La situación en la furgoneta iba empeorando con rapidez. Habían empezado las recriminaciones y las discusiones provocadas por los nervios. Se habían tomado más decisiones erróneas.
—¡Me dijiste que a la derecha! —le gritó Donna a Jack.
—¡Dije a la izquierda! Díselo, Clare, ¿verdad que dije a la izquierda?
—A mí no me metas en esto —respondió Clare, hundiéndose nerviosa en su asiento, que se encontraba literalmente en medio de la discusión—. En cualquier caso, no importa quién dijo qué, sólo sacadnos de aquí.
Fuera cual fuese o no fuese la instrucción de Jack, el hecho era que ahora estaban totalmente perdidos. La luz había desaparecido casi por completo y cada calle lúgubre y llena de sombras parecía ahora prácticamente igual que la siguiente y que la anterior. Sólo habían necesitado un par de giros erróneos para quedar totalmente desorientados.
—¿No hemos estado aquí antes? —preguntó Clare.
—¿Cómo vamos a haber pasado por aquí antes? —le gritó Donna enfadada—. Por el amor de Dios, llevamos diez minutos yendo en línea recta. No hemos girado hacia ningún lado. ¿Cómo demonios podríamos haber pasado antes por aquí?
—Lo siento, sólo pensé…
—Bueno, pues no. Hemos girado dos veces a la izquierda y una a la derecha, ¿recuerdas? Desde entonces no he hecho nada más que conducir en línea recta. Ahora cállate y deja que me concentre.
—Déjala en paz —intervino Jack enfadado—. Sólo está intentando ayudar.
—Si no fuera por ti y tus malditas indicaciones, no necesitaríamos ayuda.
—Venga ya, Donna, ambos la hemos jodido. Yo me equivoqué y tú te equivocaste y ahora estamos…
—Ahora estamos en un buen lío porque…
—Deberíamos buscar un sitio donde parar y averiguar dónde nos equivocamos —sugirió Kelly Harcourt desde atrás, haciendo todo lo posible para terminar con la inútil discusión—. Lo único que necesitamos es…
—No podemos parar —la interrumpió Donna, tomándola con ella—. ¿No lo entiendes? Este sitio está plagado de cadáveres. No nos podemos arriesgar a no seguir en movimiento.
—¿Eso crees? —preguntó la soldado, su voz tranquila y neutra en comparación con los demás—. Me parece que podemos parar ahora y correr el riesgo o seguir conduciendo en círculos toda la maldita noche hasta que se nos acabe el combustible y tengamos que parar a la fuerza.
Donna no dijo nada.
—Quizá tenga razón —sugirió Jack con cautela, temeroso de la reacción de Donna—. Tendríamos que encontrar algún sitio donde aparcar la furgoneta hasta que estemos seguros de dónde estamos y hacia dónde vamos. No tenemos por qué salir ni nada por el estilo. Incluso si nos encuentran un centenar de cadáveres, si estamos en silencio, desaparecerán al cabo de un rato.
—Maldita sea, Jack —replicó Donna mientras sorteaba los restos del escaparate de una tienda destrozada por el impacto de una ambulancia—. ¡Qué ingenuo eres! Lo único que hace falta es que un par de esas cosas empiece a golpear la furgoneta y al instante tendremos a nuestro alrededor a un centenar. ¿Recuerdas que ya no pierden el interés, se dan la vuelta y desaparecen?
Jack no respondió. Se quedó sentado en silencio, mirando la oscuridad que les rodeaba, sintiéndose asustado, frustrado y ligeramente humillado. Devolvió su atención al mapa e intentó descubrir dónde se encontraban.
—Encuentra un punto de referencia —sugirió Kelly.
—¿Qué? —replicó Jack.
—He dicho que debemos encontrar un punto de referencia —repitió, golpeando un lado de la furgoneta mientras Donna daba volantazos por otra carretera llena de escombros—. Debemos encontrar algo reconocible para que nos podamos orientar en el mapa. Venga ya, esto es un concepto básico.
—Está oscuro como la boca de un lobo —le gritó Donna—. ¿Cómo demonios se supone que vamos a encontrar un jodido punto de referencia cuando no se ve nada?
Desesperada por encontrar alguna inspiración, giró a la izquierda y se introdujo por otra calle estrecha. Era una calle más residencial que por las que habían pasado hasta ahora y la mayoría de los coches parecían aparcados más que accidentados, indicando quizá que no debió de ser una vía demasiado transitada. A ambos lados de la calle había casas, unas casas victorianas adosadas, oscuras, ordinarias y anodinas. La normalidad relativa de la escena consiguió silenciar por el momento las voces airadas. Había pasado mucho tiempo desde que cualquiera de los supervivientes o los soldados se encontrase en un sitio tan inofensivo y tranquilizadoramente familiar. El miedo y el nerviosismo de Jack dieron paso a un dolor punzante y agudo, y a una tristeza desesperada, como si la normalidad de las cosas que le rodeaban le hiciera recordar todo lo que había perdido.
—¿Qué tal una iglesia? —sugirió Kelly, señalando la silueta de un edificio grande e imponente que se alzaba por detrás de la fila de casas a su derecha.
Donna giró dos veces en rápida sucesión y encontró el edificio con una rapidez sorprendente. Condujo la furgoneta por una estrecha vía de servicio que lo rodeaba por la izquierda y después se abría en un aparcamiento pequeño y rectangular. Delante de ellos, y un poco hacia la izquierda, se encontraba la iglesia y al otro lado una escuela.
—¿Vamos a parar aquí fuera o corremos el riesgo entrando? —preguntó Kilgore desde atrás.
Miró por la ventanilla trasera y vio como un cadáver se acercaba con torpeza por la vía de servicio persiguiéndoles.
—¿Entramos? —sugirió Jack, mirando a Donna—. Ya que estamos aquí, de perdidos al río. Vamos, este lugar parece bastante silencioso y llevamos horas en el coche.
—No seas idiota, en todos los sitios hay silencio —replicó Donna.
No se quería mover, pero tampoco quería quedarse parada en el exterior, expuesta y vulnerable. Tenía que admitir que tenía sentido aprovechar al máximo esta parada inesperada en su viaje.
—No tenemos mucho que perder —comentó Jack—. Nuestros cuellos están en juego hagamos lo que hagamos. Vamos allá.
—De acuerdo —aceptó con reticencia mientras el cadáver solitario se aproximaba al coche.
Exhausta, se enderezó en el asiento y salió de la furgoneta, con las piernas agarrotadas y doloridas. Los tres supervivientes y los dos soldados corrieron hacia el oscuro edificio escolar, encontraron una puerta abierta y desaparecieron en el interior, dejando que el cadáver golpease con torpeza el lateral de la furgoneta, aunque después se dio la vuelta y se fue tambaleando tras ellos.