40

Una hora y veinte minutos después, el helicóptero apareció en el cielo oscuro sobre Cormansey.

—¿Por qué demonios está de vuelta? —preguntó Donna.

Había estado paseando por la carretera que atravesaba por medio de Danvers Lye con Michael y Karen Chase, intentando acostumbrarse a la libertad repentina.

—Ni idea —respondió Michael preocupado. Se quedó quieto, contemplando las luces intermitentes del helicóptero durante un momento.

—Bueno, o no han conseguido regresar al aeródromo, o han decidido traer antes a los que quedaban —sugirió Karen.

—Pero ¿por qué harían algo así? —preguntó Donna, intentando dar sentido a la situación—. Dios santo, debe de haber ocurrido algo. Algo ha ido mal.

—Vamos —decidió Michael, dándose la vuelta y corriendo hacia el Jeep.

—No saquemos conclusiones precipitadas —continuó Karen optimista mientras subía al asiento trasero, intentando ocultar que compartía las malas sensaciones de Michael—. Es posible que hayan decidido hacer un viaje esta noche en lugar de esperar a mañana. Tengamos claro que si fueras tú el que pilotases y si tuvieras suficiente energía, probablemente querrías terminar el trabajo cuanto antes.

—Entonces, ¿dónde está el avión? —preguntó Michael mientras arrancaba el motor y le daba la vuelta al coche para dirigirse hacia la pista de aterrizaje.

—Allí —contestó Donna, señalando hacia la izquierda. Podía ver las luces de las alas y la cola del avión que parpadeaban de forma intermitente.

Michael apretó el acelerador.

—Tómatelo con calma, ¿quieres? —se quejó Karen desde el asiento trasero cuando el coche salió lanzado hacia delante.

Michael no le hizo caso. Había un montón de explicaciones razonables por las que el avión y el helicóptero podían regresar tan pronto a la isla, pero hasta que no le dijeran lo contrario, no podía dejar de suponer lo peor.

Al viajar a tanta velocidad, el Jeep llegó a la pista de aterrizaje antes que el avión. El helicóptero acababa de tocar tierra cuando Michael apretó los frenos.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó cuando la gente empezó a salir de la parte trasera del helicóptero.

No reconoció a la primera mujer que apareció. Ésta miró alrededor de la pista, desorientada y asustada. El ruido del motor y de las palas del rotor hacía difícil que pudiera oír lo que estaba pasando. Sabía que alguien le estaba gritando, pero no podía ver quién ni dónde estaba.

—¿Qué ha pasado? —repitió Michael a gritos, agarrándola y dándole la vuelta. Miró desesperado su cara pálida y desconcertada.

—La valla cayó —jadeó la mujer. Su respiración era difícil y asmática. Michael aflojó la presa, dándose cuenta de que la estaba asustando—. La valla cayó y entraron —repitió—. Cientos.

Michael se volvió y miró a Richard, que caminaba hacia él.

—Debió de ser el ruido que hicimos cuando aterrizamos —explicó—. Las malditas cosas se volvieron locas y consiguieron tumbar parte de la valla. Se ha estado cociendo durante semanas. Todo el ruido que hicimos hoy les hizo dar el paso.

—¿Habéis conseguido traer a todo el mundo? —preguntó Donna.

Michael cerró los ojos y dejó caer la cabeza, casi demasiado asustado para escuchar la respuesta. Sabía que no había espacio suficiente en el avión para todo el mundo.

—Tuvimos que dejar atrás a algunos —admitió Richard en voz baja—. No había suficiente sitio. No hubiéramos podido despegar si hubiéramos subido a alguien más.

—Siempre dijimos que sería necesario otro vuelo después de éste —comentó Jackie Soames al borde de las lágrimas, rodeando el helicóptero y uniéndose a los demás.

