China, un gigante que da bandazos
La importancia de China * Antecedentes * Aire, agua, suelo hábitat, especies, megaproyectos * Consecuencias * Relaciones * El futuro
China es el país más poblado del mundo con casi mil trescientos millones de habitantes, la quinta parte de la población mundial total. Por su extensión es el tercer país más grande del mundo, y por la diversidad de especies vegetales que alberga es el tercero más rico. Su economía, ya de por sí inmensa, está creciendo a una tasa superior a la de cualquier otro país importante: casi el 10 por ciento anual, lo cual representa una tasa de crecimiento cuatro veces superior a la de las economías del Primer Mundo. Cuenta con la tasa de producción más alta del mundo de acero, cemento, alimentos derivados de la acuicultura y aparatos de televisión; también con la producción y el consumo más altos de carbón, fertilizantes y tabaco; es uno de los primeros en lo que se refiere a producción de electricidad y (pronto) de vehículos de motor y a consumo de madera; y en la actualidad está construyendo la presa y el proyecto de desviación de aguas más grandes del mundo.
Para empañar todos estos logros superlativos, los problemas medioambientales de China se encuentran entre los más graves de un país importante; y están empeorando. Esa larga lista abarca desde la contaminación del aire, la pérdida de biodiversidad, la pérdida de tierras de cultivo, la desertización, la desaparición de humedales, la degradación de pastizales y el aumento de la frecuencia y la envergadura de los desastres naturales inducidos por el hombre hasta la proliferación de especies invasivas, el abuso del pastoreo, la desaparición de caudales fluviales, la salinización, la erosión del suelo, la acumulación de basura y la escasez y contaminación del agua. Estos y otros problemas medioambientales están ocasionando ingentes pérdidas económicas, conflictos sociales y problemas de salud en el interior de China. Todas estas consideraciones por sí solas bastarían para hacer del impacto de los problemas medioambientales de China objeto de preocupación fundamental únicamente sobre la población china.
Pero la gran población, economía y extensión de China también garantiza que sus problemas medioambientales no se queden en un mero problema interior, sino que se extiendan al resto del mundo, que cada vez se ve más afectado porque comparte con China el mismo planeta, los mismos océanos y la misma atmósfera, y que a su vez influye en el medio ambiente de China a través de la globalización. El reciente ingreso de China en la Organización Mundial del Comercio ampliará estos intercambios con otros países. Por ejemplo, China ya es el principal responsable de las emisiones a la atmósfera de óxidos de azufre, clorofluorocarbonos, otras sustancias que destruyen la capa de ozono y (pronto) dióxido de carbono; sus contaminantes gaseosos y en polvo son transportados en la atmósfera hacia el este hasta países vecinos e incluso hasta Norteamérica; y es uno de los dos principales importadores de madera tropical, lo cual lo convierte en un impulsor de la deforestación del bosque tropical.
Aún más importante que todos estos impactos será el incremento proporcional del impacto humano total sobre el medio ambiente mundial si China, con su enorme población, logra su objetivo de alcanzar niveles de vida equivalentes a los del Primer Mundo, lo cual significa también igualar el nivel de impacto ambiental per cápita del Primer Mundo. Como veremos en este capítulo y posteriormente en el capítulo 16, la diferencia entre los niveles de vida del Primer y el Tercer Mundo, unida a los esfuerzos de China y otros países en vías de desarrollo por reducir esa brecha, tienen enormes consecuencias que por desgracia, y por regla general, se ignoran. China también servirá para ilustrar otros temas de este libro: la docena de grupos de problemas medioambientales a los que se enfrenta el mundo actual y que se detallarán en el capítulo 16, todos los cuales son graves o críticos en China; los efectos de la actual globalización sobre los problemas medioambientales; la importancia de las cuestiones medioambientales incluso para la más grande de todas las sociedades modernas, y no solo para las pequeñas sociedades escogidas para ilustrar la mayor parte de los demás capítulos de este libro; y los fundamentos realistas para la esperanza que existen, a pesar del aluvión de estadísticas descorazonadoras. Tras hacer breve exposición de los antecedentes de China, analizaré los tipos de impacto ambiental chinos, sus consecuencias para la población china y del resto del mundo y las respuestas y pronósticos de futuro para China.
Empecemos con una rápida perspectiva general de la geografía, las tendencias demográficas y la economía de China (véase el mapa). El medio ambiente chino es complejo y en algunas zonas frágil. Su variada geografía alberga la meseta más alta del mundo, algunas de las montañas también más altas del mundo, dos de los ríos más largos del mundo (los ríos Yangtsé y Amarillo), muchos lagos, una larga línea costera y una amplia plataforma continental. Sus diversos hábitats abarcan desde glaciares y desiertos hasta bosques tropicales. Dentro de cada uno de estos ecosistemas hay zonas más frágiles por diferentes razones: por ejemplo, el norte de China tiene una pluviosidad muy variable, además de sufrir la incidencia de vientos y sequías, lo cual hace que sus pastizales de montaña sean susceptibles a las tormentas de polvo y la erosión del suelo; mientras que, a la inversa, el sur de China es húmedo pero sufre tormentas torrenciales que erosionan las laderas.
La actual China
En lo que se refiere a la población de China, los dos hechos más conocidos sobre ella es que es la más numerosa del mundo y que el gobierno chino (único en este aspecto en el mundo actual) estableció un control de fertilidad obligatorio que redujo espectacularmente la tasa de crecimiento de la población a un 1,3 por ciento anual en el año 2001. Eso plantea la pregunta de si la decisión de China será imitada por otros países, algunos de los cuales, si bien huyen espantados de esa solución, podrían verse arrastrados a adoptar soluciones aún peores para sus problemas demográficos.
Menos conocido, pero de importantes consecuencias para el impacto humano de China, es que el número de familias de China ha estado creciendo, no obstante, a un ritmo del 3,5 por ciento anual durante los últimos quince años, más del doble que la tasa de crecimiento demográfico durante esa misma época. Ello se debe a que el tamaño de la familia disminuyó de 4,5 personas por hogar en 1985 a 3,5 en 2000, y se prevé que para el año 2015 disminuya a 2,7. Esta disminución del tamaño de las familias hace que en la actualidad China cuente con ochenta millones más de hogares que los que habría tenido de otro modo, un incremento que supera la cifra total de hogares de Rusia. La disminución del tamaño de los hogares es fruto de transformaciones sociales: sobre todo, el envejecimiento de la población, el menor número de hijos por pareja, el incremento de los anteriormente casi inexistentes divorcios y el declive de la antigua costumbre de que los hogares albergaran varias generaciones y reunieran a abuelos, padres e hijos bajo un mismo techo. Al mismo tiempo, la cantidad de suelo per cápita en cada vivienda se multiplicó casi por tres. El resultado global de estos incrementos en el número de viviendas y en la superficie de suelo del que disponen es que el impacto humano de China está aumentando a pesar de su baja tasa de crecimiento demográfico.
