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Bajo la mirada desenfocada de una multitud de cadáveres que no dejaban de golpear la alambrada, el grupo ocupó los vehículos. Todos los que pudieron se apretujaron en la parte trasera del transporte de tropas, el vehículo más fuerte del convoy. Cooper ocupó el volante con Peter Guest a su lado, preparado para guiarle. Steve Armitage ocupó su puesto habitual al volante del camión penitenciario. Steve había empezado a defender con fuerza su posición. Además del hecho de que muy pocas personas podían conducir el camión tan bien como él, la responsabilidad, el poder y el control que otorgaba su papel hacían que se sintiera valioso y vivo. Pensaba que resultaba extraño que lo que antes siempre le había parecido un trabajo ordinario y sin importancia le ofreciera ahora semejante posición.

En la parte trasera del camión penitenciario iban menos supervivientes que en viajes anteriores, de manera que el espacio libre había sido ocupado por suministros y equipos útiles que el grupo se había llevado de la tienda. Sólo fue necesario que un puñado de personas viajaran en el último vehículo del convoy: la llamativa furgoneta de correos de color rojo brillante. Donna iba en el asiento del conductor con Jack Baxter de copiloto y Clare apretujada entre los dos. Detrás de ellos se encontraban los dos soldados supervivientes con más suministros apelotonados a su alrededor. Donna los miró a través del retrovisor. Kelly Harcourt parecía realmente asustada y no era motivo de preocupación. Su colega masculino, en cambio, era mucho más impredecible. Donna acababa de descubrir que su nombre era Kilgore. Un hombre pequeño, enjuto y nervioso que, para su gusto, era demasiado inquieto.

Unos minutos antes, Richard y Karen se habían ido en el helicóptero, llevándose consigo a los cuatro niños. El resto del grupo se había reunido a su alrededor y había contemplado sobrecogido cómo la poderosa máquina se elevaba hacia el cielo de un color azul claro de primera hora de la mañana. Después de pasar semanas bajo tierra y escondidos en las silenciosas sombras, presenciar el despegue de la aeronave bajo el sol con semejante majestuosidad, fuerza y enorme ruido había sido extrañamente emotivo; un saludo con el dedo corazón a modo de «que te den» al resto del mundo muerto. Sin embargo, cuando desapareció el helicóptero, los sonidos producidos por la horda de cadáveres podridos que golpeaban furiosos contra la valla de metal parecieron de repente más fuertes que antes. La cercanía y la ira de los cadáveres era un recordatorio para cada uno de ellos del peligro imparable al que se enfrentaban.

Antes de partir, Cooper y Peter se habían reunido con los demás conductores para repasar en detalle por última vez la ruta propuesta. Era crucial que todos conocieran la ruta y los posibles problemas con los que podrían encontrarse durante el viaje. En los mapas de carretera que habían encontrado en la tienda, Peter había señalado el rumbo que debían seguir y había redactado un juego de notas manuscritas para cada vehículo. Estaba ansioso por compartir con los demás la información que Richard Lawrence le había dado antes.

—Mirad —explicó, hablando con una energía sin precedentes—, está claro que no necesitan pasar mucho tiempo en el suelo y por eso ésta es la ruta más directa que podían señalar. Pero yo no he pasado demasiado tiempo en esta parte del país, de manera que no estoy completamente seguro de dónde estamos…

—Hazme un favor —le interrumpió Steve Armitage—. Cierra la boca y dame un maldito mapa.

Imperturbable, Peter siguió adelante.

—Richard Lawrence me dijo que no han visto grupos de cadáveres demasiado grandes entre aquí y Bigginford.

—¿Qué se supone que significa «grande»? —preguntó Cooper—. ¿Veinticinco? ¿Dos mil? ¿Medio millón?

—No estoy seguro —admitió con rapidez, ansioso por continuar con su explicación—. En cualquier caso parece que podremos seguir por las autopistas durante buena parte del viaje. Probablemente no estén del todo despejadas, pero por lo que han visto desde el aire creen que nos podremos abrir camino.

—¿Y las ciudades? —preguntó Jack Baxter con ansiedad—. ¿Nos vamos a alejar todo lo que podamos de las ciudades?

—Lo haremos —respondió Cooper, negando deliberadamente a Peter la posibilidad de contestar—, pero tendremos que equilibrar la seguridad y los riesgos. Para llegar a Bigginford tendremos que acercarnos mucho al centro de Rowley.

—¿Qué significa «acercarnos mucho»?

—Como he dicho, habrá que equilibrar la seguridad con los riesgos. Si rodeamos Rowley, entonces tienes razón, probablemente evitaremos un montón de posibles puntos de conflicto. El problema es que también añadiremos mucha distancia y tiempo a la duración del viaje. Está claro que estaremos en mejores condiciones de tomar una decisión final cuando nos acerquemos, pero creo que nos irá mejor si seguimos esta ruta. Prefiero correr el riesgo y apostar por la opción más rápida a arriesgarnos a quedarnos sin combustible porque hemos dado un rodeo más grande de lo necesario. Podemos quedarnos atascados en medio de ninguna parte.

—No me gusta —se quejó Jack.

—A nadie le gusta nada de esto —suspiró Cooper—, pero es lo que hay. Simplemente veamos cómo está el terreno cuando lleguemos allí, ¿de acuerdo? Lo más probable es que nadie se haya acercado a Rowley durante semanas. La mayor parte de los cadáveres es posible que se hayan ido.

—Supongo.

Peter aprovechó la oportunidad del silencio momentáneo en la conversación para hablar de nuevo.

—Cooper tiene razón, Rowley puede ser un problema, pero cuando lo hayamos pasado, podremos ir viento en popa hasta llegar al aeródromo.

—¿Viento en popa? —gruñó Steve—. Maldita sea, ¿cuándo fue la última vez que algo fue viento en popa?

—¿Richard te explicó algo sobre el aeródromo? —preguntó Jack.

—Me dijo que solía ser una instalación comercial privada —respondió Cooper—. Un sitio bastante pequeño con una pista y unos pocos edificios. Se supone que lo rodea una valla para mantener alejado a cualquiera que se quisiera colar y a los amantes de los aviones.

—¿Mantiene alejados a los cadáveres?

—De momento.

—¿Y qué quieres decir con eso?

—Parece que tienen el mismo tipo de problemas que tuvimos en la base y en la ciudad.

—¿Es decir?

—Cientos de cuerpos. Probablemente miles.

El optimismo y la emoción derivados de la llegada del helicóptero habían desaparecido. Ahora iban apelotonados en los vehículos, enfrentados a la perspectiva de lanzarse de cabeza de nuevo hacia lo desconocido. Todos ellos, militares y civiles por igual, sentían el estómago atenazado por los nervios.

Cooper, Donna y Steve arrancaron los motores y se fueron acercando lentamente a la salida. Michael soltó el cierre y empujó el portón para que se abriese. Sin nada que los detuviese, los asquerosos cadáveres empezaron a avanzar hacia él sobre unos pies inestables, estirando los brazos como aspas de molino. Michael corrió hacia la parte trasera del transporte de tropas, subió y cerró la puerta de golpe. Cooper empezó a acelerar, apartando de golpe los cuerpos de su camino y dirigiendo el convoy de regreso al mundo de los muertos.