A media tarde, la isla de Cormansey estaba de nuevo envuelta en una espesa niebla. Abriéndose camino de edificio a edificio a través de las calles oscuras de Danvers Lye, los nueve supervivientes hicieron bastantes progresos con su matanza improvisada. El grupo se había dividido de forma natural en tres facciones de tres; dos de los tríos se concentraron en vaciar los edificios, mientras que el tercero, con Brigid al mando, les seguía de cerca y retiraba los cuerpos, recogiéndolos de donde los habían tirado sin ceremonias en la calle y trasladándolos en la camioneta hasta el rugiente fuego que seguía ardiendo a la entrada del pueblo.
Michael, Harry y Peter Guest habían llegado a uno de los edificios más grandes y modernos, después de recorrer las tres cuartas partes de una calle por lo demás pintoresca y convencional. Una combinación poco habitual pero práctica de tienda de pueblo, oficina de correos, tienda de regalos, ferretería y supermercado, aquel establecimiento debía de haber sido casi con toda seguridad uno de los puntos de reunión de la pequeña comunidad de la isla antes de quedar destruida. Y en aquella primera mañana hacía unas ocho semanas, estaba claro que había sido un lugar muy concurrido. Michael se detuvo y se inclinó hacia el cristal sucio, haciendo visera sobre sus ojos para mirar dentro del edificio. Podía ver numerosos cadáveres que seguían tendidos en el suelo y otros moviéndose en la cercanía.
—¿Algún problema? —preguntó Peter, intentando mirar por encima del hombro sin acercarse demasiado.
—Ahí dentro hay unos pocos —contestó Michael, con el rostro apretado contra el escaparate—. Puedo ver cómo se mueven por la parte de atrás.
Harry intentó abrir la puerta. La empujó ligeramente, pero se cerró de golpe. La estrecha abertura permitió que el hedor fermentado del interior del edificio se filtrara al exterior como una nube tóxica. Apartó la cabeza asqueado cuando el olor dulzón, enfermizo y apabullante de los muertos le llenó la nariz.
—Maldita sea —se quejó, contorsionando la cara.
—Bueno, ¿qué esperabas? —preguntó Michael—. Por Dios, esa puerta no se ha abierto en dos meses. Esto está lleno de cadáveres.
—Está empezando a oscurecer —comentó Peter ansioso, constatando lo que resultaba obvio—. Tenemos que seguir adelante.
Michael no quería que le metieran prisa. Estaba intentando ver lo que estaba ocurriendo dentro de la tienda. El lugar era bastante grande y quería tener una idea general de su disposición antes de arriesgarse a entrar.
—Pete —dijo, mirando por encima del hombro—, ¿me harías un favor? Trae aquí uno de los coches de ahí.
Contento de que le hubieran encargado algo relativamente fácil y seguro, Peter corrió de vuelta al lugar donde habían dejado los coches. Las llaves seguían en el contacto de un cinco puertas plateado, antiguo pero bien conservado. Subió y arrancó el motor, antes de moverse lentamente a través de la niebla y la lluvia hasta llegar de regreso al edificio donde lo estaban esperando Michael y Harry. Siguiendo las instrucciones de Michael, en unos pocos movimientos torpes consiguió girar el coche casi noventa grados, dejando que los faros alumbraran con toda su potencia la tienda. Michael aplastó de nuevo la cara contra el cristal. A causa de la suciedad y el polvo, la mayor parte de la luz quedaba reflejada, pero mejoró un poco la visibilidad.
—¿Mejor? —preguntó Harry, que también intentaba ver algo en el interior.
—Un poco —respondió Michael—. Puedo ver al menos seis cuerpos en movimiento, pero creo que hay más. No puedo asegurar cuántos.
—¿Dónde?
—En la parte de atrás. Esas malditas cosas se ocultan de nuevo.
Mientras hablaba, un cadáver rompió filas y se precipitó contra el vidrio, golpeando los puños contra el escaparate. Sorprendido, Michael se tambaleó hacia atrás y contuvo la respiración, el corazón latiéndole con furia. El sonido que estaba produciendo la criatura era curioso e inesperado. La mano golpeaba el vidrio como una fruta podrida, dejando a su paso un residuo grasiento. La carne de la otra mano se había deteriorado hasta desaparecer, siendo el hueso desnudo lo que golpeaba el escaparate.
—Vamos allá —murmuró Harry, mientras contemplaba a la criatura lastimosa empuñando la espada de nuevo—. Hagámoslo de una vez.