El rasgo de la tendencia demográfica de China que nos queda por exponer, digno de subrayar, es la rápida urbanización. Desde 1953 hasta 2001, período en que la población total de China «solo» se duplicó, el porcentaje de la población urbana se triplicó para pasar de un 13 por ciento a un 38 por ciento, lo que en cifras absolutas significa que la población urbana se multiplicó por siete, hasta casi alcanzar la cifra de quinientos millones de habitantes. El número de ciudades se multiplicó por cinco hasta llegar a ser de casi setecientas, y las ciudades existentes aumentaron enormemente su extensión.
La descripción más breve y sencilla que se puede aplicar a la economía china es que es «grande y rápida en crecer». China es el mayor productor y consumidor mundial de carbón, lo cual representa la cuarta parte del total mundial. También es el mayor productor y consumidor de fertilizantes, que suponen el 20 por ciento de la cantidad total que se usa en el mundo, y un incremento del 90 por ciento respecto al uso que se venía haciendo en China de los fertilizantes desde 1981, ya que este país ha multiplicado por cinco el uso que hacía anteriormente y ahora es tres veces superior a la media mundial por hectárea. Como segundo mayor productor y consumidor de pesticidas, China representa el 14 por ciento del total mundial, y se ha convertido en un exportador neto de pesticidas. Para colmo, China es el mayor productor de acero, el mayor consumidor de láminas de polietileno para emplear como mantillo, el segundo mayor productor de electricidad y textiles químicos y el tercer mayor consumidor de petróleo. En los dos últimos decenios, mientras que la producción de acero, productos derivados del acero, cemento, plásticos y fibras químicas se multiplicó respectivamente por 5, 7, 10, 19 y 30, la producción de lavadoras aumentó 34 000 veces.
El cerdo solía ser, con abrumadora diferencia, la carne principal de China. Con la cada vez mayor prosperidad, la demanda de productos cárnicos derivados de la ternera, el cordero y el pollo ha aumentado de forma vertiginosa, hasta el punto de que el consumo de huevos per cápita iguala hoy día al del Primer Mundo. El consumo per cápita de carne, huevos y leche se multiplicó por cuatro entre 1978 y 2001. Esto supone un gasto agrícola mucho mayor, ya que producir medio kilo de carne cuesta entre cinco y diez kilos de vegetales. Los vertidos anuales de estiércol de animales a la tierra ascienden ya al triple de los vertidos de residuos sólidos industriales, a lo cual debería sumarse el incremento de excrementos de pescado, comida y fertilizante de pescado derivados de la acuicultura, los cuales tienden a incrementar la contaminación terrestre y acuática respectivamente.
La red de transportes y la flota de vehículos de China han sufrido un crecimiento explosivo. Entre 1952 y 1997 los kilómetros de vía férrea, autopistas y rutas aéreas se han multiplicado por 2,5, 10 y 108, respectivamente. Entre 1980 y 2001 el número de vehículos de motor (en su mayor parte camiones y autobuses) se ha multiplicado por 15, y el de coches por 130. En 1994, cuando el número de vehículos de motor ya se había multiplicado por 9, China decidió convertir la producción de automóviles en uno de sus denominados «cuatro pilares industriales», con el objetivo de multiplicar por 4 la producción (en la actualidad, sobre todo de coches) para el año 2010. Eso convertirá a China en el tercer país fabricante de vehículos del mundo tras Estados Unidos y Japón. Teniendo en cuenta lo mala que es ya la calidad del aire en Pekín y en otras ciudades, debido principalmente a los vehículos de motor, será interesante ver cómo es la calidad del aire en el año 2010. El incremento planificado de vehículos de motor también tendrá impacto sobre el medio ambiente, ya que exigirá convertir más tierras en carreteras y aparcamientos.
Tras estas impresionantes estadísticas sobre la escala y el crecimiento de la economía de China acecha el problema de que gran parte de ella se basa en una tecnología anticuada, ineficiente o contaminante. La eficiencia energética de China en la producción industrial asciende solo a la mitad de la del Primer Mundo; la producción de papel consume en China más del doble de agua que en el Primer Mundo; y sus regadíos se basan en métodos de superficie ineficientes y responsables del desperdicio de agua, la pérdida de nutrientes del suelo, la eutrofización y la acumulación de sedimentos en los ríos. Tres cuartas partes del consumo de energía de China depende del carbón, que es la principal causa de la contaminación del aire y de la lluvia acida que sufre, y una de las causas fundamentales de su ineficiencia energética. Por ejemplo, para producir a partir del carbón el amoníaco chino necesario para los fertilizantes y las manufacturas textiles hace falta 42 veces más agua que para producirlo mediante gas natural, como se hace en el Primer Mundo. Otro rasgo distintivo de la ineficiencia de la economía de China es la rápida expansión de la economía rural a pequeña escala: las denominadas Empresas de Municipios y Aldeas, que cuentan con una media de únicamente seis trabajadores por empresa y se dedican sobre todo a la construcción y la producción de papel, pesticidas y fertilizantes. Las EMA representan un tercio de la producción de China y la mitad de sus exportaciones, pero contribuyen de forma desproporcionada a la contaminación en forma de dióxido de azufre, residuos acuáticos y residuos sólidos. De ahí que en 1995 el gobierno declarara una emergencia y prohibiera o cerrara quince de las EMA de pequeña escala más contaminantes.
La historia de los impactos ambientales de China ha atravesado diferentes etapas. Hace ya incluso varios miles de años hubo una deforestación masiva. Cuando acabó la Segunda Guerra Mundial y la guerra civil china, el regreso de la paz en 1949 trajo consigo más deforestación, abuso del pastoreo y erosión del suelo. Los años del Gran Salto Adelante, entre 1958 y 1965, fueron testigos de un caótico incremento del número de fabricas (¡solo en el período de dos años comprendido entre 1957 y 1959 se multiplicaron por cuatro!), acompañado por más deforestación aún (con el fin de obtener el combustible necesario para la ineficiente producción interior de acero) y más contaminación. Durante la Revolución Cultural del período 1966-1976 la contaminación se extendió aún más, ya que muchas fábricas fueron trasladadas desde las zonas costeras en que se encontraban a valles profundos y zonas de alta montaña, porque aquellas otras se consideraban vulnerables en caso de guerra. Desde que la reforma económica comenzara en 1978, la degradación medioambiental ha continuado incrementándose o acelerándose. Los problemas medioambientales de China corresponden a seis factores principales: el aire, el agua, el suelo, la destrucción del hábitat, la pérdida de biodiversidad y los megaproyectos.
Para empezar con el problema de contaminación más visible de China, digamos que la calidad del aire es terrible, lo cual queda simbolizado en las fotografías que ahora podemos ver de personas que en muchas ciudades chinas se ven obligadas a llevar mascarilla por la calle. En algunas ciudades la contaminación del aire es la peor del mundo y los niveles de contaminantes son varias veces superiores a los considerados seguros para la salud de la población. Contaminantes como los óxidos de nitrógeno y el dióxido de carbono están aumentando debido al creciente número de vehículos de motor y a la producción energética dominada por el carbón. La lluvia acida, confinada en la década de 1980 a solo unas pocas zonas del sur y el sudoeste, se ha propagado por gran parte del país y en la actualidad hace su aparición más de la mitad de los días de lluvia de cada año en la cuarta parte de las ciudades chinas.
