Richard Lawrence se sentó en el borde de un mostrador y empezó a hablar.
—Una semana después de que empezase estaba escondido. Otro tipo llamado Carver y yo nos habíamos encerrado en las ruinas de un castillo. Suena impresionante, pero no lo era. Sólo era una garita de entrada, una par de torres y unos pocos trozos de una muralla medio derrumbaba que sobresalían de un campo, pero tenía un foso medio lleno de agua y nos dimos cuenta de que sería suficiente para mantenerlos alejados. Bloqueamos el puente levadizo y utilizamos el helicóptero para entrar y salir, aterrizando en lo que quedaba del patio principal y viviendo, durmiendo y comiendo en un edificio de madera que había sido una pequeña tienda de regalos. Era más que nada una cabaña.
»Seguíamos volando en el antiguo helicóptero que usaba para trabajar, pero nos estábamos quedando sin combustible. O encontrábamos un sitio donde repostar o teníamos que conseguir otra aeronave. Al décimo día acabamos volando a baja altura sobre un par de bases militares y edificios gubernamentales, intentando descubrir cualquier equipamiento decente que pudiéramos llevarnos. No vimos a nadie en la primera base, y había sólo un puñado de soldados enfundados en trajes de protección y máscaras para respirar en la segunda. Pero había un montón de cuerpos por los alrededores. Supuse que algunos de los militares sabían lo que había pasado, pero parecía difícil que ninguno de ellos hubiera conseguido llegar a tiempo a un refugio.
»Podríais pensar que recogimos a un montón de supervivientes mientras estábamos ahí fuera a causa del ruido que hacíamos, pero casi no vimos a nadie. Aún no sé si fue porque simplemente no quedaba nadie o porque estaban demasiado asustados para hacernos señales cuando nos oyeron. En cualquier caso, esa tarde volábamos a lo largo de la autopista hacia el sur en dirección a Tyneham cuando Carver vislumbró un coche moviéndose en la distancia. Lo seguimos, y cuando el conductor nos vio, se detuvo en el aparcamiento de una estación de servicio. Bajamos del helicóptero y el conductor nos empezó a llamar. Era un chico de aspecto realmente extraño y desgarbado a finales de la adolescencia. Se llamaba Martin Smith y era nervioso, ansioso y emocional. Supongo que éramos las primeras personas que veía desde que ocurrió. Estalló en lágrimas. Los cadáveres empezaron a aparecer a nuestro alrededor, pero él ni siquiera los miraba y parecía que estaba pensando en otra cosa. Carver mantuvo a los cadáveres a raya mientras yo intentaba calmarlo. “Ella sabe lo que ha ocurrido —repetía mientras me acercaba a él—. Es posible que ella pueda ayudar. Es posible que ella pueda hacer algo.”
»En ese momento pensé que el muchacho había perdido la cabeza, lo cual es perfectamente comprensible dadas las circunstancias, ya que todos hemos estado a punto de perderla, ¿o no? Estaba señalando hacia su coche. Miré en el interior y tendida sobre el asiento trasero se encontraba una mujer enfundada en un traje de protección con la máscara facial y todo lo demás. No era un traje militar, era diferente. Parecía más limpio, menos práctico y más científico que cualquier cosa que pudiera tener el ejército. Abrí la puerta del coche y me incliné hacia el interior. La mujer no se movió. Cuando le toqué el hombro, abrió los ojos durante un segundo y después los volvió a cerrar, y pude ver que se encontraba realmente mal. Tenía la cara delgada y pálida, y estaba claro que no había comido ni bebido desde que estalló todo. Olía tan mal como los cadáveres y la espalda del traje estaba desgastada y sucia. Intenté hablar con ella, pero no obtuve ninguna respuesta. Ni siquiera conseguí que volviera a abrir los ojos. Carver me gritó porque ahora había más cadáveres de los que podía manejar y por eso, con todo el cuidado del que fui capaz, la agarré y la llevé al interior de la estación de servicio. Carver y Smith me siguieron. Corrimos un riesgo y dejamos el helicóptero, sabiendo que si era necesario, nos abriríamos paso luchando en el camino de vuelta.
»Tumbé a la mujer en un banco de plástico en la pequeña hamburguesería. El lugar apestaba a alimentos podridos y cuerpos putrefactos. Carver echó un vistazo rápido en busca de suministros, pero no había nada que valiera la pena. Me senté con el chico cerca de donde había dejado a la mujer, asegurándome de que no nos pudieran ver desde las ventanas. Le pregunté quién era ella y él me dijo que se llamaba Sylvia Plant. Le pregunté que cómo era que estaba con ella y se empezó a calmar un poco y me contó su historia. Me explicó que ella era amiga de sus padres y que trabajaba en un centro de seguimiento en un lugar llamado Camber, que se encontraba a unos cincuenta y cinco kilómetros de donde estábamos sentados. Ella había trabajado con su padre unos años antes, pero no la habían visto durante mucho tiempo desde que su padre se jubiló. Yo conocía el lugar del que el muchacho estaba hablando. Era uno de esos edificios anodinos donde solían trabajar muchísimas personas, pero nadie hablaba de lo que hacía. Empecé a pensar que me iba a decir que la mujer era responsable de todo lo que había pasado, pero me equivoqué. Me explicó que ella lo había encontrado unos tres o cuatro días antes. Ella llevaba conduciendo desde que todo empezó, en busca de supervivientes. Me dijo que estaba enferma porque no había comido y que desde entonces había ido empeorando. Le empecé a presionar y a ponerme duro con él porque quería saber qué estaba pasando.
