Kelly había tenido bastante. Llevaba casi un día en el aeródromo y no lo podía soportar más. Había escuchado todo lo que habían dicho los demás y había intentado comprender y ver las cosas desde la perspectiva que le planteaban, pero era imposible. Sabía que no tenía sentido aguantar y que por mucho que prometieran que iban a intentar hacer por ella y por Kilgore, nunca se iba a hacer realidad. Los demás ya iban a tener suficientes problemas para tratar de cuidar de sí mismos.
Lo que más dolía era la espera.
Kelly había pasado antes por una buena colección de momentos difíciles. Se había pasado la primera mitad del entrenamiento básico llorando como un maldito bebé y se había quedado paralizada en el campo de batalla mirando de cara el cañón de un arma enemiga. Había sabido afrontar todo eso y asumirlo bastante bien. Por muy duro que fuera, lo había superado, sin importar lo mal que fueran las cosas.
La diferencia con ahora, decidió, era que todo estaba fuera de control. Sabía que no podía luchar o negociar una salida a esa situación. El final era de prever y lo único que estaba haciendo era posponerlo. Ni siquiera podía cerrar los ojos sin rememorar los recuerdos de todo lo que había ocurrido y recordar todo lo que había perdido.
Las cosas habían cambiado desde su llegada al aeródromo. Se sentía como si hubiera llegado al final del camino. Vio como el helicóptero partía esa misma tarde y se dio cuenta de que ahora los acontecimientos se desarrollaban sin ella. Era una extraña, ni viva ni muerta. No podía seguir así.
A corta distancia de la alambrada que delimitaba el perímetro, miró a la cara a los muertos, que le devolvieron la mirada. Cuanto más tiempo permanecía allí, más violentos y excitados se ponían. Estiraban las manos para agarrarla, metiendo los dedos huesudos a través de la alambrada para acercarse más, arañaban y destrozaban a los demás cadáveres que se interponían en su camino… pero a Kelly no le importaba. Se quitó la máscara, y durante unos instantes el alivio fue sobrecogedor.
Un aire frío y fresco le inundó los pulmones, haciendo que se sintiera más fuerte y humana de lo que se había sentido durante semanas. Podía oler de nuevo la hierba y el aire otoñal tenía un sabor mil veces mejor de lo que recordaba. Los segundos pasaban y le empezó a parecer que había ocurrido lo imposible. ¿Era inmune? Por alguna casualidad increíble, ¿compartía las mismas características físicas que permitían sobrevivir a la gente en el edificio a sus espaldas? No se atrevió a creerlo al principio. ¿Cuál era la probabilidad en contra de que lograra sobrevivir así? Durante un instante delirante, su mente se llenó de visiones de su llegada a la isla y de vivir de nuevo…
Y entonces empezó.
Saliendo de la nada, el dolor se apoderó de ella como una mano que le apretase el cuello. Dentro de su garganta, los tejidos se empezaron a hinchar. Siguió de pie todo el tiempo que pudo hasta que, con los ojos saliéndosele de las órbitas, cayó de espaldas sobre la hierba y se quedó mirando fijamente el pesado cielo gris, sin ver nada.
Treinta segundos más tarde había acabado todo.