De manera similar, la calidad del agua de la mayor parte de los ríos y manantiales chinos es mala, y está empeorando debido a los vertidos de residuos industriales y municipales y a las filtraciones de fertilizantes, pesticidas y estiércol agrícola y acuícola, que producen eutrofización generalizada. (Este concepto hace referencia al excesivo aumento de la concentración de algas como consecuencia de los vertidos de nutrientes). Alrededor del 75 por ciento de los lagos chinos y casi todas las aguas litorales están contaminadas. Las mareas rojas de los mares de China —floraciones de plancton cuyas toxinas son venenosas para el pescado y otros animales marinos— se han incrementado hasta alcanzar las casi cien anuales, cuando en la década de 1960 solo se producía una cada cinco años. El agua del famoso embalse Guanting de Pekín fue declarada no potable en 1997. Solo el 20 por ciento de los vertidos de agua domésticos reciben algún tipo de tratamiento, en comparación con el 80 por ciento del Primer Mundo.
Esos problemas hídricos se ven acentuados por la escasez y el derroche. En relación con la media mundial, China no dispone de agua dulce de calidad, ya que la cantidad de agua dulce disponible por persona solo asciende a la cuarta parte de la cifra media mundial. Por si eso no fuera suficiente, esa poca agua está incluso distribuida de forma desigual, ya que el norte de China dispone de una cantidad de agua equivalente solo a la quinta parte del suministro de agua per cápita en el sur de China. Esa escasez de agua subyacente, además del despilfarro, hace que más de cien ciudades sufran graves escaseces de agua y en ocasiones tengan incluso que detener la producción industrial. De toda el agua necesaria para las ciudades y el riego, dos tercios depende del bombeo de aguas subterráneas de pozos perforados en los acuíferos. Sin embargo, esos acuíferos se están agotando y en la mayor parte de las zonas costeras están dando entrada al agua de mar, lo cual ocasiona que el suelo de algunas ciudades se hunda a medida que los acuíferos se van vaciando. China también sufre el peor problema del mundo de desaparición de caudales fluviales, y ese problema está agravándose mucho más porque se sigue extrayendo agua de los ríos para diversos usos. Por ejemplo, entre 1972 y 1997 hubo interrupciones del caudal en el curso bajo del río Amarillo (el segundo río más largo de China) en 20 de los 25 años, y el número de días sin caudal pasó de ser de 10 en 1988 a la asombrosa cifra de 230 días en 1997. Incluso los ríos Yangtsé y Pearl ven interrumpidos sus caudales durante la estación seca en el sur del país, más húmedo, lo cual impide la navegación fluvial.
Los problemas del suelo de China empiezan porque es uno de los países más deteriorados por la erosión que en la actualidad afecta al 19 por ciento de su extensión total de tierra y se traduce en pérdidas de 5000 millones de toneladas de suelo anuales. La erosión es particularmente devastadora en la denominada «altiplanicie de loess» (en el curso medio del río Amarillo, donde alrededor del 70 por ciento de la altiplanicie está erosionada) y cada vez más en el río Yangtsé, cuyo arrastre de sedimentos procedentes de la erosión supera a los limitados arrastres de depósitos de los ríos Nilo y Amazonas, los dos más largos del mundo. Como el sedimento ha rellenado el cauce de los ríos chinos (así como sus embalses y lagos), los canales de navegación fluvial se han visto mermados en un 50 por ciento y ha sido necesario limitar el tamaño de los barcos que pueden desplazarse por ellos. Tanto la calidad y la fertilidad del suelo como su cantidad han decrecido, en parte debido a la utilización prolongada de fertilizantes unida al drástico declive de las lombrices de tierra que oxigenan el suelo como consecuencia del uso de pesticidas, con lo cual la extensión de tierra de cultivo considerada de alta calidad ha descendido un 50 por ciento. La salinización, cuyas causas se analizarán con detalle en el capítulo próximo, dedicado a Australia (véase el capítulo 13), ha afectado al 9 por ciento de las tierras de China, debido sobre todo al pésimo diseño y la mala gestión de los sistemas de regadío en las zonas áridas. (Este es un problema medioambiental ante el que los programas del gobierno han realizado muchos progresos y cuya tendencia han empezado a invertir). La desertización debida al excesivo pastoreo y a la recuperación de tierra para la agricultura ha afectado a más de la cuarta parte de China, en el transcurso del último decenio ha destruido aproximadamente 15 por ciento de la extensión de tierras agrícolas y de pastoreo que quedaban en el norte del país.
Todos estos problemas del suelo —erosión, pérdida de fertilidad, salinización y desertización— se han sumado a la urbanización, a la apropiación de tierras para la minería, a la silvicultura y a la acuicultura para reducir la extensión de tierras de cultivo de China. Todo ello plantea un gran problema para las garantías alimentarias del país, ya que, al tiempo que la extensión de las tierras de cultivo ha ido decreciendo, la población y el consumo de alimentos per cápita han ido incrementándose, y la extensión de tierras potencialmente cultivables es limitada. Las tierras de cultivo por persona ascienden en la actualidad a solo una hectárea, apenas la mitad de la media mundial, y una cifra casi tan baja como la del noroeste de Ruanda, que analizamos en el capítulo 10. Además, como China recicla muy poca basura, se vierten inmensas cantidades de desperdicios industriales y domésticos en campo abierto, lo cual contamina el suelo y ocupa o deteriora tierras de cultivo. Más de dos terceras partes de las ciudades chinas están rodeadas ahora por una basura cuya composición ha variado de forma espectacular, dejando de estar compuesta por restos vegetales, polvo y residuos de carbón para pasar a ser de plásticos, vidrio, metal y envoltorios de papel. Como mis amigos dominicanos auguraron sobre el futuro de su país (véase el capítulo 11), el futuro de China también ofrecerá de forma destacada la imagen de un mundo sepultado por la basura.
Los análisis sobre la destrucción del hábitat de China comienzan con la deforestación. China es uno de los países con menos bosques: solo 0,12 hectáreas de bosque por persona en relación con una media mundial de 0,65 hectáreas, y una extensión de tierra cubierta de bosques que en China únicamente asciende al 16 por ciento (comparado con el 74 por ciento de Japón). Aunque los esfuerzos del gobierno han incrementado la extensión de las plantaciones de árboles de una sola especie y, con ello, han incrementado ligeramente la extensión total de tierra considerada forestal, los bosques naturales, sobre todo los bosques más longevos, han estado menguando. Esa deforestación es uno de los principales responsables de la erosión del suelo y las inundaciones de China. Tras las grandes inundaciones de 1996, que causaron pérdidas de 25 000 millones de dólares, las inundaciones aún mayores de 1998, que afectaron a 240 millones de personas (la quinta parte de la población de China), impulsaron al gobierno a tomar medidas, una de las cuales fue la prohibición de cualquier tipo de tala de bosques naturales. Junto con el cambio climático, la deforestación probablemente ha contribuido al creciente aumento del número de sequías, que ahora afectan todos los años al 30 por ciento de las tierras de cultivo.
