24

—¿Te encuentras bien? —preguntó Jack Baxter.

Kelly Harcourt levantó la mirada y asintió. Estaba derrumbado en un asiento situado en las sombras del rincón más alejado y tranquilo de la sala, en lo alto de la torre de control. Kilgore estaba dormido, hecho un ovillo en el suelo a sus pies, como un perro fiel. A diferencia de él, Kelly no podía desconectar. La cabeza le daba vueltas, llena de pensamientos oscuros y con frecuencia dolorosos. El combate duro y sangriento delante del búnker y el viaje posterior que los había traído a aquel lugar había sido una experiencia larga y difícil. Pero ahora, sentada allí en medio del silencio y la calma, no había nada más en que pensar que la lúgubre inevitabilidad de su futuro inmediato.

—No, no estoy bien —le contestó a Jack, con lo que él pensó que era una honestidad admirable—. ¿Y tú?

—Estoy bien —contestó, acercando una silla y sentándose a su lado.

Jack contempló a la soldado que miraba impasible al frente, por la ventana, hacia la oscuridad. Por primera vez desde que abandonaron la base, Jack pensó que parecía rara y fuera de lugar con su pesado traje de protección. En el caos del último día y medio se había acostumbrado a ver soldados, armas y helicópteros, pero de repente parecía que Kelly Harcourt y Kilgore no encajaban en el entorno. Podía ver sus ojos negros y melancólicos detrás del visor. Pobre chica, debía de tener poco más de veinte años. Lo sentía mucho por ella, pero ya estaba empezando a lamentar el haberse sentado a su lado. No había absolutamente nada que él o cualquier otro pudiera hacer para ayudarla, o para amortiguar el golpe de lo que iba a ocurrir casi con toda seguridad en el futuro más cercano. Se había sentado con la intención de iniciar una conversación, pero ahora no sabía qué decir.

Jack estaba a punto de levantarse e irse cuando habló Kelly. Se había dado cuenta de que no quería estar sola.

—A mi padre —empezó, su voz plana y vacía— le habría gustado esto. Le gustaban los aviones. Se estaba volviendo un verdadero abuelo a la antigua usanza. Solía llevar a los hijos de mi hermana al aeropuerto y se pasaban todo el día viendo el despegue y el aterrizaje de los aviones.

—A mí nunca me han llamado la atención —admitió Jack.

—A mí tampoco. Pero a mi padre le encantaban. Lo deberías haber visto en mi jura de bandera. Mamá me explicó que le tuvo que recordar que me tenía que mirar a mí. Se pasó todo el tiempo contemplando la base y admirando el equipamiento en lugar de mirarme.

La conversación se difuminó. Sintiéndose ligeramente más cómodo, Jack habló de nuevo.

—Dime, ¿cómo es que acabaste de uniforme?

—Tenía dos hermanos mayores en el ejército. Como te he dicho, a mi padre siempre le interesó todo lo militar, así que supongo que crecí rodeada de todo eso. No sabía lo que quería hacer cuando dejase la escuela, de manera que de alguna forma me tropecé con esto. Supuse que lo que era bueno para mis hermanos era lo suficientemente bueno para mí.

—¿Contenta de haberlo hecho?

—He tenido algunos momentos buenos. Conocí a buena gente.

—Hablas como si ya hubiera pasado.

Kelly suspiró.

—Venga ya, Jack. Corta el rollo. Sabes que es así.

—Pero ¿no te sentías así cada vez que ibas a luchar? Lo que quiero decir es que —replicó Jack, intentando encontrar las palabras adecuadas— sabías que estabas poniendo tu vida en juego cada vez que cogías tu arma.

—Esto es diferente —explicó Kelly—. Al menos en el campo de batalla tienes una oportunidad. Aquí sólo estoy sentada y esperando que ocurra, y eso es lo que hace que sea tan jodidamente difícil asumirlo. No hay nada que pueda hacer al respecto. Nadie puede hacer nada.

—Lo siento, no debería haber…

—Olvídalo. No es culpa tuya.

Jack se preguntaba si sería mejor para los dos que se pusiera en pie y se fuera en ese mismo instante. O quizá debía quedarse e intentar hablar un poco más y arreglar un poco del daño que ya había hecho. La lástima que sentía por esta mujer joven era asfixiante y humillante. No podía imaginar ni de lejos cómo debía de sentirse Kelly.

—Si pudiera volver atrás —dijo Kelly en voz baja—, nunca me habría alistado. —Su voz, aunque amortiguada por el aparato de respiración, sonaba de repente al borde de las lágrimas y llena de arrepentimiento—. Probablemente habría dejado la escuela y habría conseguido un trabajo normal como hicieron todas mis amigas.

—¿Por qué dices eso?

—Porque si no me hubiera alistado, ahora no estaría aquí sentada hablando contigo y esperando la muerte. Si no me hubiera alistado, probablemente habría muerto el primer día, como debería ser. Habría muerto cerca de mi madre o de mi padre o de mi novio, no aquí sola.

—No estás sola.

—No conozco a nadie, excepto a Cooper y a este idiota —suspiró, moviendo suavemente al soldado en el suelo con la punta de la bota—. Honestamente, Jack, de esa forma habría sido mucho más fácil.

—Pero no lo sabes. Es posible que…

—Por favor, no intentes que me sienta mejor con algún rollo. No tiene sentido.

—Es posible que puedas respirar —continuó Jack—. Aquí estamos al menos cincuenta que lo podemos hacer.

—Y hay millones de personas muertas ahí fuera que no pudieron. Creo que existen muchas posibilidades de que no sea inmune, ¿no crees?

—Pero has llegado hasta aquí, ¿por qué vas a parar y rendirte ahora?

—Porque ahora que me he parado puedo ver que no tiene sentido. Sólo estoy prolongando lo inevitable. Ocurrirá tarde o temprano.

—¿Por qué no puede ser más tarde que temprano?

—No existe nada que valga la pena. De todas formas, tú te habrás ido muy pronto.

—Ven con nosotros.

—¿Para qué? Puede ocurrir aquí como en cualquier otro sitio. Si sois mínimamente sensatos, no os vais a preocupar en llevarnos a Kilgore y a mí a vuestra isla. Ocuparíamos un espacio de carga precioso. Lo podréis utilizar para llevar algo que pueda ser útil.

—Puede que en la isla exista algún sitio que podamos adaptar…

—Cállate, Jack, no funciona. Te agradezco tus palabras, pero sólo te estás cavando un agujero cada vez más hondo. Honestamente, ¿qué vais a hacer? Sólo hay un pueblo en la isla, por el amor de Dios. Ni siquiera sé si hay un hospital. No habrá lugar para mí. ¿Estás pensando en crear una burbuja alrededor de una casa para que podamos vivir en una jodida tienda de oxígeno? Gracias por preocuparte, pero no va a ocurrir.

Al final, Jack se dio cuenta de que realmente había llegado el momento de dejar de hablar. Tenía buenas intenciones, pero ella tenía razón, no estaba siendo de ayuda.

—Entonces, ¿qué vas a hacer? —le preguntó al cabo de un rato.

Silencio.

—Nada —acabó contestando—. Me quedaré aquí sentada dentro de este maldito traje hasta que no pueda soportarlo más. Entonces acabaré con esto.