Michael, Jack y Cooper atravesaron corriendo el silencioso aparcamiento del polígono industrial, buscando desesperadamente otro vehículo apto que los llevase al aeródromo. Había más cadáveres por los alrededores que la noche anterior, pero sabían que no tenían más alternativa que hacerlo.
—Una furgoneta —indicó Michael mientras apartaba de un empujón a otro cadáver tambaleante—, por allí.
Señalaba hacia el rincón más alejado a la derecha de un aparcamiento del tamaño de un campo de fútbol en el que acababan de entrar. Aislada cerca de un edificio de oficinas se encontraba una furgoneta de correos de color rojo. Tendida en el suelo delante de la furgoneta estaba el deforme cuerpo de la cartera. El cadáver inmóvil de la mujer estaba retorcido y parecía un trozo de madera reseca, comido por la descomposición. La correa de una saca de correos podía verse aún alrededor de su cuello.
Cooper corrió hacia ella y abrió de golpe la puerta del conductor, mientras Michael registraba frenético en los bolsillos del cadáver arrugado en busca de las llaves. Se las lanzó a Cooper, se puso en pie y alejó a dos cadáveres que se habían acercado tambaleándose hasta una distancia incómoda. Tenía el fusil de Stonehouse colgado a la espalda. Inesperadamente nervioso, lo cogió y se preparó. Cooper le había enseñado a disparar mientras se encontraban en el subterráneo, pero hasta entonces nunca había tenido necesidad de disparar un arma. Normalmente se había enfrentado a muchos más cadáveres que ésos, y las armas sólo eran buenas para liquidarlos de uno en uno. Aguantando la respiración, metió con brutalidad el cañón del fusil en un agujero oscuro a un lado de la nariz rota del cuerpo más cercano, lo introdujo dentro del cráneo y apretó el gatillo. Un ruido ensordecedor retumbó por el aparcamiento, levantando ecos en los muros de todos los edificios de los alrededores. Michael trastabilló hacia atrás por la fuerza inesperada del arma. Tropezó con sus propios pies y cayó mientras una lluvia de restos carmesíes y huesos astillados estallaba desde la parte trasera de la cabeza de la criatura, rociando el muro que tenía detrás.
—¡Empuja esas malditas cosas! —gritó Cooper desde la parte delantera de la furgoneta. No la podía arrancar.
Michael se levantó del suelo y disparó a un lado de la cabeza del segundo cadáver antes de devolver el fusil a su espalda y correr hacia la parte trasera del vehículo donde Jack ya estaba empujando. Su hombro embistió la furgoneta y el impacto repentino hizo que se empezase a mover ligeramente. Cooper saltó del asiento y empezó a empujar por la puerta del conductor, alcanzando el volante a través de la ventanilla abierta.
—Por Dios, Cooper, ¿has quitado el maldito freno de mano? —preguntó Jack medio en broma, con la cara roja y jadeando mientras empujaba con fuerza desde detrás de la furgoneta. Empujó de nuevo con todo su peso, cerrando con fuerza los ojos a causa del esfuerzo. Cuando los volvió a abrir, vio que más cadáveres bamboleantes y descompuestos se acercaban peligrosamente.
Con los tres hombres empujando, finalmente la furgoneta ganó velocidad. Empezó a rodar por al aparcamiento con cierta facilidad y Cooper volvió a saltar detrás del volante. Hundió el pie en el embrague e intentó arrancar de nuevo el motor. Después de unos segundos de feos gemidos y quejidos mecánicos, al final cobró vida. Aceleró, revolucionando con fuerza el motor y dejando a Michael y Jack corriendo detrás de él a través de una nube creciente de sucio humo procedente del tubo de escape. Dio la vuelta para recogerlos, entreteniéndose el mínimo tiempo posible para liquidar a un par de cadáveres errantes que se habían metido en el aparcamiento.
Dentro de la tienda, Emma había conseguido encontrar a los otros dos soldados que habían desaparecido cuando Cooper había atacado a los demás. Estaban escondidos juntos en un gran almacén.
—Dejadnos solos —lloriqueó uno de los soldados al oír que Emma se acercaba. Su voz crispada estaba llena de desesperación y miedo—. Ese tipo, Cooper, es un jodido psicópata. Siempre ha sido así. ¡Nos matará!
El soldado aterrorizado se ocultó en las sombras. A un par de metros de él, Kelly Harcourt se apretó contra unos estantes con la esperanza de que se pudiera fundir con las sombras, el corazón golpeándole el pecho.
—No es un psicópata —replicó Emma mientras daba unos pocos pasos cautelosos por la sala, intentando localizar su ubicación exacta—. Es un superviviente, eso es todo. —Revisó con la mirada toda la sala, segura de que acababa de vislumbrar un movimiento fugaz por el rabillo del ojo—. Probablemente habríais hecho lo mismo en su situación.
No le resultaba fácil defender las acciones de Cooper, por muy aliviada que se sintiera por la rapidez con la que había reaccionado. También había olvidado que, hasta hacía poco, aquellos dos soldados habían servido con él. Probablemente sabían más de él que ella. ¿Era un psicópata?
—Lo hará de nuevo —gimió el soldado—. Todo lo que tiene que hacer es abrir nuestros trajes y estamos jodidos. Eso es todo lo que tiene que hacer cualquiera de vosotros.
—Pero nadie os va a hacer eso —suspiró Emma—. ¿Por qué demonios lo tendríamos que hacer?
—Lo haréis si tenéis que hacerlo —gritó Kelly, de manera que el volumen y la dirección de su voz reveló inmediatamente su ubicación—. Nos mataréis con la misma rapidez con la que liquidáis a esas malditas cosas de ahí fuera.
—Estás equivocada. Cooper no tenía elección. Stonehouse le obligó a hacerlo.
Justo delante y a la derecha, Kelly se derrumbó contra las estanterías y se deslizó hasta el suelo. Emma podía ver uno de sus pies sobresaliendo de un pasillo. Se acercó a ella, después se agachó al lado de la soldado aterrorizada. Kelly levantó la cabeza y miró a Emma.
—No sé qué tengo que hacer —admitió. Las lágrimas le corrían por la cara, pero no tenía forma de limpiárselas—. No puedo con esto.
—Está bien —la consoló Emma en voz baja, poniendo una mano cariñosa en su hombro—. Todos estamos luchando. —Se calló al no estar segura de que Kelly estuviera escuchando o de si incluso sería peor seguir hablando—. Escuchad, voy a ser sincera con vosotros: aquí sois los que estáis en peor situación. Estáis atascados entre la espada y la pared. Estáis atrapados en esos malditos trajes y debéis de estar pasando un infierno, pero no tenéis elección. Podéis intentar buscar algún medio de transporte y volver a la base, os podéis quedar aquí o podéis venir con nosotros. Como he dicho, siempre que no pongáis a nadie en peligro, entonces…
—¿Entonces, qué? —preguntó—. Entonces, ¿Cooper no nos matará?
Emma suspiró con frustración. Se puso en pie y regresó hacia la puerta, deseando volver con los demás.
—Mirad, estamos demasiado ocupados en mantenernos con vida. Nadie está interesado en mataros.