Además de la deforestación, las otras dos formas más graves de destrucción del hábitat en China son la destrucción o degradación de los pastizales y la de los humedales. China ocupa solo el segundo lugar tras Australia en extensión de pastizales, que cubren el 40 por ciento de su territorio, sobre todo en el norte, más árido. Sin embargo, debido a la enorme población de China ello se traduce en una extensión de pastizales per cápita inferior a la mitad de la media mundial. Los pastizales de China se han visto sometidos a graves perjuicios por el abuso del pastoreo, el cambio climático, la minería y otras variedades del desarrollo, de modo que el 90 por ciento de los pastizales de China se consideran en la actualidad degradados. La producción de hierba por hectárea ha disminuido aproximadamente en un 40 por ciento desde la década de 1950, y las especies de malas hierbas y hierbas venenosas se han propagado a expensas de las especies de hierba de calidad. Toda esta degradación de los pastizales tiene consecuencias que van más allá de su mera utilidad para la producción de alimentos, ya que los pastizales chinos de la meseta tibetana (la mayor meseta de gran altura del mundo) acogen el lugar de nacimiento de los principales ríos de la India, Pakistán, Bangladesh, Tailandia, Laos, Camboya y Vietnam, además de China. Por ejemplo, la degradación de los pastizales ha incrementado la frecuencia y la gravedad de las riadas de los ríos Amarillo y Yangtsé, y también ha aumentado la frecuencia y la gravedad de las tormentas de polvo en el este de China (sobre todo en Pekín, como han podido ver los telespectadores de todo el mundo).
La extensión de los humedales ha estado menguando, su nivel de agua ha sufrido muchas oscilaciones, su capacidad de mitigar las inundaciones y almacenar agua ha disminuido, y las especies de los humedales se han visto amenazadas de extinción o han desaparecido. Por ejemplo, el 60 por ciento de las marismas de la llanura de Sanjian, en el nordeste del país, la zona de marismas de agua dulce más grande de China, ya ha quedado convertido en tierras de cultivo; y al ritmo actual de desecación los 12 870 kilómetros cuadrados de marisma que quedan desaparecerán al cabo de veinte años.
Otras pérdidas de biodiversidad, que suponen consecuencias económicas de gran envergadura, son la grave degradación de las pesquerías, tanto de agua dulce como del litoral marino, como consecuencia de la contaminación y el exceso de capturas, ya que el consumo de pescado está aumentando con la cada vez mayor prosperidad. El consumo per cápita se multiplicó casi por cinco en los últimos veinticinco años, y a ese consumo interior deben añadirse las cada vez mayores exportaciones chinas de pescado, moluscos y otras especies acuáticas. Como consecuencia de todo ello, el esturión blanco se encuentra al borde de la extinción; las anteriormente abultadas capturas de langostino de Bohai han descendido en un 90 por ciento; en la actualidad hay que importar especies de peces que antes abundaban, como el roncador amarillo y el pez sable; las capturas anuales de pescado en el río Yangtsé han disminuido un 75 por ciento; y por primera vez ha habido que prohibir la pesca en ese mismo río en 2003. De manera más general, la biodiversidad de China es muy alta, ya que cuenta casi con el 10 por ciento de las especies vegetales y de vertebrados terrestres del mundo. Sin embargo, alrededor de la quinta parte de las especies autóctonas de China (incluida la más famosa, el panda gigante) están ahora amenazadas de extinción y muchas otras especies raras características (como el aligátor chino o el ginkgo) corren ya peligro de incluirse en esta categoría.
La otra cara de esta disminución de especies autóctonas ha sido la proliferación de especies invasivas. China cuenta con una larga historia de introducción deliberada de especies consideradas beneficiosas. Ahora, con la reciente multiplicación por sesenta del comercio internacional, a dicha introducción deliberada de especies se está sumando la introducción accidental de muchas que nadie consideraría beneficiosas. Por ejemplo, entre 1986 y 1990, y solo en el puerto de Shanghai, la inspección de las importaciones arrojó como resultado que 349 barcos de 30 países llevaban casi 200 especies de hierbas foráneas que eran contaminantes. Algunas de estas plantas, insectos y peces invasivos han pasado a establecerse como especies y hierbas pestíferas que originan inmensos perjuicios económicos a la agricultura, la acuicultura, la silvicultura y la producción ganadera chinas.
Por si todo esto no fuera suficiente, en China están en fase de ejecución los proyectos de desarrollo más grandes del mundo, de todos los cuales se espera que produzcan graves problemas medioambientales. La Presa de las Tres Gargantas en el río Yangtsé —la presa más grande del mundo, cuyas obras comenzaron en 1993 y cuya finalización está prevista para 2009— está destinada a abastecer de electricidad, controlar las inundaciones y mejorar la navegación con un coste económico de 30 000 millones de dólares, el coste social de desarraigar a millones de personas y los costes ambientales vinculados a la erosión del suelo y a los trastornos sufridos por un ecosistema de primer orden (el del tercer río más largo del mundo). Aún más caro es el Proyecto de Distribución de Aguas de Sur a Norte, que se inició en 2002, cuya finalización está prevista aproximadamente para el año 2050, tiene un coste según proyecto de 59 000 millones de dólares y difundirá la contaminación y producirá desequilibrios hídricos en el río más largo de China. Incluso este proyecto quedará superado por el plan de desarrollo en el actualmente subdesarrollado oeste de China, que reestructura más de la mitad de la extensión de tierra del país y está considerado por los líderes chinos como la clave del desarrollo nacional.
Detengámonos ahora para diferenciar, como hemos hecho en otros lugares de este libro, entre las consecuencias para los animales y las plantas en sí mismos y las consecuencias para las personas. Los avances recientes en China representan sin duda malas noticias para las lombrices de tierra y los roncadores amarillos chinos, pero ¿qué otras cosas supone para la población china? Las consecuencias para ella pueden dividirse en costes económicos, costes sanitarios y propensión a catástrofes naturales. Veamos algunas estimaciones o ejemplos de cada una de estas tres categorías. Como ejemplos de los costes económicos, comencemos por los menores para ir pasando a los mayores. Un coste pequeño será la ínfima suma de 72 millones de dólares anuales destinados a frenar la difusión de una única mala hierba, la lagunilla o hierba de lagarto, que fue introducida, procedente de Brasil, como forraje para cerdos y se extendió hasta infestar huertos, campos de cultivo de batatas y arboledas de cítricos. Representa también una ganga la pérdida anual de solo 250 millones de dólares derivada de los cierres de fábricas debidos a la escasez de agua en una sola ciudad, Xian. Las tormentas de arena infligen daños de unos 540 millones de dólares anuales, y las pérdidas de cosechas y bosques debidas a la lluvia acida ascienden a unos 730 millones de dólares anuales. Más importantes son los costes de 6000 millones de dólares del «muro verde» de árboles que se está levantando para proteger Pekín de la arena y el polvo, así como los 7000 millones de dólares anuales en pérdidas producidas por otras especies pestíferas diferentes de la hierba de lagarto. Entramos en la zona de las cifras espeluznantes cuando pensamos en el coste único de las inundaciones de 1996 (27 000 millones de dólares, más barato no obstante que el de las inundaciones de 1998), así como las pérdidas anuales debidas a la contaminación del agua y el aire (54 000 millones de dólares). Solo la suma de estos dos últimos capítulos le cuesta a China una cifra equivalente al 14 por ciento de su producto interior bruto anual.
