6

¿Estás solo, Cooper?

Cooper se acercó al intercomunicador fijado en el muro al lado de la pesada puerta que separaba las cámaras de descontaminación y el resto de la base subterránea del hangar. Bien lejos del resto del grupo de supervivientes, estaba hablando con Bernard Heath cuando percibió sonidos de movimiento que procedían del interior de la zona de descontaminación. A través de un panel de observación de quince centímetros cuadrados reconoció a Jim Franks, que era el último de sus ex colegas que seguía arriesgándose a hablar con él.

—Bernard Heath está conmigo —contestó Cooper, su voz deliberadamente baja—, pero no hay problema. Bernard es de confianza.

Silencio.

—De acuerdo, colega, si tú confías en él, yo también —replicó la voz tenue e incorpórea.

Franks y Cooper se conocían y respetaban desde hacía años. El resto de los antiguos compañeros de Cooper habían recibido la orden o habían decidido cesar la comunicación con él. Ahora muchos se sentían incómodos a su alrededor y desconfiaban de él porque estaba «ahí fuera con ellos» en lugar de «aquí dentro con nosotros». Otros pensaban que siendo un verdadero superviviente nato, de alguna manera era una persona diferente del Cooper que conocían y había servido con ellos. Los pocos soldados que seguían comprometidos y leales con el ejército sencillamente temían incurrir en la ira de sus superiores si se atrevían a hablar con él. Otros se habían aislado totalmente y se habían encerrado en sí mismos, dejando de hablar con todo el mundo.

—¿Cómo van las cosas ahí dentro? —preguntó Cooper, acercándose aún más al intercomunicador.

—No demasiado bien —contestó Franks.

—¿Por qué, qué ocurre?

Otro silencio breve, seguido de la respuesta.

—Los muchachos están asustados porque nadie sabe lo que está ocurriendo ni por qué está pasando. Y ahora sabemos que estamos solos, de manera que los malditos bufones que dirigen este lugar están empezando a pensar que están al mando de lo que queda del país y que pueden hacer lo que les venga en gana. Los muchachos están bastante impactados por lo que ocurrió en el exterior. Aquí dentro la cosa se está poniendo jodidamente tensa.

—¿Saliste?

—Esta vez no —contestó Franks—, pero tarde o temprano me llegará el turno. Tú sabes mejor que yo a lo que nos estamos enfrentando.

—Nada bueno —intervino Bernard.

—Me parece que es jodidamente horripilante. Lo de «nada bueno» se queda corto. Dios santo, aquí abajo tenemos a gente hablando de campos llenos de miles de cadáveres y…

—¿Qué está pasando? —le interrumpió Cooper, repitiendo su primera pregunta, ansioso por obtener una respuesta.

—Dios santo, Cooper, sabes lo que ocurre cuando te estás preparando para el combate. Tienes a algunos tipos que no pueden esperar a que empiece el baile para ponerse en marcha y tienes a otros que se pasan la mayor parte del tiempo llorando en sus jodidas almohadas como si fueran bebés. Lo que la mayoría de nosotros quiere es salir de este agujero, pero nos siguen diciendo que lo que hay ahí fuera es mucho peor de lo que tenemos aquí abajo… y no sé adónde vamos a ir a parar, pero tarde o temprano ocurrirá algo.

Cooper estaba preocupado por la alusión al combate que había hecho Franks. Por lo que él sabía, un combate en la situación actual significaría inevitablemente que los militares lo arriesgarían todo para no conseguir nada en absoluto.

—Me gustaría darte buenas noticias —comentó Cooper—, pero no haría más que mentirte porque no hay buenas noticias desde que empezó todo este maldito embrollo. Pero créeme, colega, estás en el mejor sitio posible. Asegúrate de estar ahí abajo todo el tiempo que puedas. Ya te lo he dicho antes, cualquier movimiento que realices aquí arriba hará que tengas cientos de cadáveres pululando a tu alrededor como moscas. Es posible que ahí abajo estés atascado, pero al menos estás vivo y no tienes que vigilar cada paso que das. Mi consejo es que bajes la cabeza y pases por esto lo mejor que puedas, porque…

—No tienen ni la más jodida idea —le interrumpió Franks, levantado la voz hasta alcanzar un volumen peligrosamente alto—. Por el amor de Dios, Cooper, no seas tan jodidamente inocente. Sabes el tipo de gente que hay aquí dentro. Están a punto de hartarse de todo esto. Yo mismo estoy a punto de hartarme.