Abrió la puerta de un empujón y entraron los tres. Estaban justo en la entrada de la tienda, iluminados desde atrás por los faros del coche. El cadáver junto a la ventana inició de inmediato su avance hacia ellos, tropezando con la basura que había en el suelo. Agarrando su cabeza putrefacta con una mano enguantada, Michael la estampó contra la pared más cercana, consiguiendo meterla con torpeza entre un alto dispensador de bebidas y una estantería de metal llena de revistas. Metió en su sien izquierda la punta de una palanca ensangrentada que había estado llevando durante toda la tarde y la sacó con rapidez, contemplando cómo el cadáver se deslizaba hasta el suelo.
—Mira esto —susurró Peter nervioso, señalando delante de él.
En el otro extremo del edificio se apreciaba una gran cantidad de movimientos constantes y tambaleantes. Bajo la media luz era imposible asegurar a cuántos cuerpos se enfrentaban.
—¿Qué opinas? —preguntó Harry—. Vamos a por ellos o…
El movimiento de los cadáveres hizo que su pregunta fuera innecesaria antes de que la pudiera terminar. Uno de ellos empezó a avanzar hacia él y después, espoleados por la acción del primero, le siguieron los demás. Los cadáveres se empezaron a tambalear hacia ellos en masa, moviéndose casi como una manada, llenando el edificio con el repentino ruido provocado por su torpeza al colisionar con el mobiliario, con los expositores y entre ellos mientras se acercaban a los tres hombres.
—¡Desplegaos! —gritó Michael, preocupado porque le pudiera alcanzar la espada de Harry en la pelea que se iba a desarrollar inevitablemente—. ¡Desplegaos y golpead a esas malditas cosas hasta que no quedemos más que nosotros en pie!
Levantó de nuevo la palanca y corrió hacia el interior del edificio hasta alcanzar al primer cadáver que iba a su encuentro. Con un movimiento rápido alzó la palanca y la precipitó contra la cabeza de la criatura, atravesándole la barbilla y hundiéndola profundamente en su cerebro putrefacto.
A la derecha de Michael, Harry se abría camino a través de la multitud con su ferocidad y estilo habituales. Sin embargo, por detrás y a su izquierda, Peter estaba flaqueando. Hasta el momento había evitado todo enfrentamiento directo con los cadáveres, pero ahora no tenía escapatoria. Llevaba consigo un bate de críquet y ahora lamentaba su elección tonta e inapropiada de aquella arma.
—¿Qué hago? —chilló mientras el primer cadáver se precipitaba contra él con las garras preparadas.
Realmente no esperaba una respuesta, pero en medio del caos, en un lugar tan cerrado, obtuvo dos.
—¡Golpéale, maldito idiota! —le gritó Harry.
—Y sigue golpeándole hasta que no se mueva —añadió Michael mientras liquidaba otros dos cadáveres—. ¡Hazlo!
Temblando a causa de los nervios, Peter sostuvo instintivamente el bate de críquet como si estuviera en el campo de juego durante un partido un domingo por la tarde. Anticipándose a la poca velocidad del asqueroso cadáver que se tambaleaba hacia él, dio dos pasos en un área imaginaria y movió el bate como si intentase golpear la bola por encima de la cabeza del lanzador y en dirección a la cinta de banda. La madera golpeó la parte inferior de la mandíbula de la criatura, cortando los restos de su columna vertebral y arrancándole prácticamente la cabeza de los hombros. Salió volando hacia atrás, precipitándose contra un congelador lleno de alimentos en mal estado y se quedó quieta.
Más por suerte que por intención, Peter consiguió liquidar otro cadáver. En el tiempo que tardó en hacerlo, Harry había cortado por la mitad a cuatro más y Michael, a otros dos. En total había destruido tres de esas horribles cosas.
Después de sacar a rastras más de veinte cadáveres del apestoso edificio, Michael, Harry y Peter se permitieron un pequeño descanso. Aquel largo día de trabajo había sido hasta el momento física y mentalmente agotador. Sus ojos se adaptaron a la penumbra del interior y, con el coche aún proporcionando cierta iluminación buscaron entre los restos de la tienda, recogiendo cosas de entre los escombros como si fueran compradores un sábado por la tarde en busca de gangas.
Michael se recostó contra una pared y hojeó las páginas descoloridas de una revista del corazón llena de imágenes de hombres y mujeres guapos y perfectamente vestidos. Por tonto que fuera en aquellas circunstancias, durante un segundo fue consciente de su propio aspecto desaliñado y cubierto de sangre.
—Mira esto —murmuró a quien lo pudiera oír—. Pero mira esto.
Harry estaba cerca bebiendo una lata de cerveza y comiendo una barrita de chocolate que sólo había caducado hacía un par de semanas.
—¿Qué? —preguntó con la boca llena de comida.
—Toda esta mierda —contestó Michael, girando un poco la revista para que Harry pudiera ver lo que estaba mirando.
Se trataba de una doble página de fotografías de la boda de una famosa. Reconoció algunas de las caras en las imágenes, pero durante un segundo intentó recordar sus nombres o a qué se dedicaban.