Podemos escoger tres elementos para dar una idea de las consecuencias que tienen para la salud. Los niveles medios de plomo en la sangre de los habitantes de las ciudades son casi el doble que los niveles que en otros lugares del mundo se consideran peligrosamente altos y ponen en riesgo el desarrollo mental de los niños. A la contaminación del aire se atribuyen alrededor de 300 000 muertes al año y 54 000 millones de dólares en costes sanitarios (el 8 por ciento del producto interior bruto). Las muertes como consecuencia del tabaco ascienden a unas 730 000 al año y continúan aumentando, ya que China es el mayor productor y consumidor del mundo de tabaco y es la patria de la mayor parte de los fumadores (320 millones de ellos, la cuarta parte del total mundial, fuman una media de 1800 cigarrillos por persona y año).
China se hace notar por la frecuencia, el número, el alcance y los daños de sus catástrofes naturales. Algunas de ellas —sobre todo las tormentas de polvo, los deslizamientos de tierra, las sequías y las inundaciones— guardan estrecha relación con los impactos ambientales humanos y se han vuelto más frecuentes a medida que esos impactos aumentaban. Por ejemplo, la frecuencia y gravedad de las tormentas de polvo ha aumentado a medida que cada vez más tierra quedaba desnuda como consecuencia de la deforestación, el abuso del pastoreo, la erosión y las sequías originadas en parte por el ser humano. Desde el año 300 hasta 1950 las tormentas de polvo solían aquejar al noroeste de China una vez cada 31 años por término medio; desde 1950 hasta 1990, una vez cada veinte meses; y a partir de 1990, una vez al año. La descomunal tormenta de polvo del 5 de mayo de 1993 mató a un centenar de personas. El número de sequías ha aumentado debido a que la deforestación interrumpe el ciclo hidrológico natural de producción de lluvias, y quizá también debido a la desecación y abuso de los lagos y humedales y, por tanto, al descenso de la superficie de agua de evaporación. La extensión de tierras de cultivo dañadas cada año por las sequías es en la actualidad de unos 96 000 kilómetros cuadrados, el doble de la extensión que se deterioraba anualmente en la década de 1950. Las inundaciones han aumentado de forma atroz debido a la deforestación; en 1996 y 1998 se produjeron las peores inundaciones que se recuerdan. La alternancia de sequías e inundaciones también se ha vuelto más frecuente y produce más daños que cualquiera de las dos catástrofes tomadas de forma aislada, ya que en primer lugar las sequías destruyen la cubierta vegetal y, a continuación, las inundaciones de tierras desnudas erosionan más que si esos terrenos estuvieran cubiertos de vegetación.
Aun cuando la población de China no tuviera ninguna relación, a través del comercio y los viajes, con la gente de otros lugares del mundo, su vasto territorio e inmensa población garantizarían consecuencias sobre otras personas, aunque solo fuera porque China está vertiendo sus residuos y sus gases a un océano y una atmósfera comunes. Pero las relaciones de China con el resto del mundo a través del comercio, las inversiones y la ayuda internacional se han incrementado de forma exponencial durante las últimas dos décadas, si bien el comercio (que en la actualidad asciende a 621 000 millones de dólares anuales) era despreciable antes de 1980 y la inversión extranjera en China era todavía insignificante nada menos que en 1991. Entre otras consecuencias, el desarrollo de las exportaciones ha sido una fuerza impulsora de la creciente contaminación de China, puesto que las pequeñas e ineficientes industrias rurales muy contaminantes (las EMA), que representan la mitad de las exportaciones de China, envían efectivamente sus productos acabados al extranjero pero dejan tras de sí, en China, los residuos contaminantes. En 1991, China se convirtió en el país que recibía al año la segunda cifra más alta de inversión extranjera, después de Estados Unidos; y en 2002 China pasó a ocupar el primer lugar al recibir unas inversiones récord de 53 000 millones de dólares. La ayuda internacional entre 1981 y 2000 ascendió a 100 millones de dólares de ONG internacionales, una suma descomunal comparada con los presupuestos de las ONG pero mísera si se compara con las otras fuentes de ingresos de China: 500 millones de dólares del programa de Desarrollo de Naciones Unidas, 10 000 millones de dólares de la Agencia de Desarrollo Internacional de Japón, 11 000 millones de dólares del Banco de Desarrollo Asiático y 24 000 millones de dólares del Banco Mundial.
Todas esas transferencias de capital contribuyen a alimentar el rápido crecimiento económico y la degradación medioambiental de China. Pasemos ahora a analizar otras formas mediante las cuales el resto del mundo influye en China, para ver después cómo China influye al resto del mundo. Estas influencias recíprocas son un aspecto de la palabra que más de moda está en la actualidad, la «globalización», que desempeña un papel relevante en los propósitos de este libro. La interdependencia de sociedades en el mundo actual origina algunas de las diferencias más importantes (que analizaremos en el capítulo 16) entre cómo acabaron en el pasado los problemas medioambientales de la isla de Pascua, de los mayas o los anasazi y cómo acaban hoy día.
Entre los elementos nocivos que China recibe del resto del mundo ya mencioné las especies invasivas perjudiciales desde el punto de vista económico. Otra importación masiva que sorprenderá a los lectores es la basura. Algunos países del Primer Mundo reducen sus montañas de basura pagando a China para que acepte basura sin tratar, entre la que se encuentran residuos que contienen elementos químicos tóxicos. Además, la economía e industria manufactureras chinas en expansión aceptan recibir basura o chatarra que podrían servir como fuentes de materias primas reciclables baratas. Por tomar un solo elemento como ejemplo, en septiembre de 2002 una oficina de aduanas china de la provincia de Zhejiang registró un cargamento de cuatrocientas toneladas de «basura electrónica» procedente de Estados Unidos y que consistía en chatarra y fragmentos de equipamiento electrónico, como aparatos de televisión en color estropeados u obsoletos, monitores de ordenador, fotocopiadoras y teclados. Aunque las estadísticas sobre la cantidad importada de este tipo de basura son inevitablemente incompletas, las cifras de que disponemos muestran que ha pasado de 1 millón a 11 millones de toneladas entre 1990 y 1997, y el incremento de basura del Primer Mundo transferida a China, vía Hong Kong, de 2,3 a más de 3 millones de toneladas anuales entre 1998 y 2002. Esto constituye una transferencia directa de contaminación desde el Primer Mundo a China.
Si bien muchas empresas extranjeras han contribuido a mejorar el medio ambiente de China transfiriéndole tecnología avanzada, otras lo han deteriorado de formas aún peores que con la basura: transfiriendo industrias altamente contaminantes (PII, pollutionintensive industries), entre las cuales se encuentran tecnologías que en la actualidad son ilegales en el país del que proceden. Algunas de estas tecnologías se transfieren a su vez desde China a países aún menos desarrollados. Baste como ejemplo que en 1992 la tecnología para producir Fuyaman, un pesticida contra los áfidos prohibido en Japón desde hacía diecisiete años, se vendió a una sociedad chino-japonesa de la provincia de Fu, donde intoxicó y mató a muchas personas y ocasionó una grave contaminación ambiental. Solo en la provincia de Guangdong la cantidad de clorofluorocarbonos destructores de la capa de ozono que importan los inversores extranjeros alcanzó las 1800 toneladas en 1996, lo cual dificultó aún más que China redujera su contribución a la destrucción mundial de la capa de ozono. En 1995 China era sede de una cifra estimada de 16 998 PII, cuya cifra global de negocio ascendía a unos 50 000 millones de dólares.
