos e intentó respirar a pesar del dolor creciente, hasta que finalmente desapareció.
—¿Y Steve? —gritó Emma mientras Cooper subía al helicóptero y cerraba la puerta a sus espaldas.
Cooper negó con la cabeza, miró hacia abajo y contempló cómo el techo del camión se hacía cada vez más pequeño a medida que subían más y más.
A sus pies, el aeródromo era una masa sólida de cadáveres enloquecidos y putrefactos.