—¿Qué le pasa a esto?
—¿No te parece que es difícil de creer? Cuesta creer que este tipo de cosas tuviera importancia. Dios santo, miles de personas solían comprar esta mierda todas las semanas. Ahora es muy posible que no queden vivas ni mil personas.
Harry pasó por encima de la basura para acercarse a Michael y ver mejor las imágenes.
—Era guapa, ¿no te parece? —comentó en voz baja, señalando el rostro de una actriz de televisión que recordaba—. Me atraía.
—Probablemente, ahora será como todos ésos —medio bromeó Michael, haciendo un gesto hacia la pila de cadáveres que había en medio de la calle y que Brigid y los demás se estaban llevando—. Eh, ¿te acuerdas de esto? —preguntó mientras volvía atrás unas páginas hasta la sección de crítica cinematográfica que acababa de pasar.
—Maldita sea, sí —respondió Harry, mientras sus ojos se movían alrededor de una serie de fotografías de una película largo tiempo olvidada—. Nunca llegué a verla.
—No era tan buena —le informó Michael—. La vi una semana antes de que todo se fuera al diablo. En cualquier caso, es posible que aún la puedas ver. Si podemos conseguir que funcione el suministro de electricidad, podremos hacernos con un proyector en el continente y proyectar tantas películas como podamos conseguir. Pintaremos de blanco el lado de uno de los edificios y nos servirá de pantalla. Será como un autocine, pero sin coches. Haremos…
—No, no lo haremos —suspiró Harry, negando con la cabeza—. Una buena idea, colega, pero eso no va a ocurrir nunca. Tendremos suerte si conseguimos arreglar algo para poder ver vídeos o DVD si realmente queremos hacerlo. —Agarró otra revista del expositor y empezó a pasar las páginas. Se limpió una lágrima inesperada del rabillo del ojo—. Dios santo —exclamó en voz baja—, había olvidado todo esto. No había pensado en todo esto hasta ahora.
Michael siguió hojeando su revista mientras pensaba en las palabras de Harry. Comprendía muy bien lo que estaba diciendo. Se había pasado los dos últimos meses huyendo a una velocidad endiablada, o quieto y escondido en un silencio aterrorizado. Ésa era la primera vez que podía moverse con libertad. Ésa era la primera vez que cualquiera de ellos se había podido permitir el lujo de pararse a pensar y recordar sin tener que mirar constantemente por encima del hombro por miedo a un ataque por parte de las aparentemente interminables hordas de cadáveres que les perseguían.
Mirar hacia atrás era doloroso. Dolía más de lo que podía esperar cualquiera de ellos, pero ahora que de repente tenían la oportunidad de recordar, los tres descubrieron que no podían parar. Revisaron el contenido mohoso de la tienda con una mezcla de sentimientos, desde una cálida nostalgia a una tristeza y una pena abrumadoras y descorazonadoras. Durante semanas, la velocidad y la magnitud de los acontecimientos que se desarrollaban a su alrededor habían evitado que se ocuparan de los recuerdos de lo que habían perdido. Desde que llegaron a la isla, el miedo se había reducido y el ritmo y la premura de la vida se había calmado. Finalmente tenían la oportunidad de dejarse llevar por la pena.
Al otro lado de la sala, Peter estaba sentado en un mostrador, llorando. No estaba sollozando y resollando en voz baja para sí mismo, sino llorando a lágrima viva de pena, casi chillando a causa de la súbita liberación de emociones que antes habían estado retenidas y ocultas. Tony Hyde pasaba en ese momento por delante de la tienda. El ruido que estaba haciendo Peter era tan fuerte que hizo que se detuviese y se acercase al edificio. Preocupado, se inclinó hacia el interior.
—¿Todo el mundo está bien?
Harry asintió. Michael se acercó a Peter.
—¿Estás bien, Pete? —preguntó inútilmente.
Peter levantó la mirada con las lágrimas cayéndole por la cara. Michael vio que en las manos sostenía un juguete pequeño. No podía ver bien qué era. ¿Quizás un coche? ¿Algún tipo de peonza o de nave espacial? Fuera lo que fuese, lo estaba mirando como si fuera de repente la cosa más importante en el mundo. No quería soltarlo. No quería que se le escapase.
Hasta casi una hora más tarde, Peter no estuvo lo suficientemente recuperado como para hablar de nuevo con los demás. Incluso entonces, mientras estaba sentado al lado de Michael sobre el capó de la camioneta y contemplaba la masa de cuerpos que ardían a poca distancia, algunas lágrimas le seguían cayendo por las mejillas.
—¿No te parece que es como si agitases una botella de cerveza? —comentó de repente.
—¿El qué? —preguntó Michael confuso.