Si pasamos de las importaciones de China a sus exportaciones en sentido amplio, la elevada biodiversidad autóctona de China supone que este país devuelve a otros países muchas especies invasivas que ya estaban bien adaptadas para competir en el medio ambiente chino, muy rico en especies. Por ejemplo, las tres plagas mejor conocidas que han acabado con numerosas poblaciones de árboles de América del Norte —la peste del castaño americano, la enfermedad del mal llamado olmo «holandés» y el escarabajo asiático de cuernos largos— son todas ellas originarias de China o de algún otro lugar próximo de Asia oriental. La peste del castaño americano ya acabó con los castaños autóctonos de Estados Unidos; la enfermedad del olmo «holandés» ha estado mermando el número de olmos, especie que se solía utilizar para representar el rasgo distintivo de las ciudades de Nueva Inglaterra cuando yo me criaba allí hace unos sesenta años; y el escarabajo asiático de cuernos largos, que en 1996 se descubrió que atacaba a los arces y los fresnos de Estados Unidos, posee el potencial de producir pérdidas forestales en Estados Unidos de hasta 41 000 millones de dólares, más que las producidas por las otras dos plagas juntas. Otro recién llegado, la carpa de la hierba de China, se ha establecido en la actualidad en los ríos y lagos de 45 estados de Estados Unidos, donde compite con especies de peces autóctonas y produce grandes alteraciones en la vegetación acuática, el plancton y las comunidades de invertebrados. Otra especie más de la que China cuenta con una abundante población, que tiene un impacto ecológico y económico enorme, y que está exportando en cifras crecientes es el Homo sapiens. Por ejemplo, China ha pasado a ocupar ahora el tercer lugar en cuanto al origen de los inmigrantes ilegales a Australia (véase el capítulo 13) y hay cifras muy llamativas de los inmigrantes, tanto ilegales como legales, que cruzan el océano Pacífico para llegar incluso a Estados Unidos.
A la vez que China exportaba insectos, peces de agua dulce y personas de forma involuntaria o intencionada por vía marítima y aérea, también llegaban otras exportaciones involuntarias a la atmósfera. China se convirtió en el primer productor y consumidor del mundo de sustancias que destruyen la capa de ozono, como los clorofluorocarbonos, una vez que los países del Primer Mundo dejaron de producirlos en 1995. China también contribuye en la actualidad con el 12 por ciento de las emisiones de dióxido de carbono del mundo, que desempeñan un papel fundamental en el calentamiento global del planeta. Si se mantienen las tendencias actuales —el aumento de las emisiones en China, la estabilización en Estados Unidos y la disminución en los demás lugares— China se convertirá en el año 2050 en el líder mundial de emisiones de dióxido de carbono, hasta llegar a ser responsable del 40 por ciento del total mundial. China ya encabeza la lista de países del mundo en lo que se refiere a la producción de dióxido de azufre, con una cifra total equivalente al doble de la de Estados Unidos. El polvo, la arena y el suelo procedentes de los desiertos, los pastizales degradados y las tierras de cultivo en barbecho chinas, todos ellos cargados de contaminantes, son transportados por el viento hasta Corea, Japón y las islas del Pacífico, para después cruzar el océano y llegar incluso a Estados Unidos y Canadá al cabo de una semana. Esas partículas aéreas son consecuencia de la industria del carbón, la deforestación, el exceso de pastoreo, la erosión y los métodos agrícolas destructivos chinos.
El siguiente intercambio entre China y otros países afecta a una importación que se convierte en una exportación: la importación de madera y, por consiguiente, la exportación de deforestación. China ocupa el tercer lugar del mundo en consumo de madera, ya que el bosque proporciona, en forma de quema de madera, el 40 por ciento de la energía de las zonas rurales del país y abastece de casi toda la materia prima para obtener papel y pulpa de papel, así como los tableros y las maderas para el sector de la construcción. Pero se ha venido produciendo una brecha cada vez mayor entre la creciente demanda de productos madereros y sus menguantes suministros interiores, sobre todo desde que, tras las inundaciones de 1998, se hiciera efectiva la prohibición de la tala a escala nacional. Por tanto, las importaciones chinas de madera se han multiplicado por seis desde dicha prohibición. Como importador de madera tropical procedente de países de los tres continentes que se extienden por los trópicos (sobre todo de Malasia, Gabón, Papua Nueva Guinea y Brasil), China ocupa en la actualidad el segundo lugar a continuación de Japón, al que se aproxima con rapidez. También importa madera procedente de zonas templadas, sobre todo de Rusia, Nueva Zelanda, Estados Unidos, Alemania y Australia. Con el ingreso de China en la Organización Mundial del Comercio se espera que esas importaciones de madera aumenten aún más, ya que los aranceles sobre los productos madereros van a dejar de ser de entre un 15 y un 20 por ciento para reducirse a un 2 o 3 por ciento. En la práctica, esto significa que China, al igual que Japón, conservará sus propios bosques; pero lo conseguirá únicamente exportando la deforestación a otros países, algunos de los cuales (entre los cuales se encuentran Malasia, Papua Nueva Guinea y Australia) ya han sufrido o están a punto de sufrir una deforestación catastrófica.
Hay una consecuencia potencialmente más importante que todos estos impactos adicionales, la cual en raras ocasiones se tiene en cuenta; se trata de las aspiraciones de la población de China, al igual que las de otras poblaciones de países en vías de desarrollo, de alcanzar el nivel de vida del Primer Mundo. Esa expresión abstracta supone muchas cosas concretas para un ciudadano del Tercer Mundo: adquirir una casa, electrodomésticos, utensilios, vestidos y artículos de consumo manufacturados de forma comercial mediante procesos que consumen energía, y no hechos a mano en casa o en la zona; tener acceso a medicamentos modernos manufacturados y a doctores y dentistas formados y equipados a un coste muy alto; comer alimentos cultivados con tasas de productividad altas mediante fertilizantes sintéticos, y no con estiércol animal o mantillo vegetal; comer algunos alimentos procesados de forma industrial; viajar en vehículos de motor (si es posible, en el propio coche) y no andando o en bicicleta; y tener acceso a otros productos manufacturados procedentes de otros lugares que lleguen en transporte motorizado, y no solo a los productos locales con que se abastece a los consumidores. Todas las poblaciones del Tercer Mundo que conozco —incluso aquellas que tratan de preservar o recrear parte de su forma de vida tradicional— aprecian también al menos algunos de los elementos de esta forma de vida del Primer Mundo.
