El hecho de encontrarse tendido en una cama cómoda y cálida por primera vez desde hacía semanas no ayudaba a que Michael durmiera. En cambio, Danny Talbot roncaba en su estrecha litera al otro lado del pequeño dormitorio cuadrado. Era casi medianoche. A Michael le latía la cabeza y deseaba encontrar una forma de apagar y desconectar durante un rato, pero resultaba imposible. Si no lo distraía el ruido que producían los demás hablando en el piso de abajo, pensaba en la isla y en la forma en que finalmente había conseguido llegar. Cuando dejó de pensar en la isla, se descubrió reflexionando sobre el cambio de comportamiento de los cadáveres, y cuando dejó de pensar en eso, empezó a acordarse de Emma. En cuanto comenzó, no pudo dejar de pensar en ella. Sentía inmensa la distancia entre ellos, casi inconmensurable en aquellas circunstancias, y le dolía. Sabía que ella era más que capaz de cuidarse por sí misma —Dios santo, hacía poco lo había cuidado a él—, pero eso no lo hacía más fácil. Se sentía responsable de ella. Más que eso, sabía que la quería, aunque aún no se había atrevido a decírselo, y tenía la confianza razonable de que ella también lo amaba, tanto como cualquiera podía amar a otra persona en aquel mundo jodido y emocionalmente inane. La distancia entre ellos hacía que se diera cuenta de toda la profundidad y la fuerza de los sentimientos que albergaba hacia Emma y que, en su mayor parte, había contenido.
No tenía sentido seguir tendido en la cama. Estaba claro que no iba a ser capaz de dormir. Como seguía completamente vestido, se levantó y bajó la estrecha escalera hacia la cocina, donde seguían sentados Brigid, Peter, Jim y Gayle.
—¿Estás bien? —preguntó Brigid.
—Estoy bien, pero no podía dormir.
—¿Café?
Asintió. El agua ya estaba hirviendo sobre un fogón portátil a gas, llenando la habitación de vapor y calor.
—¿Dónde están los demás? —preguntó, mirando a su alrededor e intentando no bostezar.
—Danny, Tony y Richard están arriba; Harry y Bruce están fuera.
—¿Fuera? ¿Qué demonios están haciendo ahí fuera?
—Están de guardia.
—¿Por qué? ¿Ha ocurrido algo?
—No, no queremos correr riesgos, eso es todo.
—Maldita sea, simplemente salir al exterior habría sido correr un riesgo en el sitio del que vengo.
—Aquí es diferente, ya te acostumbrarás.
Michael se acercó a la ventana y miró hacia fuera. Podía distinguir movimientos a unos pocos metros. Eran demasiado rápidos y coordinados para que no fuera uno de los dos.
—Aquí tienes —dijo Brigid, entregándole una taza de café.
—Gracias —contestó, devolviendo su atención a la ventana.
Ahora podía ver con claridad a uno de los hombres que estaban en el exterior. No sabía cuál de los dos era, pero se aproximaba a la casa. La puerta se abrió con un crujido y Harry Stayt se inclinó hacia el interior.
—¿Todo bien, Harry? —preguntó Gayle.
—Maldito frío —se quejó.
—¿Ocurre algo ahí fuera?
—Vi un par de cadáveres hará una media hora, eso es todo.
—¿Os han dado problemas? —preguntó Michael—. Quiero decir si fueron a por vosotros o eran como los de antes.
—Fueron a por nosotros.
—No lo entiendo. ¿Por qué algunos siguen reaccionando así, mientras que otros no lo hacen? —preguntó Jim. Aunque era un hombre joven, aquella noche parecía mucho mayor.
—Quién sabe —contestó Michael—. Mi hipótesis es que depende de las condiciones del cerebro y del cuerpo. Algunos están más descompuestos que otros. En consecuencia, algunos deben de estar en un estado mental peor que otros.
—Maldita sea, todos deben de estar en un estado mental lamentable, ¿no te parece? ¡Están muertos! —Harry sonrió—. Mirad, siento aguar la fiesta, pero he visto el vaho en las ventanas y he supuesto que habéis calentado agua. ¿Puedo beber algo?
Brigid se puso en pie y sirvió unas cucharadas de café en otras dos tazas. Vertió el agua hirviendo, removió la bebida y se las ofreció a Harry, que las sujetó con una mano. Llevaba una cuchilla de ciertas dimensiones en la otra mano. Harry se dio cuenta de que Michael la estaba mirando.
—Resulta condenadamente útil —explicó mientras levantaba el arma para que le diera la luz mortecina. Era una espada larga y muy ornamentada. Los otros supervivientes contemplaron con ojos precavidos cómo la alzaba—. La requisé en un museo hace unas semanas. Es lo mejor que he encontrado para deshacerme de los cadáveres.
—Baja ese maldito trasto —exigió Brigid, regañándole como si fuera su madre—. Eres como un maldito niño con un juguete nuevo. Me solía pasar la mitad del tiempo encerrando a idiotas que llevaban cosas como ésa.
