4

—¿Y eso es todo lo que están dispuestos a contarte? —preguntó Croft.

Cooper se encogió de hombros con toda tranquilidad.

—Eso es casi todo. Para ser sincero, no creo que haya mucho más pescado que vender. Han limpiado dos de los respiraderos y quemado una tonelada de cadáveres. Eso era todo lo que pretendían hacer ahí fuera.

—Pero ¿tendrán que limpiar más respiraderos? ¿Volverán a salir de nuevo?

—No lo sé.

—¿Y cuánto tiempo creen que seguirán limpios esos respiraderos? ¿Cuánto tiempo pasará hasta que estén de nuevo cubiertos de cuerpos?

—No lo sé —repitió Cooper, claramente irritado por el interrogatorio implacable e inútil del médico—. Mira, Phil, no importa cuántas veces me lo preguntes, o de cuántas formas diferentes lo hagas, no sé nada más de lo que te he contado, ¿de acuerdo? Los tipos a los que conozco han recibido la orden de no hablar conmigo.

Habían pasado bastantes horas desde que los soldados regresaran del exterior y las puertas de la base quedaran selladas de nuevo. Croft, Cooper, Jack y Donna estaban sentados en la comodidad relativa de la autocaravana con Michael y Emma. La breve visión de la luz exterior había provocado que los muros grises del búnker, semejantes a los de una prisión, parecieran mucho más reclusivos que antes. Aún podían ver el búnker a través de las ventanillas de la autocaravana, pero la capa adicional de separación les daba la ilusión de estar un poco más lejos de lo habitual de la realidad de pesadilla.

—Lo que me preocupa —empezó Jack en voz baja, acunando una taza de agua entre las manos como si fuera el mejor whisky de malta— es que siguen llegando. Después de todo este tiempo no parece que haya cambiado nada. Hoy he mirado hacia el exterior y he podido ver tantos cuerpos como el día en que llegamos, incluso más. Por el amor de Dios, de eso hace tres semanas. ¿Por qué no se largan simplemente y encuentran otro sitio?

—Porque no existe otro sitio —le recordó Donna—. Ya lo sabes, Jack. Aunque haya cientos de supervivientes más repartidos por todo el país, ahora ya estarán todos escondidos como nosotros. Es posible que no estén bajo tierra, pero estarán ocultos, y te diré algo, te apuesto lo que sea a que todos ellos tienen una maldita multitud pululando a su alrededor como nosotros.

—No hay ninguna diferencia entre que estemos bajo tierra o encima de una maldita montaña —añadió Michael—. No importa lo silenciosos o cuidadosos que seamos, seguirán moviéndose hasta que nos localicen.

—Lo sé —respondió Jack desanimado.

—¿Has visto en qué condiciones se encuentran? —preguntó Donna.

—Lo siento, pero no he tenido oportunidad —contestó Jack sarcástico—. Me habría acercado un poco más, pero me lo impidieron los soldados, los lanzallamas y miles de cuerpos en llamas. Lo intentaré la próxima vez y…

—Lo que quiero decir —le interrumpió Donna, enojada por su actitud— es si seguían siendo tan funcionales como antes. Cuando entramos aquí, se estaban volviendo realmente agresivos. Me preguntaba si habrían cambiado o empeorado.

—No lo sabría decir. Honestamente, Donna, era muy difícil ver nada desde donde me encontraba.

—Es muy difícil decir en qué condiciones se encuentran —añadió Cooper—. Como ha dicho Jack, no hemos podido ver mucho más que fuego y humo ahí fuera. Pero lo que me preocupa realmente es el hecho de que los muchachos que se quedaron defendiendo la entrada estuvieron muy ocupados durante todo el tiempo que las puertas permanecieron abiertas.

—¿Y?

—Pues aunque había un vehículo jodidamente grande atravesándolos por la mitad y un pelotón de soldados disparándoles sin parar, un montón de ellos seguían intentando entrar. Hasta ahora hemos estado diciendo que esas cosas sólo reaccionan ante las distracciones. Es posible que siga siendo cierto, pero me parece que un transporte de tropas rodeado de tipos con lanzallamas debería ser una visión mucho más atractiva que una fila de soldados de pie cerrando una puerta abierta. Creo que los cadáveres que se aproximaron a la base debieron de decidir que intentarían entrar.

—¿Estás de broma, verdad? —ladró Jack.

—No estoy de broma, Jack, ya deberías saberlo. Es posible que la carne y los huesos de esas cosas de ahí fuera se estén debilitando, pero también hemos estado diciendo que se están volviendo más listos, ¿o no?

—¿Lo dices en serio? —preguntó Croft.

—Sólo lo estoy suponiendo —contestó—. Es posible que sólo fuera una coincidencia o una casualidad que se encontrasen cerca de la entrada. Los cadáveres podían estar dirigiéndose hacia los hombres en campo abierto y después verse distraídos por los que se quedaron a proteger la base.

—¿Cómo es posible que se vuelvan más listos cuando se están pudriendo? —preguntó Jack, mirando al doctor Croft en busca de una contestación para su pregunta obviamente carente de respuesta.