Las consecuencias globales de que todo el mundo aspire a alcanzar el nivel de vida del que en la actualidad gozamos los ciudadanos del Primer Mundo quedan bien ejemplificadas en China, puesto que este país aúna la mayor población del mundo con la economía que crece con mayor rapidez. La producción o consumo total es producto de la cifra de población multiplicada por la tasa de producción o consumo per cápita. Para China, la producción total es ya elevada debido a su enorme población, a pesar de que sus tasas per cápita son todavía muy bajas: por ejemplo, asciende solo al 9 por ciento de las tasas de consumo per cápita de los países industriales avanzados en el caso de cuatro metales industriales importantes (acero, aluminio, cobre y plomo). Pero China está avanzando vertiginosamente hacia el objetivo de desarrollar una economía propia del Primer Mundo. Si las tasas de consumo per cápita de China aumentan realmente hasta alcanzar los niveles del Primer Mundo, y aun cuando no cambiara ninguna otra cosa en el planeta —por ejemplo, aun cuando la población y las tasas de producción y consumo de todo el mundo no se alteraran—, ese incremento de la tasa de producción y consumo se traduciría (al multiplicarla por la población de China) en un incremento total de la producción o consumo mundial del 94 por ciento en el caso de esos mismos metales industriales. En otras palabras, la consecución por parte de China de los niveles de vida del Primer Mundo duplicará aproximadamente la explotación de recursos por parte de los seres humanos y el impacto ambiental en todo el mundo. Pero resulta dudoso que se pueda sostener la actual explotación de recursos por parte de los seres humanos en el mundo, así como el impacto ambiental de aquellos sobre este. Algo cederá. Esa es la razón más poderosa por la que los problemas de China se convierten automáticamente en los problemas del mundo.
Los líderes chinos solían creer que los seres humanos pueden y deben someter la naturaleza, que el deterioro medioambiental era un problema que afectaba solo a las sociedades capitalistas y que las sociedades socialistas eran inmunes a él. Ahora, una vez enfrentados a los escalofriantes indicios de los problemas medioambientales de la propia China, saben algo más. Este cambio de opinión comenzó nada menos que en 1972, cuando China envió una delegación a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano. El año 1973 fue testigo del establecimiento del denominado por el gobierno Leading Group for Environmental Protection (Grupo Avanzado para la Protección del Medio Ambiente), que en 1998 (el año de las grandes inundaciones) se transformó en la SEPA, State Environmental Protection Administration (Administración Nacional para la Protección del Medio Ambiente). En 1983 la protección ambiental se declaró un principio nacional básico… en teoría. En la práctica, aunque se han hecho muchos esfuerzos por controlar la degradación del medio ambiente, el desarrollo económico todavía es prioritario y continúa siendo el criterio dominante para evaluar el trabajo de los funcionarios del gobierno. Muchas de las leyes y políticas de protección que se han adoptado sobre el papel no se han aplicado o no se hacen cumplir con eficacia.
¿Qué guarda el futuro para China? Por supuesto, esa misma pregunta surge para todos los lugares del mundo: el desarrollo de problemas medioambientales se está acelerando, y el desarrollo de tentativas para su solución también se está acelerando; ¿qué caballo ganará la carrera? En China esta pregunta reviste particular urgencia no solo debido a la escala e impacto ya analizados que tienen sobre el mundo, sino también debido a un rasgo de la historia china que puede calificarse de «a bandazos». (Utilizo este término en su estricto sentido neutral de «balancearse repentinamente de un lado a otro», y no en el sentido peyorativo para referirse al modo de andar de alguien que esté borracho). Con esta metáfora me refiero a lo que, en mi opinión, es el rasgo más característico de la historia china, que ya analicé en mi anterior libro Armas, gérmenes y acero. Debido a factores geográficos —como, por ejemplo, el litoral relativamente suave de China, la inexistencia de penínsulas importantes del tamaño de la de Italia o España y Portugal, la ausencia de islas importantes del tamaño de Gran Bretaña o Irlanda, o el hecho de que sus ríos principales discurran paralelos—, el núcleo geográfico de China se unificó ya en el año 221 a. C., y desde entonces ha permanecido unificado durante la mayor parte del tiempo, mientras que la Europa geográficamente fragmentada nunca ha estado unificada desde el punto de vista político. Esa unidad permitió a los gobernantes chinos imponer cambios en un territorio mucho mayor de lo que cualquier gobernante europeo pudiera haber dirigido jamás; cambios tanto para bien como para mal, a menudo en rápida alternancia (de ahí los «bandazos»). La unidad de China y las decisiones de los emperadores pueden contribuir a explicar por qué en la época de la Europa del Renacimiento China desarrolló los barcos más grandes y mejores, envió escuadras a la India y África, y después desmanteló esas escuadras y cedió la colonización ultramarina a estados europeos mucho más pequeños; y también por qué China comenzó, y después no sostuvo, su propia revolución industrial incipiente.
La pujanza y los riesgos de la unidad de China se han mantenido hasta épocas recientes, a la par que China continúa dando bandazos en políticas de primer orden que afectan a su entorno y su población. Por una parte, los líderes de China han conseguido resolver problemas a una escala difícilmente imaginable para los líderes europeos y americanos: por ejemplo, decretando la política de un solo hijo para reducir el crecimiento de la población y poniendo fin a la tala a escala nacional en 1998. Por otra parte, los líderes chinos también han conseguido crear desórdenes a una escala también difícilmente imaginable para los líderes europeos y norteamericanos: por ejemplo, mediante la caótica transición que supuso el Gran Salto Adelante, con el desmantelamiento del sistema educativo nacional que supuso la Revolución Cultural y (para algunos) mediante los impactos ambientales emergentes de los tres megaproyectos.
En lo que se refiere al resultado de los actuales problemas medioambientales de China, todo lo que podemos decir con certeza es que las cosas empeorarán en lugar de mejorar, puesto que los intervalos de tiempo y el empuje del deterioro ya están en marcha. Un factor importante que actúa tanto para lo peor como para lo mejor es el incremento anticipado del comercio internacional de China como consecuencia de su ingreso en la Organización Mundial del Comercio (OMC), mediante lo cual se han reducido o eliminado los aranceles y se han incrementado las exportaciones e importaciones de coches, productos textiles, productos agrícolas y muchos otros artículos. Las industrias exportadoras de China ya tienden a enviar al exterior productos manufacturados acabados y a dejar en China los residuos derivados de su fabricación; ahora, con toda probabilidad, habrá más. Algunas de las importaciones de China, como la chatarra y los coches, ya han resultado nocivos para el medio ambiente; y también puede haber más de ambas cosas. Por otra parte, algunos países pertenecientes a la OMC suscriben normas medioambientales mucho más estrictas que las de China, y ello obligará a este país a adoptar esas normas internacionales si quiere que sus exportaciones sean admitidas en el resto del mundo. El aumento de las importaciones agrícolas puede permitir que China reduzca el uso de fertilizantes, pesticidas y tierras de cultivo de baja productividad, al tiempo que la importación de petróleo y gas natural permitirá que reduzca la contaminación derivada de la quema de carbón. Una consecuencia de doble filo de la integración en la OMC puede ser que el incremento de las importaciones, y junto con él la reducción de la producción interior, le permitan simplemente transferir el deterioro medioambiental desde la propia China al exterior, como ya ha sucedido con el paso de la tala en el interior a la importación de madera (con lo cual en realidad se está pagando a otros países distintos de China para que sufran las perniciosas consecuencias de la deforestación).