»Smith explicó que le había preguntado a la mujer si sabía lo que estaba ocurriendo y ella le contestó que sí. Le dijo que estaba limpiando un laboratorio cuando empezó todo, y por eso iba vestida con un traje de protección. Todo el mundo a su alrededor se vio atacado y murió. Le dijo que durante horas había vagado por el edificio en busca de ayuda. No había encontrado a nadie, pero fue capaz de deducir lo que había pasado por las cosas que vio. Utilizó pases de seguridad pertenecientes a colegas muertos para acceder a las zonas del edificio a las que no había podido entrar antes. Le explicó que la causa era algo de lo que había oído rumores unos años antes. Rumores que llevaban circulando desde que empezó a trabajar en Camber.
»¿Recordáis el proyecto de la Guerra de las Galaxias? En la década de los ochenta, antes del final de la guerra fría, hubo mucha polémica alrededor de ese plan para construir un escudo que protegiese los países de un ataque nuclear. No sé si alguna vez se puso en marcha, pero según aquella mujer, cuando los terroristas empezaron realmente a golpear con fuerza a sus objetivos, los mismos países empezaron a trabajar en sistemas de protección contra la amenaza de ataques por medios no convencionales. Le explicó que querían crear un germen artificial que atacase sustancias químicas o veneno en el aire y los neutralizase, ése era el plan. Ella descubrió que llevaba algún tiempo en desarrollo. También descubrió que se había creado una versión de este «supergermen» y que se creía que era estable. Era inteligente y se autorreplicaba, y debido al aumento de las amenazas terroristas, ya se había liberado. Aparentemente, eso ocurrió hace un par de años. Smith me explicó que la mujer le dijo que todos estábamos respirando el germen desde entonces.
»En cualquier caso, la mujer le dijo a Smith que finalmente se había producido un ataque químico, y eso me parecía cierto porque recuerdo haber oído algo en las noticias justo antes de que empezase todo. Se produjo un ataque con gas en la terminal de un aeropuerto en Canadá. Smith me dijo que la mujer vio los informes de un gran número de muertos en las zonas cercanas, desproporcionado para la cantidad de veneno que se suponía que se había liberado. Parece que el germen intentó hacer su trabajo y neutralizar el ataque, pero mutó y, de alguna manera, desencadenó una reacción en cadena que se fue extendiendo. Fue ese gen mutante el que provocó todo esto. Cambió para intentar protegernos y se convirtió en lo que ha matado a casi todo el mundo. Maldita ironía, ¿no os parece?
»Smith me explicó que la mujer dedujo todo esto de varios retazos de información que encontró. Vio informes que demostraban que se habían perdido las comunicaciones con la mayor parte de Canadá y después con Estados Unidos. Poco después, la información dejó de llegar por completo.
»Podéis decir que todo esto es mentira y olvidarlo. Como os he dicho, es la única explicación que he oído hasta ahora. Probablemente, podamos imaginar un centenar de razones por las cuales ha podido ocurrir todo esto, pero ésta es la única versión que he escuchado que tiene alguna prueba que la respalde. Smith no me estaba mintiendo, no tenía ninguna razón para hacerlo, y tampoco la mujer tenía ninguna razón para mentirle a él. Y si ella realmente venía del centro de seguimiento en Camber, entonces podía tener acceso a todo tipo de información confidencial. Creo lo que me explicó. Todo ocurrió tan rápido porque el germen ya estaba aquí. Cuando se extendió la mutación, todo el mundo murió a nuestro alrededor. No hay manera de que sepamos nunca por qué los cadáveres se levantaron y empezaron a moverse. Estaba diseñado para evitar la muerte y quizá cumplió con su trabajo después de todo. Quizá destruyó los cuerpos, pero preservó el cerebro. Ahora ya no importa lo que ocurrió en realidad.
»Nos quedamos sentados con Smith y la mujer unas horas más hasta que cayó la noche. Nos abrimos paso a través de los cadáveres de regreso al helicóptero y volamos de vuelta a la base. La mujer murió al filo del mediodía siguiente. Smith sigue con nosotros.
—¡Mentira! —exclamó Phil Croft, rompiendo el silencio pesado que había caído sobre una sala ya de por sí silenciosa—. Valiente gilipollez.
—Puede ser —replicó Richard—. Pero ¿importa realmente?
—¿Eso es todo? —intervino Donna—. ¿Eso es todo lo que nos tienes que explicar?
—¿Qué más quieres que os diga? Os he explicado todo lo que sé. Lo que hagáis con ello es vuestro problema.
El piloto exhausto se puso en pie, se estiró y emprendió el regreso al helicóptero para ir a buscar algo de comida.