—No tenéis más alternativa. Salid de nuevo a la superficie y…

—Intenta explicárselo a toda esta pandilla.

—En serio, Franks, sé lo que parece, pero tenéis que…

—¿Recuerdas a Carlson? —le interrumpió Franks.

—¿Keith Carlson?

—Kevin —le corrigió Franks—. ¿Lo recuerdas?

—El cocinero, ¿verdad?

—Eso es.

—¿Qué le ocurre?

—Lo encontraron en su litera ayer por la mañana. Ese maldito idiota se había cortado las venas.

—¡Madre mía! —exclamó Bernard en voz baja.

—No ha sido el primero y no será el último —añadió Cooper con rapidez, rotundo e indiferente.

—Lo sé —prosiguió Franks—, pero el problema no es lo que hizo, sino cómo librarnos de él. No son capaces de decidir qué hacer con el cuerpo. La gente está tan jodidamente paranoica aquí abajo que están hablando de quemarlo o de cortarlo en trocitos pequeñitos, por el amor de Dios. Acabo de ver a unos tipos peleándose por el cuerpo.

—Peleándose, ¿por qué?

—Porque quieren estar seguros de que está muerto. Jeavons y Coleman están montando guardia junto al cuerpo sin perderlo de vista, dispuestos a convertirlo en picadillo si se empieza a mover.

—No se va a mover —intervino Heath, su voz sonaba condescendiente sin que fuera su intención—. Probablemente, eso sólo ocurriría si el cuerpo se expusiera al aire exterior. No creo…

—Yo lo sé y tú lo sabes —le interrumpió Franks irritado—, pero intenta convencer a un par de cientos de soldados que están completamente aterrorizados y que tienen la sensación de estar arrinconados. Esta gente está entrenada para combatir, no para quedarse sentados sin hacer nada. Están hablando de tirar el cuerpo en el exterior cuando volvamos a salir.

—Tiene sentido —asintió Cooper—, pero pueden pasar semanas.

—No lo creo.

—¿Algo planeado?

—Empieza a parecerlo.

—¿Qué?

—No estoy seguro, nadie habla demasiado. Sólo rumores, eso es todo.

—¿De qué tipo?

La conversación murió durante unos momentos. A través del panel de observación, Cooper contempló como Franks miraba por encima del hombro y comprobaba que podía seguir hablando con seguridad.

—Ayer empecé a escuchar algunos retazos y hoy he oído más de gente en la que confío, de manera que parece que hay algo cierto en lo que están diciendo. El problema es que aquí abajo no nos llega suficiente aire y probablemente la cosa irá a peor. Han limpiado un par de respiraderos de ventilación, pero tienen que desatascar más. No hay manera de desbloquearlos desde este lado porque se arriesgan a infectar toda la jodida base, así que la mejor opción es que salgamos de nuevo muy pronto para limpiar unos pocos más.

—Si ésa es la mejor —preguntó Bernard en voz baja, sin estar seguro de querer escuchar la respuesta—, ¿cuál es la peor opción?

Cooper lo miró, compartiendo su preocupación. Otra pausa y Franks volvió a hablar.

—Algunos de los chicos que salieron la última vez —explicó— le han dicho a los jefes que consiguieron deshacerse de cientos de esas cosas de ahí fuera.

—Lo hicieron —asintió Cooper—. El problema es que quedan cientos de miles.

—Se rumorea —continuó Franks— que están intentando organizar una salida masiva. Se dice que vamos a salir todos para hacer saltar en llamas toda la jodida multitud.