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La torre de control se había convertido en el punto central del aeródromo. Era el edificio más sólido y seguro. Allí era donde los refugiados comían, hablaban, dormían, planificaban, discutían, lloraban y hacían prácticamente todo lo demás. Los primeros que habían llegado se dirigieron como es lógico hacia ella, porque su relativa altura y su distancia de la alambrada perimetral y de las hordas putrefactas que se encontraban detrás de la misma proporcionaban una seguridad muy agradecida. Sin embargo, con la llegada inesperada de Cooper, Donna, Michael y más de treinta personas más, el espacio quedó reducido de repente. Michael y Emma encontraron una habitación pequeña y oscura al pie de la escalera que se encontraba frente a la entrada principal, donde se sentaron muy juntos, envueltos en sábanas para protegerse del frío intenso. Faltaban aún un par de meses para el invierno, pero la temperatura media parecía que descendía cada día.

Michael tenía algo que le rondaba la cabeza. Llevaba tiempo queriendo hablar de ello con Emma, desde una conversación que había mantenido con Cooper y Jackie Soames, pero ella parecía hoy mucho más relajada de lo que la había visto nunca y le resultó difícil hablar cuando sabía que lo que le iba a decir la iba a alterar inevitablemente.

Después de eludir el tema en lo que le parecía que era la centésima vez, Michael respiró hondo.

—Em… —empezó lentamente, escogiendo las palabras con precaución—, antes he estado hablando con Cooper…

—Lo sé —contestó ella—, te vi. Parecía que estabais conspirando.

—¿Recuerdas la conversación que tuvimos mientras veníamos hacia aquí? —continuó Michael—. ¿Cuando hablamos sobre la isla? Te dije que quería llegar allí lo antes posible para que pudiéramos tener todo lo que necesitábamos.

—Lo recuerdo —contestó Emma, anticipando lo que él estaba a punto de decir.

—Voy a ir en el próximo vuelo —le explicó, esforzándose para que las palabras salieran lo más rápidamente posible.

Emma asintió, pero no dijo nada. En la oscuridad le resultaba difícil valorar su reacción. Al continuar el silencio prolongado e incómodo, Michael se sintió obligado a explicarse.

—Hay un par de buenas razones por las que tengo que ir. La más importante es que realmente quiero ir allí para asegurarme de que esa isla tiene todo lo que necesitamos. La segunda…

—¿Qué ocurrirá si no lo tiene? —le interrumpió Emma—. ¿Qué haremos entonces? ¿Les has preguntado si les importaría traerte de vuelta para empezar a buscar otro sitio?

—La segunda —continuó, haciendo caso omiso de su enojo—, ¿has mirado a la gente que hay por aquí, Em?

—¿Qué pasa con ellos?

—Sube la escalera y echa un vistazo. La mayoría de las personas que hay aquí están vacías. Hay más vida en la mitad de los cadáveres de ahí afuera que en algunos de los que están arriba. No es culpa suya, pero no pueden asumir lo que ha pasado.

—¿Qué estás intentando decir?

—Jackie Soames me ha dicho que ya han enviado a algunos de los más fuertes, pero necesitan más. Tienen planeado limpiar el pueblo en los próximos días y necesitan toda la mano de obra que puedan conseguir.

—Eso lo sé, pero ¿por qué tú? ¿Por qué no envían a Cooper o a algunos de los demás?

—Cooper es un capullo muy duro. Será más útil aquí haciendo que todos éstos se muevan en la dirección correcta. Y para ser sincero, quiero hacerlo, Emma. Quiero ir.

—¿Cuándo crees que te irás? —preguntó Emma, sin saber realmente si quería escuchar su respuesta.

—Están planeando el próximo vuelo para mañana. Probablemente a primera hora de la tarde.

Emma no dijo nada, y su silencio preocupó a Michael. Sabía que estaba haciendo lo correcto —demonios, estaba seguro que ambos lo sabían—, pero eso no lo hacía más fácil.

—Todo irá bien —comentó, su voz suave y baja—. Este lugar parece seguro y…

—Dices lo mismo cada vez que encontramos algún sitio para refugiarnos y al cabo de unos pocos días tenemos que salir de nuevo huyendo —le cortó Emma—. Tú y tu maldita teoría del caos.

—Este sitio parece seguro —repitió Michael—, pero ambos sabemos que es probable que no resista. Los cadáveres seguirán llegando…

—¿Por eso quieres irte ahora antes de que lo invadan?

—Venga ya, eso no es justo. Quiero ir a la isla para asegurarme de que todo avanza, eso es todo. El lugar podrá estar limpio de cadáveres en un par de días. La semana que viene podemos estar todos allí al aire libre sin cien mil de esos malditos cadáveres espiando todos nuestros movimientos.

Emma lamentó lo que había dicho. Michael tenía razón, había sido injusto e innecesario.

—Lo siento.

—No pasa nada.

—Lo que ocurre es que no quiero que vayas —prosiguió Emma—. No quiero quedarme aquí sola.

—Pero no te vas a quedar sola. Aquí hay más personas de las que hemos visto desde que empezó todo esto.

—No, eso no es lo que estoy diciendo. Tú y yo llevamos juntos desde que empezó y no quiero que eso cambie. He estado bien mientras he estado contigo. Hemos vivido momentos bastante horribles, pero los hemos superado. Supongo que sólo estoy asustada de que me dejes aquí y las cosas vayan mal. Que te ocurra algo, o que no vuelvas, o…

—Calla… —la calmó—. Vamos, ahora te estás poniendo tonta.

—¿Tú crees?

—Sí. Mira, esto no es nada. Mañana iré allí en el helicóptero, haremos el trabajo y volverás a estar conmigo antes de que te des cuenta.

—Haces que parezca fácil.

—Es fácil.

—¿Lo es? ¿De verdad lo es? Despierta, Mike. Por si no te habías dado cuenta, ya nada es fácil. Encontrar comida no es fácil. Estar caliente, seco y oculto no es fácil. Estar en silencio no es fácil. Conducir por el país corriendo de un lugar a otro no es fácil, de manera que no seas paternalista conmigo diciéndome que subirse a un jodido helicóptero con un hombre al que apenas conocemos y volar Dios sabe cuántos malditos kilómetros para limpiar la población ya muerta de esa isla va a ser fácil.

—Mira —replicó Michael, que empezaba a enojarse por el pesimismo de Emma—, mañana tengo la oportunidad de hacer algo que puede asegurarnos el futuro. Y para ser sincero, creo que lo debo hacer porque no me fío de que ninguno de esos cabrones del piso de arriba sea capaz de hacerlo. Con esto no podemos correr riesgos.

—Todo eso lo sé —replicó Emma, en un tono igualmente emotivo—. Sé por qué vas a ir y sé qué se debe hacer, pero nada de eso hace que sea más fácil asumirlo. Lo único que quiero es que no vayas, eso es todo. Eres todo lo que me queda.