Michael miró sorprendido, por lo que Harry le puso en antecedentes.
—Brigid era poli —explicó mientras se daba la vuelta y volvía a salir—. ¡Y aún cree que está de servicio!
—¿Te importa si salgo contigo? —preguntó Michael, sorprendiendo a Harry.
—Puedes, si quieres. Si prefieres pasar tu primera noche aquí fuera en la oscuridad con Bruce y conmigo en vez de meterte en una cama caliente, entonces sé mi invitado.
—De todas formas no puedo dormir —gruñó Michael mientras cerraba la cremallera de la cazadora y seguía a Harry hacia la oscuridad del exterior.
—No sé por qué se ponen tan nerviosos con la espada —comentó Harry mientras se alejaban de la casa—. No sé tú, pero yo prefiero llevar un arma como ésta en lugar de una pistola.
—Nunca me han gustado las pistolas —convino Michael—. Son demasiado ruidosas y tienes que disparar condenadamente bien para liquidar a los cadáveres. Si no aciertas en la cabeza, siguen avanzando hacia ti.
—Tienes toda la razón, y cuando finalmente has conseguido deshacerte de uno, tienes a un par de cientos yéndole a la zaga para ver qué era ese ruido.
—Sigue con tu espada, colega.
—Bruce —gritó Harry hacia la oscuridad—. Eh, Bruce, ¿dónde estás?
—Por aquí —contestó una voz procedente de una pequeña elevación que dominaba la pira que Michael había visto antes.
Los restos del fuego seguían ardiendo en brasas y podía ver en la oscuridad un leve resplandor naranja.
—Nos acercamos dos —respondió Harry a gritos. Volvió a bajar el tono para susurrarle a Michael—: No quiero que piense que eres uno de ellos e intente liquidarte.
Michael consiguió esbozar una media sonrisa.
—Gracias.
Encontraron a Bruce agachado sobre los rescoldos del fuego, calentándose las manos. A última hora de la tarde habían alimentado las llamas con madera y basura, pero los restos del combustible original de la hoguera seguían siendo claramente visibles. Michael descubrió que era un poco inquietante ver tantos huesos carbonizados. Parecía una fosa común como las que había visto en los libros de historia.
—¿Cómo estás, Mike? —preguntó Bruce con alegría mientras se acercaban.
—Estoy bien —respondió—. Pero estoy harto de estar sentado mirando las paredes.
—Sé lo que quieres decir. Supongo que últimamente todos lo hemos practicado tanto que hemos tenido suficiente para el resto de nuestras vidas.
—Por eso nos presentamos voluntarios para salir aquí fuera —explicó Harry—. Yo no seré capaz de relajarme hasta que sepa que nos hemos deshecho de todos los cuerpos que hay aquí y que el resto de nuestra gente está de camino desde el continente. Me gustaría que ocurriera ahora mismo.
—¿Cómo estaban todos cuando los viste? —preguntó Bruce—. ¿Jackie sigue manteniéndolos a raya?
—Parecía que sí.
—Calculo que en una semana más o menos, todos deberían estar aquí —comentó Harry, bostezando.
—¿Por qué tendrían que tardar tanto? —preguntó Michael—. Estoy de acuerdo con vosotros, me gustaría sentarme a tomar café después de que nos hubiéramos deshecho de los cuerpos.
—Tenemos que limpiar el pueblo —afirmó Bruce.
—Entonces deberíamos empezar mañana mismo. Ahora ya somos suficientes.
Bruce sonaba ahora menos confiado.
—No estoy seguro. Quizá deberíamos…
—Seamos sinceros —le interrumpió Michael—. Todos ponemos excusas instintivamente e intentamos aplazar las cosas. Cuanto antes lo hagamos, antes podremos seguir con nuestras vidas.
—Lo sé, pero limpiar el pueblo va a ser una tarea muy ardua y nos tendremos que librar de muchos. Tenemos que estar seguros de que lo hacemos bien desde el principio.
—Estoy de acuerdo, por eso asegurémonos que lo planeamos bien. Deberíamos entrar con rapidez y golpear, y después largarnos. Después de eso nos reagruparemos y volveremos a entrar y haremos de nuevo lo mismo. Y una y otra vez hasta que hayamos terminado la misión.
—¿Por qué estás de repente tan ansioso? —preguntó Harry.
—En parte porque quiero acabar con el trabajo, pero también por lo que he oído hoy —respondió Michael, dando patadas a las cenizas que se encontraban en el suelo al lado de su pie y provocando que se elevasen chispas en el aire—. He visto cómo esas cosas van cambiando constantemente, casi de día en día. Sé que llegará un momento en que se habrán descompuesto hasta quedar en nada y no se interpondrán en nuestro camino, pero todo lo que he visto y oído me hace pensar que todo puede ser mucho más difícil en vez de ser mucho más fácil. Los muertos están empezando a mirarnos y a prestar atención a lo que hacemos.
—¿Adónde quieres llegar exactamente?
—Creo que si no nos movemos ahora, entonces es posible que los cadáveres nos cacen a nosotros y no al revés.