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Casi las primeras luces del amanecer.

Agotado, Richard Lawrence había retrasado el vuelo todo lo posible, poniendo en una balanza su cansancio físico con la necesidad de regresar rápidamente a por las personas que se habían visto obligados a dejar atrás. Ahora, siete horas después de dejarlos, pilotaba el helicóptero de vuelta sobre la tierra muerta. Bajo él parecía que había más movimiento que nunca. Donde antes sólo había tranquilidad y una calma incómoda, ahora parecía que todo el paisaje oscuro hervía de actividad. Podía ver cadáveres moviéndose con libertad, tambaleándose de un sitio a otro sin rumbo. Se preguntaba si no se lo estaría imaginando. ¿Era su mente nerviosa la que estaba exagerando lo que veía en realidad y hacía que las cosas pareciesen peores de lo que eran? Pero ¿cómo podía empeorar ya la situación?

Se trataba de un vuelo peligroso e inútil. Cuando abandonó el aeródromo, se sintió abatido y desconsolado. ¿Qué esperanzas podían tener las más o menos quince personas que habían quedado allí frente a los miles de cadáveres imparables que había visto que se dirigían hacia los pocos edificios aislados en medio del aeródromo? Muchas veces durante el viaje había considerado la posibilidad de dar media vuelta y volver a la isla, preguntándose si valdría la pena el intento de rescate. ¿Qué bien haría? ¿Qué iba a conseguir? La base había sido invadida; si había supervivientes, ¿cómo los iba a recoger? ¿Su regreso haría algo más que mofarse de los que se habían quedado atrás y prolongar su agonía? ¿Sería capaz de hacer algo más que volar alrededor del aeródromo, viendo cómo sus amigos esperaban la muerte? Por muy negra e inevitable que pareciese la conclusión de su vuelo, sabía que no tenía alternativa. Tenía que intentarlo.

La oscuridad que se iba disolviendo lentamente a primera hora de la mañana camuflaba el aeródromo. En su cabeza, Richard seguía imaginándose el lugar como lo había dejado unas horas antes: una pequeña colección de edificios rodeados de espacio vacío y cercados por una alambrada de tela metálica y por muchos miles de cadáveres al otro lado. Sabía que ahora tendría un aspecto diferente, pero era difícil imaginar hasta qué punto había cambiado la siniestra escena.

El miedo y los nervios le confundían. Perdió la orientación y voló sobre el aeródromo sin reconocerlo. En la penumbra ininterrumpida todo parecía igual, y no fue hasta que estuvo casi encima del centro de la ciudad de Rowley cuando se dio cuenta de su error. Dio un giro con el helicóptero en un arco amplio y elegante, y voló de vuelta, vislumbrando al fin el aeródromo —y el fuego y el humo al lado de la torre de control— a algo menos de dos kilómetros por delante. Como un escarabajo oscuro y negro sobre un paisaje monocromático, el aeródromo ya parecía invadido y perdido. Una vez más, consideró la posibilidad de dar la vuelta y regresar a Cormansey. Había cientos de miles de cadáveres moviéndose constantemente por el lugar, llenando cada metro cuadrado de terreno. Incluso si Cooper, Croft y los demás seguían allí abajo con vida, ¿qué podía hacer para ayudarles?