Un pesimista observará que ya se ciernen demasiados peligros y malos augurios sobre China. De entre todos los riesgos que podrían generalizarse, el crecimiento económico es todavía la prioridad de China, antes que la protección medioambiental o la sostenibilidad. La conciencia medioambiental pública es todavía baja, en parte debido a la baja inversión que hace China en educación, inferior a la mitad de la que hacen los países del Primer Mundo en relación con su propio producto interior bruto. Con un 20 por ciento de la población mundial, la inversión que hace China en educación representa solo el 1 por ciento de la inversión mundial total en este sector. La educación universitaria para los hijos queda fuera del alcance de la mayor parte de las familias chinas, puesto que la matrícula de un año consumiría el salario medio de un trabajador urbano o de tres trabajadores rurales. Las leyes medioambientales vigentes en China fueron redactadas en gran medida de forma poco sistemática, carecen de los mecanismos de implantación efectivos y de la evaluación de las consecuencias a largo plazo, y adolecen de una falta de aproximación global a los sistemas: por ejemplo, no existe ningún marco general para la protección de los humedales que con tanta rapidez están desapareciendo, a pesar de las leyes concretas que los afectan. En China, los funcionarios locales de la SEPA son designados por los gobernantes locales en lugar de por funcionarios de mayor categoría del propio SEPA, de modo que los gobernantes locales a menudo bloquean la aplicación de las leyes y regulaciones medioambientales de ámbito nacional. Los precios de los recursos medioambientales se mantienen bajos para favorecer el consumo: por ejemplo, una tonelada de agua para regadío del río Amarillo cuesta solo entre una décima y una centésima parte de una botella pequeña de agua mineral, con lo cual se elimina todo incentivo económico para que los agricultores de regadío ahorren agua. La tierra es propiedad del gobierno y se arrienda a los agricultores, pero puede arrendarse a una serie de agricultores diferentes en un período de tiempo corto, de modo que los agricultores carecen de incentivos para realizar inversiones a largo plazo en sus tierras o para cuidar bien de ellas.
El medio ambiente chino también se enfrenta a riesgos más específicos. Ya están en marcha los tres megaproyectos, un gran aumento del número de vehículos y la rápida desaparición de los humedales, cuyas perjudiciales consecuencias continuarán acumulándose en el futuro. La proyectada disminución del tamaño de los hogares chinos a 2,7 personas para el año 2015 añadirá 126 millones de nuevos hogares (más que el número total de hogares de Estados Unidos), aun cuando el tamaño de la población de China se mantenga constante. Con esta creciente prosperidad y con el consiguiente aumento del consumo de carne y pescado, se agravarán también los problemas medioambientales derivados de la producción de carne y de la acuicultura, como la contaminación producida por los excrementos de todos los peces y animales y la eutrofización originada por la comida para peces no consumida. En la actualidad, China es ya el primer productor del mundo de alimentos procedentes de la acuicultura y el único país en el que se obtiene más pescado y alimentos acuáticos de la acuicultura que de las pesquerías naturales. Las consecuencias mundiales de que China alcance los niveles de consumo de carne del Primer Mundo son un ejemplo más de la cuestión más general que ya he ilustrado con el consumo de metales: la brecha existente entre las tasas de consumo y producción per cápita del Primer Mundo y las del Tercer Mundo. China no consentirá, claro está, que se le diga que no aspire a alcanzar los niveles de vida del Primer Mundo. Pero el planeta no puede soportar que China y otros países del Tercer Mundo, además de los actuales países del Primer Mundo, se mantengan todos ellos en los niveles de estos últimos.
Para compensar todos estos riesgos y signos desalentadores hay también importantes indicios esperanzadores. Tanto la pertenencia a la OMC como los inminentes Juegos Olímpicos de 2008 en China han espoleado al gobierno chino a prestar mayor atención a los problemas medioambientales. Por ejemplo, en torno a Pekín se está erigiendo un «muro verde» o cinturón de árboles que cuesta 6000 millones de dólares para proteger la ciudad ante las tormentas de arena y polvo. Para reducir la contaminación del aire en Pekín el gobierno municipal ha ordenado que se reconviertan los vehículos de motor con el fin de que puedan utilizar gas natural y gas licuado de petróleo. China retiró paulatinamente el plomo de la gasolina en poco más de un año, algo que a Europa y Estados Unidos les costó muchos años conseguir. Hace poco decidió decretar una eficiencia mínima de combustible para los automóviles, incluida la de los vehículos deportivos. A los nuevos coches se les exige que cumplan con los rigurosos niveles de emisión de gases que imperan en Europa.
China ya está haciendo un gran esfuerzo para proteger su extraordinaria biodiversidad con 1757 reservas naturales que abarcan el 13 por ciento de su territorio, por no hablar de sus zoológicos, jardines botánicos, centros de reproducción de la vida salvaje, museos y bancos de genes y células. China utiliza a gran escala algunas tecnologías tradicionales peculiares y respetuosas con el medio ambiente, como la habitual práctica del sur de China de criar pescado en campos de arroz de regadío. Esto recicla los excrementos de los peces de forma natural empleándolos como fertilizante, incrementa la producción de arroz, utiliza el pescado para controlar las plagas de insectos y malas hierbas, disminuye la utilización de herbicidas, pesticidas y fertilizantes sintéticos y aporta más proteínas y carbohidratos a la dieta sin incrementar el deterioro medioambiental. Algunos signos alentadores de la repoblación forestal fueron la creación en 1978 de plantaciones importantes de árboles y la prohibición de la tala a escala nacional en 1998, así como la puesta en marcha del Programa de Conservación del Bosque Autóctono, destinado a reducir los riesgos de posteriores inundaciones catastróficas. Desde 1990, China ha combatido la desertización en 25 000 kilómetros cuadrados de tierra mediante la repoblación forestal y la fijación de dunas de arena. El programa Verde por Grano iniciado en 2000 concede ayudas a los agricultores de granos para que conviertan las tierras de cultivo en bosques o pastizales, y con ello está reduciendo la explotación agrícola de laderas en pendiente que son muy sensibles desde el punto de vista ecológico.
¿Cómo acabará todo esto? Al igual que el resto del mundo, China está dando bandazos entre acelerar el deterioro medioambiental y acelerar la protección medioambiental. La enorme población de China y el descomunal crecimiento de su economía, así como su actual y tradicional centralización, suponen que el movimiento oscilatorio de China es de una fuerza muy superior a la de cualquier otro país. El resultado no solo afectará a China, sino también al mundo entero. Mientras escribía este capítulo descubrí que mis propios sentimientos oscilaban entre la desesperación ante la obnubiladota letanía de detalles deprimentes y la esperanza alimentada por las medidas de protección medioambiental drásticas e implantadas con rapidez que China ya ha adoptado. Debido a su tamaño y a su excepcional forma de gobierno, la toma de decisiones de arriba abajo ha operado a una escala muy superior a la de cualquier otro lugar, lo cual eclipsa por completo los impactos del presidente Balaguer en la República Dominicana. Mi mejor escenario posible para el futuro es que el gobierno de China reconozca que sus problemas medioambientales plantean una amenaza aún más grave que sus problemas de crecimiento demográfico. De ser así, quizá el gobierno chino pueda llegar a la conclusión de que los intereses de China exigen políticas medioambientales tan audaces y llevadas a la práctica con tanta eficacia como sus políticas de planificación familiar.