—¿Cómo demonios se supone que lo voy a saber? —respondió el médico enfadado—. Maldita sea, estoy harto de esto. Deja de asumir que sé lo que está pasando. Te lo repito, no sé nada más que tú. —Enojado y dolorido, Croft se removió en el asiento y abrió la puerta de la autocaravana de una patada—. ¿Os importa si fumo?

Michael negó con la cabeza.

—¿Cuántos te quedan, Phil? —preguntó Jack.

—Un paquete y medio —contestó mientras volvía a encender un cigarrillo medio fumado e inhalaba con lentitud—. Os confieso que me voy a volver loco si no consigo más cigarrillos.

—¿Cuánto tiempo crees que te van a durar? —preguntó Emma.

—Me estoy limitando a fumar medio cada día. Así que es probable que me queden para un par de semanas siempre que dejéis de plantearme preguntas jodidamente estúpidas y me saquéis de quicio.

—¿Y entonces qué?

—En realidad no hay demasiadas alternativas, ¿no te parece? —respondió Croft desanimado—. ¡Lo puedo dejar o salir a conseguir más!

—Deberías buscar mucho más cerca —sugirió Jack—. Me apuesto algo a que tienen pitillos, bebida y de todo en los almacenes de ahí abajo.

Cooper negó con la cabeza.

—Te sorprenderías, Jack. Toda esta operación se montó en minutos. Probablemente tengan menos dotaciones y víveres almacenados de los que te imaginas.

Frente a Cooper, Michael estaba sentado al borde del incómodo sofá que también hacía las funciones de cama y que compartía con Emma. Emma se removía a su lado y él la abrazó para que descansara su peso contra él. Los otros apartaron la mirada, repentinamente incomodados y casi avergonzados. La intimidad relativa de Emma y Michael había provocado que se sintieran incómodos. Todos ellos habían perdido a todo el mundo que significaba algo para ellos, e incluso la idea de semejante ternura les parecía ahora extraña: un recordatorio molesto de que el mundo que habían abandonado se había ido para siempre.

—Siempre quise una caravana como ésta —comentó de repente Jack, mirando a su alrededor y realizando un esfuerzo consciente por iniciar una conversación mucho más trivial—. Denise y yo teníamos pensado comprarnos algo así cuando yo me jubilase. Estábamos pensando en venderlo todo y vivir en la carretera durante un tiempo.

—No te lo recomendaría —replicó Michael—. No es tan bonito como lo pintan. Estuvimos viviendo en la carretera durante un par de semanas antes de encontrar este sitio, ¿verdad, Em? ¡No lo disfrutamos!

Jack sonrió.

—Aun así, llevo bastante tiempo pensando seriamente en ello —siguió divagando, mirando a través de la ventanilla de la autocaravana e imaginando que podía ver algo más que los muros de cemento gris—. Piensa en cómo será cuando hayan desaparecido los cadáveres. Imagínatelo, tendremos todo el país para nosotros. Podremos ir a donde queramos, cuando queramos.

—¿Adónde irías? —le preguntó Croft.

—Creo —empezó, estirándose en el asiento y mirando pensativo el techo bajo de metal que tenía sobre la cabeza— que me gustaría viajar por la costa. Esperaré hasta el próximo verano y entonces empezaré por el sur e iré en dirección oeste. No marcaré ninguna ruta. Me limitaré a avanzar y un día acabaré de vuelta en el lugar de partida y veré hasta qué punto ha cambiado.

—Pero podrás escoger entre las casas más grandes o cualquiera que quieras —intervino Emma—. Te podrías quedar sentado y relajarte. ¿Quieres seguir viajando y viviendo de forma austera?

—Ahora ya me he acostumbrado a vivir con pocas cosas. Me resultaría extraño estar de nuevo cómodo. Me gusta la idea de seguir en movimiento, cogiendo lo que necesite de lo que pueda encontrar.

—¿Crees que lo harás en algún momento? —preguntó Donna.

Baxter se quedó mirando las profundidades de su taza de agua y reflexionó durante un instante.

—Eso espero.

—Haces que parezca fácil.

—No hay ninguna razón para que no lo sea. Pero no hay otra forma de saberlo que haciéndolo, ¿no te parece?

—Cada día será más duro —replicó Donna, que sonaba cansada y abatida—. A medida que pase el tiempo ahí fuera quedarán menos cosas que podamos coger. Los últimos restos de alimento se pudrirán. Los edificios empezarán a desmoronarse. Todo lo que conocemos irá desapareciendo gradualmente.

—Dios santo —gruñó Jack—, ésa sí que es una visión optimista, ¿eh?

—Sólo intento ser realista, eso es todo.

—En cualquier caso —interrumpió Croft—, tenemos que salir de aquí antes de que puedas empezar a hacer turismo, Jack.

—Lo sé. ¿No es frustrante? Somos nosotros los que podemos sobrevivir ahí fuera, pero es el maldito ejército el que decidirá si podemos salir o no.

—¿Crees que nos querrán tener encerrados aquí abajo, Cooper? —preguntó Croft.

—Mientras nuestra presencia no les ponga en peligro, no creo que tengan prisa por deshacerse de nosotros —respondió Cooper—. Sigo pensando que les podemos ser útiles. Creo que es posible que estén urdiendo planes.