Topé con un viajero de un antiguo país que me dijo: «Dos piernas de piedra colosales se yerguen sin su tronco en medio del desierto. Junto a ellas se encuentra, semihundido en la arena, un rostro hecho pedazos cuyo ceño fruncido y sonrisa de burla, de arrogante dominio confirman que su autor comprendió esas pasiones que, grabadas en piedras inertes, sobreviven a la mano que supo copiarlas con desprecio y al mismo corazón que las alimentara. Y sobre el pedestal se leen estas palabras: “Mi nombre es Ozymandias y soy el rey de reyes. Considerad mis Obras; rabiad ¡oh Poderosos!”. Nada queda a su lado. Más allá de las ruinas de este enorme naufragio, desnudas e infinitas, solitarias y llanas se extienden las arenas».

Percy Bysshe Shelley, «Ozymandias» (1817),
traducción de J. Abeleira y A. Valero
en No despertéis a la serpiente. Antología poética bilingüe
(Hiperión, Madrid, 1991, pp. 46-47)