—Los sentimientos de hoy —explicó—. Sé que te sientes igual que yo, lo puedo ver en tu cara. Lo puedo ver en la cara de todos.
—Sigo sin saber de qué estás hablando.
—He pasado tanto. Hay cosas en las que no puedo pensar porque duelen demasiado. Cosas que son demasiado dolorosas. Quería asumirlas, pero hasta ahora no había sido capaz de hacerlo.
—¿Y eso qué tiene que ver con una botella de cerveza?
—Me siento como si todo lo que tengo dentro se hubiera ido agitando, pero mi tapón estuviera fuertemente cerrado. Hasta que no quitas el tapón, no puede salir nada. Estar hoy aquí ha sido como un alivio. No me lo esperaba.
—¿Cómo te sientes ahora?
—Medio vacío y abatido. —Peter sonrió con tristeza.
Michael asintió pensativo mientras valoraba su analogía poco habitual pero precisa. Lo comprendía muy bien.
—¿Qué pasaba antes con el juguete? —preguntó.
Por el cambio súbito en el lenguaje corporal de Peter dedujo que sus nervios seguían a flor de piel. Peter sacó el juguete del bolsillo y lo miró de nuevo.
—Durante la primera mañana —explicó con la voz quebrada por la emoción—, se suponía que debía ir a ver a mi hijo, Joe, a la escuela. Era la primera reunión del curso… —Dejó de hablar cuando el dolor amenazó con apabullarlo de nuevo. Aunque había pensado constantemente en Joe, no había hablado sobre su hijo ni una sola vez en más de ocho semanas.
—¿Qué ocurrió? —le presionó Michael, aunque creía que ya lo sabía.
—No estaba cerca de la escuela cuando pasó. Estaba de camino al trabajo. Había una reunión que no podía saltarme, y si no hubiera asistido, podría haber…
—¿Qué podría haber ocurrido?
—La habría jodido por completo.
—¿Era tan importante?
—Obviamente no, pero en aquel momento pensé que lo era. Llevábamos trabajando semanas para cerrar un gran trato. Mi comisión y una promoción casi segura dependían de los papeles que se iban a firmar en esa reunión. Habría perdido muchísimo dinero si aquella operación no se hubiera cerrado correctamente.
—Pero mirando ahora al pasado, ¿tenía alguna importancia? ¿Para qué te serviría ahora tu comisión?
Peter se removió con torpeza. Conocía las respuestas a las preguntas de Michael, pero aún no resultaba fácil admitirlas.
—Ahora sé que nada de eso importaba en realidad. El trabajo, el dinero, el coche, la casa… nada de todo eso. Debería haber mandado todo al diablo meses antes, pero creía que estaba haciendo lo correcto. Lo más triste de todo es que, probablemente, lo habría vuelto a hacer. Mis prioridades estaban completamente equivocadas. Debería haber estado allí cuando ocurrió. Debería haber estado allí con mi esposa y con mi hijo cuando…
—Todos nos arrepentimos de algo —intervino Michael—. Te apuesto algo a que todos los que estamos aquí te podríamos explicar al menos un centenar de cosas que nos gustaría haber hecho de forma diferente. Creo que nunca lo superaremos. Sólo espero que estos sentimientos se vayan aliviando para poder vivir con ellos, eso es todo.
—Sabes, quería a Joe. Ese niño lo era todo para mí. Lo único que deseo es habérselo dicho.
—Sólo lo habrías avergonzado. —Michael sonrió—. No lo habría comprendido.
—Oh, lo sé. Sólo desearía haber pasado más tiempo con él —se corrigió Peter—. Sólo desearía haber estado allí con él cuando ocurrió.
Los dos hombres volvieron a fijar la mirada en el fuego, y durante un rato los crujidos y estallidos de las llamas fueron lo único que se podía oír.
—Pero ¿qué pasa con el juguete? —volvió a la carga Michael, recordando que no había contestado realmente a la pregunta.
—Ah, eso —respondió Peter—. En realidad es una tontería. Jenny y yo fuimos a comprar con Joe el domingo por la tarde antes de que ocurriese. Estuvimos durante horas paseando por la ciudad y Joe se estaban cansando y poniendo pesado como suelen hacer los niños. Le dije que si se comportaba y que si todo iba bien en la oficina en los días siguientes, le compraría un regalo la próxima vez que saliésemos, lo que él quisiera. Le pregunté qué le gustaría, esperando que nombrara la cosa más grande y más cara que pudiera imaginar. En cambio, nos arrastró a su madre y a mí a una tienda y nos mostró un juguete como el que he encontrado hoy. No era gran cosa y no era caro, pero todos sus amigos tenían uno y yo se lo iba a comprar. Eso era todo lo que quería. Dios santo, Mike, me gustaría verlo de nuevo. Sólo una vez más.