—Intentaré volver mañana —continuó Richard—. Dios sabe cómo voy a aterrizar con miles de esas criaturas moviéndose por todos lados, pero…

Su voz quedó ahogada por el ruido ensordecedor del avión que estaba aterrizando detrás de él. Los nervios ya de por sí frágiles de Keele habían quedado destrozados por los acontecimientos de las últimas dos horas, y ahora estaba intentando mantener el control. Su descenso era demasiado pronunciado y demasiado rápido. El avión golpeó el suelo y rebotó fuera de la pista antes de caer de nuevo, deteniéndose finalmente en un ángulo extraño sobre la hierba a casi veinte metros más allá del final de la pista de asfalto. Tras una breve pausa se abrió la escotilla. Keele medio saltó y medio cayó y se fue tambaleando, mientras sus pasajeros salían detrás de él.

—Ha sido una jodida pesadilla —gritó Jack Baxter a las rachas de viento mientras corría por la pista hacia Michael y los demás—. Dios santo, no hemos tenido la más mínima posibilidad. Estaban encima de nosotros antes de que nos diéramos cuenta de lo que había ocurrido.

Michael no estaba escuchando. Apartó a Jack para acercarse al avión, abriéndose paso a través de la corriente de personas asustadas que venían en dirección contraria. Otras aún seguían bajando a la pista (Jean Taylor, Stephen Carter y otros), pero no había ni rastro de Emma. Se detuvo a menos de un metro de la escotilla, miró y esperó. Más gente (Sheri Newton, Jo Francis), y después se detuvo el flujo de supervivientes. Avanzó un poco más y se inclinó hacia el interior, desesperado por verla. Tenía que estar allí. Pero el avión estaba vacío. Presa ahora del pánico, se dio la vuelta y corrió de regreso hacia la zona donde se habían reunido los asustados supervivientes sobre la pista de aterrizaje. Quizá no la había visto. La debería haber visto. Debía haber pasado justo a su lado.

Donna se dio cuenta de que Michael se acercaba y tiró del brazo de Richard Lawrence para llamar su atención.

—¿Dónde demonios está? —exigió Michael—. ¿Dónde está Emma?

—Lo siento, colega —se disculpó Richard, tragando con fuerza—, sigue en el aeródromo. No podíamos traer a todo el mundo sin…

—Vuelve esta noche.

—No puedo. No lo entiendes, Michael, todo el lugar está lleno.

—Iré contigo —insistió Michael angustiado, sin escuchar lo que le estaba diciendo Richard—. Nos vamos ahora mismo.

—No, Michael —intervino Donna, en un intento por contenerlo.

Él la apartó.

—No puedes ir. Tienes que quedarte aquí.

—Voy contigo —le dijo de nuevo a Richard, haciendo caso omiso de las palabras de Donna. Se quedó mirando fijamente al piloto con ojos desesperados.

—Escucha, compañero, ella tiene razón —replicó Richard—. No hay sitio. Allí quedan al menos quince personas. Si consigo llegar a ellas, necesitaré todo el espacio disponible para traerlas de vuelta, eso si me puedo acercar…

—¿Cuándo irás?

—Mira, necesito un poco de tiempo, ¿de acuerdo? Antes de hacer nada tengo que pensar cómo voy a…

—Tienes que volver. No los puedes dejar allí.

—No sé qué más puedo hacer. Van a ser un mínimo de tres o cuatro viajes.

—Entonces haz tres o cuatro viajes.

—Venga ya, Mike —intervino Donna con suavidad, agarrándolo por el brazo e intentando llevárselo—. No…

Él no se desplazó ni un milímetro, negándose a moverse.

—Michael —prosiguió Richard, mirándole a la cara—. No voy a ir a ningún sitio hasta mañana, si es que vuelvo. Es demasiado peligroso.

Michael no estaba escuchando. Se quedó mirando al piloto durante unos segundos más antes de darse la vuelta y perderse en la oscuridad. Donna contempló cómo desaparecía en la noche, sabiendo que no tenía sentido seguirle. No había nada que pudiera hacer para ayudarle.